Nada,
no había forma de acción posible. Cada mirada era un fracaso que,
además, predisponía a otro fracaso. Cada paso me incapacitaba más
para obtener una respuesta positiva por tu parte, a pesar de la
aceptación abnegada que mi corazón te profesaba. Cariño, amor,
admiración... una aldea global de sentimientos que iban quedando en
ruinas, devastados por tu indiferencia, porque tú sí que habías
visto ya el final.
Pasaba
el viento de derecha a izquierda y creaba un murmullo lejano con las
hojas de los árboles, parecía como un arrullo que pretendiera dejar
dormida un rato a la vida.
Miré
tu perfil y vi una imagen de persona muerta, como un viejo arcoiris
de bandas matizadas, casi descompuestas. Tu cara no era un poema, era
un presagio, incluso un anuncio trágico.
-
Tu vida siempre fue grande, clara y bella -dije tardo y vacilante,
como trastocando las sílabas.
Tu
voz de bajo profundo llegó a mis oídos como un dragón enfurecido,
clavándoseme igual que cuando la hoja de un cuchillo parte un
corazón en una reyerta.
- Y volverá a serlo, pero sin ti -contestaste serena y segura.
El
fantasma de la locura hizo sombra en mi cerebro y las garras aceradas
y glaciales de la demencia abrieron mis carnes y ensombrecieron mi
vida para siempre.
El
sonido del viento cambió de tono y pasó de la nana al lamento y la
amargura de un fado envenenado.
Y
ahora, ¿Dónde guardo tanto amor? ¿Dónde lo pongo? ¿Cómo lo
coloco para que quepa en mi vacío? Sí, es cierto, puedo buscar en
tus recuerdos mi metamorfosis, pero sinceramente no soy tan ingenuo.
Tus recuerdos solamente me procurarán un espacio de libertad íntima,
pero desgarradora. No más. Tampoco menos, pero menos es muerte.
Nada.
Me
aproximo a ti por tu espalda. Te huelo. Tu aroma aún tiene poder
para diluir la rabia y el rencor, es como un perfume terapéutico que
me hace inhalar todo lo vivido junto a ti. El poder curativo del
olor, de tu olor único y genuino, el olor de mis noches de ceguera.
Giras
sobre tu propio eje y me miras de frente, directamente a mis ojos
apagados, romboidales. Pones la palma de tu mano derecha en mi
mejilla izquierda y me miras con lástima, casi con piedad. Lo que
transmite tu piel no lo puedo contar, porque mis sensaciones y mis
sentimientos ya no los puedo situar en ti, no me dejas.
-
Ahora será todo mejor así, debes empezar a caminar por senderos que
no tengan mi huella. Todo irá bien, un día encontrarás un camino
circular que te hará llegar a ti mismo... una vez te encuentres, en
tu vida prenderá una luz. A partir de ese momento, espero que jamás
se apague ya. Yo estaré lejos, muy lejos, pero lo sentiré en lo más
hondo de mi ser. Tienes que saber que te amé profundamente, como ya
nunca volveré a hacerlo.
Caigo
abatido en el suelo de rodillas, doblegado por este golpe letal
sacudido por el funesto mazo de la vida. La infelicidad me aturde,
casi no me deja sufrir bien. Retumban en mis lágrimas los acordes y
la letra de Tracy Chapman interpretando “Baby
can I hold you”.
El dolor es tan grande que parece como si lo pudiera tocar con mis
manos. Necesito aire, pero no lo quiero. Siento que en mi pecho han
colocado un tapón que obstruye el respiradero de mi vida. Sin
embargo, esta horrible sensación es la única posible ahora mismo,
es la que deseo. Abro mis ojos tratando de pedir un auxilio inocente,
pero en la habitación ya no hay nadie. Te llamo, te espero, te
grito... deliro.
Unas
horas después la noche me refugia. Permanezco tumbado mirando al
cielo. Salto con mi mirada de una estrella a otra, pero en todas
encuentro el mismo contenido: tu cara. Una constelación lejana ha
perdido una estrella, el resto trata de disimularlo brillando más.
Hago trazos imaginarios con sus puntas buscando un dibujo que me
alivie, pero siempre configuro tu inicial. Tal vez será mejor que
lleve mi vigilia a un lugar cerrado y oscuro.
Ahora
el viento sopla leve, perpendicularmente al rumbo que navegan mis
pensamientos, pero esta vez no emite ninguna tonada, simplemente
llega y sin lograr alcanzarme se queda dormido... tal vez como mi
locura y yo.
Abrir
mis ojos no me aporta nada nuevo, sino que me devuelve a mi triste
agonía. Desde la cama observo una nota de papel pegada con un trozo
de adhesivo transparente al espejo de la habitación. Me levanto a
por ella y veo mi nombre en el anverso y, en idéntica posición pero
en el reverso, el tuyo. Es una nota con tus últimas palabras:
“El
amor no da derecho a todo.
No
supiste quererme cuando a mí no me importaba besar el suelo que
pisabas, pero tengo que decirte que siempre vi en ti una bondad
infinita, aún desde mi triste y desgraciado sufrimiento.
No
dejes que en tu alma brote el odio ni la desolación, eso te
mantendría muerto, solamente aprende a amar.
Es
hora de terminar, por favor, muéstrale a tus fantasmas todas tus
heridas y préstales tu esqueleto para que se vuelvan corpóreos y te
ayuden a caminar correctamente.
Olvídame
para siempre...
Te
quise”.
Cae
el papel de mis manos y baja suave construyendo un relato circular...
movimiento idéntico a mi vida que se hunde en una espiral macabra y
acarocolada.
Amo hasta tu ausencia.