jueves, 14 de mayo de 2015

TIERRA MOJADA

Era en la esquina de las flores, ¿recuerdas? Juntaste tus manos y dibujaste un corazón, mientras hacías gestos de palpitación con ellas. Una llovizna lenta, suave y persistente, de estas que logran tirar muros, plateó tu bella carita. Estabas preciosa, tal vez más que nunca.




Te acercaste y cogiste mis mofletes con las mismas manos que apenas un instante antes habían conformado un corazón lleno de palpitaciones. Me miraste fijo, de cerca. Tus ojazos negros, llenos de hechizos tribales, se clavaron en los míos. Me sentí, ante la inmensidad envolvente de tu mirada, diminuto, minúsculo, bajo, breve, corto… te miré y te vi infinita, imprecisa en la lejanía de los grises del cielo.
  • Te quiero ojos azules, eres mi pollito – dijiste con voz húmeda mientras reventabas tu mirada en mi rostro ya mojado.
Sentí un movimiento interior involuntario, trémulo; mi corazón latió sensible, lento como la lluvia... despacio. Las hadas, aunque escondidas, se sentían incómodas, incluso rabiosas. Y tu sonrisa me hizo encadenar tres o cuatro emociones que abrieron mi pecho como si fueran afilados bisturíes. 
 
Tu sonrisa es única, es una ciencia imposible de estudiar, es una fuerza desconocida que obra irresistiblemente sobre mí, sobre el mundo, sobre los cielos y sobre todos los dioses. Tu sonrisa eres tú. Te quiero amor, eres una hermosa libélula que baila constantemente en mi estómago. Y me hace cosquillitas, me emociona, me levanta, me engrandece… me hace poderoso, invencible. 
 
Haces un giro en corto, hacia tu izquierda, miras la vertical del cielo y frunces tu ceño, y con un movimiento delicado, como toda tú, abres el paraguas. Me guiñas un ojo y sonríes, le puedes a la vida y vences a mi corazón, lo tienes absolutamente conquistado, lleno de ti y colmado de tu dominio. Feliz.


Nos reíamos, borrábamos el mundo, porque para nosotros el mundo éramos nosotros. Y también para mí el mundo era tu sonrisa: globosa, simétrica, perfecta. Y de manera mágica aparecimos frente al cartel que anunciaba la venta de “huebos caseros”.


  • Me gusta este lugar, quiero volver – dijiste agarrando el dedo índice de mi mano izquierda con los dedos índice y pulgar de tu mano derecha.
Mi corazón era balanceado por tu sonrisa y tu mirada encendía luces nucleares en mi alma. Mirarte era entrar a vivir en un mundo perfecto. Ser mirado por ti era ser mecido entre nubes de algodón y dar la vuelta en el infinito.


Miraste el cartel de los huevos y sonreíste. Evidentemente, por como estaba escrito, se notaba a las claras que era verdad lo de los huevos: ¡¡eran caseros!!
  • ¿Nos compramos un dulce? - preguntaste con una mirada de niña pícara que está a punto de pecar.
Alegre, activada por tu contento interior, me cogiste la muñeca y tiraste de mí. Subimos la empinada calle tomados de la mano, transmitiéndonos confianza y seguridad, haciendo hablar al tacto, queriendo intercambiarnos trocitos de piel. Antes de llegar al altillo, en secreto, pensé: “ojalá, un día lejano, muera junto a ti, agarrado a tu mano. Te quiero amor”. 
 
Sostenida por los grises del día, caminaste de puntillas por el empedrado de una calle central. Enseguida miré hacia arriba, en los edificios del principio, intentando localizar el nombre de la calle. Se me encogió el alma cuando puede observarlo, se llamaba “Calle del olvido”. Obvié el nombre y busqué la alegría inmensa que me confería tu linda carita acristalada. Su reflejo me embrujó y me transportó a esos mundos que salen en los sueños de las películas de enamorados.
  • Cierra los ojos y apunta con tu dedo índice hacia el cielo, nenito - me ordenaste según saliste de la pastelería con las manos ocultas tras tu espalda.
Y me colocaste un donuts anillado a mi dedo.


