martes, 30 de diciembre de 2014

BAJO DOS NUBES

En España gusta ir de putas mucho más de lo que parece. Existe, aunque generalmente oculta, una fuerte pasión por las putas y su mundo en este país. Son muchos los hombres que, por razones circunstanciales, por contexto y por una potente culturización eclesiástica que hace imperar a niveles casi mundiales una ética determinada, no han ido nunca, pero les encantaría correrse una noche de putas.

Ciudad Rodrigo es una localidad perteneciente a la provincia de Salamanca, ubicada en la zona Sur de la Comunidad Autónoma de Castilla y León. Esta población castellana, debido a su proximidad geográfica con los municipios extremeños de Hurdes Altas, se ha constituido históricamente como un referente comercial para todos los hurdanos de Nuñomoral, Ladrillar y Casares de las Hurdes. Sin obviar, por supuesto, los lazos emocionales de primer orden que esta relación ha forjado entre los ciudadanos de ambos lugares a lo largo del tiempo.

Aprovechando mi estancia en Nuñomoral durante las fiestas de Navidad, mis padres me pidieron que los acercara a Ciudad Rodrigo para resolver unos asuntos y también para que mi padre se cortara el pelo, ya que él lleva yendo a la misma peluquería toda la vida.

Mientras mi madre hacía unas compras en el mercado de abastos, mi padre y yo la esperamos en la acera del aparcamiento de dicho mercado, al solecito flojo pero placentero de diciembre.

Los habitantes de la Castilla profunda, la más rural, dicho con todos los respetos, en sus formas, han evolucionado muy poco. Es fácil encontrar en Ciudad Rodrigo los martes de mercado personas bastante primarias con pintas de aldeanos con escaso o nulo progreso cultural. Gentes que conservan costumbres atávicas en sus formas de vida y también en su interacción con el resto del mundo. Eso sí, gentes sin complejo alguno y muy fieles a sí mismos, a sus tradiciones y a sus configuraciones personales. Francamente, esto los hace grandes.




La misma ciudad, en su estructura, proyecta una imagen ambivalente que va desde el fascinante encuadre cuidado de su área medieval, pasando por sus barrios  nuevos con vocación de modernos, hasta las zonas más originarias y arquitectónicamente más deprimidas. Mezcla comercios modernos con otros realmente decadentes y con unos nombres, cuando menos, curiosos, por no decir ridículos: “Electrodomésticos Satur”, “Bar Hollywood”, “Pastelería Tere”, “Piensos Lorenzo”, etc… No nos engañemos, esto en un Madrid o un Barcelona sería impensable.




Bien, pues como decía, mientras esperaba con mi padre a que mi madre regresara de sus compras, apareció en el parking del mercado un hombre en un viejo Renault 4 de color amarillo (para los que sois de Nuñomoral, parecido al de Tilín), utilitario conocido popularmente como cuatro ele o cuatro latas. Este señor es el típico caballero curtido, de moflete rojizo y dientes amarillentos que le reluce la cara, dando la impresión de estar siempre recién lavado, pero que una vez que te acercas a él huele a un sudor ya seco, a “revenío” que decimos en el pueblo. De pelo blanco, lucía una perilla del mismo color muy poblada, densa y un poco sucia. Tenía un gesto risueño, de estos que parece que en cualquier momento se puede partir de risa. Aparcó el hombre y salió de su coche. Se dirigió al maletero y sacó un saco de rafia blanca, para ir a la compra. Sin embargo, al cerrar el maletero hizo acto de presencia junto a él otro señor de su misma edad y le pinchó con el dedo índice en el hombro.

-      Hombreeee Patro, coño, ¿¿tú por aquíiii?? – le dijo sorprendido cuando giró y se lo encontró tras él de golpe.
-      No, si te paece. A enllená la despensa, macho –contestó con cara de gravedad el hombre.

El señor Patro era un hombre normal, lo único que llamaba la atención era su pantalón vaquero. Tenía un pantalón, además de poco limpio, descomunal, pero bien atrapado a la cintura por un cinturón de cuero marrón fuertemente apretado. Me gustaría haber visto aquel pantalón quitado, de verdad. Había allí pantalón para medio Ciudad Rodrigo.

-      Bueno machote, ¿has vuelto allí? –le preguntó el señor de la perilla a Patro, con esa voz cantarina propia de los mirobrigenses.
-      Sí, pallí man´carrilé con mi hermano la desotra noche –contestó Patro con el gesto cambiado.
-      ¿Con tu hermano? Yo lo siento, pero de ese no quiero saber nada. Me armó una putada que yo creo, y tú bien sabes, que no me merezco –le dijo apenado a Patro.
-      Ya. Bueno, eso déjalo. Pues anduve con ella, majo –informó Patro.
-      ¿Con quién, con la Pantoja? –interrogó el señor de la perilla mientras veía a Patro asentir con la cabeza.

