jueves, 30 de diciembre de 2010

NAVIDAD

Es Navidad.

Comienzo todos los preparativos para la gran fiesta; ha de estar todo listo para una velada llena de amor y paz, cargada de buenos propósitos y grandes deseos. En mi noche más mágica me rodearé de todas las personas que amo y las agasajaré con mis mejores galas, además de ofrecerles mi gratitud y mi cariño eterno.

Para esta ocasión tan especial he decidido utilizar la sala más grande de mi casa, habrá mucha gente y quiero que haya suficiente espacio para los abrazos… y también para el baile. Aunque es cierto que las nieves de diciembre provocarán en nosotros el deseo explícito de sentirnos piel a piel, de juntarnos mucho, de transmitirnos calor sazonado con mucho amor.

Estoy desbordado de alegría, casi soltando alguna lágrima furtiva.

¡¡Alabado sea Dios, cuánta satisfacción siento!! Todos los adornos están en el lugar preciso y en el sitio perfecto. La preciosa decoración de mi salón es una proyección de mi estado interior: mucha luz, colores, cintas preciosas, bolitas que nos devuelven imágenes distorsionadas… Todo tan divertido, estoy colmado de felicidad. Gracias Señor. No sé si me quedarán risas para cuando llegue el gran momento.

Debo vigilar para que el menú esté a punto y en su punto. ¡Madre del Amor Hermoso, qué pantagruélica cena! No quepo en mí de júbilo, me postro ante el Todopoderoso y vuelvo a mostrarle mi agradecimiento. Son siete platos sí, pero la cantidad de cada exquisitez será moderada. La mesa, desde luego, debe de estar a rebosar de comida y de bebida. Todo ha de estar dispuesto de tal manera que mis invitados se sorprendan. Estoy realmente henchido de felicidad. Las copas del cava brillan tanto como mi feliz mirada, son preciosas y aguardan ansiosas muchos anillos en su interior pidiéndoles deseos diversos. En todos los deseos que se pidan, seguro, la materia prima principal será el amor. De verdad, que el Ser Supremo nos guíe a todos en este mundo lleno de espinas.

Se acerca la hora y siento un cosquilleo en mi estómago que me produce sensaciones alucinógenas. Qué maravilla, ya veo el desfile de modelos de alta costura en la pasarela de mi mente. No pierdo más tiempo, me voy a preparar. El momento, ahora, está ya realmente próximo. ¡Cristo vele por nosotros y se haga el custodio de nuestra noche! La satisfacción, el gusto y el contento interior botan y rebotan por todas las paredes de mi hermosa casa. ¡Loado sea el hijo de Dios, cómo puede haber tanta dicha en mí!

Los ladridos de los perros callejeros son acristalados, el vaho de los alientos es glaciar y los motores de los camiones de basura no rugen con ternura. El frío atroz me despierta tiritando y tengo que abandonar mi sueño para recolocar los cartones y las mantas. Al fin y al cabo me ha venido bien, estaba teniendo una tremenda pesadilla.

Intento dormirme de nuevo, porque mañana temprano seguiré esperando mi muerte. Es curioso, lo que para unos es toda una realidad, para otros es un maldito sueño…

¡¡Malditos sean los sueños deseados que no se hacen realidad!!

lunes, 13 de diciembre de 2010

UN CASO ANIMAL

Ha sido una decisión bien meditada y creo que bastante madura. Nos conocíamos hace tiempo y, francamente, tengo que afirmar que nunca un ser vivo me había llenado de tal manera. De ahí que no quepa en mí de alegría tras mi boda con Berta, una cabra que compró mi tía Celestina hace unos años a un tratante de ganado de Don Benito. En su entorno la llaman Mocha, es una manera de mostrar confianza y cercanía, aunque ella me ha confesado que nunca le terminó de agradar ese apodo.

Su madre fue una cabra muy querida en la comunidad caprina extremeña, cuentan que era una cabra desprendida, amable, cariñosa y solidaria como pocas. Sin embargo, su padre siempre fue un cabrón. Del resto de la familia Berta nunca habla, prefiere obviar lo bueno y lo malo y pensar que fue chiva única.

Por raro que os pueda parecer, por favor, tan sólo deseo que sepáis respetar mi decisión, que nace estrictamente de mi libertad individual y del profundo amor que le tengo a Berta. Ya bastantes dificultades tengo yo para organizar mi vida junto a mi cabra como para que ahora mis amistades mostraran incomprensión y lejanía. Sería el colmo, vamos. También estoy absolutamente convencido que, cuando vengáis a casa, cuando la conozcáis, van a sobrar explicaciones ante este hecho que a priori puede verse como insólito.

Y es que Berta, mi cabra, es un mamífero precioso. Mide ochenta y tres centímetros de altura, es ligera, esbelta, de pelo corto y áspero, color rojizo, cola corta y puntiaguda y no tiene cuernos, aunque aún conserva los muñones de los mismos en la parte occipital superior de su preciosa cabeza. Afirmo sin rubor alguno que es la cabra más bella del mundo. Reconozco que mi opinión no es nada objetiva, la quiero tanto.

Hasta aquí, todo perfecto, normal y escasamente reseñable. Ahora bien, para que veáis la complejidad del amor, llevamos casados tres meses y tenemos ya ante nosotros el primer obstáculo insalvable como pareja. Y eso queriéndonos como nos queremos.

Bueno, pues todo empezó hace ahora exactamente dos días y medio. Decidí sacar a mi cabra a que comiera un poco de monte y, tras quedarme embelesado mirándola totalmente enamorado, observé que había engordado bastante. En un principio creí que todo respondía a que, como dicen en mi pueblo, ya estaba “jarta”. Nada más lejos de la realidad. Tras examinar atentamente a Berta, durante distintos momentos del día, pude verificar que, efectivamente, se había puesto como un tonel. No descarté que pudiera tratarse de un trastorno alimentario, pues últimamente había percibido que Berta solía comer compulsivamente.

Durante la cena, le serví un par de onzas de forraje fresco y una lata de agua. Y decidí pasar al ataque. Le expuse mi preocupación por el repentino crecimiento de su panza. Ella, molesta, me miró, activó sus labios móviles y finalmente pegó un balido que se escuchó por todo el pueblo. Indignada me reprochó mi falta de tacto, y me transmitió que mi preocupación era egoísta e interesada. Me interrogó con tristeza si yo la seguiría amando cuando su juventud y belleza se marchitaran. A pesar de mi afirmación contundente y segura, ella me miró mustia. Su mirada no tenía luz. Y fue cuando se derrumbó y envuelta en lágrimas me berreó al oído que estaba preñada, que seríamos progenitores de un precioso chivo en primavera.

Jamás había pensado yo en ser padre, es más su preocupación venía de ahí, me conocía perfectamente y sabía que era lo único que podía truncar nuestro amor, nuestra vida común.

Mientras dábamos un paseo, Berta paró a beber en un charco de los que habían dejado las últimas lluvias. Le limpié con un pañuelo de papel un residuo de agua que le caía hocico abajo y llegaba hasta la papada. Respiré hondo y le dije que mi intención era marcharme antes de que pariera. Me miró indiferente y marchó junto al rebaño que había en la ladera de la montaña. Y es que te encuentras con cada animal que dan ganas de pedir amparo a Dios.

Yo, a partir de mañana, de nuevo, empezaré a creer en la condición humana.

domingo, 21 de noviembre de 2010

UN TIPO DURO

Les voy a hablar aquí de un tipo duro, pero duro de los de verdad. Se trataba de un hombre que tenía un gesto adusto, seco, severo; una mirada metalizada y casi cortante, amenazadora. De modales notablemente primarios, carente de urbanidad y cortesía. Ya digo, era un tipo tremendamente duro.

Su comportamiento social, cual corresponde a un tipo muy duro, rozaba la agresividad. Proyectaba una chulería fuera de lo común, unas actitudes hostiles contra el mundo y sólo regalaba miradas que perdonaban la vida a todos cuantos lo rodeaban. Era, realmente, un tipo extremadamente duro.

No sentía o, cuando menos, sus sentimientos eran de todo menos nobles. Tal vez su estado afectivo era avivado únicamente cuando lo alimentaban las montañas de odio que llevaba dentro. Francamente, no he visto tipo más duro.

Resulta que un buen día, el tipo duro se sentó a descansar en un banco de la plaza mayor de su pueblo, debajo de un árbol que había junto al ayuntamiento. Y una bella joven se acercó y tomó asiento junto al tipo duro. Lo miró indisimuladamente y cuando topó con sus ojos de forja sonrió. En ese momento se produjo un milagro: había nacido una preciosa flor en un bloque de granito. La buena nueva corrió como la pólvora por todos los rincones del municipio, pero él siguió advirtiendo que quizá fuera el tipo más duro del lugar. A mí desde luego no me duelen prendas en reconocerlo, era el tipo más duro que jamás había visto.

El tipo duro regresó a casa un poco desconcertado porque sentía que sus muros de encofrado se venían a goma, y eso un tipo tan duro no se lo podía permitir. Pero antes de llegar a su hogar, visitó un prado hermoso de hierba verde fresca y preciosas margaritas que miraban al sol. El agua del arroyo, cuando barruntó la presencia del tipo duro, se congeló. Sin embargo, esa tarde no estaba el tipo duro para asustar a nada ni a nadie. El tipo duro buscó unos arbustos que había junto a un corro de encinas a escasos metros del arroyo, necesitaba ocultarse para que nadie lo viera.

Cuando estaba a salvo de cualquier mirada indiscreta, el tipo duro, metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una margarita que, previamente, había cogido con gran disimulo del prado. Y ni corto ni perezoso se puso a deshojarla para saber si esa chica lo querría. En ello estaba cuando de pronto alguien se acercó a su cobijo y le preguntó que qué hacía allí. Salió su vena auténtica, la de tipo duro, y le dijo que nada, que sólo estaba meando. Y que ya se iba a casa, que lo dejara en paz.

Para que su dureza no mermara un ápice, el tipo duro se había tragado la margarita antes de que lo viera el inoportuno visitante. Y resulta que cada pétalo había ido a parar a un órgano diferente de su cuerpo. Y el tipo duro quedó interiormente enmoquetado de hojas de un blanco bello de margarita, que le produjeron un trastorno del comportamiento y una grave alteración del carácter.

Su enfermedad fue estudiada por afamados expertos, por ilustres médicos de todas las especialidades y por egregios científicos de la genética, pero nadie acertó a descubrir la razón de que al tipo duro le gustara tanto dar besitos, regalar caricias, ofrecer sonrisas, entregar afectos y donar abrazos.