Los donuts son mis dulces favoritos. Y los donuts que tú me compras son aún más favoritos: son donuts con amor.
  • Ummm... Gracias cariño. Gracias por quererme, por estar pendiente de mí, por sumarme, por complementar mis cualidades, por saberte mis gustos, por darme tanto y seguir siendo el doble de inmensa que yo. Gracias, junto a ti soy muy feliz – dije mirando tu dulce cara de alegría.
Tras nuestra deliciosa merienda, caminaste hacia adelante haciéndome con tu mano indicaciones de que te siguiera. Tú siempre caminas hacia adelante, entre otras cosas, porque eres una mujer que piensa y siente. Me gustas mucho, te admiro.


Llegamos a una plaza cuadrada, en cuyo epicentro había una fuente esférica. La fuente proyectaba hacia arriba unos chorros de agua espumosos que le llevaban la contraria a la ley natural de la lluvia. Te colocaste en el lado opuesto de la fuente al que yo estaba. Entre la espuma del agua adiviné tu sonrisa diametral y tu mirada salteada y penetrante, profunda como su color. Mi corazón se dilató.


  • Cada día lejos de ti se hace eterno, cada momento sin tu presencia es interminable, nada llena el espacio que dejas con tu ausencia, más todo esto me es soportable por que sé que estas a mi lado y que siempre estaremos juntos” - canté bajito la canción de Pablo Milanés “El breve espacio en que no estás”, aprovechando la melodía apacible y suave que la fuente nos brindaba.
Todos los astros transpusieron el horizonte y la tarde terminó de decaer. La lluvia se envalentonó y pintó el cielo de gris marengo, muy oscuro, casi negro. Los árboles nos riñeron y nos apremiaron a regresar al calor del hogar.



Observé tus paralelas y me acomodé en la más próxima a ti, avanzamos hacia el coche equidistantes entre sí, sin mirarnos, sólo pensándonos.


Y junto a ti entendí que jamás me guiaré en la vida por momentos puntuales dañosos, siempre miraré los globales que son los que nos llevan a culminar la meta, a conseguir ese amor que siempre habíamos soñado. La paciencia me pondrá en tus brazos y entonces yo sonreiré eternamente.


Es tarde amor, aparquemos las palabras y dejemos que la fuerza de los hechos nos hagan. 
 
Te quiero.

miércoles, 11 de marzo de 2015

BAJO EL TECHO DEL CIELO

Las bombillas, colocadas en hileras, emitían una luz tenue, amarillenta, pálida... de flores marchitas de retama.



Tu baile era pausado, lento, diametral sobre tu eje, extremadamente geométrico. Te movías con determinación, con exactitud, con puntualidad y con concisión... con la misma precisión que un gato se mueve por la vida.

Recogiste tu pelo negro en una coleta y levantaste tarda tu cabeza regalándome una mirada de soslayo. Esa mirada de través me produjo un extraño vacío en el estómago y dos punzadas en mi pecho, a la vez que sentí un pequeño crac interior en mi corazón. De idéntico modo, pero en grado distinto, te lancé una mirada oblicua, desviada de tu horizontal y buscando la perfección y la sinceridad de tu diagonal.

Tu baile esquivaba muchas cosas. También algunas otras.

Bordado de notas, la música, encontraba su tono en el bamboleo naturalmente apacible de tu cuerpo. Tu sonrisa saltaba de mesa en mesa y algunas veces era estrella. Las bombillas lloraban un chorro de luz delicado, delgado, débil.

Y otra vez me volviste a mirar.

La escena me traía unos recuerdos perfectos, pero me generaba unos pensamientos imperfectos.

Estamos hechos de tiempos y modos. Somos verbos.

Tomo una rosa roja y la coloco junto a tu cara, quiero saber quién tiene más pétalos de las dos. Coges mi mano y la pulsas. Y me dices qué.

  • Quiero conjugarte para seducirte.
  • No me gustan los requiebros.
  • Mujer abstracta, voy a beberme la noche.

Envuelta en semisombras miraste mi marcha como un perro indeciso. Estabas más bella que nunca. Era una belleza que no amarraba, tal vez de cabos sueltos.

  • Te invito a la última, ojos azules.

En la esquina más remota de una barra, tachábamos al mundo y creábamos un universo fantástico, incluso mágico.

Cogiste mis manos por el reverso y miraste seria todas las rayas que surcan mis palmas. Y me dijiste:



  • Estas manos tienen unas lineas de vertical descendente hacia mi corazón.
  • Vamos a bailar, bruja.

