Tu mirada era una bola de lava que se
hacía río una vez que salía de tus ojos sombríos. Una mirada curva, sin
ángulos, apagada, tal vez desconfiada, pero ganada por la fuerza del valor de
la esperanza, de la ilusión de una vida que tú jamás habías pensado, pero que
sabías que existía porque la habías visto en sueños, en tus sueños.
Apareciste a media tarde moviéndote
en diagonal, para que nuestra mirada se cruzara oblicuamente, no podías poner
tan fácil tu bondad al albur de la guillotina de la vida, no querías ser
decapitada de nuevo. Venías frágil, ondulada, con todos los sistema de alerta
de tu cerebro activados, con la idea de que nadie conquistaría a tus
guardianes… sin saber que esos guardianes estaban desarmados y eran poco
fieros.
Mientras te observaba semioculto,
diste tres pasos hacia adelante y dos hacia un lado. Paraste. Metiste las manos
en los bolsillos de una chaqueta negra y miraste un horizonte que te daba
miedo, hasta que aparecí yo frente a ti, a lo lejos, al tiempo que una cigüeña
crotoraba en la cima del campanario de una iglesia en la que tú no orabas. Me
aproximé a ti con seguridad, incluso con firmeza, te sentiste desarmada e
imitaste el vuelo tembloroso y desordenado de los mosquitos. Al fin y al cabo
tenías el corazón demasiado roto como para no hacer gestos de protesta al
mundo… a mí también. Sonó un hola que, sinceramente, no recuerdo bien quién de
los dos lo emitió. Y miraste a ninguna parte. La tarde quedó en suspenso.
Con la opresora sensación de un
peligro invisible, trataste de avanzar, pero por cada paso que dabas, la vida
avanzaba un metro más que tú y volvía a dejarte en tu punto de partida. Un
enjambre de demonios atormentaba tu mente, de sobra sabías tú que la felicidad
no siempre tiene el mismo sabor, pero fuiste fuerte y no te quedaste inmóvil,
preferías sufrir en movimiento que morir dulcemente parada. Cercada por el
miedo y atenazada por la incertidumbre, me regalaste una sonrisa tímida y medida;
me miraste con precaución y paraste la vida, presentías que algo podía llegar a
pasar. El aire movió tus cabellos negros, bellamente caídos como tú ánimo,
bailarines como el sabor de la esperanza. Me miraste a los ojos, me diste dos
besos y me hablaste bajito, para que los duendes hostiles no te escucharan y no
te hirieran de nuevo.
-
Me
siento como una hoja caída –susurraste inaudible.
Enseguida hiciste dos movimientos, o
tal vez uno solo, pero compuesto, era como si hubieras aplicado dos fuerzas
circulando en distintas direcciones. Y diste espacio a nuestras miradas.
Con tus pensamientos varados en las
arenas secas de tu interior, daba la sensación de que pedías a gritos un
auxilio que nadie entendía. Tratabas de buscar una metamorfosis compleja, de
difícil o imposible ejecución: intentabas metamorfosear tus tormentas negras
por hermosas tardes de cielos azul bahía, pasar de la cacofonía de la
desesperación al canto vivo y triunfal del himno de la alegría.
Sin embargo, en tu actitud se veía
clara una chispa eléctrica de gran intensidad que dibujaba un futuro no ya
esperanzador, sino brillante y cargado de felicidad. Esas líneas de luz
procedentes de un sol apagado que tenías oculto (incluso a ti misma), indicaban
un camino bonito, pero que debías hacer tú sola. Tú. Solo tú. Tú sola. Sola.
Pasadas las travesías de las tierras
movedizas que un día rompieron tus brazos de tanto sortear, comenzó a nacer tu
deseo de ser piel roja y los pétalos del mundo se estiraban hacia el infinito. Y
ese deseo de ser piel roja comenzó a escribir en tu cabeza cómo desandar la
crónica negra de tu crónica soledad. Una sonrisa incidental anunciaba en tu
cara horizontes de luces solares. Y, aunque con errores, yo deseaba estar ahí
para ver esos horizontes junto a ti, para ver florecer todas las sonrisas del
mundo en tu cara.
Y entonces, empezaste a estar
gobernada por tu valentía y fue cuando batiste todas las barreras del mundo. Tu
fuerza viva conquistó a los guardianes de la dificultad y, en el mismo
universo, comenzaste nuevos y múltiples caminos, abiertos y guiados por tu
certero y potente sentido común.
Reconfigurar tu vida y refundar tu
existencia con valor y con fortaleza, con valentía, con firmeza, con vigor,
excediendo a las fuerzas naturales, a las leyes de lo humano… eso hiciste mi
bella amiga, mi querido ser… y eso, eso es algo más que un hecho terrenal, eso
es simplemente una HAZAÑA HEROICA.
Y yo, tu amigo.
¡¡Cuánta fortuna!!