jueves, 30 de diciembre de 2010

NAVIDAD

Es Navidad.

Comienzo todos los preparativos para la gran fiesta; ha de estar todo listo para una velada llena de amor y paz, cargada de buenos propósitos y grandes deseos. En mi noche más mágica me rodearé de todas las personas que amo y las agasajaré con mis mejores galas, además de ofrecerles mi gratitud y mi cariño eterno.

Para esta ocasión tan especial he decidido utilizar la sala más grande de mi casa, habrá mucha gente y quiero que haya suficiente espacio para los abrazos… y también para el baile. Aunque es cierto que las nieves de diciembre provocarán en nosotros el deseo explícito de sentirnos piel a piel, de juntarnos mucho, de transmitirnos calor sazonado con mucho amor.

Estoy desbordado de alegría, casi soltando alguna lágrima furtiva.

¡¡Alabado sea Dios, cuánta satisfacción siento!! Todos los adornos están en el lugar preciso y en el sitio perfecto. La preciosa decoración de mi salón es una proyección de mi estado interior: mucha luz, colores, cintas preciosas, bolitas que nos devuelven imágenes distorsionadas… Todo tan divertido, estoy colmado de felicidad. Gracias Señor. No sé si me quedarán risas para cuando llegue el gran momento.

Debo vigilar para que el menú esté a punto y en su punto. ¡Madre del Amor Hermoso, qué pantagruélica cena! No quepo en mí de júbilo, me postro ante el Todopoderoso y vuelvo a mostrarle mi agradecimiento. Son siete platos sí, pero la cantidad de cada exquisitez será moderada. La mesa, desde luego, debe de estar a rebosar de comida y de bebida. Todo ha de estar dispuesto de tal manera que mis invitados se sorprendan. Estoy realmente henchido de felicidad. Las copas del cava brillan tanto como mi feliz mirada, son preciosas y aguardan ansiosas muchos anillos en su interior pidiéndoles deseos diversos. En todos los deseos que se pidan, seguro, la materia prima principal será el amor. De verdad, que el Ser Supremo nos guíe a todos en este mundo lleno de espinas.

Se acerca la hora y siento un cosquilleo en mi estómago que me produce sensaciones alucinógenas. Qué maravilla, ya veo el desfile de modelos de alta costura en la pasarela de mi mente. No pierdo más tiempo, me voy a preparar. El momento, ahora, está ya realmente próximo. ¡Cristo vele por nosotros y se haga el custodio de nuestra noche! La satisfacción, el gusto y el contento interior botan y rebotan por todas las paredes de mi hermosa casa. ¡Loado sea el hijo de Dios, cómo puede haber tanta dicha en mí!

Los ladridos de los perros callejeros son acristalados, el vaho de los alientos es glaciar y los motores de los camiones de basura no rugen con ternura. El frío atroz me despierta tiritando y tengo que abandonar mi sueño para recolocar los cartones y las mantas. Al fin y al cabo me ha venido bien, estaba teniendo una tremenda pesadilla.

Intento dormirme de nuevo, porque mañana temprano seguiré esperando mi muerte. Es curioso, lo que para unos es toda una realidad, para otros es un maldito sueño…

¡¡Malditos sean los sueños deseados que no se hacen realidad!!

lunes, 13 de diciembre de 2010

UN CASO ANIMAL

Ha sido una decisión bien meditada y creo que bastante madura. Nos conocíamos hace tiempo y, francamente, tengo que afirmar que nunca un ser vivo me había llenado de tal manera. De ahí que no quepa en mí de alegría tras mi boda con Berta, una cabra que compró mi tía Celestina hace unos años a un tratante de ganado de Don Benito. En su entorno la llaman Mocha, es una manera de mostrar confianza y cercanía, aunque ella me ha confesado que nunca le terminó de agradar ese apodo.

Su madre fue una cabra muy querida en la comunidad caprina extremeña, cuentan que era una cabra desprendida, amable, cariñosa y solidaria como pocas. Sin embargo, su padre siempre fue un cabrón. Del resto de la familia Berta nunca habla, prefiere obviar lo bueno y lo malo y pensar que fue chiva única.

Por raro que os pueda parecer, por favor, tan sólo deseo que sepáis respetar mi decisión, que nace estrictamente de mi libertad individual y del profundo amor que le tengo a Berta. Ya bastantes dificultades tengo yo para organizar mi vida junto a mi cabra como para que ahora mis amistades mostraran incomprensión y lejanía. Sería el colmo, vamos. También estoy absolutamente convencido que, cuando vengáis a casa, cuando la conozcáis, van a sobrar explicaciones ante este hecho que a priori puede verse como insólito.

Y es que Berta, mi cabra, es un mamífero precioso. Mide ochenta y tres centímetros de altura, es ligera, esbelta, de pelo corto y áspero, color rojizo, cola corta y puntiaguda y no tiene cuernos, aunque aún conserva los muñones de los mismos en la parte occipital superior de su preciosa cabeza. Afirmo sin rubor alguno que es la cabra más bella del mundo. Reconozco que mi opinión no es nada objetiva, la quiero tanto.

Hasta aquí, todo perfecto, normal y escasamente reseñable. Ahora bien, para que veáis la complejidad del amor, llevamos casados tres meses y tenemos ya ante nosotros el primer obstáculo insalvable como pareja. Y eso queriéndonos como nos queremos.

Bueno, pues todo empezó hace ahora exactamente dos días y medio. Decidí sacar a mi cabra a que comiera un poco de monte y, tras quedarme embelesado mirándola totalmente enamorado, observé que había engordado bastante. En un principio creí que todo respondía a que, como dicen en mi pueblo, ya estaba “jarta”. Nada más lejos de la realidad. Tras examinar atentamente a Berta, durante distintos momentos del día, pude verificar que, efectivamente, se había puesto como un tonel. No descarté que pudiera tratarse de un trastorno alimentario, pues últimamente había percibido que Berta solía comer compulsivamente.

Durante la cena, le serví un par de onzas de forraje fresco y una lata de agua. Y decidí pasar al ataque. Le expuse mi preocupación por el repentino crecimiento de su panza. Ella, molesta, me miró, activó sus labios móviles y finalmente pegó un balido que se escuchó por todo el pueblo. Indignada me reprochó mi falta de tacto, y me transmitió que mi preocupación era egoísta e interesada. Me interrogó con tristeza si yo la seguiría amando cuando su juventud y belleza se marchitaran. A pesar de mi afirmación contundente y segura, ella me miró mustia. Su mirada no tenía luz. Y fue cuando se derrumbó y envuelta en lágrimas me berreó al oído que estaba preñada, que seríamos progenitores de un precioso chivo en primavera.

Jamás había pensado yo en ser padre, es más su preocupación venía de ahí, me conocía perfectamente y sabía que era lo único que podía truncar nuestro amor, nuestra vida común.

Mientras dábamos un paseo, Berta paró a beber en un charco de los que habían dejado las últimas lluvias. Le limpié con un pañuelo de papel un residuo de agua que le caía hocico abajo y llegaba hasta la papada. Respiré hondo y le dije que mi intención era marcharme antes de que pariera. Me miró indiferente y marchó junto al rebaño que había en la ladera de la montaña. Y es que te encuentras con cada animal que dan ganas de pedir amparo a Dios.

Yo, a partir de mañana, de nuevo, empezaré a creer en la condición humana.