Mis recuerdos son así, astutos y taimados, generalmente
hirientes y particularmente atolondradores. Llegan a mí originados por todo
aquello que precisamente no quiero pensar, que deseo, tal vez, desterrar para
siempre de mi mente. Lo sé, sí, también lo he pensado: las mañanas opacas, de
grises marengos, de vísceras con veta negra, de resina de fósiles, no son las
más indicadas para que los recuerdos representen sus danzas en el escenario de
la mente.
Y es que mis recuerdos son así, me asaltan cuando les da la
gana y me hacen creer que he sido yo el que los he sacado de las trincheras del
tiempo.
Mis recuerdos de ti son bonitos, son unos recuerdos
preciosos, inolvidables, pero afligen igualmente a mi corazón, porque
reelaboran una felicidad y un sentimiento de amor profundo que jamás volverá. Y
ello me produce mucha pena, me sume en un inmenso océano de soledad y me cuelga
de un abismo que transforma mi vida en una pared vertical infinita donde cuelgo
de una frágil cuerda.
Mis recuerdos sobre ti son hermosos, pero hacen mi vida
tarda y pesada, la cargan de simpleza e insulsez, la vacían de contenido
centrifugando su matriz, su esencia básica. Mis recuerdos sobre ti son de
caricia de seda cruda, de sentimiento ahogado; son recuerdos de fonemas
articulados con lágrimas impulsadas por tu bondad, por tus fundamentos como
mujer honesta, generosa, entregada a sus causas... tu recuerdo me crea escenas
de cine cuya banda sonora es una canción secreta que me sostiene, que me ayuda,
que me empuja; escenas de cine mudo cuyo primer plano es una carita preciosa de
marfil, una mirada apabullante que me enfoca, se me clava y me revienta
literalmente el alma... una sonrisa vital que mueve lo inamovible.
Mis recuerdos junto a ti se pierden en la
noche de los tiempos, son recuerdos de firmamentos de estrellas fijas, que no se mueven,
astros celestes que brillan con disimulo; son recuerdos de cuerpos abrazados
intentado ver estrellas fugaces para ganarles un deseo, un deseo único y común.
Son recuerdos de lunas atrapadas, que no reflejan; recuerdos de margaritas
mentirosas que dicen no, recuerdos que tratan de soltarme de los fuertes lazos
de la soledad para empujarme a los floridos campos de la alegría de tu
compañía. Realmente son recuerdos de gatos tristes en calles inhabitadas, gatos
melancólicos que se encogen de frío...
Y ahora, cuéntame, ¿cómo son tus recuerdos? ¿Tienes? ¿Sabes
olvidar fácil? ¿Necesitas olvidar? ¿Acaso recuerdas? Dime, por favor, qué
recuerdas, cuéntamelo... o guárdatelo.
Pero venga, por favor, no demores, cuéntame tus recuerdos.
No te enredes en pensamientos que menoscaben tu realidad, presta atención a tu
conciencia, a la fuerza de tu corazón, no mantengas diálogos internos negativos
ni para ti ni para mí, ya que pueden programar y definir el concepto de ambos.
Decídete, lo espero.
¿O acaso no hablas porque tus recuerdos vagan por notas
manuscritas con bolígrafos de tinta verde? Puede ser, sí. Estoy seguro que el
recuerdo de esas notas se te clava como dardo y te duele infinito. Tampoco
descarto que no quieras contarme nada del pasado para que no lleguen a tu
pensamiento imágenes de rosas secas, de flores amenazadas por manos insensibles
e imprudentes, de abrazos respondidos con más fuerza que los dados.
No, no, no, permíteme que no acepte un argumento tan
acomodado a tu interés inmediato. Yo jamás te aconsejé que nunca miraras atrás,
tan solo te dije que siempre que caminaras junto a mí, no necesitarías volver tu
vista atrás. No es lo mismo, a todas luces. Ahora sigue empecinada o rectifica,
actúa como te venga en gana.
No obstante, no nos separemos del asunto principal, vuelvo a
centrar el tema, aquí estamos a otra cosa, deseo con hervor saber si vas a
contarme tus recuerdos. Cuéntamelos anda, necesito volver a encontrarme con
todo aquello que hizo que me enamorara de ti, evaluar lo que me fue alejando y
cerrar definitivamente una puerta abierta que deja entrar corrientes glaciares
que me congelan el alma.
¿O tal vez no articulas palabra porque tus recuerdos te
transportan a mesas llenas de barquitos de papel con mensajes ocultos en sus
dobleces? Seguramente sea eso, el miedo a des-desertizar el corazón suele ser
un gigante temible. Probablemente no dices nada porque no deseas tambalearte
pensando en hojas amarillas manchadas de barro, en pétalos de orquídeas
multicolor marcándote caminos hacia mis brazos, en susurros casi imperceptibles
que te recordaban cada dos segundos que eras la mujer más amada de la tierra…
Y harto de silencios parto hacia lugares donde ya solo pueda
confiar en objetos. Me voy, sí, pero me voy llevándome conmigo todo lo amado,
aunque ya no haya amor. Y sobre todo me voy sin volver a escuchar tu voz
contándome tus recuerdos.
Espero que mis pasos solo dejen huellas amables, nunca
personas o ilusiones aplastadas.
Te amé como nunca volveré a amar.