Tarde de cielo gris lluvioso, tarde de domingo, tiempo de melancolía, de recuerdos color sepia, de escalofrío electrizante envuelto en una manta al calor del hogar. Tarde de reencuentro con uno mismo, de saludo interminable, de bienvenida a tu propio ser. Tarde de paseos interiores, de visitas a veredas propias no descubiertas, de saltos de mata, de remansos de paz, de redecoración de todas las galerías de mi corazón.
Tarde de tarde en tarde.
Tarde de pulso lento, de latido pausado para corazones acelerados; tarde de nubes bajas que peinan la montaña, de montañas que muerden los sayos de las nubes, de luces encendidas a lo lejos, de historias diversas que viven tras las ventanas, de corazones rotos que lloran cayendo al abismo de la nada. Tarde de equilibrios emocionales, de luces que se arrojan sobre nuestro propio rostro, de lunas que no salen, de soles que se fueron, de estrellas que no brillan... de dioses que se ríen.
Tarde tarda que pasa tarde.
Tarde de espaldas encorvadas, de pasajeros de paraguas, de charcos que encierran olvidos, de gotas plateadas que explotan en los cristales de la ventana y no dejan mensaje; tarde de alegrías impostadas, de mercaderes invisibles voceadores de la felicidad, de sentimientos que no llegan, de presencias que no están, de sirenas alocadas que rompen el asfalto, de perros callejeros que tiemblan de frío, de gatos encogidos en viejas casas ocupadas...
Tarde tardía de larga tardanza.
Tarde de reflejos difusos que se esconden de sí mismos, de lámparas interiores encendidas sin bombilla, de faroles de luz tenue en los mares revueltos del ser humano; tarde de churros y galletas, de risas que no salen, de esperanza en el mañana. Tarde de voces ausentes deseadas, de llamadas inesperadas, de ánimos herrumbrosos, de vacíos que no se llenan, de huecos que atraviesan como flechas... y a veces se quedan.
Tarde. Sin tardar se me ha hecho tarde...