Dicho esto, no lo olvidéis por favor, que del que os he hablado era un tipo pero duro, duro de verdad, eh!!

sábado, 6 de noviembre de 2010

UNA VIEJA ESTACIÓN

La vieja estación permanece aún dormida. Espera la llegada de un cielo azul bahía. En su interior, un hombre silencioso teme el despuntar del día, mientras observa a través de la ventana cómo el viento de poniente lleva y trae caprichosamente todo lo que se encuentra al otro lado de los cristales. Es un vaivén acompasado parecido al que la melancolía y la tristeza producen en su interior. Los últimos residuos de la noche luchan a brazo partido con los primeros retazos del día. Se impone la tozudez de la claridad.

Una mujer bellísima permanece en el andén de espaldas a la terminal. Está ataviada con un vestido blanco impoluto, como la inocencia. En el pelo lleva una rosa de rojo pasión. Y en su alma, varios remiendos hechos por algunos desgarros de amor. Espera expectante que llegue un abrazo del hombre que ama, tal vez uno de los últimos abrazos.

Un beso mudo se posa en un moflete precioso y activa una sonrisa de ojos tristes, enamorados. Rodeo con mis brazos tu cintura y con mi pecho pegado a tu espalda te digo cuánto te quiero y te pido que no te vayas. Tu mirada se clava en la manzana de un árbol y casi la parte en dos. Te rodeas y me abrazas de nuevo, y yo aspiro con apetito fiero un atisbo del aroma de tu pelo y de tu piel. Pones cierta distancia entre los dos, me miras casi con lástima y dibujas en tu rostro una sonrisa leve, callada. Una sonrisa que es un regalo inmaterial que anida en mi corazón dañado. Es la sonrisa de una mujer enamorada.

Una vieja máquina negra saluda a su llegada con ingentes cantidades de vapor glaciar, mientras emite un silbido tan largo como el tren. Los pájaros dejan de trinar y riñen al maquinista con su aleteo alborozado. Los pasajeros toman posiciones en el andén para escoger su vagón. Y tú y yo permanecemos inertes abrazados ajenos al mundo. Es el abrazo del dolor, quizás nuestro último abrazo.

El maquinista, que es un hombre duro que no entiende de amores, da el último aviso para subir al tren. El momento es dramático, terriblemente doloroso, es una sensación horrible que me causa terror, que no puedo tolerar y me hace sentir pena y congoja. No resisto tu marcha.

- Amor, quédate. No te vayas, mi vida, te quiero como jamás volverás a ser amada. ¡Moriré de amor por ti, mi princesita linda!

Subida al primer escalón del vagón, corro paralelo al tren, las yemas de nuestros dedos siguen pegadas. El tren avanza inexorable taladrando las montañas con su estruendoso chacachá y su pitido furibundo.

Detrás queda un hombre vacío, muerto de pena, que mira con ira contenida a ese maldito tren y lo bautiza como “el expreso del olvido”.

Reposo mi aflicción en uno de los bancos de la vieja estación mientras maldigo mi suerte. Con lágrimas en mis ojos azul plomizo invoco al futuro y te lanzo en voz alta mi último mensaje:

- Amor, espero un día poder despertar del funesto sueño de tu ausencia. Mi único deseo es volver a palparte, acariciarte, abrazarte, mimarte y volver a sentir de nuevo tu olor mágico. Sólo deseo que cuando despierte de esta pesadilla te encuentres junto a mí, porque cuando estuve junto a ti fui MUY FELIZ.

lunes, 18 de octubre de 2010

NAUFRAGIO

Me prometiste que algún día me querrías, pero llegó el verano y yo me sentía tan fría como antes. ¡¡Claro, pobre ilusa!! El amor no depende de estaciones, ¿verdad? Yo te dije que si me dabas una oportunidad, iría descongelando tu corazón con la calidez de mis caricias, de mis besos; con el abrigo de mi entrega incondicional. Tú no me querías. Para entonces, yo ya te amaba locamente. Todo cuanto sentía era una tela de araña que me tenía atrapada, que rebanaba mi libertad, que me pegaba a una realidad incierta y que me convertía en esclava de tus caprichos.

Mi corazón herido sufría y coartaba mis decisiones. Donde quería decir no, ante tu presencia, decía sí. Pero ciega de amor, todo cuanto hacía por ti me parecía poco. Jamás se me apagaba la esperanza de que un día tú me miraras, me vieras... me quisieras. Pero tus ojos estaban para otras, nunca para quien realmente te quería hasta dolerle la piel.

En el infierno de mis noches, un viejo trovador cantaba y contaba que detrás de una historia de amor inmensa, muchas veces, cuando no era correspondida, había regueros de sangre. Incluso llegué a pensar que la protagonista de su trova era yo. Escuchaba la funesta canción mientras recordaba tu maravillosa sonrisa y muerta de dolor y pena, abrazada a la almohada, me quedaba dormida pensando que al día siguiente mi sueño se haría realidad. Pero mi sueño no era un sueño, sino una realidad opuesta a mi deseo; una esperanza imprecisa en su lejanía que truncaba mis ilusiones y hacía marchitar lentamente mi vida.

Para aumentar mi campo de visión y descubrir el engaño del que todo el mundo me hablaba, decidí subir a mi promontorio interior. Oteé hasta mi límite visual y aparecía más tú, y más tú, y más tú… era un amor enfermizo en el cual no cabía otra imagen. Millones de imágenes virtuales tuyas en mi mente, visiones poéticas de tu cara, delirios que se clavaban en mi corazón y lo hacían pedazos. Y terminé siendo un desfiladero por donde toda la gente que me quería paseaba su calvario.

Hoy maldigo el día en que mi mirada se posó en ti, el momento preciso en que tu vida se cruzó con la mía y la tomaste para ti. Y también maldigo a la casualidad que permite encuentros sin correspondencia recíproca. Y maldigo todo ello, porque es una maldita maldición sufrir por amor, es un hecho miserable que ningún ser humano merece. Otra cosa sería sufrir por falta de amor, eso ya sí sería lícito y razonable.

Prometo que esta experiencia formará parte de mi proceso de aprendizaje, y que no me quitará las ganas de volverme a enamorar, de volver a querer a alguien desde lo más hondo de mi ser. Entre otras cosas, porque mi razón no puede gobernar a mis emociones. Es demasiado bello amar a alguien. Pero para ello necesitaré un tiempo, reorganizar mis reservas de afectos y devolverme parte de la deuda que he adquirido conmigo misma de tanto que presté.

Por favor, derrochad amor, que vuestras manos se gasten de tanto estrechar...


domingo, 10 de octubre de 2010

CUALQUIER AMANECER DE MI VIDA


Ha sido una noche de lluvia intensa, de mezcla de escalofrío en la cama con una sensación entrañable de cómoda calidez. El roce dulce y apacible de la sábana rompe mis ganas de salir de la cama. En un acto de gran responsabilidad me levanto y desayuno con la queja de mi cuerpo aún reprochándome mi falta de tacto y consideración conmigo mismo.

Abro las cortinas de la ventana de mi habitación, y el campo está secando las últimas lágrimas metálicas que la noche ha dejado sobre sus lomos. A lo lejos, en el horizonte, cuatro nubecitas conformadas con vahos de esperanza se dirigen hacia el cielo a contarle a Dios qué pasó durante la noche en la Tierra. Llevan mensajes de esperanza… o de destrucción, tal vez. En su vuelo pueril chocan entre sí, se besan, se rascan, sonríen y se empujan.

Suena la puerta a mis espaldas y el día va encendiendo su luz, un poco tamizada por la fuerza de la lluvia. Una lluvia inesperada que llegó de sorpresa, como las malas noticias. Una lluvia que ha llenado los depósitos de los corazones de la gente, para que los lagrimales no se sequen. Hay muchos motivos por los que llorar todos los días. También hay razones a raudales por las que reír, pero nos las ocultamos a nosotros mismos. Y, claro, no las encontramos. La tristeza avanza en su conquista del ser humano, enarbola su bandera triunfal en la cima de nuestra existencia. Pero esto tiene poco que ver con un amanecer de mi vida, aunque tiene mucho que ver con los amaneceres de millones de personas.

En mi caminar matutino, cuatro notas de un ukelele, que salen por la puerta de una cochera, acarician mis tímpanos y se posan en mi interior. En cierto modo, me dan alegría. Las prisas de la mañana me llevan en volandas y no me dejan respiro para disfrutar un nuevo amanecer de mi vida, un amanecer cualquiera.

Llego a mi trabajo y, en el camino, metro a metro, algo o alguien ha esculpido en mi rostro una cara de grave responsabilidad que elimina cualquier atisbo de sonrisa. Quizá sea la fuerza de la vida, tal vez sea eso que llamamos rutina, o puede ser una fuerza intrínseca que nos ensimisma y nos conduce a la lejanía infinita. Por la noche duermo y por el día me anestesio, qué ciclo vital más triste. Decido que, a partir de ahora, cada amanecer de mi vida, lo celebraré disfrutando de la existencia de cada persona que me rodea.

En este nuevo amanecer bendigo la proximidad de todos y todas cuantos me leéis y pido fervorosamente a la Divinidad por vuestra salud. Ojalá el tiempo y la casualidad nos mantengan unidos, en hermandad y en plena armonía. Y que el cupo de nuestra cara se llene de sonrisa, para que no quede ni un solo espacio para la tristeza...
¡¡SALUD!!

lunes, 20 de septiembre de 2010

NOCHE DE FEBRERO

Noche de febrero lluviosa y fría. Sobre el asfalto mojado un reflejo de sangre de un semáforo en rojo. El viento húmedo acaricia mi rostro y me produce una rara sensación de bienestar. El aire me trae un aroma de melancolía, de recuerdo pasado, casi rancio. Pasos rápidos de mujer dejan en mí huellas volátiles, mudables, inconstantes...

Paseo sin dirección determinada, con pasos imprecisos y débiles que flotan en el agua de la acera. Mi corazón también pasea su incertidumbre, no encuentra su trazada en el plano del horizonte, es reflejo de cielo gris marengo. La ciudad está encogida por el frío, las calles se van abriendo a mi paso, yo me voy perdiendo en el abismo del mundo y mi vida recalcula su destino. Me siento como en una gruta cavernosa y laberíntica.

Un brazo de agua sale de un tubo que viene del cielo... o de un edificio que lo rasca, cuatro gotas gordas tamborilean sobre una lona que cubre el cuerpo de un acaudalado mendigo. Unos zapatos negros se paran frente a mí, su charol refleja mi cara de tango feroz. Un grupo de demonios baila la balada de mis penas en las sombras vaporizadas y parpadeantes de los callejones de la noche. En mi caminar siento que voy dejando chorros de vida tras de mí, lo único que me alivia son mis recuerdos tristes. A lo lejos rompe el silencio de la noche un rayo que ilumina el llanto de una mujer vestida de luto. Un abuelo protege a su nieto tras una ventana cuyo cristal es utilizado por las gotas de la lluvia como trineo, se deslizan a velocidad de vértigo hasta morir. No buscan destino, buscan la muerte. Tal vez mi paseo persiga el mismo fin que estas gotas de agua. Los amantes, en las trincheras de la noche, se aman a escondidas.

