jueves, 22 de abril de 2010

MARÍA JESÚS MANZANARES

Esta vez sí que he aprovechado la ocasión, pero bien. En la sala de arte del Brocense, en Cáceres, acaba de terminar una exposición de mi amiga María Jesús Manzanares (http://www.mariajesusmanzanares.blogspot.com), para mí la mejor artista del Planeta.


¿Qué podría yo comentar acerca de su obra sin dejarme contaminar por el plano afectivo y teniendo presente que yo de arte tengo una idea más bien somera? Me limitaré a plasmar una percepción personal que, de antemano reconozco, estará exenta de criterios que posean un mínimo valor técnico.


Yo, que hace tiempo que conozco su trabajo, empiezo a pensar que su obra está principiando a separarse de ella misma, a escapársele. Ya digo, su propia obra en un acto de rebeldía se le quiere emancipar. Bien pensado, es sorprendente. Imagináos el titular de prensa: “La obra de María Jesús Manzanares se independiza de su creadora”. No me digáis que no tiene bemoles la cosa, que crees algo con todo el cariño y se te vaya. Yo veo en sus nuevas creaciones una fuerza infinita, ilimitada, que representa un deseo palpable de que se produzca una separación no ilusoria, sino real entre la artista y su obra. Tal vez sea la primera vez que una artista y su obra pierden el carácter de unicidad. No obstante, seguiremos sabiendo la autoría de esas creaciones porque la artista en sí, tiene la cualidad principal de la transparencia. La hemos visto, la vemos y la seguiremos viendo. Y ella viene siendo, es y será el preludio del paraíso. Gracias por darnos la posibilidad de insertarnos en él.


En esta exposición, he podido contemplar una obra razonada y meditada, perfectamente medida, localizada cronológicamente, punzante con las paredes de las cuevas del pasado, pero enredada con los muros del futuro. Por eso es una obra viva, dinámica, progresiva, longitudinal, geométrica, ecuánime, armónica y transitable hacia estados superiores. Quiere esto decir que aún le queda un tremendo recorrido, si antes su obra no se le ha terminado de escapar.


Sinceramente no observo atisbo alguno de melancolía en la obra de María Jesús Manzanares. Me parece más bien que hace una transmisión impecable de la transitoriedad de todo lo constituido, nos muestra la impermanencia de los elementos, la temporalidad de los ciclos de la vida, lo cotidiano de cada actualidad... la evolución del ser humano y los resortes que va utilizando en cada momento para escalarla. ¡¡Ahí es nada, lo que muestra la niña!! O la obra, no lo sé. Y luego ya, de ahí para arriba, es donde puede aparecer la melancolía, pero en quien percibe, no en quien proyecta.


ENREDADOS hace patente una creación de una fuerza constructiva inmensa, sin límite físico; una obra extraída de todos los huecos de soledad de María Jesús, que manifiesta todos los espacios de inquietud y quietud de la artista. Es una obra que se expande como el aroma de un ramo de rosas frescas... y que contemplándola pasas de enredarte a embrujarte.


Lo único que tengo claro es que, todos los que te admiramos profundamente, cuando intentemos devolverte parte de la belleza con la que tú nos obsequias, tendremos que titular el regalo EMBRIAGADOS.

lunes, 19 de abril de 2010

SPANISH ESTAMPA

Haciendo una comparativa seria entre España y Portugal, sin dejarnos llevar por la sensiblería patriótica ni por visiones reduccionistas, hay que reconocer que en los últimos tiempos nuestro país ha evolucionado con una aceleración mayor y en menos tiempo que la nación vecina. Si bien es cierto que no podemos soslayar que el potencial de España es superior al de Portugal, no es menos cierto que caminando juntos son países que tienen una notable complementación y que multiplican exponencialmente la magnitud de sus posibilidades. No estaría mal llevar a cabo la idea de unificarse en un solo país, como ya se ha hablado tímidamente algunas veces. Recordad que incluso sonó como denominación de esa fusión el nombre de Iberia.

Aunque en lo esencial estamos ya en cotas bastante parejas, aún quedan algunos residuos históricos en Portugal que dificultan su imagen de país moderno y desarrollado, véase como ejemplo el tema de las bragas.

