Algunas tardes oscuras de invierno, mis sentimientos se refugian en la penumbra del tiempo tratando de no ser vistos. Es entonces cuando la vida se me clava y empieza a ceñir fuertemente todo mi ser, rodeándolo con una fuerza desmedida y perversa, apretando más y más. Tanta opresión logra que mis pensamientos íntimos sean violentamente expulsados de mi interior y queden pegados en las paredes, o tirados en las calles, o escurriendo por alguna alcantarilla. Son composiciones de palabras que deberían haber ido a parar a ti, mujer que el tiempo no logra hacer invisible. Mujer de negro sobre blanco, mujer del silencio más aterrador en el ruido más estrepitoso... mujer que se sale de mi diana.
Algunas lluvias de invierno crean nebulosas en mi vida que imposibilitan que me vea a mí mismo; que no dejan desnudar a mi corazón, que le impiden contar, desde su sombrío ánimo, lo tétrico que es no tenerte. Gotitas y nieblas que cuentan lo fría que es la vida sin ti, que tornan mi existencia en un iceberg deambulando por la inmensidad de un helado océano: el océano de tu ausencia.
Algunas veces me muevo, empujado por el aire, como la copa de los chopos. Mi ánimo caracolea bajando desde el cielo de mi corazón hasta llegar a mis pies, donde es triturado por mis pasos erráticos. Y a pesar de ello la vida me sigue empujando sin rumbo fijo; ropiendo mi deseo de quedarme parado, resguardado en el cobijo de tu recuerdo, patria común e indivisible de todo cuanto queda de mí. No me duele ninguna parte precisa de mi cuerpo, sin embargo, siento un profundo dolor en mí, tal vez mi alma está en el limbo del desequilibrio. Me queda la esperanza de que te sigas bañando en mares llenos del agua de mis lágrimas. Hoy mis ojos siguen empeñados en demudarse de color, en perderse en tonos grises, en dejar de ver mundos azulados de brujas locas que los vuelan.
Algunas madrugadas me despierto sobresaltado y me conecto con el dolor, pero simplemente para aprender de él. Reconozco que algunas brumas me traen olores a mujer inteligente, aromas de silencios, efluvios de sosiego... pero nada más que eso, simplemente aires, nada palpable, esperanzas envueltas en corrientes de traición. Y busco el secreto de los códigos para entrar en mi vacío interior, para saber de qué coños está compuesto e intentar rellenarlo de cosas agradables, de soplos de oxígeno fresco que me vuelvan a tener vivo. Pero esto sin ti, maldita sea, es una misión casi imposible, es un esfuerzo estéril que hace reír una y otra vez a todos los habitantes del infierno, de mi infierno. ¡Ojalá Satanás perdiera el equilibrio y cayera en el pozo de su propia destrucción! ¡Ojalá un día los seres humanos abandonemos para siempre el reino de la duda!
Algunas lágrimas más tarde aún me acuerdo de ti. Muero pensándote en otros planetas donde al invierno se le quita su capa negra, donde las hojas que el otoño roba a los árboles jamás llegan al suelo, donde muchos pétalos de flores de primavera son tus sonrisas permanentes y donde los calores del verano pintan con sangre corazones que te aman como nunca antes se había amado.
Algunas. Perdón… ninguna.
Algunas lluvias de invierno crean nebulosas en mi vida que imposibilitan que me vea a mí mismo; que no dejan desnudar a mi corazón, que le impiden contar, desde su sombrío ánimo, lo tétrico que es no tenerte. Gotitas y nieblas que cuentan lo fría que es la vida sin ti, que tornan mi existencia en un iceberg deambulando por la inmensidad de un helado océano: el océano de tu ausencia.
Algunas veces me muevo, empujado por el aire, como la copa de los chopos. Mi ánimo caracolea bajando desde el cielo de mi corazón hasta llegar a mis pies, donde es triturado por mis pasos erráticos. Y a pesar de ello la vida me sigue empujando sin rumbo fijo; ropiendo mi deseo de quedarme parado, resguardado en el cobijo de tu recuerdo, patria común e indivisible de todo cuanto queda de mí. No me duele ninguna parte precisa de mi cuerpo, sin embargo, siento un profundo dolor en mí, tal vez mi alma está en el limbo del desequilibrio. Me queda la esperanza de que te sigas bañando en mares llenos del agua de mis lágrimas. Hoy mis ojos siguen empeñados en demudarse de color, en perderse en tonos grises, en dejar de ver mundos azulados de brujas locas que los vuelan.
Algunas madrugadas me despierto sobresaltado y me conecto con el dolor, pero simplemente para aprender de él. Reconozco que algunas brumas me traen olores a mujer inteligente, aromas de silencios, efluvios de sosiego... pero nada más que eso, simplemente aires, nada palpable, esperanzas envueltas en corrientes de traición. Y busco el secreto de los códigos para entrar en mi vacío interior, para saber de qué coños está compuesto e intentar rellenarlo de cosas agradables, de soplos de oxígeno fresco que me vuelvan a tener vivo. Pero esto sin ti, maldita sea, es una misión casi imposible, es un esfuerzo estéril que hace reír una y otra vez a todos los habitantes del infierno, de mi infierno. ¡Ojalá Satanás perdiera el equilibrio y cayera en el pozo de su propia destrucción! ¡Ojalá un día los seres humanos abandonemos para siempre el reino de la duda!
Algunas lágrimas más tarde aún me acuerdo de ti. Muero pensándote en otros planetas donde al invierno se le quita su capa negra, donde las hojas que el otoño roba a los árboles jamás llegan al suelo, donde muchos pétalos de flores de primavera son tus sonrisas permanentes y donde los calores del verano pintan con sangre corazones que te aman como nunca antes se había amado.
Algunas. Perdón… ninguna.