martes, 31 de enero de 2012

BUSCÁNDOME

Aparece una montaña frente a mí que va creciendo a medida que la trepo con la mirada. Se estira hasta el infinito y se muestra majestuosa, como el triunfo de un vanidoso; inmensa, como un sentimiento. Y se convierte en un tapiz blanco donde yo proyecto mi insignificancia, mi pequeñez. Tan pequeña y tan insignificante devuelve mi imagen la montaña, que puedo bailar hasta reventar en la superficie plana de un palillo; que en el canto de una moneda vivo un mundo ilimitado, difícil de medir y de contar; y que en la superficie de cuanto abarcan los brazos de quien amo cabe toda mi vida y toda mi muerte, toda mi existencia: la terrenal y la etérea.


Bailo loco a mi alrededor, dándome vueltas y más vueltas hasta formar una espiral de humo que rodea todo mi ser. Y cada vez que miro la dignidad de la montaña, sin decidirlo yo, cambio de pareja de baile. Entonces no paro de bailar con la tristeza, con la alegría, con la pena, con la melancolía… estando, a veces, tentado de danzar con la destrucción. Las notas de una guitarra loca me hacen llorar, componen melodías que no mandan órdenes a mi corazón, sino que obligan a mis pies a realizar movimientos imprecisos, rápidos, alocados, divertidos, contradictorios… sin rumbo.


Destellos de sol salen tras las nubes y buscan horizontes diversos.

Mi estancia frente a la montaña me ha hecho experimentar la sensación más solitaria y humilde que te tenido en mi vida.


Me coloco en la boca de un pozo, mi mirada va haciéndose progresivamente más honda conforme la cavidad del pozo gana en profundidad, es como si la boca de tierra fuera tragándose todo cuanto miro. Y precisamente por eso, porque no encuentro fondo, desde arriba, con la mirada en vertical, me siento inmenso, elevado, alto, eminente. De golpe gano significatividad y eso me llena de orgullo, aunque sea un orgullo estúpido. No lo puedo controlar, es un sentimiento interno. Me asalta y se apodera de mí. Ni que decir tiene que el pozo me viene mejor que la montaña. En este hoyo profundo, aún estando seco, no cabe la carga de amor que un día me impuso una mujer.


Ahora me parece como si estuviera haciendo un difícil equilibrio para no caer en este pozo ciego, negro. Vuelvo a mirarlo desde arriba y tengo la sensación de ver un lugar tenebroso donde algo se pierde y desaparece sin que haya esperanza de recobrarlo, un lugar donde todo lo que cae se olvida…


Rayos de sol intentan iluminar un fondo que no existe, tratan de encontrar una vena de agua para beber y enamorarse.


Mi permanencia junto al pozo me ha hecho vivir la impresión de ser poderoso, fuerte, grande… invencible.


Tremendamente curioso: el pozo, a pesar de ser una sentina profunda que llega hasta las entrañas hondas de la tierra, me ha colocado a la misma altura que la montaña que antes me parecía enorme, inalcanzable.


¿Quién miente?

lunes, 9 de enero de 2012

CÓMO DECÍRTELO

Mis posibilidades no soy yo porque sí, sino las armas que puedo manejar con soltura. Necesito tu conquista, pero aún tú vives ajena a mi necesidad. Te quiero, quiero conseguirte, deseo meterte en mi mundo; pero tú esto no lo sabes, tú vives en otras esferas y estás sujeta a códigos diferentes a los míos.

Me doto de dos poderosas herramientas: el silencio y la mirada.

Sopeso.

Investigo las latitudes que pisas, trato de moverme en las mismas coordenadas.

El silencio comporta un riesgo aún mayor.

Las palabras, si son medidas y encajadas con precisión quirúrgica, pueden ser clarificadoras, pueden acercar, pueden clavarse en el corazón y conquistarlo, o recomponerlo… o pueden clavarse en el corazón y partirlo en mil pedazos. Las palabras rodean y aprisionan a quién las emite y están subordinadas a la interpretación de quién las recibe. Las palabras, a veces, alivian, pero otras veces también matan.

La mirada es la certeza.

Buscar un punto en el infinito dónde nuestras miradas se encuentren y decidan enlazarse. Las miradas siempre muestran intenciones, buscan abrir caminos; siempre pretenden entrar en algún lugar, aunque sean espacios prohibidos. Las miradas tienen vuelo libre, escapan de la norma. Las miradas siempre van desnudas, sólo hay que saber decodificarlas. Las miradas sirven con lealtad al amor, aunque muchas veces no consigan sus propósitos.

El silencio crea intriga, pero también genera misterios que deseamos resolver.

Las palabras tienen el don de generar más palabras, mientras que el silencio posee el don de tragárselo todo. Las palabras viajan, en algunas ocasiones, mecidas por bellas melodías de amor; en otras ocasiones, las palabras, son dardos con la punta envenenada que rompen y explotan dianas con forma de corazón.

La mirada es la esperanza.

Encontrar el lugar donde nuestras miradas dejen de ser paralelas y se conviertan en plantas trepadoras, para que nos trepemos el uno al otro, reptándonos con nuestras miradas. Tu mirada necesita ser encontrada por mi mirada, tener ese final. La mirada del amor es diferente, cambia ligeramente el color de los ojos. Mi mirada le cuenta con el silencio a la tuya que nos podemos esperar.

El silencio y la mirada.

Por favor, búscame, ven a mí, encuéntrame, envuélveme con el abrigo sedoso de tu silencio, acaríciame con el tacto plúmeo de tu mirada.

El silencio y la mirada.

Por favor, espérame, deja que te mire, que te cuente con mi silencio lo que siento, que clave mi mirada en tu preciosa cara, que meta mis silencios en lo más profundo de tu corazón.

Te quiero.