El pianista se arrancó con la balada “Para vivir”, de Pablo Milanés, dándole un toque más profundo y sosegado aún que la original.

Bailamos y nos respiramos. Y tu aroma terminó de realizar el hechizo.

Sentía tu calor, el delicado tacto de tu piel, tus manos buscando lugares misteriosos de mi cuerpo, tus labios rozando mi cuello, tu pelo cosquilleando mi rostro y atando mis sentimentos... Era un baile lanzadera, un disparo hacia todos los lugares de tu vida. Cogiste mi cabeza por detrás e inclinando con exactitud la tuya, con una necesidad indispensable, me estrechaste besándome con pasión, con mucho flujo, con un estilo dictado por un alma apasionada, poseída de afectos. Y descubrí el delicioso licor de tus labios, el jugo azucarado de tu boca, libando tu lengua una y otra vez hasta que pusiste una mano en mi pecho, me separaste unos centímetros de tu jardín de delicias, me miraste a contraluz y me preguntaste:

  • Dime, ¿qué sientes con mis besos?

No era fácil para mí contestar a tu pregunta, entre otras cosas, porque a partir del primer beso ya no podía meramente contar aspectos tuyos, ya solo podía exclamarte, sentirte, recitarte, porque para mí ya eras poesía.

  • Siento lo mismo que un nenúfar en su misterioso navegar, pero también siento la sensación opresora de un peligro invisible. Eres preciosa, déjame que te mire eternamente.

La vida me había ido enseñando a hacer las cosas con amor. Y esa noche lo estaba bordando: actuaba con amor a ti, con amor a mí y con amor a lo que nos rodeaba.

Sin embargo, en seguida percibí que tú te proyectabas por momentos desde una confusa zona de incertidumbre.

  • Lo que dices hace que me ponga muy contenta.

Con una sonrisa empujada por la aurora y por tu cara sonrosada, aparté tu pelo y te dije:
  • Cariño, haz gala de tu singularidad, no tienes impedimentos, no eres mediocre... Eres la mejor: armoniza tu sentimiento con tu capacidad y serás imparable, volarás alto aunque yo no soporte verte marchar.
  • Vine a un baile y me llevo al hombre que cumple las leyes de mi vida. Me aventuro a saber que te querré honestamente. Por favor, abróchame a tu corazón. 

    Cuatro pájaros, con vuelo recto, anuncian la buena nueva.

Principia a aparecer la luz del día, el sol alumbra tu belleza y con ello explotan todas las demás luces de la vida. Las bombillas del baile, ridículas, se apagan para siempre... mueren. Y tus ojos color tierra atenúan los colores del mundo y templan su tono.

  • Amor, vamos a compartir la vida... la música ha dejado de sonar.

Desde el primer momento que la vi, lo tuve íntimamente claro: mi música era ella... y jamás dejaría de sonar.


jueves, 22 de enero de 2015

RECTAS SECANTES

Tú, a veces tan hermética, me dejaste una nota manuscrita en el bolsillo de mi cazadora. Una nota, como todas las notas de mi vida, escrita con bolígrafo de tinta verde, que leí horas más tarde.

Era una nota escueta, pero en ella cabían muchas vidas, presentes y pasadas. Una nota directa, sin concesiones. Una nota escrita con la misma reticencia y el mismo sentimiento que podría utilizar un reo justo antes de recibir la pena capital.

Decía…

No termino nunca de pasar la curva invisible e infinita de la infelicidad.

Tú me has enseñado que hay mundos diferentes con vidas desiguales, pero que siempre se pueden romper todos los imposibles.

Acabas de entrar en mi corazón que, como todos los corazones, es muy frágil.

Por favor, no rompas nada.



Sin embargo, a mí el que más me gusta es el dulce de tu cara. También las miles de mieles de tus ojos, cuando empalagan mi rostro. He aprendido a amarte sin tenerte y tus defectos me resultan soportables, algunos incluso se me tornan en virtudes. Tal vez a eso se le llame amor.

Amar es entrelazar diferentes elementos: tejer afectos sin competiciones, crear referencias y no pertenencias, bordar de besos y no adquirir sentimientos de posesión. Amar es dar un infinito a tu libertad, creer locamente en ti, enamorarse de tus actitudes, admirar tu expansión, sonreír con tu crecimiento personal. Amar es juntar las manos con las palmas hacia arriba y sostener todo cuanto nos une, es pedirle a las estrellas deseos que tengan que ver con tu voluntad, no con la mía.


