lunes, 29 de septiembre de 2014

TE HABLO, TE DEFINO

El secreto, te dije, no consiste en brillar como un gusano de luz y que todo el mundo te vea. No, ni mucho menos, nada más lejos. El secreto, cariño, estaba en que tú ardieras de amor y propagaras el incendio.

Te insistí que a ti te bastaba abrir los ojos para originar la llama del amor, porque cuando tus párpados subían todo se iluminaba y todo ardía. Te lo decía, te lo recordaba, te lo repetía como un disco rayado, porque yo sabía que tu mirada era la lanza que atravesaba los trajes ignífugos de todos los corazones.

Y buscando para ti la palabra más suave del mundo, me fijé en tus brazos. Tus brazos, intentando abarcar en simetría los horizontes perdidos, eran lanzaderas de abrazos que mi mente guardaba para dármelos en sueños.

- Todos los hombres que prometen la luna a una mujer, terminan lastimando su corazón. Me atrevería a decirte que son enamorados irresponsables, que juegan con las palabras sin calcular su efecto letal –me dijiste articulando tus brazos.

- Pero la palabra es una poderosa herramienta al servicio del amor, lo coloca, sitúa ese sentimiento en el alma de la persona amada – contesté observando ya el anverso de tus manos.

Giraste ligeramente tu cuello y, con una inclinación medida, diría que precisa, dibujaste una tímida sonrisa viva e instantánea, idéntica a un relámpago nuclear en una noche negra de tormenta. Abriste tus ojos y me miraste con una fuerza que me regaló el momento más verdadero y más bello que nunca antes había percibido la mirada del amor.

-         ¡Bah, es fácil componer metáforas! Eso está al alcance de cualquier espíritu pobre, de cualquier loco que quiera jugar con el corazón sensible de una mujer –aseguraste mientras entrelazabas los dedos de tus manos con una dinámica femenina única.

Mi mirada, deslizándose por tu frente lisa y bella, posaba sobre tus labios recién cerrados. Tus labios, cáliz de flores hermosas, nenúfares flotantes, portadores de mensajes deseados… tus labios rojos, terminales, solitarios, fruto globoso, capsular, locura acorazonada, puerta del pétalo de tu lengua.

Y regresé a tu frente: extensa, lineal, serena; perfectamente delimitada, con una frontera rigurosamente exacta e irregular en su trazado. A cierta distancia, sin llegar a acariciar, toqué su superficie. Mi mano y tu frente, unión de dos masas gaseosas de distinta temperatura, coalición de dos fuerzas ocultas y diferentes que tratan de direccionar en un sentido común. Me ligué a tu frente con mis labios, cielo o gloria, afecto que la convirtió en mi tierra natal, en mi patria, en mi bandera. Tu frente pertenece a un mañana que jamás llega, es perenne, no tiene intermisión.

-  Combates la palabra, despliego mis silencios para ti. En tus respuestas, con paciencia inquebrantable, veré si los vas interpretando a nuestro favor –aseguré alojando suavemente mi mirada en tu rostro.

Tu nariz como eje imaginario que divide en una perfecta simetría a tu cara y deja a cada lado dos manzanas prohibidas, idénticas a las del pecado original.

- Tranquilo listillo, conozco los dos poderes de la palabra. Y con ese conocimiento me protejo –aseveraste en el preciso instante que junté mi cara con la tuya.

Roce de mejilla, fricción ardiente de pómulos con deseo, aromas que buscan su sabor en los besos pomulados. Tu caricia en la tierra es como si fuera un excedente de lo divino, algo que ha sobrado a todos los Dioses de todos los cielos. Tu caricia es algo parecido a sentir el tacto de lo inexistente. Tu caricia no es terrenal, está más allá… y sé que la sentiré en mi muerte, de manera ya eterna. Gracias anticipadas por tus caricias, amor.

- ¿Dos poderes? Pensé que la palabra tenía más poderes, ¿me puedes contar eso mujer sabia? –interrogué, afirmé e interrogué.

Tu semblante, esta vez, delataba una mujer de totales, porque los totales son los que no dejan indiferente al ser humano. Por eso, tu expresión momentánea me dejaba claro que no creías en los términos medios.

Balanceabas tu cuerpo en una especie de indecisión, o en la certeza de la duda, o en la indeterminación de tu seguridad.

-  Las palabras pueden ser reparadoras, revitalizantes y curativas, cuando se emiten con honestidad y se utiliza un lenguaje blanqueador. Sin embargo –continuaste- las palabras también pueden ser destructivas, arrasadoras y letales, sin son lanzadas bajo los códigos de la indignidad y arrojadas desde el abismo de lo inhumano.

Terminaba de suspirar con tus últimas palabras en tanto tú te recostabas en el asiento y ponías tus manos en aspa sobre tu pecho. Observé en silencio y en secreto aquellas manos progresivas, tendentes al optimismo. Eran manos de mujer que reza a escondidas. Manos que hacía tiempo habían dejado de escribir cartas de amor; manos que abanicaban sueños; manos blancas; manos de mujer; manos que un día se asomaron a las ventanas de sus cárceles y me llamaron…

- No digo nada más, porque nada puedo ya perfeccionar –aseguré vivamente poseído y dominado por alguna pasión que, probablemente, fueras tú.

Concluida la conversación busqué mi remate aterrizando con mi mirada en tu cuello. Tu cuello, deslizadero del jardín de las delicias. De proporción geométrica, tubular, boga y barniza un lienzo perfecto. Lindo cuello de niña bonita. Es un cuello que se circunvala a sí mismo.

No miro más, cierro mis ojos… me enroco.


Mal, muy mal, eh, has cometido un pecado, porque me has pellizcado el alma sin usar anestesia.