Las
bombillas, colocadas en hileras, emitían una luz tenue, amarillenta,
pálida... de flores marchitas de retama.
Tu
baile era pausado, lento, diametral sobre tu eje, extremadamente
geométrico. Te movías con determinación, con exactitud, con
puntualidad y con concisión... con la misma precisión que un gato
se mueve por la vida.
Recogiste
tu pelo negro en una coleta y levantaste tarda tu cabeza regalándome
una mirada de soslayo. Esa mirada de través me produjo un extraño
vacío en el estómago y dos punzadas en mi pecho, a la vez que sentí
un pequeño crac interior en mi corazón. De idéntico modo, pero en
grado distinto, te lancé una mirada oblicua, desviada de tu
horizontal y buscando la perfección y la sinceridad de tu diagonal.
Tu
baile esquivaba muchas cosas. También algunas otras.
Bordado
de notas, la música, encontraba su tono en el bamboleo naturalmente
apacible de tu cuerpo. Tu sonrisa saltaba de mesa en mesa y algunas
veces era estrella. Las bombillas lloraban un chorro de luz delicado,
delgado, débil.
Y
otra vez me volviste a mirar.
La
escena me traía unos recuerdos perfectos, pero me generaba unos
pensamientos imperfectos.
Estamos
hechos de tiempos y modos. Somos verbos.
Tomo
una rosa roja y la coloco junto a tu cara, quiero saber quién tiene
más pétalos de las dos. Coges mi mano y la pulsas. Y me dices qué.
- Quiero conjugarte para seducirte.
- No me gustan los requiebros.
- Mujer abstracta, voy a beberme la noche.
Envuelta
en semisombras miraste mi marcha como un perro indeciso. Estabas más
bella que nunca. Era una belleza que no amarraba, tal vez de cabos
sueltos.
- Te invito a la última, ojos azules.
En
la esquina más remota de una barra, tachábamos al mundo y creábamos
un universo fantástico, incluso mágico.
Cogiste
mis manos por el reverso y miraste seria todas las rayas que surcan
mis palmas. Y me dijiste:
- Estas manos tienen unas lineas de vertical descendente hacia mi corazón.
- Vamos a bailar, bruja.
El
pianista se arrancó con la balada “Para
vivir”,
de Pablo Milanés, dándole un toque más profundo y sosegado aún
que la original.
Bailamos
y nos respiramos. Y tu aroma terminó de realizar el hechizo.
Sentía
tu calor, el delicado tacto de tu piel, tus manos buscando lugares
misteriosos de mi cuerpo, tus labios rozando mi cuello, tu pelo
cosquilleando mi rostro y atando mis sentimentos... Era un baile
lanzadera, un disparo hacia todos los lugares de tu vida. Cogiste mi
cabeza por detrás e inclinando con exactitud la tuya, con una
necesidad indispensable, me estrechaste besándome con pasión, con
mucho flujo, con un estilo dictado por un alma apasionada, poseída
de afectos. Y descubrí el delicioso licor de tus labios, el jugo
azucarado de tu boca, libando tu lengua una y otra vez hasta que
pusiste una mano en mi pecho, me separaste unos centímetros de tu
jardín de delicias, me miraste a contraluz y me preguntaste:
- Dime, ¿qué sientes con mis besos?
No
era fácil para mí contestar a tu pregunta, entre otras cosas,
porque a partir del primer beso ya no podía meramente contar
aspectos tuyos, ya solo podía exclamarte, sentirte, recitarte,
porque para mí ya eras poesía.
- Siento lo mismo que un nenúfar en su misterioso navegar, pero también siento la sensación opresora de un peligro invisible. Eres preciosa, déjame que te mire eternamente.
La
vida me había ido enseñando a hacer las cosas con amor. Y esa noche
lo estaba bordando: actuaba con amor a ti, con amor a mí y con amor
a lo que nos rodeaba.
Sin
embargo, en seguida percibí que tú te proyectabas por momentos
desde una confusa zona de incertidumbre.
- Lo que dices hace que me ponga muy contenta.
Con
una sonrisa empujada por la aurora y por tu cara sonrosada, aparté
tu pelo y te dije:
- Cariño, haz gala de tu singularidad, no tienes impedimentos, no eres mediocre... Eres la mejor: armoniza tu sentimiento con tu capacidad y serás imparable, volarás alto aunque yo no soporte verte marchar.
- Vine a un baile y me llevo al hombre que cumple las leyes de mi vida. Me aventuro a saber que te querré honestamente. Por favor, abróchame a tu corazón.
Cuatro pájaros, con vuelo recto, anuncian la buena nueva.
Principia
a aparecer la luz del día, el sol alumbra tu belleza y con ello
explotan todas las demás luces de la vida. Las bombillas del baile,
ridículas, se apagan para siempre... mueren. Y tus ojos color tierra
atenúan los colores del mundo y templan su tono.
- Amor, vamos a compartir la vida... la música ha dejado de sonar.
Desde
el primer momento que la vi, lo tuve íntimamente claro: mi música
era ella... y jamás dejaría de sonar.