Corre invisible el aire por donde le dejan hueco las paredes y los muros, acaricia rostros que pasean con el ánimo de encontrar una sonrisa, golpea contra algunos ojos que humedece y les hace brotar alguna lágrima involuntaria, esto siempre viene bien. Este aire nos empuja a todos un poco más allá y la policía del tiempo no es capaz de detenerlo.
Es un aire muy fino, desde debajo de tu sombra no se percibe.
Habito en la espinosa mansión de mis profundos pensamientos, me sostengo sobre una corriente de aire y busco resortes que me ayuden a agarrarme a las paredes del cielo, no quiero caer a ningún abismo. Y Dios hoy no está por ayudar. El aire sigue regalando caricias, es como el mundo: nunca se para.
Me refugio un rato bajo tu piel erizada, rozo la gloria.
El aire persiste y esta vez viene aderezado con una lluvia fina, casi delicada. Tratan ambos de hacerme más agradable el paseo, porque el agua y la lluvia juntas, a veces, son amables. La primera mitad del día está resultando, cuando menos, curiosa. Al menos eso me parece a mí, pero con la debida cautela, porque igual todo cuanto veo es una imagen virtual. Sigo mi paseo y, a ratos, siento como si fuera en un carruaje. ¡Ay, no sé, igual estoy delirando de deseo! ¿Qué deseo? Tal vez no tengo deseo alguno y es el propio deseo quien trata de posarse en mí. Como veis, este dilema que me asalta es la hostia.
Tu felicidad ha quedado colgada de la rama de un árbol, yo sigo encajado en la copa de tu corazón.
Ahora el aire se cuela en un patio y agita las hojas siempre verdes de un naranjo, quiere enseñárselas al otoño, para que este se sienta impotente. Es un naranjo florido, pero sin frutos. Tan sólo tiene junto a su tronco sentada a una mujer que parece una hoja más del naranjo, pero sin peciolo. La mujer es como mi sentimiento: ovalada. Y como las hojas del naranjo. Está inmersa en sí misma, parece que no tiene idea de regresar a la superficie, al límite de su cuerpo con el exterior. La imagen me recuerda a los veranos rurales de mi niñez. Los patios siempre traen recuerdos lejanos. Y las mujeres también.
Tú no traes tanto recuerdo porque no eres una mujer… tú eres una Diosa, incorpórea, etérea, vaporosa…
Decido quedarme con la mujer del patio que tiene un naranjo, y saco de mi vida a la otra mujer que sigue y cierra cada uno de estos párrafos. Más que una mujer era una ideación mía, de existencia aparente y no real, pero no os creáis me ha costado desprenderme de ella.
Ahora debo iniciar la conquista de la mujer del patio que tiene un naranjo.
El aire cesa.