miércoles, 20 de abril de 2016

RAZÓN ARITMÉTICA

Nada, no había forma de acción posible. Cada mirada era un fracaso que, además, predisponía a otro fracaso. Cada paso me incapacitaba más para obtener una respuesta positiva por tu parte, a pesar de la aceptación abnegada que mi corazón te profesaba. Cariño, amor, admiración... una aldea global de sentimientos que iban quedando en ruinas, devastados por tu indiferencia, porque tú sí que habías visto ya el final.

Pasaba el viento de derecha a izquierda y creaba un murmullo lejano con las hojas de los árboles, parecía como un arrullo que pretendiera dejar dormida un rato a la vida.


Miré tu perfil y vi una imagen de persona muerta, como un viejo arcoiris de bandas matizadas, casi descompuestas. Tu cara no era un poema, era un presagio, incluso un anuncio trágico.

- Tu vida siempre fue grande, clara y bella -dije tardo y vacilante, como trastocando las sílabas.

Tu voz de bajo profundo llegó a mis oídos como un dragón enfurecido, clavándoseme igual que cuando la hoja de un cuchillo parte un corazón en una reyerta.

  • Y volverá a serlo, pero sin ti -contestaste serena y segura.

El fantasma de la locura hizo sombra en mi cerebro y las garras aceradas y glaciales de la demencia abrieron mis carnes y ensombrecieron mi vida para siempre.

El sonido del viento cambió de tono y pasó de la nana al lamento y la amargura de un fado envenenado. 


Y ahora, ¿Dónde guardo tanto amor? ¿Dónde lo pongo? ¿Cómo lo coloco para que quepa en mi vacío? Sí, es cierto, puedo buscar en tus recuerdos mi metamorfosis, pero sinceramente no soy tan ingenuo. Tus recuerdos solamente me procurarán un espacio de libertad íntima, pero desgarradora. No más. Tampoco menos, pero menos es muerte. Nada.

Me aproximo a ti por tu espalda. Te huelo. Tu aroma aún tiene poder para diluir la rabia y el rencor, es como un perfume terapéutico que me hace inhalar todo lo vivido junto a ti. El poder curativo del olor, de tu olor único y genuino, el olor de mis noches de ceguera.

Giras sobre tu propio eje y me miras de frente, directamente a mis ojos apagados, romboidales. Pones la palma de tu mano derecha en mi mejilla izquierda y me miras con lástima, casi con piedad. Lo que transmite tu piel no lo puedo contar, porque mis sensaciones y mis sentimientos ya no los puedo situar en ti, no me dejas.

- Ahora será todo mejor así, debes empezar a caminar por senderos que no tengan mi huella. Todo irá bien, un día encontrarás un camino circular que te hará llegar a ti mismo... una vez te encuentres, en tu vida prenderá una luz. A partir de ese momento, espero que jamás se apague ya. Yo estaré lejos, muy lejos, pero lo sentiré en lo más hondo de mi ser. Tienes que saber que te amé profundamente, como ya nunca volveré a hacerlo.


Caigo abatido en el suelo de rodillas, doblegado por este golpe letal sacudido por el funesto mazo de la vida. La infelicidad me aturde, casi no me deja sufrir bien. Retumban en mis lágrimas los acordes y la letra de Tracy Chapman interpretando “Baby can I hold you”. El dolor es tan grande que parece como si lo pudiera tocar con mis manos. Necesito aire, pero no lo quiero. Siento que en mi pecho han colocado un tapón que obstruye el respiradero de mi vida. Sin embargo, esta horrible sensación es la única posible ahora mismo, es la que deseo. Abro mis ojos tratando de pedir un auxilio inocente, pero en la habitación ya no hay nadie. Te llamo, te espero, te grito... deliro.

Unas horas después la noche me refugia. Permanezco tumbado mirando al cielo. Salto con mi mirada de una estrella a otra, pero en todas encuentro el mismo contenido: tu cara. Una constelación lejana ha perdido una estrella, el resto trata de disimularlo brillando más. Hago trazos imaginarios con sus puntas buscando un dibujo que me alivie, pero siempre configuro tu inicial. Tal vez será mejor que lleve mi vigilia a un lugar cerrado y oscuro. 

 
Ahora el viento sopla leve, perpendicularmente al rumbo que navegan mis pensamientos, pero esta vez no emite ninguna tonada, simplemente llega y sin lograr alcanzarme se queda dormido... tal vez como mi locura y yo.

Abrir mis ojos no me aporta nada nuevo, sino que me devuelve a mi triste agonía. Desde la cama observo una nota de papel pegada con un trozo de adhesivo transparente al espejo de la habitación. Me levanto a por ella y veo mi nombre en el anverso y, en idéntica posición pero en el reverso, el tuyo. Es una nota con tus últimas palabras:

El amor no da derecho a todo.
No supiste quererme cuando a mí no me importaba besar el suelo que pisabas, pero tengo que decirte que siempre vi en ti una bondad infinita, aún desde mi triste y desgraciado sufrimiento.
No dejes que en tu alma brote el odio ni la desolación, eso te mantendría muerto, solamente aprende a amar.
Es hora de terminar, por favor, muéstrale a tus fantasmas todas tus heridas y préstales tu esqueleto para que se vuelvan corpóreos y te ayuden a caminar correctamente.
Olvídame para siempre...
Te quise”.

Cae el papel de mis manos y baja suave construyendo un relato circular... movimiento idéntico a mi vida que se hunde en una espiral macabra y acarocolada.

Amo hasta tu ausencia.