La mirada casual de un gato negro me asusta, me devuelve a la ciudad que piso. La luz de una sirena azul centellea sobre una pared virtual de pánico, mientras un policía certifica la muerte de un hacendado indigente. Su madre llora y grita desde el balcón, mientras la lluvia golpea su cara y disimula sus lágrimas. El corazón de un hombre joven late tras los árboles de un parque cercano. Late fuerte. Su cabeza está rapada... y sus neuronas amputadas. Dios tiene las puertas del cielo cerradas. Y un pequeño plantel de putas pasan frío mientras juegan a la ruleta rusa con la incertidumbre de la noche, sonríen y bailan alborozadas impregnadas de aflicción... y eso que ofrecen un completo.

Un borracho muestra su felicidad agarrado a una botella asesina, articula palabras que salen baboseando la comisura de sus labios. Lo hace a media lengua, mientras con la otra media lame las cicatrices de la vida y sus miserias. Su dignidad se fue alcantarilla abajo y yace tirada en una cloaca. La cabeza triste de un perro asoma por el bolsillo de su haraposa chaqueta.

Tropiezo con mucha gente invisible y tambaleando mi soledad doy por terminada la noche. Aferrado a la vida, mi boca sigue desprendiendo pequeñas nubes de vaho plateado que me confieren una sensación de riqueza.

En el límite de la vida, entre el suelo y el cielo, el amanecer se abre paso. Sorteo los charcos de la lluvia de la noche de regreso a mi casa. La noche pasa el testigo de mi vida al día. Y yo intento dormir entre sábanas blancas que me sirven de tapiz donde proyectar mi vida. Ahí fuera, a pesar de la claridad, la vida sigue pegando hostias sin piedad.

Ha sido una noche extraña, inopinadamente bella. Duermo plácidamente.

La oscuridad ha dejado de ser infinita, se ha roto.

Sueño...

lunes, 6 de septiembre de 2010

MIENTRAS DUERMES

Duermes profundamente. Tu imagen parece la portada en blanco y negro de una novela titulada “El descanso de la mujer que luchó”. Permaneces inmóvil, ajena a la vida, incluso a ti misma. No sueñas nada, porque ya lo tienes todo.

Irrumpo en tu estancia con mi caminar de pluma de ave y contemplo tu imagen de bruja divina. Huelo tu cuello; toco tu brazo desnudo lenta y suavemente, haciendo una caricia infinita, inacabable... tomo tu almíbar con labio de nube blanca. Dos ojos preciosos se abren y me hechizan con su mirada. Vuelven a cerrarse.

Me estremezco, mi cuerpo tiembla con tu contacto, tu presencia es la luz permanente de un rayo no fugaz. Te tengo inyectada en mi alma. Te amo. Intento hablarte al oído, pero los besos roban mis palabras. Tomo tu sabor con la punta de mi lengua. De nuevo miro tu cara, color de luz solar, y me invade una emoción intensa y agradable, algunos intrusos desconocidos se condensan en mi pecho, siento como si me fuera a brotar una flor. Carita de ojos cerrados, me hace bordear el cuento de hadas... contemporizo entre la locura y la cordura.

Toco tu pelo, enredadera que me trepa, que me trenza, que me lía y me anuda a ti. Miro tu cara y veo el mundo más bello, más hermoso. Necesito vivir más, tener más tiempo para dedicarte todas las miradas de mi vida. Sigues dormida y decido visitar tus piernas, imagen caucásica moldeada con mucha nata, con leche de coco y también de almendras. Mi deseo aumenta, necesito habitarte completamente, visitarte por dentro, pero no quiero despertarte. Separo tus pies y descubro una coordenada rectangular de tu cuerpo. Arriba, a lo lejos, en tu norte, un pestañeo delata el final de tu sueño. Remonto tu cuerpo en un baile silencioso, con algún beso de seda en mi viaje, me amanso en tu pecho y siento cómo late tu vida. Tus párpados son un telón que se abre y muestran un precioso paisaje de hierba fresca, el cuarto color del espectro solar...

Me miras, me regalas una sonrisa que me hace cumplir todos mis deseos. Abarcas mi cabeza con tus manos, presionas suavemente, me llevas hacia ti y me besas en los labios. Me dices que me quieres y que me deseas como jamás has deseado a nadie.

Decido terminar con la interrupción de tu descanso y me marcho lentamente, con más ruido que cuando llegué a ti. El sonido de mis pasos pierde dulzura y suavidad, los escuchas y te suenan como una balada triste de violín. Me pierdo navegando en la inmensidad del mar de la vida, esperando que la generosidad de las olas me lleve a naufragar algún día en las costas de tu regazo... y quedar ahí varado para siempre...

Cuando voy a cerrar la puerta doy media vuelta y, levemente separada de tu cuerpo, veo una llama de amor que titila con ligero temblor. Sonrío y marcho satisfecho.

viernes, 27 de agosto de 2010

LA CLASE POLÍTICA

Sí es cierto que existe eso que se ha dado en denominar la “clase política”, no se queda en una frase hecha o en un término acuñado para distinguirlos y distanciarse de sus vicios.

La política, como servicio al ciudadano, hace tiempo que dejó de existir, de tener ese carácter de ayuda, de entrega, de altruismo. Y todo porque quiénes la han ejercido la han desvirtuado casi completamente. Sé cómo suele molestar a los políticos que se les diga que todos son iguales, y yo puedo llegar hasta a entenderlos, pero sí que afirmo taxativamente y les digo a la cara que todos tienen los mismos vicios.

Los políticos contemporáneos son los que cambiaron la concepción del ejercicio mismo de la acción política. Cuando se ganan unas elecciones, en lugar de entender el hecho democrático como la responsabilidad de asumir los puestos de máximo servicio a la ciudadanía, se entiende como la llegada al PODER. Ya sólo con esa idea que tan lindamente tienen todos interiorizada, su mentalidad opera de una forma matizada. Encima que un buen número de (ir)responsables políticos llegan a ese PODER por razones de oportunidad política, partidista o de amistades con los que componen los núcleos de decisión. En fin, que a veces se asignan puestos que requerirían una aptitud determinada casi en plan cambalache, incluso. Sobre esto podríamos debatir mucho, con buenas razones y con pruebas palpables en cualquier administración, independientemente del color político que la dirija.

Luego están los códigos y las interpretaciones que los políticos hacen de cara a la galería. Eso ya es que roza el esperpento y atenta gravemente contra la inteligencia de toda la sociedad. Si se dividen y se pelean dentro de su propio partido porque el reparto de los enormes intereses y privilegios que tienen puede resquebrajarse, ellos sonríen y se muestran satisfechos porque en su partido hay una sana democracia interna; si hay un caso de corrupción, se exigen que dimitan los implicados, pero si un hecho similar pasa en su partido, entonces ya dicen creer en el Estado de derecho y salvaguardar el principio de inocencia hasta que un tribunal se pronuncie; si sucede un problema significativo que acucia a la ciudadanía, quien no gobierna muestran su sensibilidad frotándose las manos por el puñado de votos que le reportará... y quien gobierna se aflige por el coste electoral que tendrá. Y así un largo etcétera que no escribo por falta de espacio y tiempo. Me parece tremendo y aún más que piensen que los demás nos lo creemos, sólo porque tragamos en silencio y sin incomodar su estatus.

La clase política utiliza coches de gran potencia, de enorme valor, pero es por su seguridad; la clase política acude a restaurantes lujosos, distinguidos, pero es para que sean acordes a su dignidad (la máxima dignidad reside en el pueblo, señores); la clase política goza de privilegios económicos y sociales altísimos, ventajosos, pero es para encontrar la proporcionalidad al sacrificio realizado (como si fueran imprescindibles); la clase política siente que el pueblo le está en deuda, por todo lo que hacen por nosotros a cambio de críticas, de aguantar a la gente y de recibir “palos” diarios a su buenas intenciones; y la clase política sí que conoce bien los problemas cotidianos de sus ciudadanos, pero pierden la dimensión de los mismos y esto les impide actuar correctamente (yo conozco, por ejemplo, la cifra de diez millones de euros y sé que existe esa cantidad, pero no la palpo, no sé la dimensión que ha de tener poseer eso).

Para que no sea tachada como una casta, la clase política tiene que empezar a cambiar ciertos hábitos y hacer apetecible la política por los logros, las obtenciones que benefician a muchas personas y también a entornos; la política tiene que sustentar su atractivo en la posibilidad de que ejerciéndola se pueden conseguir verdaderamente auténticas TRANSFORMACIONES SOCIALES, no personales.

domingo, 15 de agosto de 2010

ELECCIONES AUTONÓMICAS EN EXTREMADURA

Cuando quedan poco más de nueve meses para las elecciones Autonómicas y Municipales en Extremadura, comienzan a hacerse cábalas sobre el resultado que en ellas se producirá. Otra cosa es que luego, sea el que sea este resultado, los aparatos de los partidos, para salvaguardar cada uno sus puestos de privilegio (ellos los llaman de responsabilidad), hacen una lectura peculiarísima de los mismos. El famoso “todos han ganado”. No deja de ser otro insulto más a la ciudadanía, pero como son permitidos, pues bueno…

Tengo la absoluta convicción, como ciudadano de a pie que en Extremadura volverá a ganar las elecciones Autonómicas el Partido Socialista. Y el resultado sería idéntico fuera cual fuera el cartel electoral de este Partido.

El Partido Socialista tiene un voto estructural en Extremadura con una fuerza suficiente para darle la victoria electoral. Aparte de ese voto, que no oscila y es difícilmente canjeable, el porcentaje que queda de voto no definido, no es suficiente en número para que se produjera un vuelco electoral, es casi imposible. Además, ese voto no definido, también se reparte entre las diferentes opciones políticas, no se concentra en una única opción. Ya sólo por este hecho, el Partido Socialista a día de hoy es prácticamente imposible que no obtenga, cuando menos, una mayoría holgada en Extremadura.

Sin embargo, el Partido Popular sigue ofreciendo elección tras elección una forma de hacer oposición que cada vez lo aleja más del gobierno de la región. Se habla de clientelismo, de voto cautivo, inculto, falta de madurez, etc. Sin pensar que con eso muestran una falta total de confianza en la sociedad extremeña, a la par que insultan de manera indirecta a todo aquel que elija como opción el voto socialista. Afirmo con rotundidad que en Extremadura no existe voto cautivo alguno, que se vota libremente y además con intención. En este caso, hasta el momento, la intención clara de los extremeños es que los socialistas sigan gobernando nuestra Comunidad Autónoma.

