Cuando mi ánimo bate el proceso natural del tiempo y convierte mis días en mis noches, invadido por la oscuridad sufro prolongados estados de melancolía. Activo todos los elementos íntimos encargados de analizar mis estados de consciencia, pero sin luz apenas consigo ver nada.
Como mis boicoteadores interiores oprimen fuerte mi corazón, busco oxígeno caminando por las sórdidas calles de la noche indescifrable. La noche siempre respeta mis sentimientos, por eso me gusta la oscuridad del invierno, porque en cierto modo me protege o, cuando menos, me oculta, me hace invisible al mundo.
Rompe el silencio negro de la noche la voz de un mediocre trovador, mientras los vuelos espontáneos de la legión de ángeles exterminadores que envía Dios a los pecadores, consiguen aturdirme con el sonido estrepitoso de sus alas. Sigo avanzando hacia la madrugada, pisando las calles de brillos apagados de una ciudad dormida que repudia a los perdedores.
- Trataba de que mi canción posara en tu corazón heridocasiroto, por eso intenté imitar la voz enfadosa de Ivete Sangalo – gritó a mis espaldas el misterioso trovador.
No me interesa nada ni nadie, prefiero esperar la llegada lenta del día y buscar ahí espacios donde aún pueda resurgir, lugares interiores donde encuentre una mínima valoración de mí mismo, donde pueda hallar armas para volver a luchar y así levantarme varios amaneceres más, para que me vea quien me quiere, para regalarme a quien me necesita, para ser… o al menos para estar.
¿Cómo no? Amenaza tormenta, hay movimientos estratégicos de nubes negras en el campo de batalla del firmamento, el sonido de las hojas de los chopos acompaña los sones de un río encauzado por un curso que lo lleva a su muerte. Por momentos pienso en tirarme en alguna corriente para que me lleve a algún lugar lejano, pero sigo mi camino y me agarro fuerte a las vallas del abismo de un Universo que esta noche no entiendo. Y tampoco quiero entender.
Me cruzo con la mirada impúdica de un borracho, parece que quiere algo de mí, tal vez compasión, pero esta noche no la encuentra.
- ¿Dónde están las estrellas que no las veo? Son unas ladronas, en cada una de sus puntas dejé tiras de mi vida. ¡¡Muerto no me quieren!! ¡¡Jamás las volveré a mirar!! –relató con la voz grave, casi rota, que emiten todos los vivos muertos.
No suelo hacer caso a los borrachos, son enormemente peligrosos: siempre dicen la verdad. Y esto cuando luchas contra los dolores existenciales propios de todo ser humano puede hacer mucho daño.
Y comienza a producirse la caída lenta y diagonal de la lluvia. Una lluvia fina, persistente... es la lluvia del olvido, que cala y ahoga mi sistema de recuerdos.
Los edificios de la ciudad del dolor son gigantes de cemento y ladrillo, dédalos con luces y sombras que guarecen a los inocentes de todos los peligros que habitan fuera de su mente. Me pregunto si alguno de ellos, en su sueño, se siente hoy como yo.
Entorno mis párpados ligeramente y vuelvo a buscar la vertical del cielo que me cubre, la llovizna es blanda y lenta y, justo al cruzarse con los focos de las farolas, crea múltiples figuras geométricas iridiscentes incapaces de iluminar las sombras de mi alma. Pensamientos plateados rotos por esencias básicas que no soy capaz de desentrañar.
En algún punto de la ciudad de los espectros, el reloj de un campanario santo emite tres sonidos gruesos, fuera de lo regular. Abro los ojos un poco más allá de mi límite físico y la policía del pensamiento censura mi contumaz búsqueda de las razones que me llevaron a dar este paseo.
Por miedo o por respeto no invoco a los muertos para adivinar futuros, no practico magias negras ni diabólicas, no me hago nigromante de mi destino…
Poco a poco la lenta invasión del sueño va apoderándose de mi ser.
Tal vez mañana por la mañana haya desaparecido este pandemónium de mi mente.
Entonces sólo tocará, de nuevo, florecer.