jueves, 26 de abril de 2012

DIEGO "EL COJO" II

A Diego le deben los hombres de este país una idea que, a juzgar por el tiempo que lleva vigente y la satisfacción de los usuarios, es de las más brillantes y útiles de los últimos años del siglo XX. Me refiero ni más ni menos que a la moda de dejarse las uñas de los dedos meñiques de las manos largas y afiladas. Precisamente las suyas, fuertes y agudas, siempre las llevaba así, parecían un par de navajas de Albacete, la verdad.

Atendiendo a sus propias explicaciones, estas uñas tenían múltiples e importantes funciones, hasta tal punto que si probabas y te las dejabas largas, luego ya no podías prescindir de ellas, creo que incluso te sentías manco cuando una se partía hasta que volvía a crecer. Dicho sea de paso, desde luego, él les daba un uso tremendo. Diego “el cojo” utilizaba estas uñas para rascarse el conducto auditivo de sus oídos, lo hacía introduciendo la uña en dicho conducto y con movimientos circulares continuos y persistentes, al tiempo que guiñaba toda su cara. No llegó a perforarse algún tímpano realmente de puro milagro. También le venían de perlas esas uñas a Diego “el cojo” para hurgarse los orificios de la nariz, remover los mocos secos y extraerlos pegados a su uña. Y, por último, Diego aprovechaba sus prominentes uñas para rascarse el cogote, acción esta que le reportaba enorme placer. No quiero terminar el capítulo de las uñas dejando de explicar un uso peculiar de las mismas que nada tiene que ver con el plano físico. Estas uñas se constituían también como una herramienta incorporada al propio cuerpo. Quiero decir que, cuando Diego “el cojo” vendía algún radiocasete de los que traía de Ceuta, si tenía algún tornillo o cable suelto, con su uña lo recomponía en un momento sin necesidad de tirar de destornilladores. Por tanto, que no venga nadie a decirme a mí que el invento de la uña no fue capital.

Terminamos este homenaje a Diego “el cojo” recordando a sus dos grandes amores: Carmen y Eugenia. Carmen fue su mujer de toda la vida, pero el infortunio la llevó a contraer una enfermedad incurable que la llevó de su lado para siempre. El pobre Diego quedó desnortado y bastante abatido, pasando una travesía del desierto que marcó su vida de una manera importante. Sin embargo, un buen día, harto de su soledad, decidió coger su moto y enfiló dirección Ciudad Rodrigo a recorrer distintos pueblos del Oeste de la provincia de Salamanca en busca de mujer. Paraba en las tabernas de los pueblos y preguntaba si había alguna mujer interesada en “arregrarsi colmigu”. Al final recaló en un pueblo llamado Villar del Ciervo y se topó con Eugenia. La avisaron unos vecinos que, previamente, habían charlado con Diego “el cojo” en el bar. Eugenia acudió junto a Diego, le mostró su interés, le expuso sus condiciones (casa, comida, dinero…) y esperó atenta su aceptación. Diego le dijo que no había problema, pero que para él era imprescindible que ella “sabiera cociná bien y que le gustara muchu jodé”. Por tanto, los astros hicieron su trabajo y Diego regresó a Nuñomoral con nueva compañera sentimental.

Y este era el bueno de Diego “el cojo”, un personaje único de Nuñomoral, al que todos los vecinos le teníamos mucho aprecio y bastante cariño.

Vaya esta entrada por ti, Diego, estés donde estés, en Nuñomoral siempre te tenemos presente y en todos sus espacios hay recuerdos tuyos.

DIEGO "EL COJO" I

Diego “el cojo”, natural del mundo y residente en Nuñomoral.

Fue el último hojalatero de las Hurdes: candiles, vasijas, calderos… un abultado elenco de objetos y adornos que lo hacen presente y eterno en infinidad de hogares no sólo de Extremadura, sino de toda España.

De cuerpo enjuto y piel curtida, adobada, aderezada, endurecida y tostada por todos los agentes climatológicos que existen. De verbo fácil y fluido, pero tosco, sin pulimento alguno y naturalmente basto; a veces, rayano a lo grosero. Tenía un repertorio repetitivo, con una expresión verbal de velocidad notable y chiste fácil y desfasado: ¡Me cagüen la vi… llorando! Tú, cabeza pito, ¿qué haces ahí? Y tú no te rías, cabeza mortero; ¿a que no sabes en qué vuelta se echa el perro?… y una sucesión de lindezas más que, sin ser yo el responsable, sinceramente me ruboriza el simple hecho de escribirlas.

Era un personaje realmente excepcional, único, singular, peculiar donde los haya. No he visto un ser humano similar en mi vida, ni creo que exista en todo el globo terráqueo alguien que se le asemeje. Cualquier cosa que se pudiera calificar como rara, excéntrica, extravagante, infrecuente e inusual, formaba parte de él casi de manera estructural, innata; de su condición como persona, de sus naturales y personalísimas formas de expresión y proyección.

Era, evidentemente, cojo, su pie derecho estaba como partido en dos, parecía como si le hubieran pegado un hachazo en el centro del empeine pero sin llegar a seccionar de manera completa. Tenía una cojera de estas que se dice que cuando caminaba metía la oreja en un charco, con una inclinación lateral tal vez excesiva pero con cierta elegancia, sin llegar al movimiento violento, aparatoso. Digamos que, si te lo encontrabas de frente en un camino estrecho, para cruzarte con él, debías calcular el tempo de su cojera para que al pasar a su altura no te pegara un cabezazo en el hombro.

