jueves, 22 de agosto de 2013

CLIENTES POTENCIALES II


Para delatar lo surrealista, ridículo y esperpéntico que puede llegar a ser el ámbito de las ventas indiscriminadas, voy a referir un suceso que me ocurrió en fechas pasadas.

Estaba aún terminando de desperezarme en el sofá de mi casa de la cabezadita de después de comer, cuando de repente suena el teléfono. Hoy día, con la identificación de llamadas, cuando miramos la pantallita de nuestro teléfono, siempre deducimos que son números de empresas que nos van a ofertar algún producto, pero en el fondo a todos nos pasa lo mismo: pasado el momento inicial de la razón y ante un número raro o excesivamente largo descolgamos el aparato no vaya a ser una llamada que cambie nuestra vida. Bien pensado, menuda chorrada y pedazo fantasía común albergamos ¡eh! A quién se le ocurre pensar que una llamada va a suponer el vuelco de tu vida, en fin…

-       Sí, dígame –contesté adormilado.
-       Hola, buenas tardesss, ¿hablo con don Primitivo Expósito Azabal? – sonó al otro lado una voz de mujer grave pero limpia y perfectamente entendible.
-       Pues sí, soy yo, ¿me puede decir con quién hablo, por favor? –pregunté temiéndome ya lo peor.
-       Hoo laaaa don Primitivo, soy Elia Onofre, ¿cómo está usted? – continuó aplicando todas las técnicas aprendidas en sus cursos de telemarketing.

Reconozco que ante una situación de esta índole y teniendo en cuenta la previsibilidad, estuve a punto de contestarle como un/a jubilado/a:

-       Ay, pues mire, no estoy muy católico, ¿sabe? Ayer se me metió un dolor por el talón del pie izquierdo que me recorrió todo el cuerpo como un rayo y me vino a salir por la parte delantera a la altura del ombligo. Me tiene destrozado.

Pero su trabajo es ya suficientemente duro como para no mostrarles un poco de respeto y regalarles algunos minutos de escucha, aunque yo reconozco que por teléfono no me gusta comprar y nunca lo he hecho.

-       Estoy muy bien Elia, gracias. Dígame cual es el motivo de su llamada, por favor.
-       Eee sí, mire, don Primitivo, le ofrezco dormir una noche en un hotel de cuatro estrellas en Guadalajara por 25 eurosssss, ¿eh? ¿Qué le parece, don Primitivoooo? – lanzó tan ricamente.

Reconozco que en un primer momento me quedé petrificado, incluso pegué un gran chasquido con la lengua,  porque lo último que me esperaba era este tipo de oferta, que me pintaran el chollo padre por ir a dormir a Guadalajara a precio de saldo.

Piensas siempre  que la interlocutora te ofrecerá un seguro de hogar, delatándote como un imprudente temerario si no lo tienes; un contrato de tu línea telefónica con una compañía determinada, poco menos que llamándote tonto por pagar tanto, ya que el que te ofertan siempre te sale 200 euros más barato al año que el que tú tienes; en enciclopedias de estas novedosas que a día de hoy te regalan una y sales a correr; en alarmas para la casa, debido a la cantidad de peligros que acechan a nuestras viviendas si no tienes alarma; en sillones de relax de estos que te dicen que aun estando lisiado, si te sientas un rato por la noche, al día siguiente puedes hasta competir en unas olimpiadas; en jamones que te tocan en sorteos que jamás juegas,… ¡¡Pero Dios mío querido, quién iba a pensar que te fueran a ofrecer ir a dormir una noche a Guadalajara!! ¡¡Y encima por 25 euros!!

Suelo tener una óptima capacidad de reacción, pero necesité algunos segundos para salir de mi asombro y contestar:

-       Pues mire, doña Elia, ni se me había pasado por el magín ir a dormir a Guadalajara, de verdad – le dije hasta con cierta gracia.

Evidentemente ella estaba adiestrada para insistir, para reiterar machaconamente el planazo que me perdía si no tomaba el tole al día siguiente y me iba a dormir a Guadalajara. Y yo decidí, sin perder el respeto y la educación ni atentar contra ella, conducir la conversación con cierto humor para intentarle descubrir lo ridículo de una oferta de esa entidad.

-       Pero, don Primitivoooo, fíjese lo que le acabo de decirrrr, es una oferta increíble – persistió.
-       Que sí, que sí, Elia, en eso estamos de acuerdo, la oferta es increíble. De hecho te confieso que jamás se me había terciado a mí ir a dormir a Guadalajara, de verdad –aseveré.
-       Es que, don Primitivo, es una oportunidad única, de estas que no se pueden perder, por favor –atacó de nuevo.
-       Estaré entonces poseído, Elia, pero no pienso ir a dormir a Guadalajara. Entiendo según te explicas que la noche andará bien cara por allí y que por 25 euros estoy cometiendo una locura rechazando la oferta, pero es que me imagino coger yo ahora mismo mis bártulos y arrancar a Guadalajara a dormir nada más que así, que porque hay un hotel que me cobra sólo 25 euros –le solté de un golpe intuyendo ya que entraba en la fase de cese, incluso que tenía ganas de reírse.
-       No sé, don Primitivo, pero pienso que un paquete así no se puede rechazar, se lo digo con toda sinceridad –apostilló, pero ya batiéndose en retirada.