Me gusta amarte tomándote las manos y besándote la frente, dejándote con mis labios todo el acopio de afectos que hago cuando no te veo, para que sepas por mis huellas cuánto pienso en ti. Me gusta amarte besándote el cuello, aromatizándome con tu cuerpo, reventando en mis brazos el vacío de tu ausencia; me gusta mucho amarte abarcándote, pulsando tu cuerpo y viviendo con los latidos que siento de tu corazón. Y es que me encanta amarte vibrando cuando veo tu linda carita de nata, también sintiendo vértigo cuando no la veo, cuando no puedo acariciarla con mis manos y cuando le cuento a las brujas de la soledad que es la cara más bella que jamás he visto.

Y tocarte escuchando canciones, para que luego formen parte de mi historia personal. Canciones que tú me descubres y me cuentas en secreto, como si nadie más en el mundo tuviera derecho a escucharlas, como si estuvieran hechas para nosotros, para solidificar nuestro amor, nuestra historia común. Y tocar tu cadera por la espalda mientras hundo mi nariz en tu pelo, absorber tu aroma, tomar tu esencia para hacerme grande, sentir tu contoneo, marcar los límites de tu cuerpo con mi piel y ceñirlo como territorio exclusivo. Ser envuelto con la dulzura de tu mirada y entender eternamente su extrema libertad. 


Quedo sometido a poderes mágicos con todos los homenajes que me rindes, homenajes desnudos, verdaderos, cotidianos, reales como tú, porque homenaje es ver tu sonrisa iniciándose; homenaje es observar tu gesto sencillo pero bello; homenaje eres tú abriendo la puerta y apareciendo frente a mí; homenaje eres tú sentándote en la cama, quitándote la ropa; homenaje son tus manos presionando mis mofletes, palpando mi corazón; homenaje es tu nariz oliendo mis comidas, tus oídos escuchando mis palabras, mis suspiros que se ahogan todos en tu lago interior. Homenaje eres TÚ.

Tu pelo, cayendo en cascada por uno de tus lados, posa suave sobre tu hombro izquierdo, dejando tu carita de media luna asomando como pétalo de una anémona de los bosques. 


Decía Benedetti que en el silencio caben todos los ruidos. Y es verdad, porque en tus silencios, además de todos los ruidos, caben todos los demás silencios, así como en tu inmovilidad también caben todas las acciones.

De tu amor solo le hablas a las estrellas, a dos o tres nada más de las que cada noche van a tu ventana a hacerte compañía. Le cuentas, con tu loca cordura, que a tu enamoramiento le gusta desertizarse, porque tienes la certeza de que la magia del amor siempre se termina perdiendo.

Pero algunas tardes de domingo, cuando se me clava la ciudad y me invaden las legiones de la melancolía, cuando tu ausencia se me torna en una tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, es cuando tus seguridades y tus adhesiones mentales se difuminan en cielos confusos, temerosos, sin luz, sin vista, sin conocimiento... Y emerge mi lucidez para pensar que en el amor no hay ni miedos ni certezas, hay voluntades firmes que nacen de corazones que bailan y vibran aturdidos, como la aguja de una brújula copa de histeria su esfera cuando no encuentra destino.


Una brisa fresca choca blanda contra mi cara y me devuelve a la vida, pero estoy tan adentro de mí que me cuesta regresar.

Este soliloquio ha llegado a su fin.

Recobro mi parte en la sociedad humana, me proyecto, encuentro mi equilibrio y recalculo alguno de mis deseos.

Al destino no se le violenta ni se le agrede, en todo caso solo se le espera.

Recoloco mis pensamientos. Pienso en ti. Sonrío.

La catarsis ha terminado.

Camino.


martes, 30 de diciembre de 2014

BAJO DOS NUBES

En España gusta ir de putas mucho más de lo que parece. Existe, aunque generalmente oculta, una fuerte pasión por las putas y su mundo en este país. Son muchos los hombres que, por razones circunstanciales, por contexto y por una potente culturización eclesiástica que hace imperar a niveles casi mundiales una ética determinada, no han ido nunca, pero les encantaría correrse una noche de putas.

