Aquellas interminables tardes de cabras, con olor a hierba verde fresca, con el sabor amargo de la subsistencia, con la felicidad de la compañía, con la seguridad de estar justo en el lugar del mundo donde deseábamos estar y con la completa convicción de que fuera de aquellos cuatro pareonih no había nada más, aquel era el único Universo existente... o al menos posible.
Mientras las cabras se jartaban, nosotros íbamos descubriendo un mundo lleno de misterios. Lo descubríamos pedazo a pedazo, sin prisa, con curiosidad, con la fascinación propia de un científico que después de una larga y ardua investigación descubre una pócima mágica.
- ¿Pandi vah, perdíu te quéh?
- Ahora vengu, voy a cagá.
- ¿Y jaci falta que vayah tan lejuh?
- Voy ahí allá, pa cogé unah hojah de zapatonih, pa limpiami el culu.
- ¡Eeee, se le va a quedá tou blancu!
- Lah piedrah jierin y limpian peó, te arrejuñan tol furacu.
Las épocas estaban bien definidas y perfectamente marcadas por diferentes fenómenos estacionarios: los cantos de los grillos, la vuelta de las golondrinas, la maduración lenta de las cerezas, la llegada de las pavías, las colmenitas, los hongos… Era una ilusión esperar todo sin prisa, éramos tan felices.
Cuando el sol transponía el horizonte, mientras se iba produciendo su ocaso total, nuestras cabras, por sí mismas, iban ya tomando el camino de regreso a Cerezal, al tiempo que nosotros cortábamos unos Azarones para volver a casa ya cenados. En Las Hurdes, en períodos de carencia, teníamos a los Azarones como planta comestible.
Los Azarones eran unas plantas autóctonas de tallo largo y hoja lineal, con un sabor ácido, avinagrado y una textura áspera y desabrida. Al final del tallo, tenían una semilla que hacía las delicias de los verderones (sedalinas, llamábamos a estos pájaros en Cerezal). Para atenuar ese sabor ácido, los machábamos en las rocas con sal gorda, de la que se usaba en las matanzas. Recuerdo que esta planta tenía dos tipos de hoja, ambas largas y delgadas, pero una de ellas, en la parte baja, donde se iniciaba, tenía dos salientes ovalados, de forma elíptica, uno a cada lado y en perfecta simetría con el eje central. Bien, pues estas últimas, no se comían, porque la transmisión intergeneracional mandaba y de siempre se había dicho que las hojas de Azarones que tenían los cojoninuh abaju no se comían, porque eran del demoniu.
AZARONES
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