domingo, 24 de abril de 2011

EL SONIDO DE TUS SILENCIOS

El timbre de tu voz estaba afectado por recuerdos, también por proyectos de futuro que no se materializaban. Tus palabras salían arañadas por el silencio y quedaban matizadas por la melancolía que te cercaba.



Mientras me mirabas, tu alma estaba siendo atravesada por la melodía del aria Nessun Dorma, del acto final de la ópera Turandot, de Puccini. El sonido venía de lejos, pero golpeaba de lleno. Las notas eran finas y bellas, pero las heridas que te dejaban eran enormes y crueles.



Pensabas en la importancia de lo diminuto, de lo mínimo, de lo breve… Tu voz interior te repetía persistente que un ínfimo desfase podía anular para siempre la posibilidad de la perfección, la pérdida del encaje glorioso en un segundo de vida… Ese momento mágico, único e irrepetible de una mirada fugaz que marca el horizonte de dos personas.



Cuanto más callabas, más enigmas cargabas en la expresión de tus ojos. Bolitas de tristeza ocupaban partes sensibles de tu corazón. Hacías gala de los mundos que dibujabas, te llegabas a prodigar por ellos, pero a veces te despertabas de golpe y no había nadie junto a ti. Y volvías a entablar diferentes soliloquios que se convertían en una muelle irresolución. Caminos infinitos como calles empinadas e interminables de verano.



Cada vez que te miraba, yo esto lo sabía. Entre otras cosas, porque las mujeres enamoradas se pasan el tiempo imaginando conversaciones. Muchas veces, incluso, las mujeres enamoradas tienen un semblante que simboliza la aflicción provocada por su lucha interna, por batallas consigo mismas que intentan librar pero que siempre pierden… por mundos que se derrumban a sus pies y quedan pulverizados por la nada. La imaginación de una mujer enamorada encierra tanta fantasía como perversidad para sí misma.



Sin embargo, lo verdaderamente importante no era esto o aquello. Lo que realmente importaba es que, tras un camino andado, existiera el mismo número de recuerdos en tu mente que en la mía. Y que estos recuerdos tuvieran idéntico grado de honestidad. Recuerdos vestidos con las mejores galas del amor, recuerdos que bailan en la pista de una sonrisa, recuerdos que suben y bajan por el raíl de tus emociones, recuerdos de otros recuerdos que siempre recordaríamos…



La vida corría veloz, como un lince. Y te iba empujando a ti por tu espalda. En la carrera, te agarrabas a mis ropas para arrastrarme contigo, pero algunas veces, cuando más próximo me tenías, mis vestidos se rompían y volvías a dejarme atrás. En esos momentos, yo te veía tirar hacia adelante con tu cara fatigada, casi sin vida. Guardabas los trozos de ropa que me arrancabas, porque eran partes de mí que iban quedando en ti. Y dormías junto a ellas anestesiándote con efluvios de mi aroma.




Muchos sueños tuviste que, además de ser soñados, eran sonreídos.



Hay sueños que llenan y complacen sólo hasta que te despiertas…

miércoles, 6 de abril de 2011

A VECES

A veces me gustaría no ser significativo para nadie, poder tener licencia para desaparecer y no dejar huella. Que no preguntaran por mí, que no quisieran saber nada de mí. Tener la libertad absoluta de mi existencia, de mi ser. Tener el poder de dejar de ser, de no volver a ser, de no ser quien soy, de no ser un vacío para nadie. O de ser vacío de mi vacía existencia.
Otras veces me gustaría estar de otra manera a como estoy, administrar libremente mi autoridad sobre mi propio ser, estar donde no estoy, quedarme inmóvil, estar paralizado sin que nadie me vea. Que todo el mundo pasara sobre mi inexistencia, que nadie necesitara una caricia mía, que no recordaran mi sonrisa, que mi cara se hubiera borrado de la memoria de todo ser humano.


Algunas veces, sin embargo, exploto de alegría si me veo con la capacidad de crear ilusión, de dar felicidad, de transmitir optimismo y alegría, de crear y tejer afectos, de construir bases para el amor. Entonces sí quiero. Quiero que alguien pregunte por mí, quiero que alguien me desee, que necesite verme, sentirme, mirarme a los ojos y que se vuelva loca; quiero que alguien quiera cuidarme, darme mimos, que alguien llore por mí y que sufra cuando sufro. Quiero una persona que me espere impaciente cuando no estoy y que se emocione cuando llegue.
A veces también me gustaría que la marcha de mi vida pudiera cesar con carácter temporal, para ver las cosas con distancia, con ángulos abiertos... sin aristas que hieran mi corazón. Que alguien se interese por los interrogantes de mi cara, que quiera saber por qué mi mirada se torna de azul cielo a gris plomizo, que se preocupe cuando mi sonrisa no florezca y que rompa con su presencia los nudos gordianos de mi garganta.
Otras veces desearía ser acariciado por otros aires, embriagarme con otros olores, deleitarme con sabores lejanos y mirar colores más claros. Me encantaría salir del recinto inmenso de mi hermetismo, romper los silencios de mi corazón con hermosas palabras de amor, ser capaz de crear ilusión y brillo en los ojos de alguna princesa destronada, abrazar a alguien por detrás y que vea por delante un baile de hadas blancas.


Algunas veces, en cambio, me acarician aires que antes movieron algunos cabellos, me bañan aguas con olas plateadas y mensajes en botellas que me llenan de esperanza. Y de nuevo soy capaz de emocionar a alguien, de pulverizar su tristeza, de arrancar sonrisas esmaltadas que matizan la furia de la melancolía. Y entonces otra vez sí que vuelvo a querer. Quiero que alguien busque mis palabras, que necesite mis caricias, que se haga fuerte con mi apoyo, que mi voz le resulte la más bella melodía, que mi dolor sea su dolor y que llore cuando lloro. Quiero una persona que viva realidades divinas junto a mí y que sueñe fantasías inimaginables en la misma cama en donde yo la ciña con mis brazos.