Pienso que, por primera vez, el Partido Popular de Extremadura tiene un líder con posibilidades de vencer electoralmente al Partido Socialista. Pero tiene tan sólo eso, un líder. El equipo, según mi opinión, no logra enlace alguno con la población extremeña. Y ese equipo es el que traslada la imagen del Partido a la ciudadanía, hecho este que es esencial. Pero como los discursos y las vías de oposición que eligen no casan con los intereses de los extremeños, pues el pueblo seguirá sin identificarse con este Partido y, por ende, aquellos ciudadanos que podría mostrar disposición al cambio no depositarán en él su confianza. Esto es lo que el propio Sr. Monago denomina “hablar en extremeño”, cuestión que él personalmente sí consigue en distintos temas.

Recorrer muchos pueblos y hablar con mucha gente no es sinónimo de victoria electoral, ni mucho menos. Para lograr un cambio de gobierno en Extremadura tendría que cambiar notablemente la forma de hacer oposición del Partido Popular, pero tendría que cambiar significativamente. No vale con cartelitos ridículos de “faltan X días para el cambio” que sólo hacen gracia a sus militantes, sino que se debe hacer oposición delatando los verdaderos errores de quien gobierna, que son los que “sacuden” al ciudadano, lo incomoda y observa que otros lo harían de otra manera. El Partido Popular eso no lo está haciendo. Pero, bueno, esa es su responsabilidad y su tarea. Seguramente ellos, dentro de su contexto y su entorno, piensan que lo están haciendo correctamente y que tendrán su recompensa.

El Partido Socialista seguirá gozando de un estatus privilegiado en nuestra tierra en tanto logre que nadie rompa su conexión íntima con la sociedad extremeña, casi con eso le basta. Y esto es como todo en la vida, una conexión íntima se entierra con otra de las mismas características. Pero esto hay que sabérselo ganar.

domingo, 1 de agosto de 2010

CATALUÑA, VISIÓN PARTICULAR DE UN EXTREMEÑO

La inmensa mayoría de los españoles, excepto cuatro retrógrados recalcitrantes de neuronas amputadas, tenemos un visión notablemente positiva de Cataluña y de los catalanes. Esto no es una afirmación amable pero subjetiva, sino que es un hecho real fácilmente verificable moviéndose por toda la geografía española y entablando conversaciones tranquilas y directas con los habitantes de las distintas Comunidades Autónomas que conforman el Estado español.

Pienso sinceramente que Cataluña es una tierra preciosa, acogedora y con un enorme potencial a todos los niveles. Y, del mismo modo, tengo la absoluta convicción de que los catalanes son inteligentes, honrados, honestos, trabajadores y altamente productivos. Esto es un hecho incontestable. Por esto y desde mi experiencia personal en aquella tierra, como extremeño, invito a la gente a aproximarse a Cataluña y lo catalán sin desconfianza, sin reservas, sin prejuicios, sin estereotipos y sin ideas preconcebidas. A Cataluña y lo catalán hay que acercarse, primero, sin complejos; y, después, con afecto, con aceptación, con capacidad de integración y con apego a sus señas de identidad, como nos gustaría a nosotros que se acercarán a cada una de nuestras realidades geográficas, sociales y sentimentales.

Para mí, que no hay nada más importante a nivel geográfico que Extremadura y lo extremeño, que siento una fuerte identidad como extremeño, que me defino de manera primordial como extremeño, que ardo de amor por Extremadura e intento propagar el incendio; para mí, decía, lo importante es la gestión que se hace de la identidad propia.

Entonces, partiendo de la premisa sociológica y jurídica de que somos iguales pero no idénticos, analizamos cómo se puede administrar nuestra identidad sin crear distancias estériles que hagan sentir menosprecio o rechazo a quienes nos rodean.

Un sentimiento es imparable, no razona porque forma parte de la emoción. Por tanto, claro que Cataluña tiene que ser lo que los catalanes quieran que sea, evidentemente que sí. Pero lo que quieran todos los catalanes, no sólo unos pocos que, para colmo, tienen una representación parlamentaria más bien escasa. En Cataluña conviven diferentes ciudadanos que sienten distintas identidades: unos son españoles sólo, otros se sienten solamente catalanes y pienso que una gran mayoría se define como catalanes y españoles. Por ello, los partidos catalanes que más representación consiguen son aquellos que tienen un discurso más moderado, más plural, más tolerante y más comprensivo; que no es más que un fiel reflejo de la composición de la sociedad catalana. No tengo la menor duda de que esto nadie lo pone en tela de juicio y es un hecho objetivo que debe ser aceptado como tal.

El problema llega cuando para poner en valor mi realidad, hablo de hechos diferenciales, de fuerte identidad, de costumbres, ritos y tradiciones que son utilizados como arietes contra lo que representa todo lo que me rodea, todo lo que no lleva mi identidad y tiene un cierto olor, por ejemplo, a español. Esto sí que es un verdadero problema, de una enorme complejidad. La identidad no se debe instrumentalizar para diferenciarse buscando un trato diferente o incluso privilegiado. La identidad ha de servir para enriquecer; para retratarse como ciudadanos de costumbres apetecibles, adorables y queribles por todos; para sumar y aportar valor al resto del mundo, no sólo al conjunto de España. Y, francamente, esto último es lo que yo creo que pretenden la casi totalidad de los catalanes. Muchas veces sus propios políticos son los que, despegados de su realidad y de los deseos de sus votantes, crean situaciones de confrontación, polémicas huecas, inútiles y escasamente entendibles.

Tengo claro que, independientemente de las luchas políticas, de los conceptos jurídicos, de los pensamientos diversos, de las naciones o de las regiones, de los toros o de los correbous y de las demás lindezas de este tipo, yo personalmente prefiero atesorar personas antes que riquezas.

Quiero junto a mí a Cataluña y a los catalanes y, por supuesto, los quiero próximos a mí porque su libre decisión así lo exprese. Para ello, yo seguiré manteniendo una actitud de respeto, de tolerancia, de comprensión a decisiones ajenas, de empatía a quien se siente diferente a mí y de sentir como propio aquello que por ley quiero que me pertenezca. De esta manera, estoy absolutamente convencido de que se terminará imponiendo la cordura, que siempre se me respetará y también se creará una corriente donde todos querrán sentirme también suyo.

viernes, 30 de julio de 2010

BESASTE MI FRENTE

Besaste mi frente y marchaste. El sonido de tus pasos era la melodía de mi tristeza, la imagen cierta de mi desolación, tal vez de mi derrota. Abatido, me vi reflejado en tus ojos, espejo misterioso que me devolvía una efigie desconocida, rara, enferma, locamente enamorada…

Mi corazón lleno de heridas, vacío de afectos, de cariño y amor. Mi corazón hecho de remiendos, órgano de nadie, latido vacío e insonoro, porque tu distancia te impide escucharlo. Mi corazón ya no buscará que lo des-deserticen, quiere ser siempre ya arcilla seca; mi corazón ha quedado cauterizado por tu marcha. Mi corazón es otro volcán apagado, con chispas impacientes, desazonadas… con chispas que no queman. Puede que sea un corazón inservible.

Tiempo de modorra, de calor asfixiante, la ciudad late despacio. Mientras ardo en las entrañas del averno de tu ausencia, avanzo por el camino vacío de lo insignificante. Miro desesperado, te busco, me tambaleo en el alambre y termino cayendo al abismo del olvido. Un olvido oscuro, antipático, desagradable, antesala del infierno que dejas tras de ti. Parece que mi vida va a parar. Para. Restos de mí siguen deambulando por la caldera del asfalto, por el laberinto de donde tú no estás. No te encuentro.

Me dedicaré a colocar el mundo como a ti te gusta, para si un día vuelves. Volcado en ti, en tu nueva aparición, en tu abrazo deseado, encontraré oxígeno para seguir respirando y contar a todos cuánta falta me haces. Construiré miles de sendas que lleven a mí.

Un edificio en ruinas me recuerda mi estado. Busco comprensión en su interior desolado, triste, inhóspito, desierto. Parece como si quisiera desaparecer, como si me quisiera sujetar con resignación a algo violento o repugnante. Quizás esté perdiendo mi condición humana. O puede que la esté buscando.

Vuelve a mí, por favor. Te necesito más que nunca. Te necesito como nunca. No sabía que te amara tanto, calibré mal tu proximidad, tu compañía, tu complicidad, tu forma de amar, tu mimo, tu delicadeza...

lunes, 12 de julio de 2010

EL AMOR

Siempre había pensado que el amor era un espacio infinito y misterioso, como los cuadros de María Jesús Manzanares. Sin embargo, con el paso de los años, con la experiencia que te da la vida, mi pensamiento sobre el amor se torna ahora justo del revés de lo que siempre pensé. Creo que el amor es un espacio finito y abarcable, no es un hecho tan inmenso como él mismo nos quiere hacer creer o nos hace sentir.

Todos los seres humanos tienen una idea de cómo les gustaría ser amados, bajo qué circunstancias, en qué grado y de qué modo. Y todo aquello que salga de ahí descoloca de tal forma a la persona que comienza a sentir que el amor que recibe, sea el que sea y en la cantidad que sea, no es el correcto. Y aunque sea un amor inolvidable e irrepetible, deja de disfrutarlo porque está más pendiente de cómo moldearlo o de cómo acabarlo que de gozar con un presente único que la vida le regala.

Como sigamos conformando los presentes en base a ideaciones de vida y futuros idealizados, seguiremos generándonos enormes vacíos que nos impedirán vivir justo, justo hasta morir. Y así nuestra vida pasa sin ruido, pero apretando intensamente. De hecho, no hay nada que golpee más fuerte y con más firmeza que la propia vida, que nuestra vida propia.

El amor es un arma letal que siempre llega, no ya sólo cuando él quiere, sino como él quiere. No conozco amor que no haga sufrir, que no tenga un costo elevado, que no arrase el camino que recorre, que no tenga una meta incierta, que no desgaste, que no deje cicatrices dolorosas y muchas veces imposibles de cerrar. Y si algún amor se presentara en otras circunstancias, entonces ya somos nosotros los que nos encargamos de descuadrarlo y hacerlo transitivo hacia los estados anteriormente reseñados.

Me baso en observaciones directas de cuantos seres me rodean para afirmar esto que escribo, pero la observación también es un método científico. Además, está claro que el propio ser humano no está capacitado para vivir un amor en estado puro, un amor ideal. Siempre acogemos al amor bajo sospecha. Si es negativo, que no nos conviene, la fatalidad es visible y vamos recibiendo los fuertes golpes como buenamente podemos hasta que nos noquea y los vaciamos con chorros de vida. Y si el amor es positivo, nosotros recibimos órdenes para reaccionar contra él y dudar, desconfiar y recelar. Pero dejarnos llevar y disfrutarlo plenamente, eso jamás. Pasamos la vida salvaguardándonos de sentimientos y, justo en esa protección que nos damos, amputamos vivencias que podrían llegar a ser simple y llanamente INOLVIDABLES.

jueves, 8 de julio de 2010

OLVIDAR

Pedía ayuda para olvidar, pero olvidar es muy difícil. Para ahorrarle un sufrimiento mayor, se lo dije inmediatamente. Olvidar es una tarea tremendamente complicada, porque los recuerdos tienen más fuerza que la propia realidad, incluso son más potentes que la voluntad del ser humano. La dificultad o la imposibilidad de olvidar lo que nosotros queremos y cuando nosotros queremos hace pequeño, vulnerable e insignificante al ser humano.