Descubrí que la Pantoja era una puta húngara que los hacía gozar mucho, los tenía a todos locos. Y eso que tenían una desconfianza enorme hacia ella, aunque yo creo que no era real, sino más bien una estrategia para salir victoriosos de una rivalidad múltiple que no se saldaría sin víctimas. Los intereses bastardos acentúan la hipocresía, condición casi humana en la sociedad del capital.

-      Cudiao con ella, es una pájara. Esa busca lo que busca ya lo sabemos tos –afirmó Patro.
-      En eso tienes toda la razón, te envuelve pa que te cases, consigue la nacionalidad y luego si te he visto no me acuerdo –apuntaló el señor de la perilla.

Hasta que la voz de mi madre, a mi espalda, rompió mi concentración en tan interesante conversación.

-      ¡Vamos chico, abre el maletero del coche!

Como mi madre tenía que buscar unas gafas y comprar una cafetera en la plaza, yo le dije que para ahorrar tiempo, entre tanto, llevaba yo a mi padre a la peluquería.

La peluquería Félix es la típica barbería clásica de caballeros, de estas peluquerías de toda la vida, que regenta el hijo de Félix, el peluquero que la montó y que corta el pelo a mi padre desde tiempo inmemorial.

Mi padre está enfermo, padece Alzheimer, y cuando caminamos juntos por lugares ya desconocidos para él, tomo su mano y camino sincronizando mis pasos con los suyos, pasos que él un día, plenamente lúcido y fuerte, me enseñó.

Al entrar en la peluquería me asaltaron algunos recuerdos que me hicieron tambalear. Hacía casi cuarenta años que fuimos en idénticas condiciones a esa peluquería, pero entonces era él el que me guiaba.

Fue la primera vez que iba a una peluquería y me resultó tan odioso, que estuve durante todo el corte de pelo llorando, mientras el peluquero y él trataban de animarme engañándome con mimos y triquiñuelas para que pasara ese mal momento cuanto antes.

Pude ver el paso de toda una vida en un corte de pelo, aferrándome disimuladamente a encontrar un equilibrio interior que se tornaba en inalcanzable.

Tomé asiento y miré a través del espejo la cara imperturbable de mi padre. Ello me animó.




Cerré un momento mis ojos plúmbeos, completamente grises. Y al rato los abrí sedientos de la imagen de mi padre. La encontré. Sonreí.

-      Pues está ya usted listo, Primitivo –sonó lejana la voz del peluquero.

Ya en la calle, caminando hacia mi coche donde mi madre estaría ya esperándonos, con la ilusión propia de quien mira el horizonte y ve a la persona que ama, clavé dos besos como dos proyectiles en su cara, con la intención de que nunca ya pudieran ser borrados (suelo hacerlo a escondidas).

Y di por cerrada esa mañana fría de diciembre en Ciudad Rodrigo.

Dos pétalos de margarita de mis ojos emprendieron camino hacia el suelo.


Respiro… entrego mi alma al aire.

jueves, 27 de noviembre de 2014

AMNESIA

Mis recuerdos son así, astutos y taimados, generalmente hirientes y particularmente atolondradores. Llegan a mí originados por todo aquello que precisamente no quiero pensar, que deseo, tal vez, desterrar para siempre de mi mente. Lo sé, sí, también lo he pensado: las mañanas opacas, de grises marengos, de vísceras con veta negra, de resina de fósiles, no son las más indicadas para que los recuerdos representen sus danzas en el escenario de la mente.

Y es que mis recuerdos son así, me asaltan cuando les da la gana y me hacen creer que he sido yo el que los he sacado de las trincheras del tiempo.

Mis recuerdos de ti son bonitos, son unos recuerdos preciosos, inolvidables, pero afligen igualmente a mi corazón, porque reelaboran una felicidad y un sentimiento de amor profundo que jamás volverá. Y ello me produce mucha pena, me sume en un inmenso océano de soledad y me cuelga de un abismo que transforma mi vida en una pared vertical infinita donde cuelgo de una frágil cuerda.

Mis recuerdos sobre ti son hermosos, pero hacen mi vida tarda y pesada, la cargan de simpleza e insulsez, la vacían de contenido centrifugando su matriz, su esencia básica. Mis recuerdos sobre ti son de caricia de seda cruda, de sentimiento ahogado; son recuerdos de fonemas articulados con lágrimas impulsadas por tu bondad, por tus fundamentos como mujer honesta, generosa, entregada a sus causas... tu recuerdo me crea escenas de cine cuya banda sonora es una canción secreta que me sostiene, que me ayuda, que me empuja; escenas de cine mudo cuyo primer plano es una carita preciosa de marfil, una mirada apabullante que me enfoca, se me clava y me revienta literalmente el alma... una sonrisa vital que mueve lo inamovible.




