Todo el mundo desbordaba felicidad, alegría; parecía como si fuera a ser una noche especial, diferente, cargada de sorpresas, de enigmas que poco a poco se irían desentrañando. Nuñomoral veneraba a su patrón, un santo muy milagroso llamado Blas.
Comenzó el cielo a vestirse con traje negro oscuro decorado con relámpagos finitos de blanco solar, motivos fugaces que mezclaban el misterio, el terror, la incertidumbre, la esperanza, el ruido, las caídas, las sonrisas, las lágrimas, las fiestas y las penas. En fin, en definitiva, los destinos de los seres humanos, los futuros no escritos, el devenir que la fuerza de la vida impone individualmente a cada uno.
Los fuegos de artificio querían competir en singularidad y belleza con un mundo cada vez más engreído. Un mundo que tenía un cielo… o un cielo que albergaba un mundo. Una de dos. Y yo iniciando el camino de mi vida en un pueblecito que aún vivía ajeno a las prisas, al alboroto y a las discordias.
Cuando tienes cinco añitos no entiendes las lógicas estúpidas de los adultos, piensas que sus cosas jamás formarán parte del mundo que un día tú vivirás.
Aterrado por los truenos y por las explosiones de los cohetes me refugié en la carnicería del pueblo. Abrí una cortina de tiras metálicas, entré con mi rostro mojado en un habitáculo donde varios adultos voceaban e intercambiaban palabras, pero no llegaban a comunicarse. Hacían transacciones comerciales, contraponían intereses, se negaban, asentían, adquirían mercancía, no reparaban en un niño muerto de miedo que miraba la vida tras una cortina. Bueno, nada especial, simplemente cosas de adultos, ¿no?
Dentro, por su indiferencia y su lejanía, me sentía extraño a ellos, distante, de otra condición. Miré la calle tenebrosa a través de las cortinas y comprobé que a lo largo de mi vida viviría muchas explosiones, tendría muchos miedos, recibiría muchas indiferencias y formaría parte de un mundo que en poco mejoraría al que hoy me estaban construyendo esos adultos que no mitigaban mi miedo. Aquella noche ausente de color, de contraste entre blanco y negro, de lunas rotas, de soles apagados, de Dioses escondidos, de estrellas sin luz, de ángeles sin gloria; aquella noche, decía, descubrí yo que las realidades de los adultos y las de los niños son un choque entre dos mundos, igual que una tragedia.