Ciudad Rodrigo es una localidad perteneciente a la provincia de Salamanca, ubicada en la zona Sur de la Comunidad Autónoma de Castilla y León. Esta población castellana, debido a su proximidad geográfica con los municipios extremeños de Hurdes Altas, se ha constituido históricamente como un referente comercial para todos los hurdanos de Nuñomoral, Ladrillar y Casares de las Hurdes. Sin obviar, por supuesto, los lazos emocionales de primer orden que esta relación ha forjado entre los ciudadanos de ambos lugares a lo largo del tiempo.

Aprovechando mi estancia en Nuñomoral durante las fiestas de Navidad, mis padres me pidieron que los acercara a Ciudad Rodrigo para resolver unos asuntos y también para que mi padre se cortara el pelo, ya que él lleva yendo a la misma peluquería toda la vida.

Mientras mi madre hacía unas compras en el mercado de abastos, mi padre y yo la esperamos en la acera del aparcamiento de dicho mercado, al solecito flojo pero placentero de diciembre.

Los habitantes de la Castilla profunda, la más rural, dicho con todos los respetos, en sus formas, han evolucionado muy poco. Es fácil encontrar en Ciudad Rodrigo los martes de mercado personas bastante primarias con pintas de aldeanos con escaso o nulo progreso cultural. Gentes que conservan costumbres atávicas en sus formas de vida y también en su interacción con el resto del mundo. Eso sí, gentes sin complejo alguno y muy fieles a sí mismos, a sus tradiciones y a sus configuraciones personales. Francamente, esto los hace grandes.




La misma ciudad, en su estructura, proyecta una imagen ambivalente que va desde el fascinante encuadre cuidado de su área medieval, pasando por sus barrios  nuevos con vocación de modernos, hasta las zonas más originarias y arquitectónicamente más deprimidas. Mezcla comercios modernos con otros realmente decadentes y con unos nombres, cuando menos, curiosos, por no decir ridículos: “Electrodomésticos Satur”, “Bar Hollywood”, “Pastelería Tere”, “Piensos Lorenzo”, etc… No nos engañemos, esto en un Madrid o un Barcelona sería impensable.




Bien, pues como decía, mientras esperaba con mi padre a que mi madre regresara de sus compras, apareció en el parking del mercado un hombre en un viejo Renault 4 de color amarillo (para los que sois de Nuñomoral, parecido al de Tilín), utilitario conocido popularmente como cuatro ele o cuatro latas. Este señor es el típico caballero curtido, de moflete rojizo y dientes amarillentos que le reluce la cara, dando la impresión de estar siempre recién lavado, pero que una vez que te acercas a él huele a un sudor ya seco, a “revenío” que decimos en el pueblo. De pelo blanco, lucía una perilla del mismo color muy poblada, densa y un poco sucia. Tenía un gesto risueño, de estos que parece que en cualquier momento se puede partir de risa. Aparcó el hombre y salió de su coche. Se dirigió al maletero y sacó un saco de rafia blanca, para ir a la compra. Sin embargo, al cerrar el maletero hizo acto de presencia junto a él otro señor de su misma edad y le pinchó con el dedo índice en el hombro.

-      Hombreeee Patro, coño, ¿¿tú por aquíiii?? – le dijo sorprendido cuando giró y se lo encontró tras él de golpe.
-      No, si te paece. A enllená la despensa, macho –contestó con cara de gravedad el hombre.

El señor Patro era un hombre normal, lo único que llamaba la atención era su pantalón vaquero. Tenía un pantalón, además de poco limpio, descomunal, pero bien atrapado a la cintura por un cinturón de cuero marrón fuertemente apretado. Me gustaría haber visto aquel pantalón quitado, de verdad. Había allí pantalón para medio Ciudad Rodrigo.

-      Bueno machote, ¿has vuelto allí? –le preguntó el señor de la perilla a Patro, con esa voz cantarina propia de los mirobrigenses.
-      Sí, pallí man´carrilé con mi hermano la desotra noche –contestó Patro con el gesto cambiado.
-      ¿Con tu hermano? Yo lo siento, pero de ese no quiero saber nada. Me armó una putada que yo creo, y tú bien sabes, que no me merezco –le dijo apenado a Patro.
-      Ya. Bueno, eso déjalo. Pues anduve con ella, majo –informó Patro.
-      ¿Con quién, con la Pantoja? –interrogó el señor de la perilla mientras veía a Patro asentir con la cabeza.