Mis recuerdos junto a ti se pierden en la noche de los tiempos, son recuerdos de firmamentos de estrellas fijas, que no se mueven, astros celestes que brillan con disimulo; son recuerdos de cuerpos abrazados intentado ver estrellas fugaces para ganarles un deseo, un deseo único y común. Son recuerdos de lunas atrapadas, que no reflejan; recuerdos de margaritas mentirosas que dicen no, recuerdos que tratan de soltarme de los fuertes lazos de la soledad para empujarme a los floridos campos de la alegría de tu compañía. Realmente son recuerdos de gatos tristes en calles inhabitadas, gatos melancólicos que se encogen de frío...



Y ahora, cuéntame, ¿cómo son tus recuerdos? ¿Tienes? ¿Sabes olvidar fácil? ¿Necesitas olvidar? ¿Acaso recuerdas? Dime, por favor, qué recuerdas, cuéntamelo... o guárdatelo.

Pero venga, por favor, no demores, cuéntame tus recuerdos. No te enredes en pensamientos que menoscaben tu realidad, presta atención a tu conciencia, a la fuerza de tu corazón, no mantengas diálogos internos negativos ni para ti ni para mí, ya que pueden programar y definir el concepto de ambos. Decídete, lo espero.

¿O acaso no hablas porque tus recuerdos vagan por notas manuscritas con bolígrafos de tinta verde? Puede ser, sí. Estoy seguro que el recuerdo de esas notas se te clava como dardo y te duele infinito. Tampoco descarto que no quieras contarme nada del pasado para que no lleguen a tu pensamiento imágenes de rosas secas, de flores amenazadas por manos insensibles e imprudentes, de abrazos respondidos con más fuerza que los dados.



No, no, no, permíteme que no acepte un argumento tan acomodado a tu interés inmediato. Yo jamás te aconsejé que nunca miraras atrás, tan solo te dije que siempre que caminaras junto a mí, no necesitarías volver tu vista atrás. No es lo mismo, a todas luces. Ahora sigue empecinada o rectifica, actúa como te venga en gana.

No obstante, no nos separemos del asunto principal, vuelvo a centrar el tema, aquí estamos a otra cosa, deseo con hervor saber si vas a contarme tus recuerdos. Cuéntamelos anda, necesito volver a encontrarme con todo aquello que hizo que me enamorara de ti, evaluar lo que me fue alejando y cerrar definitivamente una puerta abierta que deja entrar corrientes glaciares que me congelan el alma.

¿O tal vez no articulas palabra porque tus recuerdos te transportan a mesas llenas de barquitos de papel con mensajes ocultos en sus dobleces? Seguramente sea eso, el miedo a des-desertizar el corazón suele ser un gigante temible. Probablemente no dices nada porque no deseas tambalearte pensando en hojas amarillas manchadas de barro, en pétalos de orquídeas multicolor marcándote caminos hacia mis brazos, en susurros casi imperceptibles que te recordaban cada dos segundos que eras la mujer más amada de la tierra…


Y harto de silencios parto hacia lugares donde ya solo pueda confiar en objetos. Me voy, sí, pero me voy llevándome conmigo todo lo amado, aunque ya no haya amor. Y sobre todo me voy sin volver a escuchar tu voz contándome tus recuerdos.

Espero que mis pasos solo dejen huellas amables, nunca personas o ilusiones aplastadas.


Te amé como nunca volveré a amar.

miércoles, 22 de octubre de 2014

BRISAS APAGADAS

Es que, verás, la cuestión no es que tú te vayas y que yo, fácil o difícil, me siente en un sillón y consiga olvidarte. Lo verdaderamente importante es que tú no estás cerquita y yo no sé cómo desatar de mi garganta este nudo sin extremos que me ahoga.

Tus sentimientos son tan inmensos como los mares que navegas, tan inespecíficos como la diversidad de mundos que visitas... tan fuertes como la soledad que siento cuando miro y no te veo. Recuerda: esta parte del planeta sin ti, no se entiende.

El gigante de metal navega ya a cinco nudos y en la dársena de Poniente corren vientos impetuosos que no solo mueven mis cabellos, sino que también zarandean mis pensamientos. Mi corazón festoneado busca envolverse sobre sí mismo, desconectarse del todo y quedar sin principio sensitivo, para no sufrir el dolor de tu ausencia. Te veo fuera de lo común, fuera de lo regular, te tengo en lo inabarcable de lo espiritual... pero de algún modo te tengo.



Lanzo y fijo mi mirada en el horizonte exacto que te alejó de mí y, en la oscuridad, diviso un mar de espalda veteada en plata; unas aguas blancas, brillantes, con una sonoridad peculiar de melodía afligida, apesadumbrada, melancólica, triste... aguas catalizadoras de vacíos irrellenables, de huellas imborrables.