Sin embargo, es increíble con qué facilidad nos olvidamos de nosotros mismos. Pasamos enormes temporadas sin acordarnos de quiénes somos, qué representamos y qué hacemos aquí.

Conformamos nuestra propia biografía como un camino salpicado de alegrías y tristezas, de esperanzas cumplidas y de expectativas frustradas, de recuerdos imborrables que, muchas veces, hacen que no se produzca nuestra propia ruina. A medida que transcurren los años, los paisajes de nuestra vida se llenan de cráteres, como la superficie de la luna. No se llegan a olvidar ni los malos momentos ni los buenos. Los recuerdos quedan insertos en el pozo de la memoria como huellas indelebles de todo lo vivido.

Sus lágrimas seguían fluyendo, eran también chorros de olvido. Sus ojos vidriosos me contaban que necesitaba olvidar, pero el olvido no es una herramienta que se deje utilizar a nuestro capricho. Sus palabras eran tristes, expresaban algo más que meras composiciones léxicas… anhelaban olvidar…

Claro, buscamos olvidar cuando alguien nos pide el corazón y le entregamos hasta el alma. Los ladrones de almas son muy crueles, se las llevan y luego nunca las quieren devolver, se las quieren quedar aunque ya no las amen...

Cuando alguien es olvidado, se le hace imposible el olvido. Tal vez quien pedía ayuda para olvidar, olvidó que era ella la OLVIDADA.

domingo, 20 de junio de 2010

RUPTURA

Aún recuerdo cuando me decías “te quiero”. Lo hacías con palabras acunadas, movidas horizontalmente por todas las fibras de amor de tu cuerpo. Eran tan sinceras, tan sentidas y también tan necesitadas, que posaban en mi interior como un flash de luz intensa, viva.

Me prestabas tu olor que era la antesala divina de tu delicioso sabor, opíparo manjar que yo alojaba en el cielo… en el cielo de mi boca.

Una mirada, un beso tuyo, la disposición exacta de tu cuerpo en el espacio. Tu belleza empezaba por tus gestos, automatismos involuntarios que me volvían loco de atar.

La alegría de tu presencia, un abrazo esperado, algunos besos blancos, dulces, y otros que yo te devolvía pero ya quemados por el fuego del amor.

Por entonces, mis sentimientos eran alados, volaban libres y muchas veces daban paseos alocados. En uno de esos paseos se posaron en tu encanto hechicero, y ya nunca volvieron a volar por otros aires. Del mismo modo que la corriente del río va tallando a su antojo las piedras y las rocas, tu existencia lo fue haciendo con mi corazón empedrado. Empecé a vivir fuera de mí, porque me estaba instalando completamente en ti. Todo se desvanecía a mi alrededor excepto tú, que era lo único que veía… o que quería ver, no lo sé. Sacaste lo mejor de mí, precisamente te lo llevaste tú; por eso hoy estoy vacío, completamente vacío.

Di un paso más y, además de quedarme vacío, seguí tan empeñado en amarte que también quedé anulado, disuelto en ti, evaporado en tu imagen sagrada. Y en ese último intento por demostrar hasta dónde se puede amar, fue cuando tú decidiste romperlo todo en mil pedazos, pulverizar todo el edificio construido, demoler cualquier lazo que te uniera a mí.

Aún hoy, tu ausencia es dolorosísima, sigues viviendo en cada uno de los detalles de mi vida. Todos los días te veo suspendida en el aire de mi imaginación, todas las horas te vivo encarnada en tu singular aroma, todos los minutos martillean tus palabras mi cabeza y todos los segundos esa sonrisa tuya preciosa sigue iluminando la tiniebla de mi soledad.

No iré borrando mi dolor, porque no quiero. Seguiré viviendo siempre para ti, porque estés donde estés siempre te amaré.

martes, 8 de junio de 2010

TODO ACABÓ

Sí, todo terminó. No hace ni tres horas que acabo de fallecer. Francamente esto visto desde la óptica del finado es todo un espectáculo. Estoy hasta la coronilla de aguantar tanto tiempo en la misma posición, es bastante incómoda. Bueno, para lo que a mí me importa, yo ya no me canso con nada.


Siempre pensé que el olor de los velatorios estaba relacionado con la vestimenta apolillada de las personas mayores, pero no podía estar más equivocado. Aquí en este cuarto huele idéntico que en cualquier otro que albergue un muerto. ¿No será el olor propio y no descubierto de las lágrimas? Claro, las lágrimas pueden dar el pego a cualquiera. Las vemos tan transparentes, tan limpias que podemos llegar a pensar que no huelen. Va a ser que las lágrimas huelen dependiendo del acto que las haga brotar. Sí, es eso. Si lloras de amor, las lágrimas huelen a azahar, a brisa marina, a efluvios de selva tropical... huelen a esperanza, a vida. Sin embargo, las lágrimas funerarias huelen a rancio, a ropa vieja y casi sucia, a pasado, a colonia del todo a cien mezclada con sudor. En serio.


De verdad, agradezco mucho el gesto de cariño y de respeto que hace la gente que viene a verme, a despedirme, a decirme el último adiós, pero me siento rodeado. Encima el personal está de un charlatán que no veas. Las conversaciones son diversas y variadas: desde el fútbol, que comentan algunos de mis amigos; pasando por los temas cotidianos más comunes; hasta los lamentos de mi mala suerte de morir tan joven, de lo bueno que fui y del futuro que hubiera tenido por delante. Desde luego no escucho nítidamente ni una sóla frase entera, tan sólo oigo un murmullo constante y ronco de intensidad media. Me están levantando dolor de cabeza, aunque reconozco que me están velando sin ningún interés de orden superior. Algunos de los que me rodean están más muertos que yo, que ya es decir. Desde luego nadie puede certificar su muerte en lo que tengan pulso vital, pero perfectamente se podían venir conmigo al nicho. Ni ellos mismos se echarían de menos.


Acaba de amanecer, ha sido una noche realmente espantosa. Una noche compuesta por palabras y lágrimas. El nuevo día trae una luz brillante, intensa y tal vez alegre, aunque en los corazones de quien me quiere seguirá reinando por un tiempo la penumbra. Si es que alguien me quiere, no me he parado a medir el grado de dolor del personal. Involuntariamente y con la mejor de sus intenciones, bastante lata me han dado ya toda la noche. Estoy convencido de que quien llora la pérdida de alguien, sufre por el vacío que le queda, no por quien se va.


Bueno, parece que ha llegado el momento de abandonar mi casa. Veo a mi familia rodeándome con gesto grave, con un dolor real, mientras el cura se abre paso entre la muchedumbre que espera mi salida. El cura me rocía con agua bendita, me la aplica con un útil metálico de mango estrecho y cabeza esférica, cuya parte superior está agujereada como la boca con orificios de una regadera. Me viene bien este refrigerio, la verdad. Al cerrar el ataúd, percibo por última vez las caras que tanto amé. Están absolutamente demacradas por el dolor que sienten. Lloran y gimen, casi me gritan despidiéndose. Justo por la última ranura que quedaba se mete un “te quiero”. Casi me hacen llorar a mí también. Si pudiera animarlos, lo haría. Pero ahora no estoy para dar ánimos a nadie, tengo que partir.


Es triste irse así, sin haber tenido tiempo de decir muchas cosas. Por ejemplo, me hubiera gustado mucho explicar a ciertas personas la forma que yo tuve de amarlas. Eso en vida no lo valoramos, lo veo ahora que estoy fiambre. Eso sí, no me arrepiento absolutamente de nada de todo cuanto hice. Me voy sintiéndome muy honrado de quien me dio su afecto, su cariño y su amor, tesoro impagable que jamás olvidaré.


El sacerdote está diciendo una homilía preciosa, cargada de sentimiento. Sus palabras aumentan la intensidad del llanto de quien llora mi muerte... o mi ausencia. La verdad es que ya tengo ganas de retirarme al nicho, me encuentro bastante cansado. Y aquí ya no pinto nada, estoy muerto.


En el momento crítico de mi entrada al nicho, que es cuando los vivos experimentan la auténtica sensación real de pérdida, desde el interior de mi ataud escucho llantos, palabras y voces de ultratumba. También tiene narices la cosa, yo escuchando voces de ultratumba. Y luego nos pensamos que el único mundo que está del revés es el de los vivos. Ya, ya.


Antes de terminar de tabicar mi nicho, quisiera transmitir un mensaje a las personas que están apenadas por mi partida. Quiero decirles que me llevo conmigo toda la felicidad que compartimos y que, con mi muerte, me llevo también todas sus penas para siempre. Os quiero, sentid mi abrazo permanente.


Bueno, emprendo camino hacia mi descomposición.





lunes, 31 de mayo de 2010

LOS BANCOS DE LA IGLESIA II

El interior de la iglesia tenía un olor raro, como a incienso y mirra. A oro no, a pesar de todo lo que en ella se oraba. Perdonad por el juego estúpido de palabras. El interior de la iglesia estaba en penumbra, con sombras débiles que no sé qué dirección tenían, hacia donde avanzaban: si de luz a oscuridad o de oscuridad a luz. Me pareció que tenía un exceso de bancos, para tan pocos fieles. En las paredes laterales había Santos, velas, interruptores de luz y altavoces. En el frontal lucía un retablo bien trabajado, era incluso hermoso. Tenía cinco Santos, uno de ellos en un plano superior a los otros cuatro, colocados estos últimos de manera simétrica a ambos lados del que más alto estaba. El dedo índice de todas las manos derechas de todos los Santos de la iglesia apuntaban hacia arriba, como si mostraran a Dios asomándose en el cielo o algo así. A ver si algún imaginero innova y talla una imagen de Santo o Santa, por ejemplo, con los brazos en jarras. No estaría nada mal.

Resulta que, tras la mesa del Altar, había tres curas de espaldas. Parecían tres Dioses. Tenía los brazos abiertos en paralelo hacia el horizonte del cielo. Estaban cantando una canción que decía algo así como: “... creo en Jesús, creo en Jesús, Él es mi vida, es mi alegría...Él es mi salvadooooorrr...”, siendo secundados tan sólo por dos señoras mayores que se sentaban en la primera fila. Hubo momentos que estas dos señoras miraban hacia atrás para provocar el canto de todos los demás devotos, pero sus esfuerzos resultaban estériles. Mira que ponían cara de entusiasmo cantando, pero el personal no estaba por la labor. Tan sólo las miraban, pienso yo, fijándose más en sus expresiones desmedidas que en el contenido de la canción. La verdad, estaban borrachas de cristiandad. Cuando acabó la canción, los tres curas se rodearon con una sincronización casi perfecta. ¡Menuda sorpresa me llevé! Casi caigo desplomado en el banco, el cura principal era Don Valerio. ¡Por favor, si habrá iglesias en Plasencia!

