Tú,
a veces tan hermética, me dejaste una nota manuscrita en el bolsillo
de mi cazadora. Una nota, como todas las notas de mi vida, escrita
con bolígrafo de tinta verde, que leí horas más tarde.
Era
una nota escueta, pero en ella cabían muchas vidas, presentes y
pasadas. Una nota directa, sin concesiones. Una nota escrita con la
misma reticencia y el mismo sentimiento que podría utilizar un reo
justo antes de recibir la pena capital.
Decía…
No
termino nunca de pasar la curva invisible e infinita de la
infelicidad.
Tú
me has enseñado que hay mundos diferentes con vidas desiguales, pero
que siempre se pueden romper todos los imposibles.
Acabas
de entrar en mi corazón que, como todos los corazones, es muy
frágil.
Por
favor, no rompas nada.
Sin
embargo, a mí el que más me gusta es el dulce de tu cara. También
las miles de mieles de tus ojos, cuando empalagan mi rostro. He
aprendido a amarte sin tenerte y tus defectos me resultan
soportables, algunos incluso se me tornan en virtudes. Tal vez a eso
se le llame amor.
Amar
es entrelazar diferentes elementos: tejer afectos sin competiciones,
crear referencias y no pertenencias, bordar de besos y no adquirir
sentimientos de posesión. Amar es dar un infinito a tu libertad,
creer locamente en ti, enamorarse de tus actitudes, admirar tu
expansión, sonreír con tu crecimiento personal. Amar es juntar las
manos con las palmas hacia arriba y sostener todo cuanto nos une, es
pedirle a las estrellas deseos que tengan que ver con tu voluntad, no
con la mía.
Me
gusta amarte tomándote las manos y besándote la frente, dejándote
con mis labios todo el acopio de afectos que hago cuando no te veo,
para que sepas por mis huellas cuánto pienso en ti. Me gusta amarte
besándote el cuello, aromatizándome con tu cuerpo, reventando en
mis brazos el vacío de tu ausencia; me gusta mucho amarte
abarcándote, pulsando tu cuerpo y viviendo con los latidos que
siento de tu corazón. Y es que me encanta amarte vibrando cuando veo
tu linda carita de nata, también sintiendo vértigo cuando no la
veo, cuando no puedo acariciarla con mis manos y cuando le cuento a
las brujas de la soledad que es la cara más bella que jamás he
visto.
Y
tocarte escuchando canciones, para que luego formen parte de mi
historia personal. Canciones que tú me descubres y me cuentas en
secreto, como si nadie más en el mundo tuviera derecho a
escucharlas, como si estuvieran hechas para nosotros, para
solidificar nuestro amor, nuestra historia común. Y tocar tu cadera
por la espalda mientras hundo mi nariz en tu pelo, absorber tu aroma,
tomar tu esencia para hacerme grande, sentir tu contoneo, marcar los
límites de tu cuerpo con mi piel y ceñirlo como territorio
exclusivo. Ser envuelto con la dulzura de tu mirada y entender
eternamente su extrema libertad.
Quedo
sometido a poderes mágicos con todos los homenajes que me rindes,
homenajes desnudos, verdaderos, cotidianos, reales como tú, porque
homenaje es ver tu sonrisa iniciándose; homenaje es observar tu
gesto sencillo pero bello; homenaje eres tú abriendo la puerta y
apareciendo frente a mí; homenaje eres tú sentándote en la cama,
quitándote la ropa; homenaje son tus manos presionando mis mofletes,
palpando mi corazón; homenaje es tu nariz oliendo mis comidas, tus
oídos escuchando mis palabras, mis suspiros que se ahogan todos en
tu lago interior. Homenaje eres TÚ.
Tu
pelo, cayendo en cascada por uno de tus lados, posa suave sobre tu
hombro izquierdo, dejando tu carita de media luna asomando como
pétalo de una anémona de los bosques.
Decía
Benedetti que en
el silencio caben todos los ruidos.
Y es verdad, porque en tus silencios, además de todos los ruidos,
caben todos los demás silencios, así como en tu inmovilidad también
caben todas las acciones.
De
tu amor solo le hablas a las estrellas, a dos o tres nada más de las
que cada noche van a tu ventana a hacerte compañía. Le cuentas, con
tu loca cordura, que a tu enamoramiento le gusta desertizarse, porque
tienes la certeza de que la magia del amor siempre se termina
perdiendo.
Pero
algunas tardes de domingo, cuando se me clava la ciudad y me invaden
las legiones de la melancolía, cuando tu ausencia se me torna en una
tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, es cuando tus
seguridades y tus adhesiones mentales se difuminan en cielos
confusos, temerosos, sin luz, sin vista, sin conocimiento... Y emerge
mi lucidez para pensar que en el amor no hay ni miedos ni certezas,
hay voluntades firmes que nacen de corazones que bailan y vibran
aturdidos, como la aguja de una brújula copa de histeria su esfera
cuando no encuentra destino.
Una
brisa fresca choca blanda contra mi cara y me devuelve a la vida,
pero estoy tan adentro de mí que me cuesta regresar.
Este
soliloquio ha llegado a su fin.
Recobro
mi parte en la sociedad humana, me proyecto, encuentro mi equilibrio
y recalculo alguno de mis deseos.
Al
destino no se le violenta ni se le agrede, en todo caso solo se le
espera.
Recoloco
mis pensamientos. Pienso en ti. Sonrío.
La
catarsis ha terminado.