domingo, 21 de noviembre de 2010

UN TIPO DURO

Les voy a hablar aquí de un tipo duro, pero duro de los de verdad. Se trataba de un hombre que tenía un gesto adusto, seco, severo; una mirada metalizada y casi cortante, amenazadora. De modales notablemente primarios, carente de urbanidad y cortesía. Ya digo, era un tipo tremendamente duro.

Su comportamiento social, cual corresponde a un tipo muy duro, rozaba la agresividad. Proyectaba una chulería fuera de lo común, unas actitudes hostiles contra el mundo y sólo regalaba miradas que perdonaban la vida a todos cuantos lo rodeaban. Era, realmente, un tipo extremadamente duro.

No sentía o, cuando menos, sus sentimientos eran de todo menos nobles. Tal vez su estado afectivo era avivado únicamente cuando lo alimentaban las montañas de odio que llevaba dentro. Francamente, no he visto tipo más duro.

Resulta que un buen día, el tipo duro se sentó a descansar en un banco de la plaza mayor de su pueblo, debajo de un árbol que había junto al ayuntamiento. Y una bella joven se acercó y tomó asiento junto al tipo duro. Lo miró indisimuladamente y cuando topó con sus ojos de forja sonrió. En ese momento se produjo un milagro: había nacido una preciosa flor en un bloque de granito. La buena nueva corrió como la pólvora por todos los rincones del municipio, pero él siguió advirtiendo que quizá fuera el tipo más duro del lugar. A mí desde luego no me duelen prendas en reconocerlo, era el tipo más duro que jamás había visto.

El tipo duro regresó a casa un poco desconcertado porque sentía que sus muros de encofrado se venían a goma, y eso un tipo tan duro no se lo podía permitir. Pero antes de llegar a su hogar, visitó un prado hermoso de hierba verde fresca y preciosas margaritas que miraban al sol. El agua del arroyo, cuando barruntó la presencia del tipo duro, se congeló. Sin embargo, esa tarde no estaba el tipo duro para asustar a nada ni a nadie. El tipo duro buscó unos arbustos que había junto a un corro de encinas a escasos metros del arroyo, necesitaba ocultarse para que nadie lo viera.

Cuando estaba a salvo de cualquier mirada indiscreta, el tipo duro, metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una margarita que, previamente, había cogido con gran disimulo del prado. Y ni corto ni perezoso se puso a deshojarla para saber si esa chica lo querría. En ello estaba cuando de pronto alguien se acercó a su cobijo y le preguntó que qué hacía allí. Salió su vena auténtica, la de tipo duro, y le dijo que nada, que sólo estaba meando. Y que ya se iba a casa, que lo dejara en paz.

Para que su dureza no mermara un ápice, el tipo duro se había tragado la margarita antes de que lo viera el inoportuno visitante. Y resulta que cada pétalo había ido a parar a un órgano diferente de su cuerpo. Y el tipo duro quedó interiormente enmoquetado de hojas de un blanco bello de margarita, que le produjeron un trastorno del comportamiento y una grave alteración del carácter.

Su enfermedad fue estudiada por afamados expertos, por ilustres médicos de todas las especialidades y por egregios científicos de la genética, pero nadie acertó a descubrir la razón de que al tipo duro le gustara tanto dar besitos, regalar caricias, ofrecer sonrisas, entregar afectos y donar abrazos.

Dicho esto, no lo olvidéis por favor, que del que os he hablado era un tipo pero duro, duro de verdad, eh!!

sábado, 6 de noviembre de 2010

UNA VIEJA ESTACIÓN

La vieja estación permanece aún dormida. Espera la llegada de un cielo azul bahía. En su interior, un hombre silencioso teme el despuntar del día, mientras observa a través de la ventana cómo el viento de poniente lleva y trae caprichosamente todo lo que se encuentra al otro lado de los cristales. Es un vaivén acompasado parecido al que la melancolía y la tristeza producen en su interior. Los últimos residuos de la noche luchan a brazo partido con los primeros retazos del día. Se impone la tozudez de la claridad.

Una mujer bellísima permanece en el andén de espaldas a la terminal. Está ataviada con un vestido blanco impoluto, como la inocencia. En el pelo lleva una rosa de rojo pasión. Y en su alma, varios remiendos hechos por algunos desgarros de amor. Espera expectante que llegue un abrazo del hombre que ama, tal vez uno de los últimos abrazos.

Un beso mudo se posa en un moflete precioso y activa una sonrisa de ojos tristes, enamorados. Rodeo con mis brazos tu cintura y con mi pecho pegado a tu espalda te digo cuánto te quiero y te pido que no te vayas. Tu mirada se clava en la manzana de un árbol y casi la parte en dos. Te rodeas y me abrazas de nuevo, y yo aspiro con apetito fiero un atisbo del aroma de tu pelo y de tu piel. Pones cierta distancia entre los dos, me miras casi con lástima y dibujas en tu rostro una sonrisa leve, callada. Una sonrisa que es un regalo inmaterial que anida en mi corazón dañado. Es la sonrisa de una mujer enamorada.

Una vieja máquina negra saluda a su llegada con ingentes cantidades de vapor glaciar, mientras emite un silbido tan largo como el tren. Los pájaros dejan de trinar y riñen al maquinista con su aleteo alborozado. Los pasajeros toman posiciones en el andén para escoger su vagón. Y tú y yo permanecemos inertes abrazados ajenos al mundo. Es el abrazo del dolor, quizás nuestro último abrazo.

El maquinista, que es un hombre duro que no entiende de amores, da el último aviso para subir al tren. El momento es dramático, terriblemente doloroso, es una sensación horrible que me causa terror, que no puedo tolerar y me hace sentir pena y congoja. No resisto tu marcha.

- Amor, quédate. No te vayas, mi vida, te quiero como jamás volverás a ser amada. ¡Moriré de amor por ti, mi princesita linda!

Subida al primer escalón del vagón, corro paralelo al tren, las yemas de nuestros dedos siguen pegadas. El tren avanza inexorable taladrando las montañas con su estruendoso chacachá y su pitido furibundo.

Detrás queda un hombre vacío, muerto de pena, que mira con ira contenida a ese maldito tren y lo bautiza como “el expreso del olvido”.

Reposo mi aflicción en uno de los bancos de la vieja estación mientras maldigo mi suerte. Con lágrimas en mis ojos azul plomizo invoco al futuro y te lanzo en voz alta mi último mensaje:

- Amor, espero un día poder despertar del funesto sueño de tu ausencia. Mi único deseo es volver a palparte, acariciarte, abrazarte, mimarte y volver a sentir de nuevo tu olor mágico. Sólo deseo que cuando despierte de esta pesadilla te encuentres junto a mí, porque cuando estuve junto a ti fui MUY FELIZ.