Lo que no recordaba yo bien eran los bancos de la iglesia, su estructura. Tienen una extensión hacia atrás, con una tabla atravesada en perpendicular que asienta sobre las traveseras que salen de cada una de las patas del banco. Supe más tarde que es un apoyo para cuando los fieles en cuestión se arrodillan, se postran ante Dios para venerarlo o humillarse. Cuento cómo es el formato del banco porque ahí radica el tema central de esta historia. Es más, debido a esta anécdota se diluyó mi intención inicial de renovación o validación de mi FE a través de mi asistencia a una misa.

Junto a mí se colocó un hombre de mediana edad que debía medir cerca de dos metros de alto, con una corpulencia elefantiásica. Por su propio peso, tenía los zapatos reventados. Como dirían en mi pueblo, estaba para dar un “estallío”. Cuando se sentó, el banco crujió como si le hubieran pegado un marrazo. Bien, hasta ahí todo normal. Sin embargo, cuando Don Valerio hizo la petición de que nos pusiéramos en pie fue el momento que yo encontré pero bien encontrada la iglesia, la misa y toda su doctrina entera. Metí los pies debajo de la tabla trasera antes definida del banco de delante, me parecía excesivo pisar donde otros se arrodillan, incluso pueril. Pero mi vecino de banco decidió pisar sobre dicha tabla; según crujió, se combó hacia abajo y me atrapó los empeines de los pies con una fuerza que creí que me saltaban todos los dedos de los pies como si fueran muelles rotos. Contuve la respiración para no prorrumpir un alarido salvaje, brutal, estridente. ¡La madre que lo parió, lo que pesaba el bicho! Os juro que empecé a sudar, además de ver borroso de puro dolor. Tenía unas ganas de irme de la iglesia que hasta me estaba poniendo de mal humor.

Cuando logré liberar los pies de aquella opresión brutal, ya no sabía ni quería saber qué pintaba yo en una iglesia. Sólo que pude pisar firmemente en el suelo, aunque caminando con cierta dificultad abandoné el templo. A la salida, en las escalinatas del atrio me senté a lamer mis heridas. Me descalcé, me quité los calcetines y observé un par de moratones circulares, atravesados por sendas secantes con efusiones mínimas de sangre. Afortunadamente nada que no se solucionara sin mayor dificultad, toda vez que el dolor había remitido.

Por tanto, fijaos de qué manera me fui a encontrar yo también con Dios. A eso se llama ir a por lana y salir trasquilado.

No obstante, unos bancos no van a tener la suficiente fuerza como para configurar mi FE, ni mucho menos. Muy pronto volveré a replantear ese tema esencial y de nuevo iniciaré una aproximación a una iglesia, para comprobar qué se ofrece allí y si el ritual me convence o lo creo más o menos cierto.

Iré de nuevo a San Esteban, ya que Don Valerio es un cura que me llena no sólo como trabajador, sino también como persona.

miércoles, 19 de mayo de 2010

LOS BANCOS DE LA IGLESIA I

Aquella forma de caminar no me dejó indiferente. Miraba a todas partes y observaba minuciosamente todos los detalles. Su cara me impresionó, desprendía una serenidad como nunca antes había visto. Se dirigió a mí de manera cordial, con una sonrisa y una expresión facial que irradiaba una felicidad auténtica, de la buena.

- ¿Se percata usted, joven, cómo lo bello a veces no es visible a los ojos?
- ¡Huy, pero si es usted cura!
- ¿Cambia eso en algo nuestro encuentro?
- Ni mucho menos, Padre.
- Don Valerio, para servirle.

El sacerdote continuó avanzando de manera pausada, girando su cabeza a los lados, al tiempo que metía las manos en los bolsillos de su chaqueta negra. Al cabo, miró hacia atrás y sonrió. Desde luego esa sonrisa fue un brillante y extraño colofón, me generó una necesidad imperiosa de ver de nuevo aquel curioso personaje.

Continué viendo la obra de descubrimiento de la muralla histórica de Plasencia y, cuando la noche iba ocupando las calles, regresé a casa.

Aquel hombre, que parafraseaba a Saint – Exupéry con un precioso timbre de voz, desprendía una paz interior enorme, un sosiego fuera de lo común. Sinceramente, me pareció una aparición.

Desde hace algún tiempo llevo librando una batalla interna brutal, sin precedentes en mi vida, con mi FE. Sí, sí, mis creencias religiosas. Busco con ahínco señales o lógicas metafísicas que me validen la FE o que me la terminen de extinguir de manera absoluta. ¿Quién me mandaría a mí pararme a pensar en esto un buen día? Con lo cómodo que es no planteárselo o tenerlo como una herramienta recurrente cuando la necesidad aprieta. Sinceramente, no os lo recomiendo, supone un desgaste que incluso sorprende.

Al final, tras varios paseos hacia mi epicentro, tras muchas miradas hacia el tapiz blanco del horizonte donde proyectamos nuestro interior y tras muchas reflexiones de carácter pendular, decidí un domingo acercarme a misa. Elegí una iglesia al azar, en el centro de la ciudad, para no tener que caminar mucho. Y fui a parar a una parroquia denominada San Esteban, junto a la plaza mayor de Plasencia. Total, para que me administren unos sacramentos y me rediman espiritualmente, cualquier iglesia y cualquier pastor acreditados por Dios valdrán, pensé. Respiré hondo y entré.

miércoles, 12 de mayo de 2010

PASEO PAUSADO POR UNA MUJER

Apareciste como si emergieras de la nada. Alfombraste mi camino. Tu pelo iba recogido y, en sus puntas, caracoleaba retornando a ti. Tu pelo no era pelo, era un halo de divinidad. Tomando como referencia la punta de tu nariz, tus cejas mostraban una simetría casi perfecta de tu cara. Tu mirada era acristalada, de vidriera esmeralda y terminada con puntas plateadas que, a veces, clavaban. Tus labios eran toboganes de la niñez que resbalaban hacia tu esencia interior. Estaban prestos a ser libados. Tu sonrisa era amable, sincera. Era una sonrisa de seda, anidaba en muchos corazones. Tu sonrisa volaba alto, muy alto; volaba como las imaginaciones... o más alto. En tu sonrisa se posaban muchas miradas, también deseos. El timbre de tu voz tenía un sonido envolvente y era, además, musicado. Brotaba de tus labios carnosos y móviles, lanzaderas de la lucidez.


Debajo de lo descrito anteriormente, como pasadizo, estaba tu cuello. Era una barra de diamante que me deslizaba hacia un jardín botánico. Me guiaba al paisaje selvátivo de tu cuerpo. A los lados, tus brazos, dejaban ver una correspondencia exacta en forma, tamaño y posición. Terminaban en diminutas manos progresivas, escaleriformes, direccionadas al cielo, con caricia suave de nube.


En la estepa de tu cuerpo, paré indeciso. El paisaje era precioso, lo miré con los prismáticos al revés, para darle aún más extensión y aumentar lo bello. Tu cuerpo, ínsula albina que haría las delicias de Sancho Panza. Desde tu cintura circular miré el horizonte de los dos caminos que marcaban tus piernas. También miré hacia arriba, quería ir recapitulando casi a cada paso. Me perdía transitando por tu meseta, hollando sendas tan violadas y tan vírgenes como la violada selva virgen.


Descendí manso, lento y moderado serpenteando por una pierna esférica y sentí un roce liso, blando, grato... dulce, muy dulce. Y aterricé en el empeine de un pie que estaba allí. Un pie con una primera apariencia irregular e indeterminada. Un pie que tomó forma cuando lo miré verticalmente. Dí un saltito corto y terminé en otro empeine de otro pie de la misma isla, pero con la disposición física contraria al original. Volví a circunvalar reptando otra pierna de idénticas características a la que antes descendí.


A decir verdad, estaba tremendamente cansado, casi agotado. Aquel día no pensaba pasear más, Deseaba dedicar el resto del día a la lectura.


domingo, 9 de mayo de 2010

DEMASIADO TARDE

¿Quién no ha dicho alguna vez la expresión “ya era demasiado tarde”? Qué palabra esa, qué significado encierra, qué desgarrador concepto. Simboliza lo perdido, no el porqué. Representa un vacío de vida, un vacío infinito, que ya no encontrará ni su principio ni su final, es continuo. Un vacío que genera un dolor que parece que no es dolor, pero que quema como la lenta combustión de leña seca.

… Me pidió perdón, pero ya era demasiado tarde… ¿Quién tipifica el tiempo? ¿El corazón? ¿Nuestro cerebro? ¿Ese algo que no se sitúa en ninguna parte de nuestro cuerpo que llamamos alma? ¿Quién demonios armoniza nuestros errores, su perdón y el tiempo en que todo ello se enmarca o debe enmarcarse? ¿Quién gobierna eso? Tal vez sea el amor, pero también puede ser el rencor. Por Dios, ¿quién genera esos sentimientos? ¿La locura? ¿La cordura?

…Recibí tu mensaje, pero ya era demasiado tarde… ¿Por qué era demasiado tarde? ¿En qué Ley escrita o no escrita se establece ese dogma? ¿Quién nos coloca ante ese peligroso precipicio? ¿Qué nos hace funámbulo de esa demencia? ¿Quién marca ese punto de no retorno? ¿Qué le da el carácter de irreversibilidad a un hecho humano? ¿Quién puede lograr activar hasta ese extremo la obcecación de la puta sinrazón? ¿Qué consigue dejarnos en el aire dando pasos que no avanzan? ¿Quién nos arrastra a pasar del amor absoluto al odio total? ¿Qué poder o qué magia nos lleva a devastar todo principio de razón, de orden, de justicia, de equidad, de relación? ¿Quién o qué, maldita sea?

Nunca es tarde. Todo en la vida no se puede anticipar, no podemos vivir en un sistema preventivo de relaciones. El valor de la palabra tarde es relativo, pertenece al plano de nuestros pareceres. Es una palabra intrínsecamente subjetiva, al menos en lo referido a las conexiones humanas. Nunca es tarde, ni siquiera para las cosas ya sucedidas. Esta palabra tiene engrilletadas a muchas personas de manera perpetua, provocándoles una incapacidad permanente de disfrutar, creando en su interior un granero de odio, generando en su corazón una enorme mole de desconfianza en los seres humanos…

Nunca es tarde para perdonar, para amar, para olvidar, para recordar. Nunca es tarde para gastar nuestras manos de tanto estrechar, para fortalecer nuestros brazos de tanto ceñir. Nunca es tarde para buscar la cordialidad, para recuperar la paciencia, para ayudar a superar fracasos, para ser ejemplo de honestidad, para ser querido, para querer y para seguir queriendo. No, nunca es tarde para terminar de enterarnos que lo importante de este mundo somos nosotros, las personas. Que nos podemos tener, que nuestra interacción es gratuita e inigualable, la única curativa que existe.

