domingo, 29 de diciembre de 2013

GRACIAS


Todos tenemos algunos deseos que, además de mantenerlos ocultos al mundo, los consideramos incumplibles. Nuestra anticipación hace que los situemos en el plano de lo imposible, en lugar de colocarlos en el contexto de la utopía. La utopía se cocina lenta, pero si la hacemos creíble, se cumple. El plano de lo imposible derrumba la esperanza y amputa la facultad para ser, para hacer o para existir.

A veces, estos deseos, campan alegres por las anchas avenidas de nuestro pensamiento, pisando con firmeza las aceras de la ilusión, hasta que se detienen en el rojo de una violenta barrera en forma de recuerdo o de la magia negra de las condiciones imposibles.

Pero seguimos caminando porque el instinto de supervivencia tiene una fuerza invisible, pero inmensa. Y marcamos un nuevo horizonte sobre una fina cuerda, convirtiéndonos en el faquir que reequilibra su vida intentando no caer al vacío, iluminándonos el camino con el rebote de los reflejos que el sol regala a la quietud de las aguas de los lagos muertos. Nuestros pasos se hacen plúmbeos, se paran, incluso llegan a retroceder, hasta que un soplo de aire fresco lanzado por un suspiro de vida nos pega otro empujón hacia adelante que, en un principio, casi nos hace caer, pero que vuelve a permitirnos caminar rectos y con energía.

Y de nuevo nos vemos sacudidos por los deseos ocultos ubicados en el cumplimiento del nunca jamás. Y así lo sentimos, aunque con el conflicto interno permanente de la chispa de la esperanza, perpetrando la extraña idea en nuestro cerebro del imposible de que se puede estar medio embarazada. Y con ello la cuerda elástica de la vida te suelta rienda o sofrena, dependiendo de qué color mires ese día.

De mi parte, tras cumplir cuarenta y cuatro años, a tiempo pasado, quiero desvelar cuál era mi deseo imposible para mi último cumpleaños, así lo comparto con todas las personas que amablemente siempre me leen, o me siguen, incluso algunos/as me quieren. Y, por supuesto, haciéndolo público renuncio para siempre a él, quedando mi mente vacía de deseos, al menos, hasta que el nuevo año vaya originando en mí algunos nuevos: unos confesables y otros, los imposibles, irrevelables.

Deseo:

28 de diciembre de 2013.

Sumido en la profundidad del silencio de mi cama, abro mis ojos. Miro a la ventana y adapto mis retinas a la luz, una luz que va tomando fuerza de manera lenta y laboriosa.

Dejo el abrigo y la incertidumbre de la noche.

Nazco y me abro a la vida, tengo mucha gente a quien querer.

Sigo hundido en un silencio que pronto dejo de entender, no sé cómo es posible que no escuche el sonido inarmónico de la vida, el ruido extraño de las tentaciones prohibidas…

El día inicia una sonrisa, ensancha su simpatía.

Una hora en punto de un punto de mi vida. Sigue el silencio. Me miro al espejo… estoy. Un rayo de sol se cuela por un lugar invisible del espacio cósmico, trata de herirme. Son las lanzas del infierno, me cuenta mi imaginación con una voz de ultratumba.

De repente, todas las campanas de la ciudad han dejado de sonar. Pican y repican, pero su tañido es mudo. Las horas en punto pierden su valor, el punto de mi vida lo recobra.
 
Salgo.
 
Las personas gesticulan y hablan, pero no emiten sonidos. Los motores de los coches no rugen. Es como si el mundo se hubiera convertido en un cómplice silente de un Dios que nunca veo.

Que hable el mundo y calle el hombre, calle el hombre y vuélvase a callar…”, retumba en mi cerebro la voz de Manolo García cantando “Cuando el mar te tenga”. Sin embargo, camino sorprendido y pienso que lo que realmente debe hablar es el silencio. O mi deseo inconfesable, que me quema dentro.

Mi deseo anula a mi imaginación y la devasta.

Me sitúo frente al ordenador, quiero mirar si alguien se acordó de mí en este día y, por supuesto, agradecerle personalmente su detalle, su gesto de afecto. Nada, no tengo ninguna felicitación, tan solo hay un archivo de sonido, parece una canción.
 
Lo abro.
 
Comienza a sonar la canción de Joao Afonso “Fala do indio”, que alguien me dedica especialmente por mi cumpleaños. Es una composición poética que va directamente al corazón, con una melodía de voz e instrumento que crea unos estados emocionales casi mágicos.

Termina la canción y, mientras retorna a mí el silencio, el sonido vuelve al mundo.

Una preciosa canción que me han dedicado doscientas setenta y seis personas con nombre y apellidos y un rostro específico.

Abro de nuevo los ojos.

Dejo de soñar.

No tendré vida suficiente para agradecer tanto.

Amo.