lunes, 20 de septiembre de 2010

NOCHE DE FEBRERO

Noche de febrero lluviosa y fría. Sobre el asfalto mojado un reflejo de sangre de un semáforo en rojo. El viento húmedo acaricia mi rostro y me produce una rara sensación de bienestar. El aire me trae un aroma de melancolía, de recuerdo pasado, casi rancio. Pasos rápidos de mujer dejan en mí huellas volátiles, mudables, inconstantes...

Paseo sin dirección determinada, con pasos imprecisos y débiles que flotan en el agua de la acera. Mi corazón también pasea su incertidumbre, no encuentra su trazada en el plano del horizonte, es reflejo de cielo gris marengo. La ciudad está encogida por el frío, las calles se van abriendo a mi paso, yo me voy perdiendo en el abismo del mundo y mi vida recalcula su destino. Me siento como en una gruta cavernosa y laberíntica.

Un brazo de agua sale de un tubo que viene del cielo... o de un edificio que lo rasca, cuatro gotas gordas tamborilean sobre una lona que cubre el cuerpo de un acaudalado mendigo. Unos zapatos negros se paran frente a mí, su charol refleja mi cara de tango feroz. Un grupo de demonios baila la balada de mis penas en las sombras vaporizadas y parpadeantes de los callejones de la noche. En mi caminar siento que voy dejando chorros de vida tras de mí, lo único que me alivia son mis recuerdos tristes. A lo lejos rompe el silencio de la noche un rayo que ilumina el llanto de una mujer vestida de luto. Un abuelo protege a su nieto tras una ventana cuyo cristal es utilizado por las gotas de la lluvia como trineo, se deslizan a velocidad de vértigo hasta morir. No buscan destino, buscan la muerte. Tal vez mi paseo persiga el mismo fin que estas gotas de agua. Los amantes, en las trincheras de la noche, se aman a escondidas.

La mirada casual de un gato negro me asusta, me devuelve a la ciudad que piso. La luz de una sirena azul centellea sobre una pared virtual de pánico, mientras un policía certifica la muerte de un hacendado indigente. Su madre llora y grita desde el balcón, mientras la lluvia golpea su cara y disimula sus lágrimas. El corazón de un hombre joven late tras los árboles de un parque cercano. Late fuerte. Su cabeza está rapada... y sus neuronas amputadas. Dios tiene las puertas del cielo cerradas. Y un pequeño plantel de putas pasan frío mientras juegan a la ruleta rusa con la incertidumbre de la noche, sonríen y bailan alborozadas impregnadas de aflicción... y eso que ofrecen un completo.

Un borracho muestra su felicidad agarrado a una botella asesina, articula palabras que salen baboseando la comisura de sus labios. Lo hace a media lengua, mientras con la otra media lame las cicatrices de la vida y sus miserias. Su dignidad se fue alcantarilla abajo y yace tirada en una cloaca. La cabeza triste de un perro asoma por el bolsillo de su haraposa chaqueta.

Tropiezo con mucha gente invisible y tambaleando mi soledad doy por terminada la noche. Aferrado a la vida, mi boca sigue desprendiendo pequeñas nubes de vaho plateado que me confieren una sensación de riqueza.

En el límite de la vida, entre el suelo y el cielo, el amanecer se abre paso. Sorteo los charcos de la lluvia de la noche de regreso a mi casa. La noche pasa el testigo de mi vida al día. Y yo intento dormir entre sábanas blancas que me sirven de tapiz donde proyectar mi vida. Ahí fuera, a pesar de la claridad, la vida sigue pegando hostias sin piedad.

Ha sido una noche extraña, inopinadamente bella. Duermo plácidamente.

La oscuridad ha dejado de ser infinita, se ha roto.

Sueño...

lunes, 6 de septiembre de 2010

MIENTRAS DUERMES

Duermes profundamente. Tu imagen parece la portada en blanco y negro de una novela titulada “El descanso de la mujer que luchó”. Permaneces inmóvil, ajena a la vida, incluso a ti misma. No sueñas nada, porque ya lo tienes todo.

Irrumpo en tu estancia con mi caminar de pluma de ave y contemplo tu imagen de bruja divina. Huelo tu cuello; toco tu brazo desnudo lenta y suavemente, haciendo una caricia infinita, inacabable... tomo tu almíbar con labio de nube blanca. Dos ojos preciosos se abren y me hechizan con su mirada. Vuelven a cerrarse.

Me estremezco, mi cuerpo tiembla con tu contacto, tu presencia es la luz permanente de un rayo no fugaz. Te tengo inyectada en mi alma. Te amo. Intento hablarte al oído, pero los besos roban mis palabras. Tomo tu sabor con la punta de mi lengua. De nuevo miro tu cara, color de luz solar, y me invade una emoción intensa y agradable, algunos intrusos desconocidos se condensan en mi pecho, siento como si me fuera a brotar una flor. Carita de ojos cerrados, me hace bordear el cuento de hadas... contemporizo entre la locura y la cordura.

Toco tu pelo, enredadera que me trepa, que me trenza, que me lía y me anuda a ti. Miro tu cara y veo el mundo más bello, más hermoso. Necesito vivir más, tener más tiempo para dedicarte todas las miradas de mi vida. Sigues dormida y decido visitar tus piernas, imagen caucásica moldeada con mucha nata, con leche de coco y también de almendras. Mi deseo aumenta, necesito habitarte completamente, visitarte por dentro, pero no quiero despertarte. Separo tus pies y descubro una coordenada rectangular de tu cuerpo. Arriba, a lo lejos, en tu norte, un pestañeo delata el final de tu sueño. Remonto tu cuerpo en un baile silencioso, con algún beso de seda en mi viaje, me amanso en tu pecho y siento cómo late tu vida. Tus párpados son un telón que se abre y muestran un precioso paisaje de hierba fresca, el cuarto color del espectro solar...

Me miras, me regalas una sonrisa que me hace cumplir todos mis deseos. Abarcas mi cabeza con tus manos, presionas suavemente, me llevas hacia ti y me besas en los labios. Me dices que me quieres y que me deseas como jamás has deseado a nadie.

Decido terminar con la interrupción de tu descanso y me marcho lentamente, con más ruido que cuando llegué a ti. El sonido de mis pasos pierde dulzura y suavidad, los escuchas y te suenan como una balada triste de violín. Me pierdo navegando en la inmensidad del mar de la vida, esperando que la generosidad de las olas me lleve a naufragar algún día en las costas de tu regazo... y quedar ahí varado para siempre...

Cuando voy a cerrar la puerta doy media vuelta y, levemente separada de tu cuerpo, veo una llama de amor que titila con ligero temblor. Sonrío y marcho satisfecho.