Descubrí que la Pantoja era una puta húngara que los hacía gozar mucho, los tenía a todos locos. Y eso que tenían una desconfianza enorme hacia ella, aunque yo creo que no era real, sino más bien una estrategia para salir victoriosos de una rivalidad múltiple que no se saldaría sin víctimas. Los intereses bastardos acentúan la hipocresía, condición casi humana en la sociedad del capital.

-      Cudiao con ella, es una pájara. Esa busca lo que busca ya lo sabemos tos –afirmó Patro.
-      En eso tienes toda la razón, te envuelve pa que te cases, consigue la nacionalidad y luego si te he visto no me acuerdo –apuntaló el señor de la perilla.

Hasta que la voz de mi madre, a mi espalda, rompió mi concentración en tan interesante conversación.

-      ¡Vamos chico, abre el maletero del coche!

Como mi madre tenía que buscar unas gafas y comprar una cafetera en la plaza, yo le dije que para ahorrar tiempo, entre tanto, llevaba yo a mi padre a la peluquería.

La peluquería Félix es la típica barbería clásica de caballeros, de estas peluquerías de toda la vida, que regenta el hijo de Félix, el peluquero que la montó y que corta el pelo a mi padre desde tiempo inmemorial.

Mi padre está enfermo, padece Alzheimer, y cuando caminamos juntos por lugares ya desconocidos para él, tomo su mano y camino sincronizando mis pasos con los suyos, pasos que él un día, plenamente lúcido y fuerte, me enseñó.

Al entrar en la peluquería me asaltaron algunos recuerdos que me hicieron tambalear. Hacía casi cuarenta años que fuimos en idénticas condiciones a esa peluquería, pero entonces era él el que me guiaba.

Fue la primera vez que iba a una peluquería y me resultó tan odioso, que estuve durante todo el corte de pelo llorando, mientras el peluquero y él trataban de animarme engañándome con mimos y triquiñuelas para que pasara ese mal momento cuanto antes.

Pude ver el paso de toda una vida en un corte de pelo, aferrándome disimuladamente a encontrar un equilibrio interior que se tornaba en inalcanzable.

Tomé asiento y miré a través del espejo la cara imperturbable de mi padre. Ello me animó.




Cerré un momento mis ojos plúmbeos, completamente grises. Y al rato los abrí sedientos de la imagen de mi padre. La encontré. Sonreí.

-      Pues está ya usted listo, Primitivo –sonó lejana la voz del peluquero.

Ya en la calle, caminando hacia mi coche donde mi madre estaría ya esperándonos, con la ilusión propia de quien mira el horizonte y ve a la persona que ama, clavé dos besos como dos proyectiles en su cara, con la intención de que nunca ya pudieran ser borrados (suelo hacerlo a escondidas).

Y di por cerrada esa mañana fría de diciembre en Ciudad Rodrigo.

Dos pétalos de margarita de mis ojos emprendieron camino hacia el suelo.


Respiro… entrego mi alma al aire.

jueves, 27 de noviembre de 2014

AMNESIA

Mis recuerdos son así, astutos y taimados, generalmente hirientes y particularmente atolondradores. Llegan a mí originados por todo aquello que precisamente no quiero pensar, que deseo, tal vez, desterrar para siempre de mi mente. Lo sé, sí, también lo he pensado: las mañanas opacas, de grises marengos, de vísceras con veta negra, de resina de fósiles, no son las más indicadas para que los recuerdos representen sus danzas en el escenario de la mente.

Y es que mis recuerdos son así, me asaltan cuando les da la gana y me hacen creer que he sido yo el que los he sacado de las trincheras del tiempo.

Mis recuerdos de ti son bonitos, son unos recuerdos preciosos, inolvidables, pero afligen igualmente a mi corazón, porque reelaboran una felicidad y un sentimiento de amor profundo que jamás volverá. Y ello me produce mucha pena, me sume en un inmenso océano de soledad y me cuelga de un abismo que transforma mi vida en una pared vertical infinita donde cuelgo de una frágil cuerda.

