Perdido en la noche de los tiempos busco respuestas a preguntas que jamás me hice, refugiado en la oscuridad decodifico la luz de una mirada que me extravía en el laberinto de los recuerdos, de su recuerdo.
Su recuerdo, ese sentimiento que llevo en mí como el lago permanente que deposita su gran masa de agua en la depresión de una penillanura.
Su recuerdo, ese desgarro atroz que sienten dos personas que se aman ante la profundidad grande, insondable, imponente y peligrosa de la distancia.
Su recuerdo, ese sueño inalcanzable que me obliga a abrir las puertas y las ventanas de mi existencia, para buscar oxígeno, para respirar mi soledad sin ahogarme.
Perdido en las noches oscuras de la ausencia omito respuestas a preguntas que siempre me hice, cobijado en la incertidumbre de las noches tensas de la espera, de su espera.
Su espera, noches largas de sueños rotos.
Su espera, tiempos baldíos de ilusiones truncadas.
Su espera, corazón lastimado circuido de abismos que lo agrietan.
Perdido en los amaneceres de los deseos ocultos ni busco ni omito respuestas a preguntas que no existen, escondido en el crepúsculo de una mañana cuyo rocío humedece el placer del encuentro, de su encuentro.
Su encuentro, la fascinación especial de cerrar los ojos con fuerza para cuando los abra cumplir el deseo de tenerla frente a mí.
Su encuentro, la atracción irresistible de los brillos apagados de cada estrella que miro y no es ella.
Su encuentro, el desafío perverso de un campo de girasoles apostados con su mirada frontera al Astro Rey.
Perdido, recordado, esperado, encontrado… alebrado a los pies de la vida, en ese tramo preciso de mi vida que hace curva, en el punto exacto donde cambia de sentido su curvatura.
Tomo el descenso.
Me elevo.
Me elevo.