viernes, 26 de enero de 2007

OCHO PALABRAS

Quiero resaltar aquí la importancia del encuentro, de esa situación que nos lleva a una primera impresión, que es el hecho fundamental para un siguiente encuentro, el camino desenfrenado del brote de la hiedra aferrándose a una realidad plana, incierta, pero de medida ya determinada. Hoy bendigo el encuentro templado de nuestras dispares realidades, el espacio físico exacto donde se produjo, mi decisión en la atracción, tu fantasía en la ideación de un dibujo de una situación de vida, la abstracción del tiempo culpabilizándose de permitir lo prohibido, maldiciéndose a raíz de ahí de no transcurrir mucho más despacio.

Una mirada suspensa en el aire escurre por el sumidero de un sonrisa tímida, y una apariencia misteriosa es la que concede el permiso expreso de mirarte. Busco tu cuerpo fascinante con la lentitud del crepúsculo, y tu rocío va congelando mi corazón en el despuntar mismo de un nuevo día, en la casualidad favorable de nuestro nuevo encuentro y en la solidaridad efímera que se establece en el éxito de mi triunfo seguro.

Intento desnudarte con una mirada en diagonal, pero aparece la fuerte resistencia de tu renovación contínua, el movimiento afinado de tu posición, tu estrategia idealista en la confrontación del amor, y todo un contingente de elementos que oscurecen mis luminiscencias de ilusiones y me deja una esperanza incierta de si lograré algún día de esta vida ser tu amado. Claro, si es que realmente mi actitud, me mueve a ello. Porque es muy hermoso sentirse querido, correspondido, pero qué bonito es también dar amor, querer infinitamente a alguien, entregarse completamente sin ninguna condición, incluso, no siendo compensado. Siempre te quedará el vacío que alguien nunca llenó, pero jamás tendrás un solo reproche por no haber practicado todas las artes generosas que aprendiste en la escuela del amor. Tu actuación siempre estará exenta de toda responsabilidad ante la justicia divina.

Voluntariamente acepté desfilar por la pasarela sin retorno de tu amor, caminando con decisión por la superficie de tu afecto. Ya no tengo alternativa, no cabe la maniobra de marcha atrás. Ahora ya te extraño en todas las distancias, te busco en las ausencias y no vivo tus presencias. Siempre estaré agradecido a la vida por ofrecerme este presente tan importante, quizá el más importante, y nunca jamás me arrepentiré de amarte tanto, de darte todo mi amor, de quererte como te quiero y de que seas un eje en el cual pivota toda mi existencia. Ahora ya me apetece mirarte de frente para vivir en la esperanza de que un día uno de mis besos se detendrá en la comisura de tus labios, reposará en tu boca delicada y será un murmullo constante en tus oidos expectantes. Te convertiré en una de mis espacios habitados y te situaré bajo los dominios de mi ternura, y ya verás que cuando mires al cielo comprobarás que estamos abrazados y viendo juntos el regreso de los vencejos, viviendo cercanos la singular aventura de nuestro enorme sentimiento.

Soy perfectamente consciente de que en todas las cosas de la vida hay un antes y un después, pero yo seré para ti el príncipe encantado que paralizará nuestra relación en el durante para toda la vida. Te amaré durante el antes que existió, te amaré durante el después que no llegará y te tendré durante la infinidad de los tiempos, de aquellos creados y de los que tú y yo nos vamos a inventar cada vez que nos apetezca estar próximos... nos tendremos durante siempre, te querré durante toda mi vida, pero también durante toda mi muerte.

Cada uno elegirá si desea compartir con otros seres nuestras manifestaciones. Te quiero mucho, cada día un poco más.