En la madrugada, una acción indebida de la niebla matiza los orígenes del firmamento, bóveda celeste que queda velada e impide la luz de la luna y también convierte la sonrisa de Bengala de las estrellas en llantos cinéreos. Resisto en pie mirando, esperándote, no pienso marcharme aunque vaya enloqueciendo de a poco en la delirante ilusión de verte. Probablemente, mañana, el sol asome por Levante.



Tú, argonauta a la conquista de ínsulas imposibles, tal vez ficticias; legionaria de ejércitos de sentimientos que no siente, de sentimientos sin vida; mercenaria de amores que en su momento fueron posibles, pero que hoy están apagados para siempre… muertos.

Yo, aquende los mares, petrificado en el instante eterno y dramático de tu marcha, de brazos caídos, de párpados húmedos, de esperanzas quebradas, de sonrisas marchitas, de miradas apenadas, de suspiros de congoja, de dolores sordos pero intensamente agudos... de corazón oculto, escondido, inactivo, mudo, inmóvil... muerto.

Sonidos de motor y chapa me despiertan de nuevo a la vida, en la dársena corren aires con movimiento horizontal que secan mis ojos y matizan su azul. Mi pensamiento se activa de manera inmediata y te sitúa en algún hemisferio lejano, en trópicos de latitudes indeterminadas. Al fin una brisa inodora llega lenta y casual a mi cara... me acaricia cargada de besos tuyos.



Cierro mis ojos, quiero sentirte de manera plena, anclarte en las profundidades difusas de mi corazón, fijarte en los círculos mágicos de mi mente. Y también quiero preguntar a mi conciencia si me guarda algún rencor, pero prefiero hacerme el distraído. Al fin y al cabo creo que, junto al mar y colgado de la esperanza de volverte a ver, tampoco soy tan infeliz.

Antes de abrir mis ojos deseo con fuerza que ocurra algo improbable: que detrás de mis párpados me espere tu imagen ceñida de vaqueros, adornada de amarillos, circundada por el halo que provoca el meteoro luminoso de tu sonrisa. Sería delicioso abrazarte con delicadeza, tomar tus manos caídas, besar tu frente, sentir tu tacto, ganarte en una apuesta un beso de dos minutos, reírnos con los labios cerquita, decirte al oído cuánto te quiero, cómo te admiro, que me gustas a matar, que estoy loco por ti, que me sumas y que los totales de esas sumas, cuando vuelvo a mirarte y veo esos ojazos color miel, me las multiplicas por mil.

Pero la realidad es otra, al abrir mis ojos veo andenes vacíos, aceras que dejan deslizar por sus espaldas pañuelos de lágrimas que el viento zarandea a su antojo rasando el suelo. Si tal vez te hubiera visto, maldita sea, me hubiera arrojado sobre ti por un franco y verdadero impulso, igual que haría un marinero borracho con su amor perdido. Sin embargo, abrazar el recuerdo me resulta imposible, trataré de colocarlo en algún lugar destacado de mi corazón para que éste no se desertice, para saber que fuiste la mujer de mi vida, para repasar nuestra vida juntos cada vez que quiera sonreír…




No hay momento más bello que aquel en el que miro el espacio infinito de tu corazón y veo su cupo ilimitado lleno de felicidad, de bondad, de amistad, de amor, de pasión apagada… Y de dolor, lleno también de dolor, de dolor que ya no duele.

lunes, 29 de septiembre de 2014

TE HABLO, TE DEFINO

El secreto, te dije, no consiste en brillar como un gusano de luz y que todo el mundo te vea. No, ni mucho menos, nada más lejos. El secreto, cariño, estaba en que tú ardieras de amor y propagaras el incendio.

Te insistí que a ti te bastaba abrir los ojos para originar la llama del amor, porque cuando tus párpados subían todo se iluminaba y todo ardía. Te lo decía, te lo recordaba, te lo repetía como un disco rayado, porque yo sabía que tu mirada era la lanza que atravesaba los trajes ignífugos de todos los corazones.

Y buscando para ti la palabra más suave del mundo, me fijé en tus brazos. Tus brazos, intentando abarcar en simetría los horizontes perdidos, eran lanzaderas de abrazos que mi mente guardaba para dármelos en sueños.

- Todos los hombres que prometen la luna a una mujer, terminan lastimando su corazón. Me atrevería a decirte que son enamorados irresponsables, que juegan con las palabras sin calcular su efecto letal –me dijiste articulando tus brazos.

- Pero la palabra es una poderosa herramienta al servicio del amor, lo coloca, sitúa ese sentimiento en el alma de la persona amada – contesté observando ya el anverso de tus manos.

Giraste ligeramente tu cuello y, con una inclinación medida, diría que precisa, dibujaste una tímida sonrisa viva e instantánea, idéntica a un relámpago nuclear en una noche negra de tormenta. Abriste tus ojos y me miraste con una fuerza que me regaló el momento más verdadero y más bello que nunca antes había percibido la mirada del amor.

