miércoles, 23 de marzo de 2011

PERSONAJES Y RECUERDOS II

Sin embargo, hubo dos personajes que llegaron a ser notablemente populares en toda la región hurdana, únicos en su especie, realmente extraordinarios, raros, casi míticos: ¡¡LOS DEL VINO!! Se los conocía así porque venían de Sotoserrano a vender la pitarra de la sierra salmantina a los bares de Nuñomoral. También llegaron a ser conocidos como “los del Soto”.

Llegaban en un camión marca Avia, modelo 4000, con motor de 4203 cc y 71 cv, con matrícula de Navarra (NA) sin letra. Su motor rugía con estrépito y era común escuchar el ruido del mismo un buen rato antes de que hiciera su aparición en el pueblo. También los frenos cuando eran activados emitían unos chirridos de padre y señor mío.

El camión tenía la caja de madera en tonos verdes, pero decolorada por la acción del tiempo y los cambios de clima. Esta caja iba cubierta por arriba con una enorme lona también verde. La cabina era verde clarito, con una franja horizontal blanca justo debajo de la luna parabrisas; hacia el centro mismo de esta franja, tenía una abertura para aplacar los calentones del motor y, sobre la tapa del respiradero, llevaba escrita la marca del camión con letras en relieve plateadas. En ambas puertas tenía rotulado con letra no muy grande en color marrón:

Hnos. CABACO
VINO DE PITARRA
SOTOSERRANO (SA)

Se trataba de dos hombres que rondaban los cincuenta y seis años, ataviados con idéntica vestimenta, pero de distintos colores. Como no recuerdo sus nombres, haré la distinción entre el que conducía el camión y el otro hermano. De los dos hermanos, el que conducía, era un señor educado, un poco tímido y más moderado en sus formas que el otro. Este iba siempre vestido con una camisa de cuadritos pequeños en tonos marrones, un jersey gris de pico, pantalón de tergal marrón y unos botines negros de tacón medio. Sin embargo, el hermano, era dicharachero, socarrón, bocinero, estridente, maleducado, irrespetuoso y bastante sinvergüenza. Iba siempre fumando un puro que, aunque en Nuñomoral sólo le conocimos la colilla, a día de hoy pienso que de Sotoserrano saldría entero. Vestía camisa azul celeste con el cuello como un tizón, jersey de pico verde marihuana, pantalón de tergal gris perla con algunos lamparones y unas botas marrones con el interior forrado de lana sintética.

Recuerdo que los niños, al ser nosotros tan pequeños, veíamos el camión de estos dos señores enorme. Llegaban a Nuñomoral sobre el mediodía y se los veía dentro del camión casi diminutos. El conductor, más serio que la pata un banco. Y el del puro, ya venía con una sonrisa de oreja a oreja. También tenía aquella sonrisa tintes de superioridad. Se tiraban media hora desde que paraban el motor del camión hasta que bajaban del mismo.

- ¡Buenos días tengan ustedes! –decía quien conducía al llegar a la terraza del bar, que estaba petada de hombres y mozos del pueblo.
- Buenuh díah, ¿qué hay? –contestaban unánimemente.

Al rato y tras bordear el camión aparecía el otro hermano en el frontal de la terraza, venía ya como un tiesto. Se quedaba un rato callado mirando a todo el mundo, con los párpados medio caídos, cogía el puro con la punta de los dedos índice y pulgar, expulsaba el humo y al fin vociferaba:

- ¿¡Qué dicen los vagos de Nuñomoral!?
- ¡Buenuuu, esti siempri igual, oyi! –manifestaba alguno de mis paisanos.
- ¡Que se mueran los que no beben vino! –gritaba como un poseso.

Después de pasar la emoción inicial, aplacaba las faltas de respeto y soltando una sucesión de paridas ridículas lanzaba una invitación general al personal.

- ¡Baldomero, ponle a esta gente que beba! –conminaba al dueño del bar, el tío Mero.
- ¡Desgraciao, aquí sólo se invita a vino, molondro! –murmuraba el hermano serio a la altura de su oído.
- ¡Cállate, cabeza mortero! Eso he dicho, que se ponga vino aquí para todo el mundo. Y se tronchaba de risa él solito.

Viene a mi memoria que por aquel entonces principiaban a poner los inodoros en los bares del pueblo, ya que antes los hombres salían a mear a la propia pared lateral del local que albergaba el bar.

Y esto también merece una mención. Generalmente se aprovechaba el hueco que quedaba debajo de las escaleras que subían a la vivienda de los dueños del bar para adaptarlo como cuarto con váter (lavabo aún no había). Era un habitáculo notablemente reducido, parecía un ataúd vertical, en el cual siempre había que hacer alguna floritura fuera de lo común para poder miccionar. Y hablo de orinar, porque para otros menesteres aún se usaba la calle, por aquello de limpiarse el culo con una o varias piedras, aún a riesgo de enterragar el ojerete y parte de la canaleja del culo. Hablaba de lo curioso que eran estos cuartos. Ya desde que entrabas descubrías que en España entonces no había Formación Profesional, ya que los fontaneros dejaban mucho que desear. Había un váter sin tapadera, con más mierda que el palo de un gallinero y completamente salpicado. También te saludaba nada más entrar un ruido de agua infernal (güiiiiiiiiiiiiii, güiiiiiiiiiiii, bchsssssssssss, bchsssssssssss) que era un tormento. La cadena era fina y plateada, colgaba casi del techo y siempre estaba partida por la mitad. Y, por último, lo más curioso era la pared trasera de donde estaba el inodoro. Había varios tubos de plomo de unos cuatro centímetros de diámetro de entre los cuales uno sólo era, digamos, el verdadero. Salían de la pared y los que no conectaban con el váter, estaban con la punta completamente sellada a golpe de apretones irregulares de alicate. Siempre me he preguntado para qué pondrían tanto tubo.

