Miras
a través de la ventana.
Con
un escalofrío electrizante tus brazos se cruzan abrazándote, como protegiendo
del aire glaciar tu trémulo cuerpo. Al otro lado de los cristales, el viento
arrastra miles de sentimientos que muchos enamorados se han dejado caer al
suelo. El cielo llora y sus lágrimas se abalanzan sobre ti tratando de llenarte
de penas que tú no tienes. El cristal lo para todo, sales ilesa. Ha sido un
ataque brutal de grises, tal vez mortal de necesidad.
Aparto
mi vista de ti para fijarla en el anverso de mis manos.
Examino
por un momento todas las representaciones gráficas de mí ser, pero esta tarde
mi sistema cartográfico se muestra vago, impreciso. Persisto en la mirada, pero
no encuentro forma alguna de hacer funcionar en mí el arte de trazar mapas en
mi piel. Dejo de mirarme y me proyecto en ti, en tu horizonte más lejano,
porque quien mira el horizonte mira su interior. Y ahí encuentro varias
imágenes que duermen en una ladera de mi corazón.
Dejo
de sumirme y recogerme en mi propia intimidad y vuelvo a mirarte.
Me
levanto, sacudo el polvo de mi mente y te abrazo por detrás. Pego mis labios a
tu cuello y exhalo todos tus aromas. Te invito a pasear por un recuerdo lejano.
Subo despacio, rozándote suave, y me coloco a la altura de tu oído para
susurrarte:
- - Te
quiero cariño, eres preciosa.
- - La
tarde realmente está para quererme –dices petrificada.
Vuelvo
al silencio. Te siento. Cierro los ojos. Floto en una oscuridad blanda, dulce,
quieta, grata, lisa. Tu hombro sostiene todo eso… y algo más. Un reloj de
sonrisa circular marca pesado las horas.
- - Dime
algo más –me pides dando un parpadeo inusual.
Reconozco que tu demanda me asusta, es como
si trataras de buscar una última verificación de lo que sientes por mí… o de lo
que ya no sientes. Tu voz se clava en mi pecho como un lejano y lastimero
clamor de aves de paso, la emites con un timbre medio de intensidad apagada,
parece que tienes íntimamente decidido respirar tras los cristales que ahora te
protegen.
Esta maldita tarde me está matando, las horas pasan
lentas, prolongadas, tristes… dolorosas. Mis pensamientos fluyen tan rápido,
que mi lengua no acierta a servirlos, a ponerlos a mi disposición para tocarte
el alma. Me hacen sumir en un profundo silencio, me impiden decirte nada, me
lanzan a perderte para siempre. Lo sé. ¡¡Cuántos “te quiero” quedan encerrados
en las cárceles de mi corazón, atrapados en su hermetismo letal!!
Fuera, la lluvia sigue hinchando los brazos de agua de
los arroyos donde un día nos besamos. ¿Recuerdas? Era el despertar, el inicio,
nuestra proyección común a la vida.
-
Tomo tu mano, pero esta vez está fría. Asombrado, o mejor
dicho aterrado, quedo inmóvil soltando tu mano de golpe a la par que me voy
dando la vuelta, una vuelta que me llevará para siempre al abismo, a una
realidad inmaterial inmensa, insondable e incomprensible.
Rompes tu inmovilidad y aprietas una tecla cercana y
termina de devastar mi sistema emocional la lastimera voz de Ana Moura,
entonando su desgarrador fado “Desfado”. Es como un regalo envenenado que me
haces marcando una terrible despedida, enseñándome con su letra todos mis
sentires junto a ti o los tuyos junto a mí. No sé.
“Ay, que tristeza, esta mi alegría
Ay,
que alegría, esta tan grande tristeza
Esperar
que un día yo no voy más a esperar un día
Por
aquel que nunca viene y que aquí estaba presente”.
Tras los cristales, el viento lleva en su vuelo hacia la
lejanía partículas húmedas de bellos recuerdos. Recuerdos
que tú ya no querrás recordar nunca más, o que recordarás en silencio y en
secreto, para no mostrarte vulnerable, aunque dentro de ti te sentirás. La
lluvia es así: refresca y purifica, pero también resfría.
No hace falta que dejes tu ventana, no es necesario.
Hagamos las cosas al revés de como el destino las tiene planeadas. Me iré yo.
Me voy, sí, pero me marcho dejándote llena de mí, llevándome todo de ti. La
distancia quedará bordada de extensores invisibles hilados por lazos también
invisibles, para que el mundo no pueda cortar nuestra unión divina y
sacrosanta.
Es tarde y estoy ya demasiado cansado, ahora te toca
seguir mirando tras el cristal de esa ventana, pero esta vez verás cómo mi
cuerpo se va alejando.
Por favor, no abras la ventana... no me llames.