-         ¡Bah, es fácil componer metáforas! Eso está al alcance de cualquier espíritu pobre, de cualquier loco que quiera jugar con el corazón sensible de una mujer –aseguraste mientras entrelazabas los dedos de tus manos con una dinámica femenina única.

Mi mirada, deslizándose por tu frente lisa y bella, posaba sobre tus labios recién cerrados. Tus labios, cáliz de flores hermosas, nenúfares flotantes, portadores de mensajes deseados… tus labios rojos, terminales, solitarios, fruto globoso, capsular, locura acorazonada, puerta del pétalo de tu lengua.

Y regresé a tu frente: extensa, lineal, serena; perfectamente delimitada, con una frontera rigurosamente exacta e irregular en su trazado. A cierta distancia, sin llegar a acariciar, toqué su superficie. Mi mano y tu frente, unión de dos masas gaseosas de distinta temperatura, coalición de dos fuerzas ocultas y diferentes que tratan de direccionar en un sentido común. Me ligué a tu frente con mis labios, cielo o gloria, afecto que la convirtió en mi tierra natal, en mi patria, en mi bandera. Tu frente pertenece a un mañana que jamás llega, es perenne, no tiene intermisión.

-  Combates la palabra, despliego mis silencios para ti. En tus respuestas, con paciencia inquebrantable, veré si los vas interpretando a nuestro favor –aseguré alojando suavemente mi mirada en tu rostro.

Tu nariz como eje imaginario que divide en una perfecta simetría a tu cara y deja a cada lado dos manzanas prohibidas, idénticas a las del pecado original.

- Tranquilo listillo, conozco los dos poderes de la palabra. Y con ese conocimiento me protejo –aseveraste en el preciso instante que junté mi cara con la tuya.

Roce de mejilla, fricción ardiente de pómulos con deseo, aromas que buscan su sabor en los besos pomulados. Tu caricia en la tierra es como si fuera un excedente de lo divino, algo que ha sobrado a todos los Dioses de todos los cielos. Tu caricia es algo parecido a sentir el tacto de lo inexistente. Tu caricia no es terrenal, está más allá… y sé que la sentiré en mi muerte, de manera ya eterna. Gracias anticipadas por tus caricias, amor.

- ¿Dos poderes? Pensé que la palabra tenía más poderes, ¿me puedes contar eso mujer sabia? –interrogué, afirmé e interrogué.

Tu semblante, esta vez, delataba una mujer de totales, porque los totales son los que no dejan indiferente al ser humano. Por eso, tu expresión momentánea me dejaba claro que no creías en los términos medios.

Balanceabas tu cuerpo en una especie de indecisión, o en la certeza de la duda, o en la indeterminación de tu seguridad.

-  Las palabras pueden ser reparadoras, revitalizantes y curativas, cuando se emiten con honestidad y se utiliza un lenguaje blanqueador. Sin embargo –continuaste- las palabras también pueden ser destructivas, arrasadoras y letales, sin son lanzadas bajo los códigos de la indignidad y arrojadas desde el abismo de lo inhumano.

Terminaba de suspirar con tus últimas palabras en tanto tú te recostabas en el asiento y ponías tus manos en aspa sobre tu pecho. Observé en silencio y en secreto aquellas manos progresivas, tendentes al optimismo. Eran manos de mujer que reza a escondidas. Manos que hacía tiempo habían dejado de escribir cartas de amor; manos que abanicaban sueños; manos blancas; manos de mujer; manos que un día se asomaron a las ventanas de sus cárceles y me llamaron…

- No digo nada más, porque nada puedo ya perfeccionar –aseguré vivamente poseído y dominado por alguna pasión que, probablemente, fueras tú.

Concluida la conversación busqué mi remate aterrizando con mi mirada en tu cuello. Tu cuello, deslizadero del jardín de las delicias. De proporción geométrica, tubular, boga y barniza un lienzo perfecto. Lindo cuello de niña bonita. Es un cuello que se circunvala a sí mismo.

No miro más, cierro mis ojos… me enroco.


Mal, muy mal, eh, has cometido un pecado, porque me has pellizcado el alma sin usar anestesia.

jueves, 31 de julio de 2014

LO SÉ

Quererte me hace vulnerable. Lo sé. Sin embargo, la grandeza de hacerlo es tan inmensa que no quiero forzar con la palanca de la razón mi salida de ese Edén. 

 La fuerza de los hechos es muy tozuda. Lo sé. Tambaleo, me cuesta mantener el equilibrio, pero me afano a él como un faquir que no solo necesita encontrar sentido a su vida, sino también preservarla.