Tan pintoresco como en su vida, era en su vestimenta. Siempre utilizaba botas de lona, pantalones de tergal oscuros para no andar lavando mucho y camisas con un sinfín de cualidades plásticas: todas las flores del mundo, muñequitos de colores, motivos hawaianos, vírgenes y cristos, lazos, etc. Y sobre la camisa jamás fallaba un chaleco de los muchos que tenía y todos a cual más extravagante: de cuero negro, de ante marrón… y uno que era su preferido compuesto de trapos de todos los colores hilados finamente entre sí, era como un remiendo encadenado o un remiendo de remiendos. Toda la ropa procedía de Ceuta, era allí donde adquiría todos los relicarios descritos. Y él lo contaba dándose prestigio y autoelevando su posición social, sin complejo alguno.

Y como objetos de adorno personal, utilizaba bisutería de elaboración propia, como buen artesano. Llevaba, como elementos imprescindibles, colgados de su cuello, un par de collares que llamaban más la atención que una perla preciosa de valor incalculable. El objetivo de llamar la atención y lucirse lo conseguía con una efectividad asombrosa, al fin y al cabo para eso es un adorno, ¿no? Uno de los collares consistía en una cuerda delgada de cáñamo (de guita, como se conocía en Nuñomoral) cargada hasta los topes de alfileres metálicos de diferentes tamaños; y otro, consistía en otra cuerda del mismo material que la anterior, pero atestada de cestitas hechas de pipos de aceitunas, de las que se comía cada tarde sentado en la fuente de la puerta de su casa, en el mítico barrio de Nuñomoral denominado “El Encinar”.

viernes, 13 de abril de 2012

INVISIBLE

El recuerdo de mi historia personal me mantiene viva, a pesar de algunos patrones culturales que atacan y atentan, desde las trincheras de mi parte emocional, contra los bellos campos azules de mi razón.

Me abrazo al cuerpo etéreo de Pollyanna y mi presente se compone de gestos hermosos y sosegados. Mi mirada sabe decodificar las claves de este mundo incierto. Ahora ya sí. Mi lámpara interior se enciende, he madurado lenta y progresivamente, de manera segura y equilibrada. El paso armónico de mi tiempo arroja luz sobre mí y esto favorece a los demás. La importancia de mi función social se agranda. Y mi leyenda también.

En las aguas quietas del lago consigo una mejor visión, con las aguas calmadas es cuando puedo ver el fondo, que es lo realmente importante. En la superficie ya nadé bastante en tiempos pasados. No puedo cambiar las circunstancias, no tengo capacidad para variar la fuerza de la vida, su empuje; pero sí que puedo ser la dueña de mis actitudes frente al mundo.

Me miro al espejo, me redescubro, recompongo mi equilibrio, recalculo mi destino... y ello desplaza mi existencia de la esfera del tiempo a la ETERNIDAD.

Me gusta sentarme en campos llenos de flores para pensar en mí. Me suelto el pelo y soy nube blanca sobre fondo de cielo, de espacio, sobre tonos mandados por el quinto color del espectro solar. La sensación que me creo me lleva a la dicha, me aleja del dolor; y me siento feliz, porque son tardes en las que mi ánimo escapa de medicinas incapacitantes, de barrotes que me apresan, de grilletes que me atan, de amores escondidos que me hacen esclava...

Un toque lejano de campana me hace transitar de mi condición de mujer soñadora a mujer enamorada. Dudo, sufro, río... hiervo. Busco una plenitud que no encuentro. Otra vez: dudo, sufro, río... hiervo... Y el ciclo descrito, es como si fuera ya una tradición de mujer enamorada. Luego, presente... ¿futuro imperfecto?

Hurgo en mi ternura interior, mi melancolía me pinta de gris. Un baile de recuerdos desfilan por una pasarela sin retorno, se resbalan por el sumidero del olvido. Me pregunto si todo hay que vivirlo, o si vivir determinadas cosas merece la pena. Alcanzo la conformidad, mi vida no es un menú abierto que te deja elegir, no es un abanico de posibilidades de libre elección; más bien mi vida es una estructura férrea e impositiva. Se vive lo que se vive. Mi línea de continuidad me parece un abismo. Soy consciente de mi soledad y de mi impotencia frente a la fuerza de la naturaleza, aunque a veces esta consciencia me resulta una prisión insoportable, pero soy sabedora de que existen pócimas para volver a respirar, así me lo dice mi experiencia.

Hoy abrazo las consideraciones de la obra de María Jesús Manzanares acerca de la felicidad y de la esperanza y me siento dichosa de ser no sólo lo que hace patente los hechos de mi biografía, sino también lo que reflejan mis expectativas y mis sueños. Mi expectativa es no romper jamás el vínculo que me une a quien amo. Y mi sueño es ser amada de manera proporcional a como yo lo hago.

Ya veis, esta soy yo. Nada especial, una mujer de mi tiempo hecha de remiendos y recuerdos... Una mujer que haría cruces ante Dios, que buscaría hechizos en países mágicos y remotos y que haría brujerías para conseguir no desdibujar nunca una sonrisa... La sonrisa que sale de mis labios tomada de los tuyos...