Sin embargo, los españoles tenemos una idea de España que tampoco está verdaderamente ajustada a su realidad. La virtud de la humildad, a diferencia de nuestros hermanos portugueses, no es que la practiquemos mucho los españoles en cuestiones de autoimagen. Y pensamos que la España real es aquella que nosotros queremos ver. Craso error, evidentemente. Entre otras cosas porque en nuestro país, aún quedan estampas que son representativas de esa España profunda que no nos interesa proyectar ni reconocer, pero que, al igual que en Portugal, no dejan de ser residuos de un pasado que todavía hoy permanece con nosotros y forma parte de nuestra historia y de nuestro presente.

Y diréis vosotros, ¿a qué viene traer esta idea ahora aquí? Pues muy fácil. Derivado de la visión de las bragas de Zebreira, sufrí un shock de tal orden que me descolocó completamente varias escalas ya conformadas en mí, en distintas áreas de mi cerebro, que desde entonces trato de reorganizar y volver a acomodar interiormente. Para que nos entendamos, para mí ver aquellas bragas vino a significar un choque entre dos mundos. Por eso, mi persistencia en este tipo de reflexiones que, terapéuticamente, no son más que la asimilación y la elaboración de ese impacto para poder restablecer la normalidad en mi vida y en mi cabeza.

Bien, pues al hilo de todo esto, en uno de mis últimos viajes a Cáceres, según circulaba por la autovía A-66, me puse a observar la superficie de España. Comencé a ver sobre el tapiz imágenes tales como una red de carreteras modernas y funcionales, una flota de vehículos nuevos, la mayoría de ellos de gama media – alta, motocicletas impresionantes de elevada cilindrada… abstraído completamente por estas representaciones vivas de nuestra avanzada España estaba, hasta que un ruido infernal próximo a mi coche me volvió a la realidad del momento. Debo reconocer que me pegó un susto de estos que te dejan la barriga durante un buen rato con un vacío tremendo y que te tiemblan, de manera incontrolada, las facciones de la cara haciendo el efecto de un tic nervioso. Y en seguida pude comprobar que sobre toda esa modernidad que yo veía aún perduran estampas tipical spanish. Me adelantó un gitano con un camión propio de las películas de Berlanga. Y como aquí de sobra sabemos todos la reacción que tenemos los humanos ante los adelantamientos, no hará falta que os cuente que, cuando lo tenía paralelo, miré hacia la ventanilla del copiloto, al tiempo que el copiloto miró hacia la ventanilla mía. Ese cruce de miradas es fugaz, pero representa un mundo. Maldita sea, es una situación creada por el mismísimo demonio. Bueno, pues de copiloto iba un gitano de los de libro. Un gitano que llevaba un sombrero de paño negro, de ala media y rodeado de una cinta también negra. Piel oscura, cejas azabache perfectamente marcadas, nariz delgada y algo corva, a semejanza del pico de un águila, bigote grisáceo y los dientes del color de la cáscara de una castaña casi ya madura, excepto los dos caninos que uno era de plata y el otro de oro. No me dio tiempo a observar más detalles. Y los contados los pude ver porque la gran escandalera del camión era proporcional a su ínfima velocidad, y el gitano en cuestión, al ver mi cara de susto, sonrió.

No obstante, la clave estaba en la caja del camión, en su contenido que, por cierto, visto uno los has visto todos. Es muy curioso como casi todos los gitanos españoles manejan o poseen los mismos cacharros. Lo digo porque cuando van con motos suelen llevar en su portaequipaje un haz de tubos de hierro llenos de herrumbre, desiguales y medio quebrados. Cuando llevan furgonetas, ropa y calzado de lo más variopinto. Si es un camión de caja cerrada, entonces portan un par de burros y tal vez una mula. Y si es un camión como el que centra este escrito, como el que me adelantó a mí, entonces está claro, la carga suele ser un colchón de lana enrollado, fuertemente atado con cuerda fina; dos vigas de hierro de tamaño medio; un somier de alambre completamente oxidado; una lavadora vieja y sin puerta; una carretilla sin rueda también semioxidada; el cuadro de una bicicleta, si acaso la rueda de atrás y sin cadena; la caja de plástico de un camión de juguete, generalmente roja; una palangana desportillada por tres o cuatro sitios diferentes; y, por último, algunos hierros y varias cadenas colgadas de la parte frontal de la caja del camión.

