Mirarte y hacer balance,
¡qué vértigo, qué miedo!
Situarte
en las bambalinas de un teatro en cuyo escenario representas tu paso por la
vida, escenografía de una obra pública y de otra privada, oculta. Millones de representaciones entre bastidores,
reservadas, fuera del alcance de la mirada de todo espectador. Arlequín que
lame sus heridas a escondidas, que guarda lágrimas en botellas de cristal
ahumado que luego lanza al mar, porque el mar jamás traiciona un secreto, más
bien al contrario: los esconde en sus profundidades más oscuras y misteriosas,
mientras las olas distraen a los curiosos.
Mientras
trazas un horizonte preciso con tu mirada nuclear, observo tu espalda y vuelvo
a sentir el deseo de ser un piel roja. Levantas tus brazos de manera suave,
lenta, sin tosquedad ni aspereza alguna, los levantas dulcemente y tus manos,
como elementos llamativos, trazan movimientos altamente significativos,
cargados de deseos que pides al cielo. Manos ascendentes, bailarinas, difíciles
y herméticas como las cárceles de tu mente.
Una
gaviota de vuelo ascendente me dice con sus alas que eres una colección de
piezas mentales, un fractal de colores hecho de locura…
Busco
donde parece juntarse el cielo y el mar, hasta donde llega mi límite visual,
porque cuanto más lejos miro, más cerca me veo. Necesito tenerte fuera de mi
encuadre. Y cuando mi cabeza se transforma en un tapiz blanco donde transcurre
mi vida, me surge el efecto engañoso de quien busca escalar una montaña: cuanto
más se acerca más lejos la ve.
Siento
en mi interior un potente crac, se apagan las luces y, de pronto, se enciende
una pantalla donde se proyecta mi biografía. Una biografía salpicada de sucesos
positivos y, en menor medida, de acontecimientos negativos; de alegrías y de
tristezas; de esperanzas cumplidas y de expectativas frustradas; de imágenes
sin ti, incluso sin mí… de imágenes deseadas de los dos. De ti. De mí. De
nosotros. De nadie. De la soledad. Del sabor diferente de la felicidad.
Una
dinámica inconsciente hace que me aleje de ti, a pesar de que tu sonrisa es un
encantamiento que asegura que quede enamorado eternamente, pero no por ello
sujeto a la voluntad y arbitrio de tu descomunal belleza. O hablamos con el
corazón o me sumerjo en el universo del silencio, hago de nuestro encuentro una
pausa de música sepulcral; pero nunca, nunca
jamás te volveré a permitir inocularme el virus letal de tu sonrisa.
Lo
sé, soy plenamente consciente de que la hiriente soledad no florece y ni tan
siquiera se mueve, la soledad cae de golpe como la afilada guillotina de la
esperanza. Sin embargo, también soy consciente de que hay algo imponente y
monstruoso en ella, parece como si fuera un corazón en carne viva, un corazón
que vive desnudo, sin cuerpo, un corazón poseído por un demonio sumamente
perverso, malo, nocivo…tal vez mi pensamiento esté tentado de comprar el traje
funesto de lo inhabitado.
Tu
danza es como tu hermosura: infinita. Te colocas estratégicamente y me clavas
una mirada diagonal que dinamita todas mis resistencias, me siento como un
soldado desmontado, un militar sin graduación condenado al hambre perpetua de
la guerra.
Veo en
tu rostro un paisaje de clima extremo, polar y desértico a la vez, bellísimo
como nada, también hoy como nunca; una carita de sonrisa acuática, emulsión de
flores preciosas, escalera de hojas de color; mirada cálida frente al espejo, pero
glacial para mí.
Sé
que Ser no seré, pero me haré y me mantendré vivo con canciones que un día
escuchamos juntos, que otro día bailamos pegados; me construiré con lugares que
visitamos cuando tus caricias eran mi alimento; saldré de mis escombros con
recuerdos de momentos, con anhelos de gestos que muchos días me regalabas, con
caricias que se hacían solubles en mis ojos enamorados. Solo seré con tu
ausencia, con nada ni con nadie más. Nunca.
Deambulará
mi inexistencia por un mundo sin color, sin sabor, sin materia viva, pero
prometo besarte siempre en millones de sueños secretos; seguiré dando sentido a
mi vida haciendo una lucha sin causa de todo cuanto fuimos, de aquello que
nunca te dije, de lo que dejé por hacer, de las veces que no te miré por miedo
a partir mis retinas en tus ojazos negros…
Haré
de ti un recuerdo sosegado y permanente, de perfección en sus formas, que nutra
mi espíritu, que llene mis vacíos, que reviente mis deseos, que oprima
fuertemente mi corazón, que teja telas de araña para capturar todos los besos
que trate de enviarte. No pienso mirar más al futuro, no asentaré sobre bases
sólidas más allá de hoy, aunque soy consciente de que vivir de recuerdos
mostrará palmariamente el triunfo de mi decadencia, me dejará inerte, inmóvil,
paralizado… sin vida.
El
tiempo se estrecha y, a la par, nos empuja, nos sitúa a cada uno en un lugar
diferente. Nada más podemos hacer por parar los múltiples ocres del otoño que
nos aleja, nuestro sentimiento arcilloso produce desgarros duros, quebradizos,
de color azul plomizo cargado de oscuros.
Cierro
los ojos.
Casi
puedo rozar tu cara.
Me
hiero contigo…