Una de las consecuencias más relevantes y contradictorias del fenómeno de la globalización es el incremento experimentado por los movimientos migratorios entre los países menos desarrollados y los encuadrados en el llamado primer mundo. Y se destaca lo contradictorio de la situación porque los mismos países que abogan por la supresión de fronteras y el libre tránsito como premisas sobre las que construir ese mundo globalizado, supuestamente mejor y más justo, son a la vez los primeros en demandar el cierre de fronteras y las restricciones al libre tránsito, cuando estas premisas se aplican, no a las mercancías, sino a las personas.
Terminaba mis vacaciones playeras y, tras realizar las últimas gestiones en el hotel donde estuve alojado, salí a buscar mi coche para aproximarlo a la puerta principal del mismo y cargar todo el equipaje familiar.
Abstraído en mis pensamientos caminaba por una acera, a esas horas, casi desierta de peatones. Apenas llevaba recorridos veinte metros de calle, un chico de piel negra me abordó y con voz apagada, casi imperceptible, me dijo:
- Oiga señor, ¿me puede ayudar?
Uno de los principios básicos de mi filosofía de vida, no sé si por educación o por la influencia de mi formación, es hacer efectivo mediante las acciones cotidianas el hecho esencial de la verdadera igualdad en dignidad de todos los seres humanos.
Inmediatamente me detuve y me dirigí directamente a él:
- Ay hola, disculpa, que no te escuché, ¿qué puedo hacer por ti? ¿Cuál es tu nombre? – le dije mientras le daba la mano.
- Que si usted me puede ayudar, soy Nwda.
- Pues seguramente no, es más, te puedo decir que yo, en este mundo, soy tan insignificante como tú… o tan importante, coge la parte que más te guste.
Me miró y sonrió.
Tenía unos ojos enormes, de pupila negro intenso, de iris negro matizado y la esclerótica (parte blanca del ojo) era de un blanco pálido, casi amarillento, como si fuera una luna muerta caída en el estanque del olvido. Era una mirada todavía honesta, forjada por el desengaño y el menoscabo personal.
Solté su mano y le estuve contando que había venido a un mundo espejo, al continente del absurdo humano y al país de la mentira.
- Yo me volvería a…
- Gambia – terció con rapidez y oportunidad.
- A Gambia, porque tú no tienes cabida aquí, no sabes hacer trampa. Vete y recupera tu miseria y tu condición humana y así en poco tiempo verás que eres rico. Veo en tu mirada algo que me dice que te esperan cosas buenas.
Para entonces habíamos llegado a mi coche y decidí despedirme de él.
- Recuerda que algo bueno te llegará…- le dije mientras le daba la mano y lo abrazaba.
- Muchas gracias, amigo – contestó agradecido.
Cuando subí a mi coche recordé una noticia emitida por un telediario no hace mucho tiempo, que contaba que ante una avalancha de inmigrantes subsaharianos que se lanzaba sobre la valla de Melilla (recordemos que España es la puerta de entrada a la opulenta Europa), los gendarmes marroquíes habían abierto fuego y habían abatido a varios de ellos, quedando algunos muertos y algunos otros malheridos. Recuerdo que salían imágenes de la noticia mostrando cómo la masa anónima persistía contumazmente en saltar la valla, prefiriendo morir en el intento a desistir y perder el sueño de una vida mejor. En una imagen semioscura, un inmigrante herido, casi agonizando, miró la cámara y gritó al mundo:
- ¡¡Malditos seáis, algún día África se levantará contra vosotros!!
Llegué a la puerta del hotel y cuando estaba terminando de colocar todo el equipaje en el maletero del coche, de nuevo volví a escuchar su voz a mis espaldas:
- Que tenga buen viaje, amigo.
- Gracias Nwda –dije mientras volvía a darle un abrazo.
Y entrando ya en el coche, para emprender viaje, Álvaro, mi hijo, me dijo:
- Papá, ese chico negro está ahí sentado llorando.
Sinceramente, no me había dado cuenta porque tampoco quise, tras el último saludo, ya mirar hacia dónde y cómo se iba.
Cerré de nuevo la puerta de mi coche y volví hasta donde estaba él, olvidando las prisas por un momento. El afecto y el cariño son regalos inmateriales que posan siempre en el corazón. Y yo imagino que a Nwda probablemente sería la primera vez en los seis años que llevaba en España que le hicieran este tipo de regalo, al menos yo prefería enmarcar este hecho en ese pensamiento.
- Ya te lo dije: nuestra insignificancia común no me deja hacer nada más por ti, por eso te regalo mi sonrisa. Yo me quedo con tu mirada. Recuerda siempre que tú eres más fuerte y más importante que tus dificultades, cree en ti y VENCE – dije y marché definitivamente sin volver a mirar atrás.
A veces, mirar atrás es demasiado doloroso…