domingo, 1 de agosto de 2010

CATALUÑA, VISIÓN PARTICULAR DE UN EXTREMEÑO

La inmensa mayoría de los españoles, excepto cuatro retrógrados recalcitrantes de neuronas amputadas, tenemos un visión notablemente positiva de Cataluña y de los catalanes. Esto no es una afirmación amable pero subjetiva, sino que es un hecho real fácilmente verificable moviéndose por toda la geografía española y entablando conversaciones tranquilas y directas con los habitantes de las distintas Comunidades Autónomas que conforman el Estado español.

Pienso sinceramente que Cataluña es una tierra preciosa, acogedora y con un enorme potencial a todos los niveles. Y, del mismo modo, tengo la absoluta convicción de que los catalanes son inteligentes, honrados, honestos, trabajadores y altamente productivos. Esto es un hecho incontestable. Por esto y desde mi experiencia personal en aquella tierra, como extremeño, invito a la gente a aproximarse a Cataluña y lo catalán sin desconfianza, sin reservas, sin prejuicios, sin estereotipos y sin ideas preconcebidas. A Cataluña y lo catalán hay que acercarse, primero, sin complejos; y, después, con afecto, con aceptación, con capacidad de integración y con apego a sus señas de identidad, como nos gustaría a nosotros que se acercarán a cada una de nuestras realidades geográficas, sociales y sentimentales.

Para mí, que no hay nada más importante a nivel geográfico que Extremadura y lo extremeño, que siento una fuerte identidad como extremeño, que me defino de manera primordial como extremeño, que ardo de amor por Extremadura e intento propagar el incendio; para mí, decía, lo importante es la gestión que se hace de la identidad propia.

Entonces, partiendo de la premisa sociológica y jurídica de que somos iguales pero no idénticos, analizamos cómo se puede administrar nuestra identidad sin crear distancias estériles que hagan sentir menosprecio o rechazo a quienes nos rodean.

Un sentimiento es imparable, no razona porque forma parte de la emoción. Por tanto, claro que Cataluña tiene que ser lo que los catalanes quieran que sea, evidentemente que sí. Pero lo que quieran todos los catalanes, no sólo unos pocos que, para colmo, tienen una representación parlamentaria más bien escasa. En Cataluña conviven diferentes ciudadanos que sienten distintas identidades: unos son españoles sólo, otros se sienten solamente catalanes y pienso que una gran mayoría se define como catalanes y españoles. Por ello, los partidos catalanes que más representación consiguen son aquellos que tienen un discurso más moderado, más plural, más tolerante y más comprensivo; que no es más que un fiel reflejo de la composición de la sociedad catalana. No tengo la menor duda de que esto nadie lo pone en tela de juicio y es un hecho objetivo que debe ser aceptado como tal.

El problema llega cuando para poner en valor mi realidad, hablo de hechos diferenciales, de fuerte identidad, de costumbres, ritos y tradiciones que son utilizados como arietes contra lo que representa todo lo que me rodea, todo lo que no lleva mi identidad y tiene un cierto olor, por ejemplo, a español. Esto sí que es un verdadero problema, de una enorme complejidad. La identidad no se debe instrumentalizar para diferenciarse buscando un trato diferente o incluso privilegiado. La identidad ha de servir para enriquecer; para retratarse como ciudadanos de costumbres apetecibles, adorables y queribles por todos; para sumar y aportar valor al resto del mundo, no sólo al conjunto de España. Y, francamente, esto último es lo que yo creo que pretenden la casi totalidad de los catalanes. Muchas veces sus propios políticos son los que, despegados de su realidad y de los deseos de sus votantes, crean situaciones de confrontación, polémicas huecas, inútiles y escasamente entendibles.

Tengo claro que, independientemente de las luchas políticas, de los conceptos jurídicos, de los pensamientos diversos, de las naciones o de las regiones, de los toros o de los correbous y de las demás lindezas de este tipo, yo personalmente prefiero atesorar personas antes que riquezas.

Quiero junto a mí a Cataluña y a los catalanes y, por supuesto, los quiero próximos a mí porque su libre decisión así lo exprese. Para ello, yo seguiré manteniendo una actitud de respeto, de tolerancia, de comprensión a decisiones ajenas, de empatía a quien se siente diferente a mí y de sentir como propio aquello que por ley quiero que me pertenezca. De esta manera, estoy absolutamente convencido de que se terminará imponiendo la cordura, que siempre se me respetará y también se creará una corriente donde todos querrán sentirme también suyo.

1 comentario:

Isabel dijo...

Qué de tópicos y malas ideas nos inculcan desde siempre sobre rincones tan maravillosos de nuestro planeta. Y lo peor, nos los tragamos sin darnos la oportunidad de comprobar tanta falsedad y confabulación hacia unas gentes, hacia una tierra llena de virtudes y defectos como las restantes...Aún no he tenido ocasión de conocer Cataluña, pero espero no tardar mucho en hacerlo, allí reside una gran amiga de la infancia y me fío de ella cuando afirma que Barcelona es extraordinaria. Besos Cristina!!!