miércoles, 23 de febrero de 2011

EN EL CREPÚSCULO DE UNA TARDE

Tarde de cielo gris lluvioso, tarde de domingo, tiempo de melancolía, de recuerdos color sepia, de escalofrío electrizante envuelto en una manta al calor del hogar. Tarde de reencuentro con uno mismo, de saludo interminable, de bienvenida a tu propio ser. Tarde de paseos interiores, de visitas a veredas propias no descubiertas, de saltos de mata, de remansos de paz, de redecoración de todas las galerías de mi corazón.


Tarde de tarde en tarde.


Tarde de pulso lento, de latido pausado para corazones acelerados; tarde de nubes bajas que peinan la montaña, de montañas que muerden los sayos de las nubes, de luces encendidas a lo lejos, de historias diversas que viven tras las ventanas, de corazones rotos que lloran cayendo al abismo de la nada. Tarde de equilibrios emocionales, de luces que se arrojan sobre nuestro propio rostro, de lunas que no salen, de soles que se fueron, de estrellas que no brillan... de dioses que se ríen.


Tarde tarda que pasa tarde.


Tarde de espaldas encorvadas, de pasajeros de paraguas, de charcos que encierran olvidos, de gotas plateadas que explotan en los cristales de la ventana y no dejan mensaje; tarde de alegrías impostadas, de mercaderes invisibles voceadores de la felicidad, de sentimientos que no llegan, de presencias que no están, de sirenas alocadas que rompen el asfalto, de perros callejeros que tiemblan de frío, de gatos encogidos en viejas casas ocupadas...


Tarde tardía de larga tardanza.


Tarde de reflejos difusos que se esconden de sí mismos, de lámparas interiores encendidas sin bombilla, de faroles de luz tenue en los mares revueltos del ser humano; tarde de churros y galletas, de risas que no salen, de esperanza en el mañana. Tarde de voces ausentes deseadas, de llamadas inesperadas, de ánimos herrumbrosos, de vacíos que no se llenan, de huecos que atraviesan como flechas... y a veces se quedan.


Tarde. Sin tardar se me ha hecho tarde...


martes, 8 de febrero de 2011

MI PADRE

Miro a mi padre. Vuelvo a ver el hombre que de pequeño vi, un hombre decidido, fuerte... invencible. Salgo del calabozo de mis ilusiones y vuelvo a mirar a mi padre. Y esta vez veo al hombre que es hoy, que no es el que un día fue.


De manera lenta pero imparable el Alzheimer va hurtándole todos sus recuerdos, llevándose con él su historia personal y la idea de todo cuanto fue, apagándole a trocitos su luz propia, su identidad, su relato personal como hombre, como marido, como padre, como abuelo y como bisabuelo... como ser humano.

Soy testigo silente de su progresivo deterioro y aún así algo dentro de mí me grita que esto no es real, que la fortaleza de mi padre es inexpugnable, que él será el primero en vencer esta maldita enfermedad, que de nuevo lo veré ganando otra batalla, que seguiré teniéndolo como un tapiz donde mirarme y nutrirme como persona. No puedo digerir esta realidad, a pesar de ver cómo él va perdiendo ilusión, brillo, fuerza y vitalidad.

Afortunadamente todavía permanece a mi lado, aún puedo seguir situando mi afecto, mi seguridad y mi apoyo en él. No quiero quemar el tiempo, malgastarlo. Quiero invertirlo en él, en disfrutarlo, en acompañarlo, en mostrarle paciencia y cariño, en devolverle parte del amor que él me ha dado, en llenarlo de paz interior, en agradecerle su comportamiento como padre único y singular. A veces, incluso, pienso que el tiempo juega en mi contra. La vida sigue su curso acelerado y tengo la impresión de no poder hacer todo cuanto quisiera por él. Y el dolor es tan grande que casi puedo tocarlo con las manos, me sacude momento a momento, instante a instante, paso a paso…

Pero antes de que marche a otros conocimientos, a otras realidades que sólo él va a entender, quiero decirle que voy a estar ahí, junto a él, para ver su mirada cómplice antes de que se apague el último resquicio del hombre que fue. Y, sobre todo, quiero que mi querido padre sepa que jamás lo olvidaré, que lo recordaré el resto de mi vida, que seguiré llenándome de él y que pase el tiempo que pase siempre lo amaré profundamente.

Ya solo me queda por decir que en las ocasiones que la vida me presente ante una decisión difícil, recordaré a mi padre y todas las cosas que él me enseñó. Será el retorno de su voz a mí en la noche de los tiempos de mi vida. Él siempre me recordará que puedo hacer todo cuanto me proponga, y que si no acierto en mis decisiones, siempre podré enmendar mis errores.

Cada vez que evoque a mi padre, siempre aparecerá en mi rostro una dulce y agradecida sonrisa.