No, nunca es tarde para caminar por la senda de la felicidad, para buscar el regazo de quienes nos rodean que es, a su vez, donde encontraremos el verdadero alivio a todo ese carbón encendido que nos anda quemando tantas veces por dentro…

No, qué va, nunca es tarde para ser feliz…

domingo, 2 de mayo de 2010

LA CATEDRAL DEL TIEMPO

Un jardín bien cuidado siempre llama nuestra atención. Por la edad de los seres humanos sentimos incluso cierta fascinación. El paso del tiempo nos sitúa en el campo de la nostalgia, muchas veces de la melancolía. Recordamos lo vivido, pero no nos lo aprendemos. Miramos al cielo suplicando a un Dios en el que creemos poco o nada. Nos gusta lo bello, lo saboreamos puntualmente y luego nos atenaza una incapacidad de retener la satisfacción sentida. La tristeza se mantiene, se enraíza en nuestro interior; mientras que la alegría es de renovación continua o no la sentimos, porque no permanece.

Un policía nacional me devuelve a la realidad, con su voz grave pero educada y amable me rescata de mis abstracciones. Al fin y al cabo una catedral no es para reflexionar, sino para orar. Yo, por el momento, he perdido la necesidad psicológica de que Dios me salve de nada.

Unas cortezas del tronco de unos pinos me provocaron una retrocesión a mis años infantiles. Estaban en un jardín de la catedral vieja de Salamanca, rodeando la superficie de hermosas plantas con flores. Ese colorido precioso y espectacular, produjo en mí una sucesión de imágenes en blanco y negro de mi niñez; me situaron de nuevo en Nuñomoral, ajeno al resto del mundo, disfrutando cada momento, llenando mi querido pueblo de holladuras infantiles, cargado de inocencia y de bondad, viviendo los juegos por épocas (nidos, bolindres, corchonazos, rayuela, cuatro esquinas, cárcel…), queriendo y respetando a nuestros mayores, sintiéndome amado por mis padres, y explotando en cada rincón y multiplicándome por mil para que el día no se agotara y me diera tiempo a disfrutar y gozar de la compañía de Javi, de Jero, de Veni, de Tomás, de José, de Jaime, de Carlos, de Manolo, de...

Era una sensación fantástica, mágica, casi gloriosa. Rasábamos pequeñas cortezas de tronco de pino en la superficie rugosa de alguna pared, hasta lograr darle forma de barco.

Después, para botarlos, elegíamos las corrientes más frenéticas del río hurdano. Lanzábamos nuestra nave desde la orilla y, en la medida que el margen del río nos lo permitía, corríamos paralelos a nuestra creación alborozados, mientras mirábamos y gritábamos con una viveza inusual:

- ¡Adiós, mi barco! ¡Adiós, mi barco! ¡Espérame!

Y con el barco, se iba una vida. Cada uno imaginábamos un mundo diferente donde iría a parar nuestro juguete. ¡Cuánta inocencia! Pero, eso sí, con el barco se iba una vida.

¡Cuántos barcos lanzamos por el curso incierto de la vida! Qué hermoso imaginar que algo que nace y sale de ti puede ser interpretado por diferentes personas.

La catedral hoy huele rara… no sabe a nada. Fijo mi mirada de nuevo y emprendo camino hacia mi interior.

Los olores de nuestra niñez, la ingenuidad, la interpretación del mundo, la honestidad infantil, la concepción ecuánime de la amistad y el amor, la confianza ciega en las personas, la lentitud del tiempo, el contento interior, la magia, la frescura de una brisa no contaminada, la aceleración vital para llegar a todo sin moverte del sitio, el corazón razonable y justo no influido por ningún saboteador oculto, el crepúsculo tardo mostrando sus lágrimas plateadas, la aparición repentina de Cupìdo…

En el bote y el rebote de mis pensamientos descubro que la vida es un poco como las ramas de un sauce llorón. Primero tienden hacia arriba, buscan el optimismo. Después, mientras proyectan unas lágrimas que no mojan, dibujan la curva de la sumisión y recorren hacia abajo toda la longitud de su propio cuerpo… y acaban besando el suelo.

El policía nacional insiste en informarme que la catedral se cierra.

Y con el barco, se iba una vida.

¡Adiós, mi barco! ¡Adiós, mi barco! ¡Espérame… MI VIDA!

jueves, 22 de abril de 2010

MARÍA JESÚS MANZANARES

Esta vez sí que he aprovechado la ocasión, pero bien. En la sala de arte del Brocense, en Cáceres, acaba de terminar una exposición de mi amiga María Jesús Manzanares (http://www.mariajesusmanzanares.blogspot.com), para mí la mejor artista del Planeta.


¿Qué podría yo comentar acerca de su obra sin dejarme contaminar por el plano afectivo y teniendo presente que yo de arte tengo una idea más bien somera? Me limitaré a plasmar una percepción personal que, de antemano reconozco, estará exenta de criterios que posean un mínimo valor técnico.


Yo, que hace tiempo que conozco su trabajo, empiezo a pensar que su obra está principiando a separarse de ella misma, a escapársele. Ya digo, su propia obra en un acto de rebeldía se le quiere emancipar. Bien pensado, es sorprendente. Imagináos el titular de prensa: “La obra de María Jesús Manzanares se independiza de su creadora”. No me digáis que no tiene bemoles la cosa, que crees algo con todo el cariño y se te vaya. Yo veo en sus nuevas creaciones una fuerza infinita, ilimitada, que representa un deseo palpable de que se produzca una separación no ilusoria, sino real entre la artista y su obra. Tal vez sea la primera vez que una artista y su obra pierden el carácter de unicidad. No obstante, seguiremos sabiendo la autoría de esas creaciones porque la artista en sí, tiene la cualidad principal de la transparencia. La hemos visto, la vemos y la seguiremos viendo. Y ella viene siendo, es y será el preludio del paraíso. Gracias por darnos la posibilidad de insertarnos en él.


En esta exposición, he podido contemplar una obra razonada y meditada, perfectamente medida, localizada cronológicamente, punzante con las paredes de las cuevas del pasado, pero enredada con los muros del futuro. Por eso es una obra viva, dinámica, progresiva, longitudinal, geométrica, ecuánime, armónica y transitable hacia estados superiores. Quiere esto decir que aún le queda un tremendo recorrido, si antes su obra no se le ha terminado de escapar.


Sinceramente no observo atisbo alguno de melancolía en la obra de María Jesús Manzanares. Me parece más bien que hace una transmisión impecable de la transitoriedad de todo lo constituido, nos muestra la impermanencia de los elementos, la temporalidad de los ciclos de la vida, lo cotidiano de cada actualidad... la evolución del ser humano y los resortes que va utilizando en cada momento para escalarla. ¡¡Ahí es nada, lo que muestra la niña!! O la obra, no lo sé. Y luego ya, de ahí para arriba, es donde puede aparecer la melancolía, pero en quien percibe, no en quien proyecta.


ENREDADOS hace patente una creación de una fuerza constructiva inmensa, sin límite físico; una obra extraída de todos los huecos de soledad de María Jesús, que manifiesta todos los espacios de inquietud y quietud de la artista. Es una obra que se expande como el aroma de un ramo de rosas frescas... y que contemplándola pasas de enredarte a embrujarte.


Lo único que tengo claro es que, todos los que te admiramos profundamente, cuando intentemos devolverte parte de la belleza con la que tú nos obsequias, tendremos que titular el regalo EMBRIAGADOS.

lunes, 19 de abril de 2010

SPANISH ESTAMPA

Haciendo una comparativa seria entre España y Portugal, sin dejarnos llevar por la sensiblería patriótica ni por visiones reduccionistas, hay que reconocer que en los últimos tiempos nuestro país ha evolucionado con una aceleración mayor y en menos tiempo que la nación vecina. Si bien es cierto que no podemos soslayar que el potencial de España es superior al de Portugal, no es menos cierto que caminando juntos son países que tienen una notable complementación y que multiplican exponencialmente la magnitud de sus posibilidades. No estaría mal llevar a cabo la idea de unificarse en un solo país, como ya se ha hablado tímidamente algunas veces. Recordad que incluso sonó como denominación de esa fusión el nombre de Iberia.

Aunque en lo esencial estamos ya en cotas bastante parejas, aún quedan algunos residuos históricos en Portugal que dificultan su imagen de país moderno y desarrollado, véase como ejemplo el tema de las bragas.

Sin embargo, los españoles tenemos una idea de España que tampoco está verdaderamente ajustada a su realidad. La virtud de la humildad, a diferencia de nuestros hermanos portugueses, no es que la practiquemos mucho los españoles en cuestiones de autoimagen. Y pensamos que la España real es aquella que nosotros queremos ver. Craso error, evidentemente. Entre otras cosas porque en nuestro país, aún quedan estampas que son representativas de esa España profunda que no nos interesa proyectar ni reconocer, pero que, al igual que en Portugal, no dejan de ser residuos de un pasado que todavía hoy permanece con nosotros y forma parte de nuestra historia y de nuestro presente.

Y diréis vosotros, ¿a qué viene traer esta idea ahora aquí? Pues muy fácil. Derivado de la visión de las bragas de Zebreira, sufrí un shock de tal orden que me descolocó completamente varias escalas ya conformadas en mí, en distintas áreas de mi cerebro, que desde entonces trato de reorganizar y volver a acomodar interiormente. Para que nos entendamos, para mí ver aquellas bragas vino a significar un choque entre dos mundos. Por eso, mi persistencia en este tipo de reflexiones que, terapéuticamente, no son más que la asimilación y la elaboración de ese impacto para poder restablecer la normalidad en mi vida y en mi cabeza.