 Tienes una verdad interior tan inmensa que no cabe en ti. Lo sé. Tu verdad interior es tan grande que traspasa tus fronteras, tu piel; sale de ti porque no cabe en ti, te atraviesa, te salta y te supera. Y decide invadirme a mí y clavar en mi corazón su bandera triunfadora. Me hace mejor, incluso más eficaz. Y se convierte también en mi verdad. ¡¡Tú como doctrina social de la verdad!! Tu hermosa y malva realidad interior.


Te das misterio y haces una extensión de tu preciosa cara, para duplicar la belleza. Lo sé. Aplico pautas algebraicas a la geometría algorítmica para resolver por medio del cálculo todos los misterios de esa extensión. Te decodifico, te exploro, estudio tu enorme complejidad interior y te aprendo, a pesar de la cantidad de metros de besos que tiene la meseta de tu cuerpo. Me atrapas, eres tela de araña con nudos irrompibles: o seguir trepando hacia tu infinito o morir colgado. Tu realidad te favorece, te ayuda y te hace aún más invencible. Lo celebro, porque te quiero. Tú eres tuya, de nadie más. Yo sólo quiero amarte, nunca poseerte. 

 Las nubes se tornan en caras sonrientes a tu paso, quieren que siempre camines feliz, que pises la calle del silencio, porque el silencio sólo puede ser pisado por tus pies delicados. Lo sé. Unas voces que sólo emite tu alma recuerdan al mundo, a la vez que a ti, que la vida, al fin y al cabo, son cuatro canciones y siete recuerdos. Mi canción principal eres tú: bella, melódica, con notas circulares, de movimiento plano e indefinidamente extendido en un solo sentido: tu preciosa cara. Las otras tres canciones quedarán recluidas en secreto en alguna mazmorra de mi mundo difuso. Mis siete recuerdos me los guardo, jamás los desvelaré: morirán conmigo y me acompañarán en la nada. Los quiero solo para mí porque son muy importantes, los valoro mucho y me resultan de gran ayuda.


 He lanzado millones de besos al aire por si aparecían tus labios, pero muchos de ellos cayeron al abismo. Lo sé. Son los besos perdidos, abono de los desenamorados. Miras hacia el cielo y un relámpago fulgurante recorre el firmamento, es seguido del estampido del trueno de tu ausencia. Son los dioses que quieren decirte que no te sientas nunca colmada de besos de amor, de palabras de sentido afecto, de admiración humilde… de mí. ¡¡Ay, los dioses, a veces son tan verdaderos!! Los labios que no reciben besos pierden la magia y quedan caducos, se transforman en nubes negras: vapores acuosos y oscuros, es decir, NADA. Los labios que no reciben besos se secan, quedan marchitos para siempre.


Tú, mujer fractal, eres fruto de la fuerza de la vida, de sus impulsos naturales, de su dinámica única. Lo sé. Quien te quiera de verdad no solo deberá dejarte ser lo que eres, sino que tendrá que potenciarlo y adorarlo. Tú no puedes ser de ningún modo particular, porque eres un total, resultado de una suma de complejas operaciones que han configurado tu vida, tu testimonio fiel como mujer. Tú eres la parte tangible de tu realidad íntima… la otra parte que se la quede quien la descubra o que la done al mundo y lo haga más apetecible. 


Tú, eres tú. Sí, tú, un complejo y delicioso laberinto. Lo sé.

jueves, 26 de junio de 2014

TUS LIBERTADES


Aunque soy consciente de que mi opinión cabe en un sobre, me voy a permitir explayarme acerca de cómo son tus libertades.

Tus libertades son de verticales ascendentes, de aires sin espinas que acogen tu extendida e inmóvil presencia, tu silenciosa mirada, tu latente mensaje de telas de afecto, tus grises hermosuras...
 
 
Tus libertades son como los bailes de una cobra real: precisas, elegantes, de poderoso veneno... letales. Son libertades globosas, solitarias, terminales, intensas, agradables… son pues eso, libertades.

Tus libertades tienen sus extremos en el cielo, no en tierra firme, para que vueles alto, muy alto; para que te balancees en tu propio infinito, con movimientos pendulares monocordes que salen de ti y vuelve a ti; para que juegues con corrientes de aire que conspiren a favor y te lleven hasta allá donde jamás nadie llegó; para que toques los picos de las estrellas y desveles sus secretos; para que todos los astros se rindan a tu luz.
 
 
Tus libertades se componen de vuelos insubordinados, atrevidos, desenfrenados; son vuelos al través, inclinados, marcando perpendiculares ante Dios... vuelos con sensaciones gratificantes de identidad, con visiones del mundo que convienen a tu insumisión. Son vuelos que asumen una ideología y te inscriben a movimientos que articulan y legitiman tu franqueza.