Tras estas observaciones, y pasado un tiempo prudencial para que el gitano no fuera a pensar que me había picado, aceleré un poco mi skoda y los volví a adelantar. Estoy seguro que el gitano que conducía, justo a mi paso a su altura, miró hacia la ventanilla del copiloto. Pero claro, eso quedó sin constatar.

Lo que sí quedó claro es que en España, aunque nos creamos supermegaavanzados, todavía existen y tienen plena vigencia determinadas imágenes que nosotros muchas veces ignoramos deliberadamente y que, sin cortarnos un pelo, vamos buscando en otros lugares.

Mirémonos el ombligo, que en alguno veremos alguna spanish estampa.

miércoles, 14 de abril de 2010

EL VALOR DE LAS BRAGAS

Reconozco que la experiencia vivida en Portugal con las bragas ha abierto en mí una fascinación especial e irrefrenable por la ropa íntima femenina. Estas prendas dicen mucho del avance socioeconómico de un país. Creo que está casi demostrado técnicamente que el índice de progreso de una nación está estrechamente ligado al tamaño de las bragas que, en esa actualidad, usa su población femenina. Sí, así como suena. Que no se sorprenda nadie, pero las bragas deberían cotizar en bolsa. En serio.


Además, si analizamos detenidamente la tipología de braga y el contexto cronológico preciso de su uso, podemos comprobar cómo sus cambios son estructurales. En este caso, el tamaño, engloba la estructura, su composición y su diseño. La dimensión de las bragas, tiene la suficiente fuerza en sí misma como para marcar una época histórica en un país. Ahí es nada. ¡Rediós con las bragas! Las bragas de los ochenta, las bragas de los noventa, las bragas del nuevo milenio y del nuevo siglo XXI,... todas tiene personalidad jurídica propia. No conozco a nadie que, ante el visionado de unas bragas, no supiera acto seguido colocarlas en la década donde se produjo su uso. ¡Cielo Santo, con las bragas! Empiezo a pensar que por ahí podría venir la solución a la tremenda crisis económica que atravesamos. Los ministros y las ministras de economía de la Unión son torpes como el demonio. A ver si de una vez algún iluminado incluye en el orden del día de sus importantes reuniones el peso específico que las bragas poseen a nivel financiero.


Aquí se está demostrando, las bragas tienen un valor principal a nivel económico e histórico. Pero también encierran componentes afectivos inmensos. Las bragas que marcaron nuestro pasado nunca se olvidan, permanece su recuerdo fresco y codificado en el pozo de nuestra memoria. ¿Quién no recuerda aquella faja color carne que usaban las mujeres de mediana edad en la década de los ochenta y parte de los noventa? Una faja que se le caía a alguien de las manos y quedaba en el suelo de pie. Un trapo realmente seco, severo, huraño, adusto. Seamos sinceros, era una prenda para olvidar. Sin embargo, ahí está, presente en nuestro recuerdo. No se atrevían por aquel entonces a llamarlas reductoras, pero no por cobardía del fabricante, sino simple y llanamente porque no reducían nada. Al contrario, escondían las carnes sobrantes, pero de reducir nada de nada. Urgando en mi memoria puedo rescatar algunas imágenes realmente impactantes. Cuando una mujer se embuchaba en aquella faja, daba la impresión que se había envasado al vacío. Yo pasaba miedo cuando se trataba de alguien próximo, ya fuera amiga o familiar, en ese estado si alguien se caía sólo había dos posibles consecuencias: una, que quedara en posición flotante en el suelo y no pudiera levantarse; y dos, que pegara aquello un pepinazo de efectos impresibles e indeseables para todos. No se oyó nunca nada de esto, señal de que la faja no malogró a nadie. Y de verdad que no exagero, como pudiera parecer, sobre todo a quienes no llegaran a recordar tan insigne retal. Con decir que para calzarse una faja de esas, la mujer en cuestión, además de asirlas fuertemente por la parte superior mientras tiraba brutalmente de ellas hacia arriba, debía de hacer una sucesión rápida, persistente e incisiva de movimientos pendulares de cadera, mientras genuflexionaba ostensiblemente sus piernas. Y así la prenda iba trepando hacia su lugar de acople, dejando a su usuaria sin uñas y con las piernas enrojecidas por su recorrido. ¡Hay que ver, la fajita! Era dura como el mismísimo infierno. Pero ¿veis? Yo lo cuento con ternura, regresando a mi pasado, dándole a la faja un valor afectivo auténtico. De ahí el valor emocional de las bragas.


