viernes, 26 de febrero de 2010

ENTRE LA NIEBLA

Soslayamos el peligro del monstruo y nos sentamos a orillas del lago Ness. Tiraste una piedra al agua y, mientras mirábamos en silencio los círculos concéntricos que se formaban, dijiste que así era nuestro amor: cerrado sólo a los dos, expandible a lo largo del tiempo y el espacio, visible a todo el mundo y transitivo entre las distintas etapas de nuestra vida.

Nos pusimos de pie y me agarraste las manos tirando suavemente hacia ti, pegamos las caras y me susurraste con voz casi imperceptible un te quiero que me hizo temblar, que me estremeció todito completo. Te abracé lenta y moderadamente, con mucho amor, con suavidad, con presión progresiva... estaba enterito impregnado de ti, borracho de amor y aromas que me perdían en la enorme selva de tu existencia.

Después nos juramentamos amor eterno, marchamos al hotelito y nos amamos locamente con una pasión inusual, desmedida, rayana al derrame. Era un deseo extremo que ni siquiera parecía satisfacer el estar dentro de ti, quería más y más y más... deseaba absorberte, libarte, fundirte dentro de mí.

En el lago, a escondidas, lloraba bajito Nessie, tras ver una escena que él jamás podría vivir en primera persona. Y él mismo pensó que esto sólo se podía solucionar en nuestra próxima visita a la orilla del misterioso lago...

En un descuido nos devoraría a los dos y así, mezclados y envueltos, ya nadie ni nada nos podría separar jamás. En la feliz digestión del monstruo se dibujaba nuestro final deseado...





domingo, 21 de febrero de 2010

PARÉ EN TU ESTACIÓN

Otra vez llegó el tiempo de amar, de situar nuestra vida en un contexto de relatividad con respecto a los pareceres del otro. Parece un nuevo ciclo; esta vez adornado con el fondo de los Barrio, Bosé y otros noveles artistas que con el nacimiento de su éxito despunta de nuevo nuestro amor. Imágenes y vivencias que quedarán para siempre enmarcadas en un contexto, en un color, en un sabor, en la correlación exacta de tu existencia y mi sentimiento.

Busco en la ternura de Louis Meylan y en la sagacidad de Marc Orlan todos los movimientos precisos que erosionen la parte más sensible de tu ser, para que mi entrada en ti sea un triunfo seguro, para que en la cima de tu amor ondee la bandera de mi dominio, para que en los límites de tu cuerpo se sitúen las fronteras que custodian los guardianes de mi amor…

Otros múltiples sucesos ocupan las primeras páginas de la vida de muchas personas distintas. Embaído en tu reconquista yo no sufro los desamores de los demás, ni tampoco siento sus penas, ni me acapara su tristeza. Mi única ocupación es la permanente reconquista lenta y segura, la llegada programada al puerto de tu regazo, la decodificación de tus hermetismos puntuales y la coronación exitosa de tu querer. Ya ves, cuantas realidades diferentes compartiendo un mismo espacio, pisando el mismo suelo, rozando el mismo aire… pero viviendo sentimientos encontrados. Mira cuanto puede albergar de diferente este inmenso jardín que es el mundo. Un jardín que muchas vidas cuidan con esmero y lo lucen al resto precioso y deslumbrante, y otras vidas descuidan su atención e intentan ocultar su abandono y su destrucción, se niegan a mostrar su inapetencia de buscar amorosamente la senda virgen de su felicidad.

Yo voy aprendiendo de ti. Por eso, cuando me encuentro en el centro de la encrucijada de caminos, los miro, los remiro, medito las sensaciones que producen en mi interior cada una de sus entradas... y tiro por la vereda de la vida feliz, sorteando las trampas del camino y anulándolas con dosis de amor puro.

Decido meditar paseando por las profundidades de tu corazón, y en algunas grutas de tu alma paso por lindísimos paisajes de estalactitas y estalagmitas. Unas veces para continuar he de agacharme y otras veces he de saltar con dificultad. Para que veas, el interior de los corazones es como el propio mundo, como la vida misma, ¿verdad?

Pero disfruto, porque en las galerías de tu corazón, aún veo muchos detalles que yo tallé, otros estantes están completamente vacíos y algunos otros tienen una decoración que desconozco; tal vez, algún ser ajeno a mí los colocó con o sin permiso, o tú misma enredaste un día en tu paisaje interior y al salir olvidaste dejarlo todo como estaba… u olvidaste la puerta abierta, o ¡yo qué sé!