Para terminar quiero decir que los recuerdos son más numerosos y largos de lo que permite una entrada de blog, son casi interminables. Y también quiero mostrar mi orgullo de tener un pasado rural tan rico y tan precioso en el mismo corazón de la comarca de Las Hurdes, en Nuñomoral.

jueves, 17 de marzo de 2011

PERSONAJES Y RECUERDOS I

En la historia de nuestras vidas siempre ha habido personajes pintorescos difíciles de olvidar. Todo el mundo guarda en su recuerdo de la infancia algunas personas que por su singularidad, dejaron en sus entornos una huella imborrable. Personalmente, puedo enumerar aquí algunos nombres que, seguro, cualquier persona de mi edad natural de Nuñomoral puede recordar: Astudillo, el fontanero; Caramelo, el correo; el señor Enrique, el del “logá”; Calixto, el vendedor ambulante; el Macotera, el de la ropa; un matrimonio de gitanos, con ajos de Albacete; el de las gallinas de Ciudad Real; el rubio de Barcelona, de tejidos Sabadell; etc.

A todos ellos, en el pueblo, se les asocia con una historia divertida o curiosa que los hacía peculiares y, con el paso de los años, incluso insignes en la zona. De hecho, a día de hoy, aún son bastante recordados, cada uno con sus especificidades, para algunas generaciones de nuestro pueblo.

Astudillo es recordado por el hambre y el frío que pasaba; se untaba los morros con pimentón y salía a la calle simulando que había olvidado limpiarse para que la gente pensara que había comido chorizo.

A Caramelo se lo recuerda porque, cuando iba a hacer el reparto postal, transportaba altruistamente mujeres de una alquería a otra en el asiento trasero de su Citroën y colocaba el espejo retrovisor interior del coche focalizado hacia las piernas de las pasajeras, para ver si se descuidaban y le veía las bragas (¡qué jodío!).

Al señor Enrique, porque siendo el conserje del Hogar Escolar “Caudillo Franco” él se supo dar un rango y un estatus casi de príncipe. Recuerdo que retornó de Suiza y se trajo un diente de oro. Cuando sonreía, el diente brillaba y tardábamos un rato en salir de nuestro asombro viendo ese fenómeno.

A Calixto, por los bocinazos que pegaba a las mujeres y su trato con ellas: “¡¡¡14 duros me debes María, pata torcía!!! –le cascaba el tío subido a la furgoneta con un volumen de voz que rayaba el estruendo”.

Al Macotera, porque era un bonachón y traía una línea de ropa variopinta y curiosa, que marcaba las tendencias de moda de las distintas temporadas de los chicos y chicas del pueblo. No había un dios que no llevara encima una prenda del Macotera. Es más, daba cierta categoría decir “se la compré al Macotera el otro día”.

El matrimonio gitano, era recordado por la bonhomía del gitano y el desparpajo de la gitana. Y porque traían una niña pequeña muy avispada que medalla de oro que veía, medalla de oro que limpiaba. Recorrían media España y no volvían a Albacete hasta que vendían todos los ajos del camión.

El tío de las gallinas de Ciudad Real era todo un clásico, pero lo que más huella dejó fue el discurso machacón que hacía por el megáfono para incitar al personal a comprar gallos y gallinas: “Vamos María, que están poniendo, que tienen el huevo en la puerta el culo. Aprovechen la oportunidad, traigo la polla gigante de la pata gorda, la pollita superponedora; la que pone un huevo por la mañana y otro por la tarde, y a mediodía la monta el gallo”.

El rubio de Barcelona es recordado porque era verdad que era rubio, tremendamente rubio, casi albino. Y también porque llegaba siempre con una furgoneta enorme, cargada hasta las trancas de cajones llenos de ropa, sábanas y telas diversas, y acompañado de un hombre mudo, que fue el primer mudo que vimos los niños y las niñas de Nuñomoral.

Y, por su enorme curiosidad, permitidme que haga un inciso con el mudo. Tocaba don Antonio, el maestro, las palmas y salíamos todos corriendo y gritando de la escuela, de manera casi alocada. Sólo ver la furgoneta del rubio de Barcelona, pensábamos en el mudo, lo comentábamos al unísono, y nos aproximábamos al tenderete no ya para verlo, sino para observarlo casi exhaustivamente.

  • Eh, oyi, ¿cuántu vali ehtu? –Le preguntábamos directamente a él.

  • Muuu, muuu, uuu, muuu –contestaba el mudo, estirando un número determinado de dedos de una o de las dos manos, dependiendo del precio.

  • Mira, mira machu, ¿hah vihtu cúmu haci? – Nos decíamos entre nosotros y nos partíamos de risa. Nos parecía mentira que moviera los labios de aquel modo sin articular palabra.