jueves, 14 de mayo de 2015

TIERRA MOJADA

Era en la esquina de las flores, ¿recuerdas? Juntaste tus manos y dibujaste un corazón, mientras hacías gestos de palpitación con ellas. Una llovizna lenta, suave y persistente, de estas que logran tirar muros, plateó tu bella carita. Estabas preciosa, tal vez más que nunca.




Te acercaste y cogiste mis mofletes con las mismas manos que apenas un instante antes habían conformado un corazón lleno de palpitaciones. Me miraste fijo, de cerca. Tus ojazos negros, llenos de hechizos tribales, se clavaron en los míos. Me sentí, ante la inmensidad envolvente de tu mirada, diminuto, minúsculo, bajo, breve, corto… te miré y te vi infinita, imprecisa en la lejanía de los grises del cielo.
  • Te quiero ojos azules, eres mi pollito – dijiste con voz húmeda mientras reventabas tu mirada en mi rostro ya mojado.
Sentí un movimiento interior involuntario, trémulo; mi corazón latió sensible, lento como la lluvia... despacio. Las hadas, aunque escondidas, se sentían incómodas, incluso rabiosas. Y tu sonrisa me hizo encadenar tres o cuatro emociones que abrieron mi pecho como si fueran afilados bisturíes. 
 
Tu sonrisa es única, es una ciencia imposible de estudiar, es una fuerza desconocida que obra irresistiblemente sobre mí, sobre el mundo, sobre los cielos y sobre todos los dioses. Tu sonrisa eres tú. Te quiero amor, eres una hermosa libélula que baila constantemente en mi estómago. Y me hace cosquillitas, me emociona, me levanta, me engrandece… me hace poderoso, invencible. 
 
Haces un giro en corto, hacia tu izquierda, miras la vertical del cielo y frunces tu ceño, y con un movimiento delicado, como toda tú, abres el paraguas. Me guiñas un ojo y sonríes, le puedes a la vida y vences a mi corazón, lo tienes absolutamente conquistado, lleno de ti y colmado de tu dominio. Feliz.


Nos reíamos, borrábamos el mundo, porque para nosotros el mundo éramos nosotros. Y también para mí el mundo era tu sonrisa: globosa, simétrica, perfecta. Y de manera mágica aparecimos frente al cartel que anunciaba la venta de “huebos caseros”.


  • Me gusta este lugar, quiero volver – dijiste agarrando el dedo índice de mi mano izquierda con los dedos índice y pulgar de tu mano derecha.
Mi corazón era balanceado por tu sonrisa y tu mirada encendía luces nucleares en mi alma. Mirarte era entrar a vivir en un mundo perfecto. Ser mirado por ti era ser mecido entre nubes de algodón y dar la vuelta en el infinito.


Miraste el cartel de los huevos y sonreíste. Evidentemente, por como estaba escrito, se notaba a las claras que era verdad lo de los huevos: ¡¡eran caseros!!
  • ¿Nos compramos un dulce? - preguntaste con una mirada de niña pícara que está a punto de pecar.
Alegre, activada por tu contento interior, me cogiste la muñeca y tiraste de mí. Subimos la empinada calle tomados de la mano, transmitiéndonos confianza y seguridad, haciendo hablar al tacto, queriendo intercambiarnos trocitos de piel. Antes de llegar al altillo, en secreto, pensé: “ojalá, un día lejano, muera junto a ti, agarrado a tu mano. Te quiero amor”. 
 
Sostenida por los grises del día, caminaste de puntillas por el empedrado de una calle central. Enseguida miré hacia arriba, en los edificios del principio, intentando localizar el nombre de la calle. Se me encogió el alma cuando puede observarlo, se llamaba “Calle del olvido”. Obvié el nombre y busqué la alegría inmensa que me confería tu linda carita acristalada. Su reflejo me embrujó y me transportó a esos mundos que salen en los sueños de las películas de enamorados.
  • Cierra los ojos y apunta con tu dedo índice hacia el cielo, nenito - me ordenaste según saliste de la pastelería con las manos ocultas tras tu espalda.
Y me colocaste un donuts anillado a mi dedo.


Los donuts son mis dulces favoritos. Y los donuts que tú me compras son aún más favoritos: son donuts con amor.
  • Ummm... Gracias cariño. Gracias por quererme, por estar pendiente de mí, por sumarme, por complementar mis cualidades, por saberte mis gustos, por darme tanto y seguir siendo el doble de inmensa que yo. Gracias, junto a ti soy muy feliz – dije mirando tu dulce cara de alegría.
Tras nuestra deliciosa merienda, caminaste hacia adelante haciéndome con tu mano indicaciones de que te siguiera. Tú siempre caminas hacia adelante, entre otras cosas, porque eres una mujer que piensa y siente. Me gustas mucho, te admiro.


Llegamos a una plaza cuadrada, en cuyo epicentro había una fuente esférica. La fuente proyectaba hacia arriba unos chorros de agua espumosos que le llevaban la contraria a la ley natural de la lluvia. Te colocaste en el lado opuesto de la fuente al que yo estaba. Entre la espuma del agua adiviné tu sonrisa diametral y tu mirada salteada y penetrante, profunda como su color. Mi corazón se dilató.


  • Cada día lejos de ti se hace eterno, cada momento sin tu presencia es interminable, nada llena el espacio que dejas con tu ausencia, más todo esto me es soportable por que sé que estas a mi lado y que siempre estaremos juntos” - canté bajito la canción de Pablo Milanés “El breve espacio en que no estás”, aprovechando la melodía apacible y suave que la fuente nos brindaba.
Todos los astros transpusieron el horizonte y la tarde terminó de decaer. La lluvia se envalentonó y pintó el cielo de gris marengo, muy oscuro, casi negro. Los árboles nos riñeron y nos apremiaron a regresar al calor del hogar.



Observé tus paralelas y me acomodé en la más próxima a ti, avanzamos hacia el coche equidistantes entre sí, sin mirarnos, sólo pensándonos.


Y junto a ti entendí que jamás me guiaré en la vida por momentos puntuales dañosos, siempre miraré los globales que son los que nos llevan a culminar la meta, a conseguir ese amor que siempre habíamos soñado. La paciencia me pondrá en tus brazos y entonces yo sonreiré eternamente.


Es tarde amor, aparquemos las palabras y dejemos que la fuerza de los hechos nos hagan. 
 
Te quiero.