Y entonces rodeo tu
cuerpo con mis brazos y apoyo mi cabeza conectando con mis labios a tu hombro
derecho. Tus suspiros me matan, son tan especiales como todo lo que en la vida
se queda escaso. Respiras suave, te quejas leve, porque en sueños eres tan sutil
como lo eres en tu preciosa vida. Me aprieto suave a ti y te respiro, te hablo
sin mover mis labios, porque por mí piel escapa todo. Así es contigo, porque te
quiero como nunca he querido.
Has llegado para
quedarte, lo sé, tengo la certeza en lo más profundo de mí. Soplarán aires
fuertes, para intentar arrastrarte, pero ahí estará la fuerza del amor para
dejarse tensar sólo hasta límites tolerables. Te quiero cariño, eres una
lucecita constante en mi alma.
Tomas mis manos y,
acercándome a ti, besas mi frente. Siento algo más que un contacto de piel, es
como si un rayo de sol se hubiera solidificado y atravesara mi pecho
partiéndome en dos. Haces patente todo lo intangible, por eso contigo me siento
bien, muy acompañado, protegido, porque tú eres invencible. Te necesito amor,
eres como ese premio/milagro de vida que todos los creyentes con suerte sienten
que les ha regalado Dios. Me siento colmado porque fuera de ti no tengo espacio
para nada ni para nadie. Eres mi mundo. El único posible.
Acaricio tu espalda con
la yema de mis dedos, hago circulitos sobre ella y dibujo corazones, porque tú
eres todo amor. Y te toco con las palmas de mis manos abiertas. Tocar tu piel
debe ser lo más parecido que haya a caer del cielo en vertical e ir rebotando
en lo gaseoso de las nubes, llegar a tierra y ser mecido por montañas de
algodones. Así lo siento yo. Te quiero, ¿te lo he dicho ya antes? Quererte no
es una libre decisión mía, es un mandato supremo de los pilares mismos de mi
existencia.
Me separo de ti unos
centímetros y observo tu cuerpo. Mi nivel de expresión termina, sería el
momento idóneo para que hablara Dios, si existe. La función más noble de tu
cuerpo es la de ser contemplado, vergüenza debería darme tocarlo. También puedo
amarte a escasos milímetros de ti, porque es todo tan real y tan profundo que
todo mi ser habita en tu interior. Te rodeas y me miras, acaba de hacerse en mí
el día. Sonríes. Posas tu cabeza en mi pecho, respiras armónicamente. Te
zambulles lentamente entre las sábanas suaves y serpenteas bajo ellas creando
con maestría el enigma de por dónde vas a asomar de nuevo. Haces eterno el
momento, me mantengo expectante mientras en mi cabeza suena la suite de El carnaval de los animales, de
Saint-Saëns. Apareces camuflada entre tu pelo, justo a la altura de mis ojos,
tu cara es un poema en prosa, hermoso contraste de negros sobre blanco. Me
dilato.
Reptas hacia arriba y te
despojas de la sábana, quedando tendida de espaldas en la cama. Te miro
oblicuamente, de soslayo, encubriendo con astucia mi intención de verte.
Sonríes advirtiendo mi deseo, ya lo dijo Unamuno “las mujeres saben siempre cuando se las mira, aún sin verlas, y cuando
se las ve sin mirarlas”. Me llega una hermosa fragancia, algo parecido a
los aromas de las pequeñas flores del
lirio de los valles, un olor a mujer inteligente, a mujer de silencio y
de sosiego. Tu cuerpo ofrece un plano horizontal con algunas capas que ocultan
esencias básicas, es como las imágenes femeninas de los trabajos de María Jesús
Manzanares: obsesionadas con buscar los caminos que las lleven a su propia
muerte y autorizadas por la artista que las crea a tumbarte, a pisarte, a
arrancarte el alma y llevarse impunemente el botín. Tu cuerpo es una imagen
extraordinaria, ciertamente envolvente, colgada de hilos de cordura.
Poseído por tu belleza
pierdo la vergüenza y lanzo la sábana que me cubre al infinito. Me coloco
paralelo a ti, en idéntica posición, pero con una desnudez más insolente que la
tuya. Nos tomamos la mano y con la fuerza del silencio dibujamos dos estrellas
gemelas que son el reflejo fiel de nuestra realidad: cuanto más juntas, más
brillan.
El deseo empieza a
apremiar la necesidad de echar el telón a esta ventana escrita, para que nadie
sea testigo de la unión sacrosanta de nuestros cuerpos.
Maravillosa escena de
ojos cerrados.
Mi memoria vuelve a
fallar, ¿te he dicho que te quiero?
El deseo, para nosotros,
no es más que la vitamina perceptible
que alimenta nuestro amor.
Y nuestro amor puede ser
separable, pero es manifiestamente IRROMPIBLE.