Y decidí pegarle la puntilla.

-       Agradezco tu preocupación, pero lo voy a rechazar, hay cosas que no pueden ser, Elia. Sé que esto será una mancha negra en mi historia personal, pero lo asumo – le dije ya con pleno dominio de la conversación.
-       Jajajaa… jaja... Perdón – dijo incómoda.

Y opté por ponerle un contraejemplo:

-       Mira, yo soy de un pueblo del norte de Cáceres, de Nuñomoral y la ciudad más próxima que tengo es Ciudad Rodrigo, en la provincia de Salamanca. Te digo esto, Elia, porque esta semana estuve una mañana allí y vi en un supermercado un queso puro de oveja de tres kilos por 15 euros la pieza, siempre y cuando te lo llevaras entero. ¡¡Y no lo compré, fíjate tú!! Como ves era un ofertón, pero, ¿dónde iba yo con tres kilos de queso de oveja así por las buenas? No sé si me has entendido.
-       Jajajaja…. Sí, sí… jajajaja.. – no podía ni hablar la muchacha de la risa.

A partir de ese punto a Elia le importaba un pimiento si yo aceptaba la oferta de dormir en Guadalajara por 25 euros o no,  ni siquiera me volvió a mencionar nada relacionado con dicha oferta. La chica tardó en reponerse de sus risas y me bombardeó a preguntas personales durante unos instantes, hasta que amablemente decidí yo poner fin a la conversación.

Espero que se replanteen todas estas formas de ventas y sistemas de marketing, porque pienso que todo lo que excede a lo razonable y lo normal no funciona.

Además se consigue mucho más con una sonrisa amable y dándole oxígeno a la gente, que con métodos que terminan convirtiéndose en elementos de acoso y derribo. 

martes, 20 de agosto de 2013

CLIENTES POTENCIALES I

Entiendo que, desde su invención, el teléfono ha sido una de las herramientas más poderosas para hacer negocios, esto es un hecho plenamente constatado que no admite discusión alguna.
No obstante, en los últimos tiempos, debido a los cambios que se han producido en los enfoques de estrategia comercial, el poder del teléfono como herramienta de venta, pienso que se ha visto aminorado.
Técnicas de venta excesivamente agresivas, persuasión al consumidor inadecuada, una comunicación comercial en ocasiones errónea y una oferta de producto que no cubre necesidad alguna en el consumidor, sino más bien tiene como fin un carácter estrictamente economicista, de consumo innecesario en la mayoría de los casos, han conseguido que todos los potenciales consumidores (o sea sé, todos nosotros) desarrollemos unos potentes filtros que nos hacen resistentes a la compra espontánea o compulsiva.
Sin embargo, esta autodefensa que crea el consumidor que es, además de progresiva, excesivamente lenta, es derribada una y otra vez por el robusto sistema de marketing que las sociedades capitalistas ponen al servicio del flujo económico: principios y prácticas que buscan especialmente el aumento de la demanda, es decir, del comercio, no de la satisfacción de las necesidades del consumidor. Por tanto, todos cargamos con un sinfín de productos y “canecos” absolutamente innecesarios hasta que nos hacemos fuertes y resistentes a sucumbir a ventas estúpidas, en muchas ocasiones de productos ni siquiera tangibles. ¡¡Tiene cojones la carga de leña!!
En mis escasas noches de insomnio, en alguna ocasión, he decidido encender la televisión para practicar un rato el zapeo, como medio de relajación… o como búsqueda de la nada o de lo inconcreto. En la mayoría de canales, a determinadas horas, ofertan una inmensa multiplicidad de productos de lo más variopinto. Bien, pues estos, cualquiera de ellos por ridículo que parezca a priori, si me paro un momento y presto la atención debida al anuncio, sinceramente no me explico cómo llevo cuarenta y tres años sin ellos. ¡¡TODOS ME HACEN FALTA!! A todos les veo una utilidad enorme, no sé si os ha llegado a ocurrir este curioso hecho. De ahí que en todos los hogares haya una serie de pingajos y zarrios que un día se compraron por impulso irresistible, sin calibrar su valor ni su necesidad. Y es normal esto, porque el producto en sí es descrito en un ambiente de emoción (marketing emocional) que lo presenta como algo único, exclusivo y valioso; como una pieza singular únicamente a la altura de tu dignidad. Pero claro, en esos casos, nuestra individualidad es en realidad una enorme masa de millones de personas que en ese mismo momento comparten canal de televisión: hecho esencial que conoce la maquinaria de la industria, pero no discrimina el cerebro del consumidor. Evidentemente, cualquiera de nosotros como potencial consumidor, somos inmensamente más frágiles que la poderosa y pesada maquinaria de la industria.
Bien, pues a continuación me centro y voy al grano, al motivo principal que genera la creación de esta entrada de blog.