El Centro Cívico de Nuñomoral tiene un tipismo arquitectónico muy específico, bastante curioso y nada habitual. Todos los edificios que se sitúan en su perímetro tienen idéntica forma constructiva: tejados de pizarra tratada negroazulada de hoja plana y delgada y paredes de piedra autóctona de un gris plomizo común a la pizarra propia de Las Hurdes.
Dejo a mis espaldas el Barrio de Abajo y subo por la carretera hacia la plaza, para acceder por las escaleras que dan paso al actual edificio de servicios múltiples donde se ubica la casa consistorial. Antiguamente este edificio albergaba, en su conjunto, la casa del maestro, la casa del secretario, el ayuntamiento y la histórica central de teléfonos. La central era como un locutorio o estación base donde se centralizaban todas las comunicaciones telefónicas que se producían en el pueblo, tanto de entrada como de salida. Se denominaban comúnmente conferencias y eran activadas o desactivadas por la telefonista, pinchando o retirando las clavijas que permitían las entradas y salidas de llamadas.
- Toña, no se oyi jarrampu malditu.
- Aguárdati coñu, no man dau entovía línia.
Posteriormente llegaron ya los famosos marcapasos, que estaban al lado del teléfono y cada dos minutos se miraba a ver cuántos pasos iban, ya que salían las conferencias como decían en el pueblo a “seso mosca” (se referían que eran muy caras).
- Ponih un cachu conferencia pa ve cúmu ehtán loh muchachuh y te sacan lah muelah bien sacáh.
La carretera hoy está ya bastante transitada, pero aún la recuerdo cuando era de tierra y piedra. Entonces, el paso de los coches era ocasional y nos llamaba la atención hasta tal extremo que cuando cruzaba un vehículo por el pueblo toda la chavalería salía corriendo a las inmediaciones de la carretera para verlo. Recuerdo que decíamos que eran franceses, hecho que nos creaba una enorme desconfianza y le gritábamos a cierta distancia:
- ¡¡Francés, güi, güi; francés, güi, güi!!
Incluso la generación de mi hermana Maribel iba más lejos con su desconfianza y cuando se producía el inhabitual hecho de pasar un coche, si este era de color rojo, ella y sus amigas decían que eran “loh de la sangri”, es decir, vehículos cuyos ocupantes venían a sacarles la sangre. Por eso mismo, a la que atisbaban el color mencionado del coche huían despavoridamente.
- ¡¡Dehgraciá, son loh de la sangri, vámunuh daquí que moh la sacan toíta!!
Recuerdo perfectamente cuando empezaron los trabajos de asfaltado de la calzada, íbamos todos los niños apresurados a contemplar atónitos cómo descargaban los camiones el asfalto y cómo pasaba la apisonadora prensándolo. Luego les rogábamos a los conductores que nos permitieran subir con ellos en el camión y cuando alguno de nosotros lo conseguía, desde la cabina y mirando al resto, mostraba un extraordinario regocijo, una enorme alegría. Hasta algunos de los nombres de los conductores vienen hoy a mi memoria: Cándido, Verdiol... no recuerdo más.
Verdiol era el del tráiler, un camión bañera enorme; y Cándido tenía un basculante normal con una cabina de diseño achatado que nosotros decíamos que “estaba mocho”.
Situado en el centro de la espaciosa y bella Plaza Mayor de Nuñomoral me quedo mirando fijamente -¿cómo no?- a la vieja escuela, me resulta muy difícil definir el mar de sensaciones que burbujea en mi interior. Aquellas peculiares escuelas unitarias donde iniciábamos nuestra andadura académica, en muchos casos un recorrido tremendamente corto derivado de circunstancias diversas y complejas que ahora no me voy a parar a analizar.
La escuela se ubicaba en un edificio único separado en su parte central por un tabique que dejaba dos dependencias plenamente autónomas, excepto el recreo que era un espacio de tierra de uso común, cuyo único elemento de entretenimiento o de ocio era un tobogán que, en su origen y a juzgar por los restos, había estado pintado de verde mayo. En el ala derecha del edificio, visto de frente, se encontraban los cursos que iban desde párvulo hasta segundo de Educación General Básica (EGB) y, la parte izquierda, acogía los cursos que iban desde tercero hasta quinto de EGB. A partir de esos niveles nos derivaban al Hogar Escolar Caudillo Franco, situado en la parte alta del pueblo, en su zona norte, o se dejaba de estudiar, que desafortunadamente era lo más común. En este Centro, el Logá (Hogar), como lo llamábamos en la zona, se podía cursar hasta octavo de EGB, último curso de la Etapa que daba acceso a los estudios de Bachillerato o de Formación Profesional (FP).
Huelga decir que observando la vieja escuela de nuevo experimenté una retrocesión a mis años infantiles.
Aquel olor a pared húmeda, a moho, a polvo seco de suelos mal barridos, a lapiceros recién afilados, a roce de goma, a madera vieja, a bolígrafo con el gorrichi mordido, a tizas cuadradas que dejaban su vida en letras y números, a fecha en la pizarra, a madera de mesas y sillas astilladas, a química de libros hojeados, a puntas de hojas dobladas de cuadernos de dos rayas, a Obispos que visitan, a Dioses que castigan, a manos de maestros con olor a colonia barata, a tortazos que se aguantan, a lágrimas saladas... a esperanzas perdidas que se encontraban en el recinto de un recreo que nos devolvía en media hora la felicidad del mundo.
- A ver, niños, ¿la m con la o? - voceaba la maestra.
- Moooo - contestábamos a viva voz el curso completo.
- ¿La t con la o? - inquiría de nuevo la maestra.
- Tooooo – devolvíamos nosotros.
- Y ahora, todos juntossss....
- A – MO – TOOOOO – concluíamos tan ricamente y nos quedábamos tan oreados.
- ¡¡Sin la a delante, coñe!! Saltaba cabreada Doña Mari.
Como bien he contado en líneas anteriores, en cada aula, estábamos tres cursos. Por tanto, la maestra o el maestro poco menos que se tenía que desdoblar para hacer su labor: explicación, ejercicios, preguntar la lección, etc. Muchas veces se daba la curiosa circunstancia de que los tres cursos estaban cantando cada uno sus lecciones en alto y aquello se convertía en un embrollo verbal de primer orden.
- Seis por dossss, doce; seis por tresss, dieciocho... El Guadalquivir, a su paso por... El Señor nuestro Dios se detuvo bajo la higuera de Zaqueo y dijo...
La escuela de entonces se fundamentaba en el principio básico e irrenunciable de “la letra con sangre entra”, era la denominada escuela tradicional. Sin embargo, para nosotros, la escuela se constituía en un espacio de encuentro, de relación y de permanente interacción que nos dejó un recuerdo imborrable, tanto en lo positivo como en lo negativo. Un ilimitado número de anécdotas y vivencias de toda índole que jamás olvidaremos...