Mis recuerdos sobre ti son hermosos, pero hacen mi vida tarda y pesada, la cargan de simpleza e insulsez, la vacían de contenido centrifugando su matriz, su esencia básica. Mis recuerdos sobre ti son de caricia de seda cruda, de sentimiento ahogado; son recuerdos de fonemas articulados con lágrimas impulsadas por tu bondad, por tus fundamentos como mujer honesta, generosa, entregada a sus causas... tu recuerdo me crea escenas de cine cuya banda sonora es una canción secreta que me sostiene, que me ayuda, que me empuja; escenas de cine mudo cuyo primer plano es una carita preciosa de marfil, una mirada apabullante que me enfoca, se me clava y me revienta literalmente el alma... una sonrisa vital que mueve lo inamovible.




Mis recuerdos junto a ti se pierden en la noche de los tiempos, son recuerdos de firmamentos de estrellas fijas, que no se mueven, astros celestes que brillan con disimulo; son recuerdos de cuerpos abrazados intentado ver estrellas fugaces para ganarles un deseo, un deseo único y común. Son recuerdos de lunas atrapadas, que no reflejan; recuerdos de margaritas mentirosas que dicen no, recuerdos que tratan de soltarme de los fuertes lazos de la soledad para empujarme a los floridos campos de la alegría de tu compañía. Realmente son recuerdos de gatos tristes en calles inhabitadas, gatos melancólicos que se encogen de frío...



Y ahora, cuéntame, ¿cómo son tus recuerdos? ¿Tienes? ¿Sabes olvidar fácil? ¿Necesitas olvidar? ¿Acaso recuerdas? Dime, por favor, qué recuerdas, cuéntamelo... o guárdatelo.

Pero venga, por favor, no demores, cuéntame tus recuerdos. No te enredes en pensamientos que menoscaben tu realidad, presta atención a tu conciencia, a la fuerza de tu corazón, no mantengas diálogos internos negativos ni para ti ni para mí, ya que pueden programar y definir el concepto de ambos. Decídete, lo espero.

¿O acaso no hablas porque tus recuerdos vagan por notas manuscritas con bolígrafos de tinta verde? Puede ser, sí. Estoy seguro que el recuerdo de esas notas se te clava como dardo y te duele infinito. Tampoco descarto que no quieras contarme nada del pasado para que no lleguen a tu pensamiento imágenes de rosas secas, de flores amenazadas por manos insensibles e imprudentes, de abrazos respondidos con más fuerza que los dados.



No, no, no, permíteme que no acepte un argumento tan acomodado a tu interés inmediato. Yo jamás te aconsejé que nunca miraras atrás, tan solo te dije que siempre que caminaras junto a mí, no necesitarías volver tu vista atrás. No es lo mismo, a todas luces. Ahora sigue empecinada o rectifica, actúa como te venga en gana.

No obstante, no nos separemos del asunto principal, vuelvo a centrar el tema, aquí estamos a otra cosa, deseo con hervor saber si vas a contarme tus recuerdos. Cuéntamelos anda, necesito volver a encontrarme con todo aquello que hizo que me enamorara de ti, evaluar lo que me fue alejando y cerrar definitivamente una puerta abierta que deja entrar corrientes glaciares que me congelan el alma.

¿O tal vez no articulas palabra porque tus recuerdos te transportan a mesas llenas de barquitos de papel con mensajes ocultos en sus dobleces? Seguramente sea eso, el miedo a des-desertizar el corazón suele ser un gigante temible. Probablemente no dices nada porque no deseas tambalearte pensando en hojas amarillas manchadas de barro, en pétalos de orquídeas multicolor marcándote caminos hacia mis brazos, en susurros casi imperceptibles que te recordaban cada dos segundos que eras la mujer más amada de la tierra…


Y harto de silencios parto hacia lugares donde ya solo pueda confiar en objetos. Me voy, sí, pero me voy llevándome conmigo todo lo amado, aunque ya no haya amor. Y sobre todo me voy sin volver a escuchar tu voz contándome tus recuerdos.

Espero que mis pasos solo dejen huellas amables, nunca personas o ilusiones aplastadas.


Te amé como nunca volveré a amar.

miércoles, 22 de octubre de 2014

BRISAS APAGADAS

Es que, verás, la cuestión no es que tú te vayas y que yo, fácil o difícil, me siente en un sillón y consiga olvidarte. Lo verdaderamente importante es que tú no estás cerquita y yo no sé cómo desatar de mi garganta este nudo sin extremos que me ahoga.