Bueno, pues, con este homenaje a las bragas, espero dar por zanjada ya mi preocupación por el tema. De verdad, no miento. En serio. Desde mi viaje a Portugal sólo bullen en mi cerebro pensamientos ligados a las bragas. En serio. De verdad, no miento.

viernes, 9 de abril de 2010

BRAGAS DE PORTUGAL

No hace mucho tiempo me comentaba una amiga que para ella el atractivo de Portugal residía en la decadencia que aún se percibe en ese país. Y es cierto, comparto esa idea plenamente. Cuando los españoles cruzamos a raia nunca focalizamos nuestra atención hacia el avance y el progreso experimentados por este país en los últimos años, sino más bien nos fijamos en aquellos elementos que para nosotros representan épocas pasadas. Llaman nuestra atención los comercios interiormente desorganizados, los negocios con los mostradores de madera, las fruterías que aún utilizan básculas de pesa manual, cuando no romanas, las camionetas con las cajas de madera, las señoras rurales que mantienen el tipismo negro de su vestimenta, los jóvenes con camisas ajustadas y desabotonadas que lucen pelo en pecho, señores con bigote de mediana edad, sombrero de paño y gafas empañadas, varones maduritos con vocación de gentleman, de sonrisa abierta, diligente y dentadura oscurecida por la acción persistente del humo del tabaco... y un largo etcétera que no enumero por falta de espacio y tiempo.


Bueno, pues en estas estaba yo, cuando cojo, llego, voy y me largo a Portugal a comprobar y verificar sobre el terreno las reflexiones anteriormente expresadas.


Llegué hasta la freguesía de Zebreira, perteneciente al concejo de Idanha – a – Nova, en la parte Este del país. La verdad es que me llevó hasta allí el destino, yo no había planeado nada previamente. El destino, muchas veces, nos arrastra a las personas a lugares específicos y luego nos hace creer que este hecho ha sido una libre elección nuestra. El destino es más zorro que el demonio.


Bien, pues una vez allí, efectivamente, todo se confirmó. Pero tuve que añadir un componente esencial más que descubrí in situ: ¡¡LAS BRAGAS!! Madre mía, qué bragas, Dios. Paseaba por el pueblo y me fijé que en casi todas las puertas había tendales para secar ropa. Y en cada uno de los que vi, en distintas partes de la población, había tendidas un par de bragas blancas, de agujeritos y con un tamaño como un paracaídas del ejército alemán. A diferencia de en España, pensé, Portugal aún necesita un gran volumen de trapo en sus fábricas textiles. No es poco el paño que se necesita para confeccionar una braga de esa envergadura. Ya digo, eran caladas. Parecían bragas con viruela. Claro, esos filtros tendrían como función esencial la renovación permanente del aire enrarecido del “cigüeñal” de su portadora. Yo imagino que sería esa la finalidad de los agujeritos. En España mismo, ya no es como antes que había bragas de invierno y bragas de verano. Es más, creo recordar que también había bragas de entretiempo. De entretiempo, qué gracioso. ¿Qué es eso? Si lo piensas bien es una expresión endiablada.


No paraba de pensar en el encaje que tendría ese retal en un cuerpo humano, la movilidad que permitiría a sus usuarias y la funcionalidad de las mismas para miccionar o deponer cómodamente. Sin embargo, para la sujeción de compresas y derivados, imagino que serían un seguro de vida. La verdad es que eran unas bragas del copón, de esas que no se las salta un gitano. ¡¡Qué bragas, Madre del Amor Hermoso!! Aquí se ha dicho ya, caladas eran. Por si era poco.


No obstante, espero y deseo que en mi próxima visita a Portugal, no se produzca un hecho que secuestre mi atención de tal manera, que me impida disfrutar de todo lo bueno de ese maravilloso país. No es bueno que nos quedemos con lo anecdótico, sino que hagamos análisis objetivos y ceñidos a la realidad de los lugares que visitamos.


Investigaré a ver si esta línea de bragas está generalizada. Pienso que ha sido una buena idea compartir esta experiencia que puede tener carácter de circunstancial y que es, a todas luces, un suceso irrelevante.