miércoles, 30 de abril de 2014

Y TAMBIÉN SILBABA


Diría que más que movimientos extraños, eran estratégicos. Encontró su acomodo definitivo (al menos eso parecía) en el escaño inferior al que yo estaba. Abrió su libro. Miró al horizonte y sus ojos tomaron el color del mar, aderezados por esa luz especial que el Astro Rey crea en Sitges.

Ojizarco, clavó su mirada en mí. No me incomodó, porque yo no soy dueño de los actos de los demás, pero sí de mi actitud. Recibí esa mirada, pero la decliné, no dejé que posara en mi interior.

Su cara, de pómulos salientes y mejillas entrantes, casi hundidas y sus ojos azul plomizo, casi grises, denunciaban un alma apasionada. Si bien es cierto, que algunos de sus movimientos le conferían un aire estúpido y torpe, casi lerdo.

Cerró su libro y lo ubicó de tal manera que hizo posible que yo viera su portada. Estoy absolutamente convencido de que fue una acción premeditada y medida. Y fue en ese momento cuando descubrí que su pretensión no residía en descansar, ni leer, ni mirar horizontes lejanos e imposibles, sino que su deseo se sentaba a sus espaldas. Pero yo no flaqueé. El libro se titulaba “Manual ilustrado de terapia sexual”, de la gran sexóloga Hellen Kaplan. Sinceramente, ante lo visto, pensé que este chico debía tener una filosofía de vida pueril, incluso ridícula.

Un rayo de sol chocó contra los cristales del ventanal de un club náutico y su rebote dejó al mundo aún más ciego.

A mi espalda, el entrante de una colina, conformaba un acantilado de falda rocosa y pies de arena fina. Abajo, junto al rugido del mar, gente desemejante realizaba acciones desiguales. Permanecían tan abstraídos y tan ajenos a la vida que diría que todos se sentían en la playa del olvido, aunque debo reconocer que en mi mente se había dibujado la playa del recuerdo. Me distraigo. Bogo y barnizo mi cofre de pensamientos, para tenerlo guapeado, por si un día decido que vean la luz.

El chico se mostró inquieto, tal vez porque consideraba que yo flirteaba demasiado conmigo mismo.

Un viejo marinero cruzó la calle principal, llevaba tatuado en su brazo derecho un ancla cuyas puntas señalaban la latitud del lugar donde conoció a su primer amor. Pero esto nadie lo sabía, claro. Su mujer lo tomó de la mano y le sonrió, pero el áspero lobo de mar no pudo permitirse responder a un estímulo tan tierno. Riguroso, sin concesiones, clavó su mirada en un punto indeterminado de la jungla de cemento.

Ante mi desatención selectiva, el chico decidió realizar un movimiento más preciso, más vertical. Hizo un giro de medio cuerpo y con una mirada intermitente se dirigió a mí:

-    Mira, por favor, no quiero molestarte, pero, ¿me podrías decir qué significa la bandera esa que cuelga de algunos balcones? Me llama la atención y me pica la curiosidad.

-    No. Yo de trapos no entiendo, cuando visito lugares focalizo mi interés en las relaciones humanas, en los afectos, en los recuerdos, en los lazos invisibles que creo y trenzo para que se hagan irrompibles. Soy ciudadano de la tierra.

-    Me parece una filosofía interesante.

-    No es una filosofía, es una forma práctica de vida que comporta utilidad y provecho.

Cuando percibió mi receptividad, su ánimo remontó exponencialmente, porque no olvidemos cuál era su cometido. Vamos, al menos, yo no lo olvidaba en ningún momento.

-      ¿Te puedo hacer otra pregunta? –interrogó.

-      No –contesté.

-      ¿Por qué? ¿Te molesto? –insistió.

-      O sea, te acabo de denegar el permiso para hacerme otra pregunta y vuelves a la carga con otras dos. ¿Qué pretendes? – le reproché con asertividad, pero sin mostrar enfado.

Me levanté y mientras iniciaba mi camino escuché una vaga disculpa.

En mi trayecto de vuelta pensé y repensé en la habitual práctica de los erróneos procedimientos de aproximación que los seres humanos utilizamos entre nosotros, sobre todo cuando la pretensión es de orden superior a la mera interacción amistosa y puntual.

El amor no se oferta.

El amor se busca cuando previamente alguien de manera mágica te ha creado la necesidad.

Por cierto, dicho sea de paso, este caso estaba invalidado de principio a fin, ya que yo soy heterosexual.

A veces, es maravilloso canalizar intenciones sinuosas de quienes nos rodean, fundamentalmente para ayudar a mostrar a ciertas personas que las formas retorcidas de operar son, además de horteras, enormemente improductivas.