jueves, 22 de enero de 2015

RECTAS SECANTES

Tú, a veces tan hermética, me dejaste una nota manuscrita en el bolsillo de mi cazadora. Una nota, como todas las notas de mi vida, escrita con bolígrafo de tinta verde, que leí horas más tarde.

Era una nota escueta, pero en ella cabían muchas vidas, presentes y pasadas. Una nota directa, sin concesiones. Una nota escrita con la misma reticencia y el mismo sentimiento que podría utilizar un reo justo antes de recibir la pena capital.

Decía…

No termino nunca de pasar la curva invisible e infinita de la infelicidad.

Tú me has enseñado que hay mundos diferentes con vidas desiguales, pero que siempre se pueden romper todos los imposibles.

Acabas de entrar en mi corazón que, como todos los corazones, es muy frágil.

Por favor, no rompas nada.



Sin embargo, a mí el que más me gusta es el dulce de tu cara. También las miles de mieles de tus ojos, cuando empalagan mi rostro. He aprendido a amarte sin tenerte y tus defectos me resultan soportables, algunos incluso se me tornan en virtudes. Tal vez a eso se le llame amor.

Amar es entrelazar diferentes elementos: tejer afectos sin competiciones, crear referencias y no pertenencias, bordar de besos y no adquirir sentimientos de posesión. Amar es dar un infinito a tu libertad, creer locamente en ti, enamorarse de tus actitudes, admirar tu expansión, sonreír con tu crecimiento personal. Amar es juntar las manos con las palmas hacia arriba y sostener todo cuanto nos une, es pedirle a las estrellas deseos que tengan que ver con tu voluntad, no con la mía.


Me gusta amarte tomándote las manos y besándote la frente, dejándote con mis labios todo el acopio de afectos que hago cuando no te veo, para que sepas por mis huellas cuánto pienso en ti. Me gusta amarte besándote el cuello, aromatizándome con tu cuerpo, reventando en mis brazos el vacío de tu ausencia; me gusta mucho amarte abarcándote, pulsando tu cuerpo y viviendo con los latidos que siento de tu corazón. Y es que me encanta amarte vibrando cuando veo tu linda carita de nata, también sintiendo vértigo cuando no la veo, cuando no puedo acariciarla con mis manos y cuando le cuento a las brujas de la soledad que es la cara más bella que jamás he visto.

Y tocarte escuchando canciones, para que luego formen parte de mi historia personal. Canciones que tú me descubres y me cuentas en secreto, como si nadie más en el mundo tuviera derecho a escucharlas, como si estuvieran hechas para nosotros, para solidificar nuestro amor, nuestra historia común. Y tocar tu cadera por la espalda mientras hundo mi nariz en tu pelo, absorber tu aroma, tomar tu esencia para hacerme grande, sentir tu contoneo, marcar los límites de tu cuerpo con mi piel y ceñirlo como territorio exclusivo. Ser envuelto con la dulzura de tu mirada y entender eternamente su extrema libertad. 


Quedo sometido a poderes mágicos con todos los homenajes que me rindes, homenajes desnudos, verdaderos, cotidianos, reales como tú, porque homenaje es ver tu sonrisa iniciándose; homenaje es observar tu gesto sencillo pero bello; homenaje eres tú abriendo la puerta y apareciendo frente a mí; homenaje eres tú sentándote en la cama, quitándote la ropa; homenaje son tus manos presionando mis mofletes, palpando mi corazón; homenaje es tu nariz oliendo mis comidas, tus oídos escuchando mis palabras, mis suspiros que se ahogan todos en tu lago interior. Homenaje eres TÚ.

Tu pelo, cayendo en cascada por uno de tus lados, posa suave sobre tu hombro izquierdo, dejando tu carita de media luna asomando como pétalo de una anémona de los bosques. 


Decía Benedetti que en el silencio caben todos los ruidos. Y es verdad, porque en tus silencios, además de todos los ruidos, caben todos los demás silencios, así como en tu inmovilidad también caben todas las acciones.

De tu amor solo le hablas a las estrellas, a dos o tres nada más de las que cada noche van a tu ventana a hacerte compañía. Le cuentas, con tu loca cordura, que a tu enamoramiento le gusta desertizarse, porque tienes la certeza de que la magia del amor siempre se termina perdiendo.

Pero algunas tardes de domingo, cuando se me clava la ciudad y me invaden las legiones de la melancolía, cuando tu ausencia se me torna en una tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, es cuando tus seguridades y tus adhesiones mentales se difuminan en cielos confusos, temerosos, sin luz, sin vista, sin conocimiento... Y emerge mi lucidez para pensar que en el amor no hay ni miedos ni certezas, hay voluntades firmes que nacen de corazones que bailan y vibran aturdidos, como la aguja de una brújula copa de histeria su esfera cuando no encuentra destino.


Una brisa fresca choca blanda contra mi cara y me devuelve a la vida, pero estoy tan adentro de mí que me cuesta regresar.

Este soliloquio ha llegado a su fin.

Recobro mi parte en la sociedad humana, me proyecto, encuentro mi equilibrio y recalculo alguno de mis deseos.

Al destino no se le violenta ni se le agrede, en todo caso solo se le espera.

Recoloco mis pensamientos. Pienso en ti. Sonrío.

La catarsis ha terminado.

Camino.