En mi recorrido demente (o soñador) llego hasta un inmensa estación que ocupa el epicentro de tu fuerza íntima. Un tránsito impresionante de trenes altera mi apacible paseo. Llevan cánticos de esperanza o marchas fúnebres, dependiendo del momento exacto y de la situación precisa. Temo tanto vagón cargado de amor saliendo por las diferentes vías, ¿dónde irán?

Y decido sereno parar aquí, quedarme en tu estación, vivir junto a tu fábrica de afectos; así puede que salgan muchos trenes cargados pero algo me caerá, vigilaré las migajas de los andenes... o me hechizaré con sus aromas, con tus fragancias, con esa esencia que un día si se marchita de mi vida, mi vida también marchitará para siempre…

domingo, 14 de febrero de 2010

LA ESTELA DEL PEZ NARANJA

¿Recuerdas? Era siempre el mismo lugar, la misma piedra, las mismas olas y casi también la misma meditación. Te acercabas al despeñadero más lejano y más secreto de la isla para aclarar tu confín, para entregar tu mirada a la unión lejana y sacrosanta del mar y el cielo, allá justo donde tu vista ya no te aclaraba las imágenes que deseabas.

Pero un día decidiste practicar la mirada vertical y viste en la superficie del misterioso mar un precioso y hechicero pez naranja. Este te hizo un guiño y aquel día no volviste a casa liberada. Te faltaba algo, necesitabas saber alguna cosa más… te embrujó el juego del pececito caprichoso que, buscando el mimetismo a través del color, fue él quien te tiró a ti el anzuelo y no al revés.

Pensaste durante tiempo en ese acontecimiento tan singular en tu vida, contabas el guiño del pez a quién podías y ocultabas el mismo guiño a quien debías.

Aquella tarde, el pez, en su marcha, fue dejando una huella naranja tras de sí que ni tan siquiera el poderoso e inmenso mar podía borrar. Por momentos pensaste que podría ser el rastro del amor, de ese amor que tú ya tenías copado y que siempre habías pensado que ya jamás buscarías. Además, estabas convencida de que ese vestigio que el pez dejaba sería borrado por la insondable voracidad del mar. De ese mar que era testigo y callaba, de ese mar que rugía con fiereza por la violación expresa que tu sentimiento hacía a compromisos anteriores.

Volviste al precipicio peñascoso y escarpado, pasado el tiempo prudencial que tu miedo oculto te había recomendado, pero ya no mirabas ningún horizonte. Tu mirada era ya irreversiblemente vertical, directa, dirigida, intencionada y un poco cómplice de algunas corrientes marinas. Y aquel día apareció ante tus ojos desconcertados el pez naranja de nuevo, con la misión expresa de abrir la puerta a una siguiente conversación sin fecha determinada. Una conversación que tú ya también deseabas y que no querías que se demorara mucho. Bajaste a la primera línea de mar e intentaste coger el pez, pero éste, contrario a su deseo pero consciente de lo que hacía, se zafó de tus manos, chocó contra una roca y nadó atolondrado sin rumbo fijo. Esquivó las redes asesinas de tus afectos, coleó en la predicción del amor, dio unos saltitos triunfales y alegres que dejaron en forma de neblina mil siluetas tuyas suspendidas en el aire… y se alejó mar adentro dejando su pista anaranjada en la epidermis del mar.

Convertida ya en lobo de mar, navegabas sobre sus espaldas con más confianza y libertad que nunca. Ahora ya, el poderoso mar, era tu amigo fiel y encima guardaba tu tesoro… o tu secreto, ¿quién sabe? Pero eras consciente de que la única manera de desentrañar el misterio era aproximándote al pez, intentar secar un poquito sus escamas para que no resbalara tanto y conversar con él. No quisiste remar más, para evitar emboscadas traicioneras del mar. Éste, molesto por tu actitud, mascullaba maldiciendo tu confianza en él. Tu barca temblaba persistentemente y tu mirada salteada observó curiosa la llegada lenta y casual del pez naranja. Este te preguntó si habías ido a verle, a buscarle, a… Pero inmediatamente tú le dejaste bien claro que simplemente paseabas en tu barca y que a quien realmente habías ido a ver era a tu amigo el mar. El pez naranja desapareció repentinamente, esta vez sin dejar rastro alguno.