Tus sentimientos son tan inmensos como los mares que navegas, tan inespecíficos como la diversidad de mundos que visitas... tan fuertes como la soledad que siento cuando miro y no te veo. Recuerda: esta parte del planeta sin ti, no se entiende.

El gigante de metal navega ya a cinco nudos y en la dársena de Poniente corren vientos impetuosos que no solo mueven mis cabellos, sino que también zarandean mis pensamientos. Mi corazón festoneado busca envolverse sobre sí mismo, desconectarse del todo y quedar sin principio sensitivo, para no sufrir el dolor de tu ausencia. Te veo fuera de lo común, fuera de lo regular, te tengo en lo inabarcable de lo espiritual... pero de algún modo te tengo.



Lanzo y fijo mi mirada en el horizonte exacto que te alejó de mí y, en la oscuridad, diviso un mar de espalda veteada en plata; unas aguas blancas, brillantes, con una sonoridad peculiar de melodía afligida, apesadumbrada, melancólica, triste... aguas catalizadoras de vacíos irrellenables, de huellas imborrables.

En la madrugada, una acción indebida de la niebla matiza los orígenes del firmamento, bóveda celeste que queda velada e impide la luz de la luna y también convierte la sonrisa de Bengala de las estrellas en llantos cinéreos. Resisto en pie mirando, esperándote, no pienso marcharme aunque vaya enloqueciendo de a poco en la delirante ilusión de verte. Probablemente, mañana, el sol asome por Levante.



Tú, argonauta a la conquista de ínsulas imposibles, tal vez ficticias; legionaria de ejércitos de sentimientos que no siente, de sentimientos sin vida; mercenaria de amores que en su momento fueron posibles, pero que hoy están apagados para siempre… muertos.

Yo, aquende los mares, petrificado en el instante eterno y dramático de tu marcha, de brazos caídos, de párpados húmedos, de esperanzas quebradas, de sonrisas marchitas, de miradas apenadas, de suspiros de congoja, de dolores sordos pero intensamente agudos... de corazón oculto, escondido, inactivo, mudo, inmóvil... muerto.

Sonidos de motor y chapa me despiertan de nuevo a la vida, en la dársena corren aires con movimiento horizontal que secan mis ojos y matizan su azul. Mi pensamiento se activa de manera inmediata y te sitúa en algún hemisferio lejano, en trópicos de latitudes indeterminadas. Al fin una brisa inodora llega lenta y casual a mi cara... me acaricia cargada de besos tuyos.



Cierro mis ojos, quiero sentirte de manera plena, anclarte en las profundidades difusas de mi corazón, fijarte en los círculos mágicos de mi mente. Y también quiero preguntar a mi conciencia si me guarda algún rencor, pero prefiero hacerme el distraído. Al fin y al cabo creo que, junto al mar y colgado de la esperanza de volverte a ver, tampoco soy tan infeliz.

Antes de abrir mis ojos deseo con fuerza que ocurra algo improbable: que detrás de mis párpados me espere tu imagen ceñida de vaqueros, adornada de amarillos, circundada por el halo que provoca el meteoro luminoso de tu sonrisa. Sería delicioso abrazarte con delicadeza, tomar tus manos caídas, besar tu frente, sentir tu tacto, ganarte en una apuesta un beso de dos minutos, reírnos con los labios cerquita, decirte al oído cuánto te quiero, cómo te admiro, que me gustas a matar, que estoy loco por ti, que me sumas y que los totales de esas sumas, cuando vuelvo a mirarte y veo esos ojazos color miel, me las multiplicas por mil.

Pero la realidad es otra, al abrir mis ojos veo andenes vacíos, aceras que dejan deslizar por sus espaldas pañuelos de lágrimas que el viento zarandea a su antojo rasando el suelo. Si tal vez te hubiera visto, maldita sea, me hubiera arrojado sobre ti por un franco y verdadero impulso, igual que haría un marinero borracho con su amor perdido. Sin embargo, abrazar el recuerdo me resulta imposible, trataré de colocarlo en algún lugar destacado de mi corazón para que éste no se desertice, para saber que fuiste la mujer de mi vida, para repasar nuestra vida juntos cada vez que quiera sonreír…




No hay momento más bello que aquel en el que miro el espacio infinito de tu corazón y veo su cupo ilimitado lleno de felicidad, de bondad, de amistad, de amor, de pasión apagada… Y de dolor, lleno también de dolor, de dolor que ya no duele.