De los días grises y tristes que te recuerdan el calor de sus abrazos y el olor de sus sábanas; a sus palabras susurradas en tu oído de manera suave y remisa, mostrando los matices mágicos del amor.
De las mañanas de campos glaciares, de días que nacen heridos de muerte por la ausencia de colores, por los golpes mortales de las sombras poderosas que emanan del misterio de la vida, y zarandean tu ánimo mientras buscas una senda cuyo final sea el cálido perímetro de sus brazos rodeándote.
De las tardes casi negras que te inspiran creaciones que escapan a la capacidad del ser humano, que producen una belleza indescriptible muchas veces empujada por lágrimas hirvientes, que rozan en su magnitud el misterio inmenso de la muerte, y que bailan con tu sentimiento descubriéndote que la vida es muy bonita, pero que sin él no es tu lugar.
De las noches pardo oscuras, de negro sobre negro, de nube negra, de magia negra, de misa negra, de arte negro, de pan negro, de semblante negro; de manos tendidas ansiosas de acariciar bajo sonrisas negras, de besos de sabor a barba negra, de sexo bajo sábanas negras, escuchando música negra… de las noches que recuperan radiaciones visibles y si él no está, convierten tu vida en una vasta península de suelos arrasados y horizontes cerrados.
De los días de invierno que suben el gris a tus ojos, reflejos de melancolía que enfilan hacia la locura. De esos días que huyen en desbandada y no se dejan vivir, te producen un vacío, eclipsan la luz misma de tu existencia y tan solo te permiten mirar bajo las lentes de la soledad y de nuevo vuelven a amputar tu capacidad de crear, restando al mundo un caudal ilimitado de belleza.
De las mañanas de pájaros ausentes, de agua que llena tus islas de náufragos, de portales con ruidos, de cristales que esconden escalofríos, de iglesias abiertas para almas heladas... De esas mañanas que menguan tu poder de transmisión y hieren seriamente tus ganas de luchar; mañanas mastodónticas que paran el tiempo, que rompen la esfera del reloj, que lastiman tus brazos y los tumba, y te dejan inerte para que el mundo estudie tu geometría.
De las tardes de guerras en el cielo entre blancos y negros, de tus rojos singulares que son como esa caricia que deseas profundamente, pero que cuando te llega te hace daño… De esas tardes que se fijan en las paredes en donde cuelgan tus interiores, realidades que no te atreves a contar con palabras, corazón que lanza mensajes encriptados que sólo puede decodificar una persona en el universo, leyendo en un rostro cargado de salud, rebosante de bondad.
De las noches de color ceniciento oscuras, de los aires que braman con violencia empujando los pasados al presente y los presentes al futuro, dejándote perennemente en la misma latitud… De esas noches de truenos y rayos que aletargan tus estados afectivos, que te impiden compartir las confidencias que te haces a ti misma con la cabeza pegada a la discreción de una almohada, que aminoran tu capacidad de transmitir lo que te quema dentro y consigue que tus sentimientos se encaracolen sobre tu propia alma, igual que las olas del mar se envuelven sobre sí y devuelven al mismo todos sus misterios sin ser desvelados, restándole al mundo informaciones básicas que limitan su sabiduría.
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