Bien, pues al hilo de todo esto, en uno de mis últimos viajes a Cáceres, según circulaba por la autovía A-66, me puse a observar la superficie de España. Comencé a ver sobre el tapiz imágenes tales como una red de carreteras modernas y funcionales, una flota de vehículos nuevos, la mayoría de ellos de gama media – alta, motocicletas impresionantes de elevada cilindrada… abstraído completamente por estas representaciones vivas de nuestra avanzada España estaba, hasta que un ruido infernal próximo a mi coche me volvió a la realidad del momento. Debo reconocer que me pegó un susto de estos que te dejan la barriga durante un buen rato con un vacío tremendo y que te tiemblan, de manera incontrolada, las facciones de la cara haciendo el efecto de un tic nervioso. Y en seguida pude comprobar que sobre toda esa modernidad que yo veía aún perduran estampas tipical spanish. Me adelantó un gitano con un camión propio de las películas de Berlanga. Y como aquí de sobra sabemos todos la reacción que tenemos los humanos ante los adelantamientos, no hará falta que os cuente que, cuando lo tenía paralelo, miré hacia la ventanilla del copiloto, al tiempo que el copiloto miró hacia la ventanilla mía. Ese cruce de miradas es fugaz, pero representa un mundo. Maldita sea, es una situación creada por el mismísimo demonio. Bueno, pues de copiloto iba un gitano de los de libro. Un gitano que llevaba un sombrero de paño negro, de ala media y rodeado de una cinta también negra. Piel oscura, cejas azabache perfectamente marcadas, nariz delgada y algo corva, a semejanza del pico de un águila, bigote grisáceo y los dientes del color de la cáscara de una castaña casi ya madura, excepto los dos caninos que uno era de plata y el otro de oro. No me dio tiempo a observar más detalles. Y los contados los pude ver porque la gran escandalera del camión era proporcional a su ínfima velocidad, y el gitano en cuestión, al ver mi cara de susto, sonrió.

No obstante, la clave estaba en la caja del camión, en su contenido que, por cierto, visto uno los has visto todos. Es muy curioso como casi todos los gitanos españoles manejan o poseen los mismos cacharros. Lo digo porque cuando van con motos suelen llevar en su portaequipaje un haz de tubos de hierro llenos de herrumbre, desiguales y medio quebrados. Cuando llevan furgonetas, ropa y calzado de lo más variopinto. Si es un camión de caja cerrada, entonces portan un par de burros y tal vez una mula. Y si es un camión como el que centra este escrito, como el que me adelantó a mí, entonces está claro, la carga suele ser un colchón de lana enrollado, fuertemente atado con cuerda fina; dos vigas de hierro de tamaño medio; un somier de alambre completamente oxidado; una lavadora vieja y sin puerta; una carretilla sin rueda también semioxidada; el cuadro de una bicicleta, si acaso la rueda de atrás y sin cadena; la caja de plástico de un camión de juguete, generalmente roja; una palangana desportillada por tres o cuatro sitios diferentes; y, por último, algunos hierros y varias cadenas colgadas de la parte frontal de la caja del camión.

Tras estas observaciones, y pasado un tiempo prudencial para que el gitano no fuera a pensar que me había picado, aceleré un poco mi skoda y los volví a adelantar. Estoy seguro que el gitano que conducía, justo a mi paso a su altura, miró hacia la ventanilla del copiloto. Pero claro, eso quedó sin constatar.

Lo que sí quedó claro es que en España, aunque nos creamos supermegaavanzados, todavía existen y tienen plena vigencia determinadas imágenes que nosotros muchas veces ignoramos deliberadamente y que, sin cortarnos un pelo, vamos buscando en otros lugares.

Mirémonos el ombligo, que en alguno veremos alguna spanish estampa.

miércoles, 14 de abril de 2010

EL VALOR DE LAS BRAGAS

Reconozco que la experiencia vivida en Portugal con las bragas ha abierto en mí una fascinación especial e irrefrenable por la ropa íntima femenina. Estas prendas dicen mucho del avance socioeconómico de un país. Creo que está casi demostrado técnicamente que el índice de progreso de una nación está estrechamente ligado al tamaño de las bragas que, en esa actualidad, usa su población femenina. Sí, así como suena. Que no se sorprenda nadie, pero las bragas deberían cotizar en bolsa. En serio.


Además, si analizamos detenidamente la tipología de braga y el contexto cronológico preciso de su uso, podemos comprobar cómo sus cambios son estructurales. En este caso, el tamaño, engloba la estructura, su composición y su diseño. La dimensión de las bragas, tiene la suficiente fuerza en sí misma como para marcar una época histórica en un país. Ahí es nada. ¡Rediós con las bragas! Las bragas de los ochenta, las bragas de los noventa, las bragas del nuevo milenio y del nuevo siglo XXI,... todas tiene personalidad jurídica propia. No conozco a nadie que, ante el visionado de unas bragas, no supiera acto seguido colocarlas en la década donde se produjo su uso. ¡Cielo Santo, con las bragas! Empiezo a pensar que por ahí podría venir la solución a la tremenda crisis económica que atravesamos. Los ministros y las ministras de economía de la Unión son torpes como el demonio. A ver si de una vez algún iluminado incluye en el orden del día de sus importantes reuniones el peso específico que las bragas poseen a nivel financiero.


Aquí se está demostrando, las bragas tienen un valor principal a nivel económico e histórico. Pero también encierran componentes afectivos inmensos. Las bragas que marcaron nuestro pasado nunca se olvidan, permanece su recuerdo fresco y codificado en el pozo de nuestra memoria. ¿Quién no recuerda aquella faja color carne que usaban las mujeres de mediana edad en la década de los ochenta y parte de los noventa? Una faja que se le caía a alguien de las manos y quedaba en el suelo de pie. Un trapo realmente seco, severo, huraño, adusto. Seamos sinceros, era una prenda para olvidar. Sin embargo, ahí está, presente en nuestro recuerdo. No se atrevían por aquel entonces a llamarlas reductoras, pero no por cobardía del fabricante, sino simple y llanamente porque no reducían nada. Al contrario, escondían las carnes sobrantes, pero de reducir nada de nada. Urgando en mi memoria puedo rescatar algunas imágenes realmente impactantes. Cuando una mujer se embuchaba en aquella faja, daba la impresión que se había envasado al vacío. Yo pasaba miedo cuando se trataba de alguien próximo, ya fuera amiga o familiar, en ese estado si alguien se caía sólo había dos posibles consecuencias: una, que quedara en posición flotante en el suelo y no pudiera levantarse; y dos, que pegara aquello un pepinazo de efectos impresibles e indeseables para todos. No se oyó nunca nada de esto, señal de que la faja no malogró a nadie. Y de verdad que no exagero, como pudiera parecer, sobre todo a quienes no llegaran a recordar tan insigne retal. Con decir que para calzarse una faja de esas, la mujer en cuestión, además de asirlas fuertemente por la parte superior mientras tiraba brutalmente de ellas hacia arriba, debía de hacer una sucesión rápida, persistente e incisiva de movimientos pendulares de cadera, mientras genuflexionaba ostensiblemente sus piernas. Y así la prenda iba trepando hacia su lugar de acople, dejando a su usuaria sin uñas y con las piernas enrojecidas por su recorrido. ¡Hay que ver, la fajita! Era dura como el mismísimo infierno. Pero ¿veis? Yo lo cuento con ternura, regresando a mi pasado, dándole a la faja un valor afectivo auténtico. De ahí el valor emocional de las bragas.


Bueno, pues, con este homenaje a las bragas, espero dar por zanjada ya mi preocupación por el tema. De verdad, no miento. En serio. Desde mi viaje a Portugal sólo bullen en mi cerebro pensamientos ligados a las bragas. En serio. De verdad, no miento.

viernes, 9 de abril de 2010

BRAGAS DE PORTUGAL

No hace mucho tiempo me comentaba una amiga que para ella el atractivo de Portugal residía en la decadencia que aún se percibe en ese país. Y es cierto, comparto esa idea plenamente. Cuando los españoles cruzamos a raia nunca focalizamos nuestra atención hacia el avance y el progreso experimentados por este país en los últimos años, sino más bien nos fijamos en aquellos elementos que para nosotros representan épocas pasadas. Llaman nuestra atención los comercios interiormente desorganizados, los negocios con los mostradores de madera, las fruterías que aún utilizan básculas de pesa manual, cuando no romanas, las camionetas con las cajas de madera, las señoras rurales que mantienen el tipismo negro de su vestimenta, los jóvenes con camisas ajustadas y desabotonadas que lucen pelo en pecho, señores con bigote de mediana edad, sombrero de paño y gafas empañadas, varones maduritos con vocación de gentleman, de sonrisa abierta, diligente y dentadura oscurecida por la acción persistente del humo del tabaco... y un largo etcétera que no enumero por falta de espacio y tiempo.


Bueno, pues en estas estaba yo, cuando cojo, llego, voy y me largo a Portugal a comprobar y verificar sobre el terreno las reflexiones anteriormente expresadas.


Llegué hasta la freguesía de Zebreira, perteneciente al concejo de Idanha – a – Nova, en la parte Este del país. La verdad es que me llevó hasta allí el destino, yo no había planeado nada previamente. El destino, muchas veces, nos arrastra a las personas a lugares específicos y luego nos hace creer que este hecho ha sido una libre elección nuestra. El destino es más zorro que el demonio.


Bien, pues una vez allí, efectivamente, todo se confirmó. Pero tuve que añadir un componente esencial más que descubrí in situ: ¡¡LAS BRAGAS!! Madre mía, qué bragas, Dios. Paseaba por el pueblo y me fijé que en casi todas las puertas había tendales para secar ropa. Y en cada uno de los que vi, en distintas partes de la población, había tendidas un par de bragas blancas, de agujeritos y con un tamaño como un paracaídas del ejército alemán. A diferencia de en España, pensé, Portugal aún necesita un gran volumen de trapo en sus fábricas textiles. No es poco el paño que se necesita para confeccionar una braga de esa envergadura. Ya digo, eran caladas. Parecían bragas con viruela. Claro, esos filtros tendrían como función esencial la renovación permanente del aire enrarecido del “cigüeñal” de su portadora. Yo imagino que sería esa la finalidad de los agujeritos. En España mismo, ya no es como antes que había bragas de invierno y bragas de verano. Es más, creo recordar que también había bragas de entretiempo. De entretiempo, qué gracioso. ¿Qué es eso? Si lo piensas bien es una expresión endiablada.


No paraba de pensar en el encaje que tendría ese retal en un cuerpo humano, la movilidad que permitiría a sus usuarias y la funcionalidad de las mismas para miccionar o deponer cómodamente. Sin embargo, para la sujeción de compresas y derivados, imagino que serían un seguro de vida. La verdad es que eran unas bragas del copón, de esas que no se las salta un gitano. ¡¡Qué bragas, Madre del Amor Hermoso!! Aquí se ha dicho ya, caladas eran. Por si era poco.


No obstante, espero y deseo que en mi próxima visita a Portugal, no se produzca un hecho que secuestre mi atención de tal manera, que me impida disfrutar de todo lo bueno de ese maravilloso país. No es bueno que nos quedemos con lo anecdótico, sino que hagamos análisis objetivos y ceñidos a la realidad de los lugares que visitamos.


Investigaré a ver si esta línea de bragas está generalizada. Pienso que ha sido una buena idea compartir esta experiencia que puede tener carácter de circunstancial y que es, a todas luces, un suceso irrelevante.