Tus libertades son aires atmosféricos que te llevan como nube móvil: suave, sin destino, anarquizando los azules que cobijan a la humanidad; son agitaciones variables de ánimos que explosionan y multiplican tu persona por trillones; son reflejos acristalados de luna llena en los lomos de los inmensos mares, dando vida, llevando una luz de esperanza allá donde hay oscuridad. Tus libertades son así, son también mucho más, nada menos.
 
 
Tus libertades son como la rosa náutica, rosa de los vientos, esfera de luna que duerme en el estanque del amor, círculo que engloba los treinta y dos rumbos en los que se divide la vuelta del horizonte. Y es que, tus libertades, se hacen eternas en cada fracción de tiempo, se renuevan y vuelve a aspirar, porque tus libertades son apasionadas, incombustibles, extensas e imprecisas ante la vista de quien trate de amarte mal.

Tus libertades son una síntesis de sensaciones, simultáneas e ilocalizables, vaporosas, de ritmos desiguales, tendentes al optimismo, con un punto de locura que nace de la cordura; tus libertades son rayos de sol sobre tu piel, blancos e intangibles, que te hacen luminiscente ante los oscuros de los adversos. Tus libertades son tal cual, como tú las sientes, pero como nadie las ve... excepto yo.

Y es que tus libertades son un conjunto de creencias extrañas contrarias a la razón, que huyen de supersticiones y potencian tu ser alado. Te empujan hacia lejanías altas, difusas, imposibles de encontrar, pero por eso, porque tus libertades son ilimitadas, no conocen techo. Claro, tus libertades son inmanentes a tu esencia como Ser, por eso llegan antes que tú y se van después de ti, son inabarcables.
 
 
Al fin y al cabo, tus libertades, mito o realidad, son eso, son ritmos naturales de tu cuerpo que se adaptan al ritmo natural de la vida.

Suéltate el pelo y sé hada, no dejes nunca de brillar con luz propia, sé eternamente estrella errante...

Anda préstame tus ojos, déjame tu mirada de capas temporales, que yo también quiero tener una visión del mundo como la tuya.

Tus libertades son eso... y algo más.

 

viernes, 30 de mayo de 2014

UN BELLO INSTANTE

Lenta, tardía, helada, casual, suave, como copo de nieve, caíste con vuelo irregular en la estepa de mi corazón.

Posaste alada, bella, ajena, imprecisa, analítica, algorítmica, espacial, hermética, como una curva continua que no posee tangentes.

Me invadiste con sosiego, con metralla de tristeza, con ojos atlánticos de telón de acero, con calma, con quietud, con serenidad, con labios que perennemente intentaban iniciar una sonrisa. Me invadiste con tus armas poderosas, activas, impremeditadas... y seguiste un proceso iterativo. Tu mirada continua, fue como un tirafondo fijado en el centro de mi pecho y se me apretó tanto, que el resto de mi cuerpo quedó agrietado.

Me habitaste con destreza, con chorros de alegría, con corrientes cálidas y afrutadas, con ritmos naturales, con el poder moviente de la atracción, con el delirio paranoide del deseo infinito... Me habitaste cóncava, elástica, profundamente libre, dulce, eterna. Y de nuevo tu inmaculado cielo negro alunizó en el inmenso halo blanco de mi corazón.

Entre la espesa oscuridad de la noche, las nubes negras, tomaban forma de gigantes que se abalanzaban sobre nosotros y nos gritaban como posesos. Y una estrella fugaz pasó oblicuamente tratando de no ser vista y marcando con su luz el tiempo preciso de la duración de nuestra historia común.

 


 
Pronta, libre, dulce, veloz, dura, como grano grueso de granizo, alzaste un vuelo indeseado buscando mundos previsibles y dejando tras de ti bellos recuerdos que permanecerían inmarcesibles en tu vida.

Marchaste efímera, meteórica, parabólica, circular, equidistante, inversa, poética, lírica, como línea paralela zafándose de las garras de cualquier perpendicular.

Te ausentaste con bondad, con ternura interior, pero con espíritu contradictorio. Te fuíste oscura, confusa, superada por ti misma, pero sin negarte... te fuiste transpersonal. Y tus palabras burbujeaban en mi pecho bailando nerviosas como la aguja de una brújula que no encuentra su Norte. Te fuiste con dolor esencia, permitiéndote ser, paralizando lo moral, enmarañando tu cabello...

Partiste con premura, con un esférico modo de ser, pensar y sentir; como madeja de seda, caminaste por calles infinitas, desliándote de ti misma, bailando al aire, moviéndote acompasadamente con millones de hilos, destejiendo los afectos, rompiendo moldes... tumbando dioses. Partiste tarda, mostrando de espaldas tu perfecta simetría, caminando con movimiento combado, mirándome a distancia con sonrisa romboédrica... despojándote de toda mi realidad.

Entre la densa niebla del amanecer, el crepúsculo lento cubría tu cuerpo dejándolo bellamente perlado. La distancia atenuaba mi capacidad visual y las distintas capas gaseosas, eran una sucesión de cortinas de tela de punto elástico que te iban encajando en tu mundo único para siempre...


