Es que, verás, la cuestión no es que tú te vayas y que yo,
fácil o difícil, me siente en un sillón y consiga olvidarte. Lo verdaderamente
importante es que tú no estás cerquita y yo no sé cómo desatar de mi garganta
este nudo sin extremos que me ahoga.
Tus sentimientos son tan inmensos como los mares que
navegas, tan inespecíficos como la diversidad de mundos que visitas... tan
fuertes como la soledad que siento cuando miro y no te veo. Recuerda: esta
parte del planeta sin ti, no se entiende.
El gigante de metal navega ya a cinco nudos y en la dársena
de Poniente corren vientos impetuosos que no solo mueven mis cabellos, sino que
también zarandean mis pensamientos. Mi corazón festoneado busca envolverse
sobre sí mismo, desconectarse del todo y quedar sin principio sensitivo, para
no sufrir el dolor de tu ausencia. Te veo fuera de lo común, fuera de lo
regular, te tengo en lo inabarcable de lo espiritual... pero de algún modo te
tengo.
Lanzo y fijo mi mirada en el horizonte exacto que te alejó
de mí y, en la oscuridad, diviso un mar de espalda veteada en plata; unas aguas
blancas, brillantes, con una sonoridad peculiar de melodía afligida,
apesadumbrada, melancólica, triste... aguas catalizadoras de vacíos
irrellenables, de huellas imborrables.
En la madrugada, una acción indebida de la niebla matiza los
orígenes del firmamento, bóveda celeste que queda velada e impide la luz de la
luna y también convierte la sonrisa de Bengala de las estrellas en llantos
cinéreos. Resisto en pie mirando, esperándote, no pienso marcharme aunque vaya
enloqueciendo de a poco en la delirante ilusión de verte. Probablemente,
mañana, el sol asome por Levante.
Tú, argonauta a la conquista de ínsulas imposibles, tal vez
ficticias; legionaria de ejércitos de sentimientos que no siente, de
sentimientos sin vida; mercenaria de amores que en su momento fueron posibles,
pero que hoy están apagados para siempre… muertos.
Yo, aquende los mares, petrificado en el instante eterno y
dramático de tu marcha, de brazos caídos, de párpados húmedos, de esperanzas
quebradas, de sonrisas marchitas, de miradas apenadas, de suspiros de congoja,
de dolores sordos pero intensamente agudos... de corazón oculto, escondido,
inactivo, mudo, inmóvil... muerto.
Sonidos de motor y chapa me despiertan de nuevo a la vida,
en la dársena corren aires con movimiento horizontal que secan mis ojos y
matizan su azul. Mi pensamiento se activa de manera inmediata y te sitúa en
algún hemisferio lejano, en trópicos de latitudes indeterminadas. Al fin una
brisa inodora llega lenta y casual a mi cara... me acaricia cargada de besos
tuyos.
Cierro mis ojos, quiero sentirte de manera plena, anclarte
en las profundidades difusas de mi corazón, fijarte en los círculos mágicos de
mi mente. Y también quiero preguntar a mi conciencia si me guarda algún rencor,
pero prefiero hacerme el distraído. Al fin y al cabo creo que, junto al mar y
colgado de la esperanza de volverte a ver, tampoco soy tan infeliz.
Antes de abrir mis ojos deseo con fuerza que ocurra algo
improbable: que detrás de mis párpados me espere tu imagen ceñida de vaqueros,
adornada de amarillos, circundada por el halo que provoca el meteoro luminoso
de tu sonrisa. Sería delicioso abrazarte con delicadeza, tomar tus manos
caídas, besar tu frente, sentir tu tacto, ganarte en una apuesta un beso de dos
minutos, reírnos con los labios cerquita, decirte al oído cuánto te quiero,
cómo te admiro, que me gustas a matar, que estoy loco por ti, que me sumas y
que los totales de esas sumas, cuando vuelvo a mirarte y veo esos ojazos color
miel, me las multiplicas por mil.
Pero la realidad es otra, al abrir mis ojos veo andenes
vacíos, aceras que dejan deslizar por sus espaldas pañuelos de lágrimas que el
viento zarandea a su antojo rasando el suelo. Si tal vez te hubiera visto, maldita
sea, me hubiera arrojado sobre ti por un franco y verdadero impulso, igual que
haría un marinero borracho con su amor perdido. Sin embargo, abrazar el
recuerdo me resulta imposible, trataré de colocarlo en algún lugar destacado de
mi corazón para que éste no se desertice, para saber que fuiste la mujer de mi
vida, para repasar nuestra vida juntos cada vez que quiera sonreír…
No hay momento más bello que aquel en el que miro el espacio
infinito de tu corazón y veo su cupo ilimitado lleno de felicidad, de bondad,
de amistad, de amor, de pasión apagada… Y de dolor, lleno también de dolor, de
dolor que ya no duele.