Por una mentira piadosa, mejor dicho ruborosa, jamás volviste a ver al pez. Siempre pensaste que era una actitud de venganza por su parte. Tenías un conflicto interno de amor y odio por creer que habías entregado tu vida a un silencio caprichoso…

Pasado un tiempo de reflexión, pena y odio, volviste al acantilado a meditar a tu asiento favorito. Aquel lugar mágico era el que, en los atardeceres rojizos y melancólicos del mar, mejor aclaraba tus ideas. Una brisa suave ayudó a las olas a quedar varada una botella con un mensaje en el paisaje ondulado de arena fina. Bajaste con celeridad para comprobar si era para ti. Rompiste la botella contra una roca, extendiste el papel y pudiste al fin leer:

Hola amiga amada, intenta vivir feliz. Tu pez naranja nunca se fue de tu lado voluntariamente. Por amor, quedó petrificado y ahora yace inerte en el fondo más profundo y secreto del mar. Prefirió eso antes que ser náufrago de tu amor. Se debe amar con continuidad en el tiempo, sin descuidar ni un solo espacio de esa línea constante que ha de tener el amor.
Atentamente,
EL MAR

miércoles, 10 de febrero de 2010

LA FÓRMULA DE LA FELICIDAD

Existe una enorme inquietud en el ser humano por descubrir la fórmula de la felicidad. Es como una especie de tesoro soñado y deseado por todos, pero que entraña una enorme dificultad para hallarlo. Este deseo, cuando vivimos situaciones incómodas o adversas, acelera nuestro impulso de búsqueda. Y esto, en la inmensa mayoría de las ocasiones, nos lleva a buscar esa felicidad anhelada en donde no está. Emprendemos sendas que nos llevan a ninguna parte, que tan sólo, si acaso, tienen áreas que nos muestran hallazgos aparentes, puntuales, efímeros… que nos vuelven a dejar más pronto que tarde de nuevo en las tinieblas de lo que vivimos y sentimos.

Esto podemos afirmar que ha sucedido a lo largo de los tiempos. Sin embargo, es hoy, en la actualidad, en este imponente siglo XXI, cuando más perentoria se hace esta necesidad de buscar ese permanente estado de felicidad.

En un período corto de tiempo hemos pasado de una sociedad electromecánica a una sociedad microelectrónica. Y, claro, esta nueva sociedad genera unas características nunca antes vistas ni imaginadas que, hasta lograr la adaptación total, deja tras de sí una ingente cantidad de víctimas. Es la sociedad de los cambios acelerados y sucesivos, de la inmediatez, de la espontaneidad, de las soluciones para todo, de lo posible, de lo imposible, de lo humano y de lo divino. Todo este elenco de características esenciales y, a priori, potencialmente positivas para las personas, por la gestión imprecisa que hacemos de ellas se torna contra nosotros. Esto obedece a una incapacidad del ser humano de delimitar lo material de lo personal. Hemos unido, casi hasta difuminarlo, todo lo humano a todo lo material. Y ahí radica el error. Sin renegar jamás a nuestro tiempo, debemos aprovechar toda la fuerza y todo el poder que dimanan de esta actualidad para seguir avanzando y progresando en todos los órdenes de nuestra vida, pero sin olvidar jamás que lo más importante del proceso somos nosotros. Que no todo se ha de basar en un valor material y cifrado, sino que el valor humano no posee dígito alguno, tan sólo entrega, afecto, compañía, ayuda, apoyo, gestos, complicidad… y que todo esto es la esencia misma de toda existencia.

Por tanto, sin renegar de ningún avance, de ninguna novedosa condición, de progresos, de adelantos, es perfectamente compatible, sin llegar al paroxismo, poner lo humano como eje vertebrador de nuestro funcionamiento regular de vida. La ciencia y la técnica han de funcionar activamente a favor del ser humano, no al revés.

Tomando este ideario como cierto, asumiéndolo sin que signifique una onerosa carga personal, sino como una convicción de vida, una realidad palpable, apetecible y necesaria, estaríamos más cerca de que la felicidad nos sobrevenga.

¿Por qué? Pues muy fácil (y ahora por fin doy gratuitamente la ansiada fórmula de la felicidad), porque nuestra felicidad depende de nuestra libertad interior. De este modo, podemos colegir que lo que debemos buscar es esa libertad interior y no directamente la felicidad. Porque la felicidad, como tal, no se puede buscar, no es un hecho, sino un estado no tangible, algo que te sobrecoge, no un concepto que se logra. Es, más bien, una resultante interior.

