miércoles, 11 de marzo de 2015

BAJO EL TECHO DEL CIELO

Las bombillas, colocadas en hileras, emitían una luz tenue, amarillenta, pálida... de flores marchitas de retama.



Tu baile era pausado, lento, diametral sobre tu eje, extremadamente geométrico. Te movías con determinación, con exactitud, con puntualidad y con concisión... con la misma precisión que un gato se mueve por la vida.

Recogiste tu pelo negro en una coleta y levantaste tarda tu cabeza regalándome una mirada de soslayo. Esa mirada de través me produjo un extraño vacío en el estómago y dos punzadas en mi pecho, a la vez que sentí un pequeño crac interior en mi corazón. De idéntico modo, pero en grado distinto, te lancé una mirada oblicua, desviada de tu horizontal y buscando la perfección y la sinceridad de tu diagonal.

Tu baile esquivaba muchas cosas. También algunas otras.

Bordado de notas, la música, encontraba su tono en el bamboleo naturalmente apacible de tu cuerpo. Tu sonrisa saltaba de mesa en mesa y algunas veces era estrella. Las bombillas lloraban un chorro de luz delicado, delgado, débil.

Y otra vez me volviste a mirar.

La escena me traía unos recuerdos perfectos, pero me generaba unos pensamientos imperfectos.

Estamos hechos de tiempos y modos. Somos verbos.

Tomo una rosa roja y la coloco junto a tu cara, quiero saber quién tiene más pétalos de las dos. Coges mi mano y la pulsas. Y me dices qué.

  • Quiero conjugarte para seducirte.
  • No me gustan los requiebros.
  • Mujer abstracta, voy a beberme la noche.

Envuelta en semisombras miraste mi marcha como un perro indeciso. Estabas más bella que nunca. Era una belleza que no amarraba, tal vez de cabos sueltos.

  • Te invito a la última, ojos azules.

En la esquina más remota de una barra, tachábamos al mundo y creábamos un universo fantástico, incluso mágico.

Cogiste mis manos por el reverso y miraste seria todas las rayas que surcan mis palmas. Y me dijiste:



  • Estas manos tienen unas lineas de vertical descendente hacia mi corazón.
  • Vamos a bailar, bruja.

El pianista se arrancó con la balada “Para vivir”, de Pablo Milanés, dándole un toque más profundo y sosegado aún que la original.

Bailamos y nos respiramos. Y tu aroma terminó de realizar el hechizo.

Sentía tu calor, el delicado tacto de tu piel, tus manos buscando lugares misteriosos de mi cuerpo, tus labios rozando mi cuello, tu pelo cosquilleando mi rostro y atando mis sentimentos... Era un baile lanzadera, un disparo hacia todos los lugares de tu vida. Cogiste mi cabeza por detrás e inclinando con exactitud la tuya, con una necesidad indispensable, me estrechaste besándome con pasión, con mucho flujo, con un estilo dictado por un alma apasionada, poseída de afectos. Y descubrí el delicioso licor de tus labios, el jugo azucarado de tu boca, libando tu lengua una y otra vez hasta que pusiste una mano en mi pecho, me separaste unos centímetros de tu jardín de delicias, me miraste a contraluz y me preguntaste:

  • Dime, ¿qué sientes con mis besos?

No era fácil para mí contestar a tu pregunta, entre otras cosas, porque a partir del primer beso ya no podía meramente contar aspectos tuyos, ya solo podía exclamarte, sentirte, recitarte, porque para mí ya eras poesía.

  • Siento lo mismo que un nenúfar en su misterioso navegar, pero también siento la sensación opresora de un peligro invisible. Eres preciosa, déjame que te mire eternamente.

La vida me había ido enseñando a hacer las cosas con amor. Y esa noche lo estaba bordando: actuaba con amor a ti, con amor a mí y con amor a lo que nos rodeaba.

Sin embargo, en seguida percibí que tú te proyectabas por momentos desde una confusa zona de incertidumbre.

  • Lo que dices hace que me ponga muy contenta.

Con una sonrisa empujada por la aurora y por tu cara sonrosada, aparté tu pelo y te dije:
  • Cariño, haz gala de tu singularidad, no tienes impedimentos, no eres mediocre... Eres la mejor: armoniza tu sentimiento con tu capacidad y serás imparable, volarás alto aunque yo no soporte verte marchar.
  • Vine a un baile y me llevo al hombre que cumple las leyes de mi vida. Me aventuro a saber que te querré honestamente. Por favor, abróchame a tu corazón. 

    Cuatro pájaros, con vuelo recto, anuncian la buena nueva.

Principia a aparecer la luz del día, el sol alumbra tu belleza y con ello explotan todas las demás luces de la vida. Las bombillas del baile, ridículas, se apagan para siempre... mueren. Y tus ojos color tierra atenúan los colores del mundo y templan su tono.

  • Amor, vamos a compartir la vida... la música ha dejado de sonar.

Desde el primer momento que la vi, lo tuve íntimamente claro: mi música era ella... y jamás dejaría de sonar.