 
 

miércoles, 30 de abril de 2014

Y TAMBIÉN SILBABA


Diría que más que movimientos extraños, eran estratégicos. Encontró su acomodo definitivo (al menos eso parecía) en el escaño inferior al que yo estaba. Abrió su libro. Miró al horizonte y sus ojos tomaron el color del mar, aderezados por esa luz especial que el Astro Rey crea en Sitges.

Ojizarco, clavó su mirada en mí. No me incomodó, porque yo no soy dueño de los actos de los demás, pero sí de mi actitud. Recibí esa mirada, pero la decliné, no dejé que posara en mi interior.

Su cara, de pómulos salientes y mejillas entrantes, casi hundidas y sus ojos azul plomizo, casi grises, denunciaban un alma apasionada. Si bien es cierto, que algunos de sus movimientos le conferían un aire estúpido y torpe, casi lerdo.

Cerró su libro y lo ubicó de tal manera que hizo posible que yo viera su portada. Estoy absolutamente convencido de que fue una acción premeditada y medida. Y fue en ese momento cuando descubrí que su pretensión no residía en descansar, ni leer, ni mirar horizontes lejanos e imposibles, sino que su deseo se sentaba a sus espaldas. Pero yo no flaqueé. El libro se titulaba “Manual ilustrado de terapia sexual”, de la gran sexóloga Hellen Kaplan. Sinceramente, ante lo visto, pensé que este chico debía tener una filosofía de vida pueril, incluso ridícula.

Un rayo de sol chocó contra los cristales del ventanal de un club náutico y su rebote dejó al mundo aún más ciego.

A mi espalda, el entrante de una colina, conformaba un acantilado de falda rocosa y pies de arena fina. Abajo, junto al rugido del mar, gente desemejante realizaba acciones desiguales. Permanecían tan abstraídos y tan ajenos a la vida que diría que todos se sentían en la playa del olvido, aunque debo reconocer que en mi mente se había dibujado la playa del recuerdo. Me distraigo. Bogo y barnizo mi cofre de pensamientos, para tenerlo guapeado, por si un día decido que vean la luz.

El chico se mostró inquieto, tal vez porque consideraba que yo flirteaba demasiado conmigo mismo.

Un viejo marinero cruzó la calle principal, llevaba tatuado en su brazo derecho un ancla cuyas puntas señalaban la latitud del lugar donde conoció a su primer amor. Pero esto nadie lo sabía, claro. Su mujer lo tomó de la mano y le sonrió, pero el áspero lobo de mar no pudo permitirse responder a un estímulo tan tierno. Riguroso, sin concesiones, clavó su mirada en un punto indeterminado de la jungla de cemento.

Ante mi desatención selectiva, el chico decidió realizar un movimiento más preciso, más vertical. Hizo un giro de medio cuerpo y con una mirada intermitente se dirigió a mí:

-    Mira, por favor, no quiero molestarte, pero, ¿me podrías decir qué significa la bandera esa que cuelga de algunos balcones? Me llama la atención y me pica la curiosidad.

-    No. Yo de trapos no entiendo, cuando visito lugares focalizo mi interés en las relaciones humanas, en los afectos, en los recuerdos, en los lazos invisibles que creo y trenzo para que se hagan irrompibles. Soy ciudadano de la tierra.

-    Me parece una filosofía interesante.

-    No es una filosofía, es una forma práctica de vida que comporta utilidad y provecho.

Cuando percibió mi receptividad, su ánimo remontó exponencialmente, porque no olvidemos cuál era su cometido. Vamos, al menos, yo no lo olvidaba en ningún momento.

-      ¿Te puedo hacer otra pregunta? –interrogó.

-      No –contesté.

-      ¿Por qué? ¿Te molesto? –insistió.

-      O sea, te acabo de denegar el permiso para hacerme otra pregunta y vuelves a la carga con otras dos. ¿Qué pretendes? – le reproché con asertividad, pero sin mostrar enfado.

Me levanté y mientras iniciaba mi camino escuché una vaga disculpa.

En mi trayecto de vuelta pensé y repensé en la habitual práctica de los erróneos procedimientos de aproximación que los seres humanos utilizamos entre nosotros, sobre todo cuando la pretensión es de orden superior a la mera interacción amistosa y puntual.

El amor no se oferta.

El amor se busca cuando previamente alguien de manera mágica te ha creado la necesidad.

Por cierto, dicho sea de paso, este caso estaba invalidado de principio a fin, ya que yo soy heterosexual.

A veces, es maravilloso canalizar intenciones sinuosas de quienes nos rodean, fundamentalmente para ayudar a mostrar a ciertas personas que las formas retorcidas de operar son, además de horteras, enormemente improductivas.