Pero, claro, entonces, ¿cómo se consigue esa libertad interior? Casi de una manera única. Y aquí viene el enorme valor de lo humano. Nuestra libertad interior depende casi en exclusiva de nuestra capacidad de darnos, somos felices dándonos, entregándonos, ofreciéndonos, concediéndonos, ayudando sin interés alguno, de manera incondicional. Este es un camino que se retroalimenta con el mero hecho de su ejecución. Y es proporcional a su propia fórmula: cuanto más me doy, más libertad interior consigo y, por consiguiente, mayor felicidad, gozo y dignidad me acoge…

Y como este hecho es fácilmente verificable, animo desde aquí a comprobarlo de una manera sincera, honesta y decidida. Dependiendo de la intensidad con que lo apliquemos, experimentaremos interiormente cómo la sensación de felicidad que se siente crece o decrece proporcionalmente al grado de entrega incondicional a quienes nos rodean.



viernes, 5 de febrero de 2010

LA VIDA QUE FLUYE

Infinitas son las ocasiones en que las personas nos aferramos a los recuerdos. Esto es un hecho esencial y fundamentalmente positivo, porque nos ayuda a saber qué somos importando vivencias del pasado que nos han ido configurando personal e identitariamente.

Podríamos afirmar que, nuestra actualidad como seres humanos, es el resultado de una construcción permanente que constituye nuestro pasado. Estamos estrechamente marcados por nuestro medio ecológico, nuestro entorno y, cómo no, por infinidad de contextos, que son depósitos de experiencias que llegan a marcar los caminos deseados para recorrer el horizonte de nuestro futuro. Otra cosa bien distinta es que esa progresión se cumpla atendiendo a nuestras previsiones o, por el contrario, quede matizada por la fuerza de la vida.

Sin embargo, continuando con los recuerdos, a diferencia de aferrarse a ellos, sería letal para nuestra progresión anclarse a los mismos. El recuerdo ha de ser un medio de regeneración, de empuje, de propósitos, de mejora. Un punto de inflexión para relanzarnos a lo que nos queda por caminar. Este es buen itinerario porque los recuerdos se conforman y actualizan constante y permanentemente, esto significa que consecuentemente nuestro futuro seguiría idéntica línea.

También es verdad que no podemos estar continuamente dibujando escenarios de futuro imaginados. Tenemos mucha costumbre de anticipar hechos que creemos saber cómo se van a producir. Vivimos esperando un futuro que nunca llegará como nos lo imaginamos, un futuro que colmará nuestras expectativas y que marcará el inicio de nuestra verdadera vida ideal.

En todas estas andamos metidos tan de lleno que olvidamos vivir los presentes. Derivado de ello, tenemos una dificultad real para disfrutar de nuestra vida cotidiana, de nuestros momentos, de nuestro devenir, de todo lo bueno que nos rodea…Nos hemos instalado en una especie de vida “en tránsito” en la que no percibimos que todo lo que vivimos es nuestra vida, nuestra realidad y que no hay otra ni llegará algo espectacular que nos colmará definitivamente y nos catapultará hacia el maná soñado.

Esta espera está causando efectos devastadores en las personas, está creando una cantidad de vacíos interiores que, para colmo, son diagnosticados por los psiquiatras como depresiones. Esperando nuestro encaje en la felicidad eterna, caminamos hacia la nada, avanzamos hacia un mundo espejo donde chocamos contra nuestra propia imagen, compartimos urbes superpobladas y nos sentimos completamente solos, llenamos salas cibernéticas buscando conversación, afecto y amor, cuando podíamos apagar el ordenador y pedir eso a la persona de la cabina de al lado que, al fin y al cabo, busca lo mismo.

Por tanto, hago una defensa encendida del aquí y el ahora. Aprovechemos el presente, el momento, busquemos la intensidad de lo que vivimos, de lo que compartimos… son momentos únicos e irrepetibles. Una de las acepciones que el diccionario da a la palabra presente es la de “obsequio, regalo que alguien da a otra persona en señal de reconocimiento o de afecto”.

Sin anticipaciones idealizadas, sin esperanzas infundadas, sin previsiones estúpidas e irreales... obsequiémonos, démonos, entreguémonos... que nuestras manos queden desgastadas de tanto estrechar, que nuestros corazones queden vacios de tanto dar amor, afecto, que nuestras almas queden libres de tanto acompañar… ese será el camino de nuestra verdadera FELICIDAD…