Perdía mi vista en los misteriosos horizontes lejanos de aquel inmenso mar. Recorría con mi mirada partes de la historia de mi vida y recordaba imágenes de tiempos casi ya remotos en los que fui muy feliz.
Las aguas se aquietaban por momentos porque el mar deseaba escuchar mis silencios. Las olas me cortejaban haciendo un baile que era como una ceremonia secreta de culto a las divinidades de mis pensamientos. Sin embargo, cuando el mar no conseguía sus propósitos, rugía con fiereza y lanzaba con violencia olas despiadadas y crueles que reventaban su ira sobre las espaldas irregulares de las rocas. Los latidos de mi corazón seguían sonando al ralentí. Y mi mirada seguía perdiéndose en horizontes azulados, plata, gris, blanco nacarado… espaldas mojadas de mar. Negro.
Tenía mi mente abarrotada de ti, tu recuerdo marcaba la potencia de mi alma y me traía vivencias de un amor sincero, honesto, noble; un amor del bueno, de los de verdad. No buscaba nada que no estuviera en ti, no quería nada que estuviera fuera de ti, porque simplemente tú eras portadora de todos mis sueños. Tú. Dulce tú. Bendita tú. Tú, amada tú. Tú. Y más tú. Sólo tú. Mi vida, tú.
Amar no es fácil. Amar en la distancia es aún menos fácil. Amarte y compartirte con la inmensidad del mar es un capricho que me ayuda a salir del foso de mi locura. Tu ausencia es un baile permanente de fantasmas que me gritan y me aturden, pero que jamás te borrarán de mi recuerdo. Tú me enseñaste lo maravilloso que es sentirte amado, las formas divinas de entrar en la gloria del paraíso del amor.
Cuando estoy sin tu compañía, cuando el único abrazo que recibo es el de la soledad de tu ausencia, es cuando mi vacío ocupa un cuerpo inerte, sin vida. Brotes de amargura son regados por el mar en mi vida. Y en la noche oscura, mientras sigo esperándote, el salitre que aflora en mi cuerpo hace visible mi tristeza.
Bajo el nuevo amanecer escucho cantos de vencejo que me invitan a levantarme. De plumaje blanco y negro dejan tras su fugaz vuelo composiciones líricas que me llenan de esperanza. Abro de par en par los telones de mis ojos, dañados de tanto sufrir… y me encuentro frente a mí una mujer que mira el mar.
Llegaste cuando el sueño me había vencido, con el mismo silencio que un día te fuiste. Viniste para jurarme amor eterno, para prometerme que estarías en todos los despertares de mi vida.
Ese día recordé a Paulo y pensé que sí, que todo el universo había conspirado a mi favor, porque yo antes había deseado con fuerza tu vuelta.
Sonreí y me quedé dormido en la paz de tu regazo.
Las aguas se aquietaban por momentos porque el mar deseaba escuchar mis silencios. Las olas me cortejaban haciendo un baile que era como una ceremonia secreta de culto a las divinidades de mis pensamientos. Sin embargo, cuando el mar no conseguía sus propósitos, rugía con fiereza y lanzaba con violencia olas despiadadas y crueles que reventaban su ira sobre las espaldas irregulares de las rocas. Los latidos de mi corazón seguían sonando al ralentí. Y mi mirada seguía perdiéndose en horizontes azulados, plata, gris, blanco nacarado… espaldas mojadas de mar. Negro.
Tenía mi mente abarrotada de ti, tu recuerdo marcaba la potencia de mi alma y me traía vivencias de un amor sincero, honesto, noble; un amor del bueno, de los de verdad. No buscaba nada que no estuviera en ti, no quería nada que estuviera fuera de ti, porque simplemente tú eras portadora de todos mis sueños. Tú. Dulce tú. Bendita tú. Tú, amada tú. Tú. Y más tú. Sólo tú. Mi vida, tú.
Amar no es fácil. Amar en la distancia es aún menos fácil. Amarte y compartirte con la inmensidad del mar es un capricho que me ayuda a salir del foso de mi locura. Tu ausencia es un baile permanente de fantasmas que me gritan y me aturden, pero que jamás te borrarán de mi recuerdo. Tú me enseñaste lo maravilloso que es sentirte amado, las formas divinas de entrar en la gloria del paraíso del amor.
Cuando estoy sin tu compañía, cuando el único abrazo que recibo es el de la soledad de tu ausencia, es cuando mi vacío ocupa un cuerpo inerte, sin vida. Brotes de amargura son regados por el mar en mi vida. Y en la noche oscura, mientras sigo esperándote, el salitre que aflora en mi cuerpo hace visible mi tristeza.
Bajo el nuevo amanecer escucho cantos de vencejo que me invitan a levantarme. De plumaje blanco y negro dejan tras su fugaz vuelo composiciones líricas que me llenan de esperanza. Abro de par en par los telones de mis ojos, dañados de tanto sufrir… y me encuentro frente a mí una mujer que mira el mar.
Llegaste cuando el sueño me había vencido, con el mismo silencio que un día te fuiste. Viniste para jurarme amor eterno, para prometerme que estarías en todos los despertares de mi vida.
Ese día recordé a Paulo y pensé que sí, que todo el universo había conspirado a mi favor, porque yo antes había deseado con fuerza tu vuelta.
Sonreí y me quedé dormido en la paz de tu regazo.