El timbre de tu voz estaba afectado por recuerdos, también por proyectos de futuro que no se materializaban. Tus palabras salían arañadas por el silencio y quedaban matizadas por la melancolía que te cercaba.
Mientras me mirabas, tu alma estaba siendo atravesada por la melodía del aria Nessun Dorma, del acto final de la ópera Turandot, de Puccini. El sonido venía de lejos, pero golpeaba de lleno. Las notas eran finas y bellas, pero las heridas que te dejaban eran enormes y crueles.
Pensabas en la importancia de lo diminuto, de lo mínimo, de lo breve… Tu voz interior te repetía persistente que un ínfimo desfase podía anular para siempre la posibilidad de la perfección, la pérdida del encaje glorioso en un segundo de vida… Ese momento mágico, único e irrepetible de una mirada fugaz que marca el horizonte de dos personas.
Cuanto más callabas, más enigmas cargabas en la expresión de tus ojos. Bolitas de tristeza ocupaban partes sensibles de tu corazón. Hacías gala de los mundos que dibujabas, te llegabas a prodigar por ellos, pero a veces te despertabas de golpe y no había nadie junto a ti. Y volvías a entablar diferentes soliloquios que se convertían en una muelle irresolución. Caminos infinitos como calles empinadas e interminables de verano.
Cada vez que te miraba, yo esto lo sabía. Entre otras cosas, porque las mujeres enamoradas se pasan el tiempo imaginando conversaciones. Muchas veces, incluso, las mujeres enamoradas tienen un semblante que simboliza la aflicción provocada por su lucha interna, por batallas consigo mismas que intentan librar pero que siempre pierden… por mundos que se derrumban a sus pies y quedan pulverizados por la nada. La imaginación de una mujer enamorada encierra tanta fantasía como perversidad para sí misma.
Sin embargo, lo verdaderamente importante no era esto o aquello. Lo que realmente importaba es que, tras un camino andado, existiera el mismo número de recuerdos en tu mente que en la mía. Y que estos recuerdos tuvieran idéntico grado de honestidad. Recuerdos vestidos con las mejores galas del amor, recuerdos que bailan en la pista de una sonrisa, recuerdos que suben y bajan por el raíl de tus emociones, recuerdos de otros recuerdos que siempre recordaríamos…
La vida corría veloz, como un lince. Y te iba empujando a ti por tu espalda. En la carrera, te agarrabas a mis ropas para arrastrarme contigo, pero algunas veces, cuando más próximo me tenías, mis vestidos se rompían y volvías a dejarme atrás. En esos momentos, yo te veía tirar hacia adelante con tu cara fatigada, casi sin vida. Guardabas los trozos de ropa que me arrancabas, porque eran partes de mí que iban quedando en ti. Y dormías junto a ellas anestesiándote con efluvios de mi aroma.
Muchos sueños tuviste que, además de ser soñados, eran sonreídos.
Hay sueños que llenan y complacen sólo hasta que te despiertas…