domingo, 30 de junio de 2013

MADRID FASHION II

Desconcierto, movimientos de cuello, barridos de vista de distintos planos... Y aparece un hombre de unos sesenta años montado en una moto que, francamente, era una representación viva de la España de Paco Martínez Soria. De verdad, ambos, la moto y él, eran a cual más de primarios. Allí, en pleno Alcorcón, a escasa distancia del Paseo de la Castellana, a la sazón la arteria principal de este país tan moderno y avanzado que estuvo a punto de convertir el G7 en G8; junto a las torres KIO, el símbolo más fehaciente de los delirios de grandeza y de la cultura del pelotazo; allí, decía, se nos cayeron los palos del sombrajo a todos los presentes ante una imagen dantesca que era algo más que una estampa cómica de la España de platillo y pandereta. Sinceramente, fue como un espejo que nos recolocó a todos en nuestro sitio, nos ancló los pies en tierra firme y nos duchó con el agua fría de la humildad.

Los dos hombres que charlaban junto a mí, tras unas breves risas, continuaron con su asimétrica conversación, pero ya no les hice caso porque no quería perder ripio alguno de aquella fotografía en movimiento. Y me desplacé hasta la acera para observar con mejores garantías la unión del hombre y de la máquina, cuerpos simbióticos de distinta materia que caminaban hacia un infinito desconocido...

Francamente, aquel hombre con su moto era la representación viva de distintos paréntesis históricos: por un lado, el hombre, último residuo del neolítico; y por otro, la máquina, primer indicio de la inmensidad que supondría para Europa ni más ni menos que la Revolución Industrial. No exagero, en serio.

Que el Altísimo me remita la deuda y la ofensa si peco contando esto, pero la moto era una Mobilette Campera de aquellas que había que dejarse el alma a pedalazos para arrancarlas, color naranja, con un par de espejos rectangulares de 14 x 8 colocados en apaisado a cada lado del manillar que aquello tenía que tener una panorámica retrospectiva de Madrid que ya la quisiera para sí Antonio López, para sus pinturas de paisajes urbanos de la capital. No sé si las recordáis, pero a mis cuarenta y tres años yo llevaba sin ver un ciclomotor de esas características por lo menos del orden de treinta y ocho años, sin exagerar. La última que vi de este modelo era propiedad de Angel el Patillas, ilustre ciudadano de la alquería de Asegur, Municipio de Nuñomoral, siendo yo muy pequeño.

Empezando por la parte trasera, la moto, tenía una estructura tubular plateada, de estas que tienen dos resortes semiesféricos hacia arriba para atenazar la escasa carga que podía portar. Recuerdo que para activar ese rudimentario sistema había que estirar brutalmente hacia atrás del primer resorte, se ponía la carga y se soltaba para que hiciera presión con el segundo resorte. Bien, pues sobre ese portaequipaje, este señor llevaba un cubo de cinc colgando a cada lado, ambos como un tizón (estaban de coceli a loh cerduh, que dirían en mi pueblo), y en la parte superior una caja de varillas de aquellas de la gaseosa Molina, no sé si la recordáis, la única que le hacía un poco de sombra a La Casera, pero con algo menos de gas. Dentro de cada cubo llevaba varios sacos de plástico arrugados y algunos trapos; y la caja de varillas la llevaba tapada con un saco de hilo de aquellos marrones, como de rafia, atado en los bordes con una cuerda negra. ¿Qué coños llevaría dentro, Señor?

El asiento tenía un forro como de plástico duro, parecido al caucho, y lo llevaba agujereado por varios sitios.

Y sobre el asiento un hombre alto y flaco, de facciones menudas, barbicano y de hechura de canuto de gran longitud y de escaso grosor. El cenceño caballero iba ataviado con unas botas de goma verdes, posadas sobre los pedales de la Mobilette; unos pantalones de tergal grises, tremendamente sucios, llenos de manchas; una camisa de cuadritos en tonos rojos y sobre ella (¡con el calor que hacía!) un jersey de pico azul oscuro que parecía que era su propia piel. Y como no llevaba casco (¡¡toma ya!!) pude ver su cabeza, que tenía un diámetro poco más grande que el de una cabeza de ajo, así de claro. Tenía un corte de pelo rapado que le dibujaba perfectamente la forma de su cráneo, era un pelo pétreo, bien morenito, parecía como si estuviera pintado con un rotulador negro sobre su cabeza.

Sinceramente, después de ver esta estampa capitalina, se le quitan a uno hasta las formas de andar, que diría un pobre e inculto zoquete de mirada tierna. Y no por la representación viva de los Santos Inocentes del hombre y la moto, sino por el significado que eso hubiera tenido en otro contexto y visionado por otras personas.

En definitiva, reivindico el progreso uniforme y paralelo de todas las regiones y naciones de España, reclamo también que todos asumamos el mismo grado de catetez o palurdez independientemente de la zona en que vivamos y, en definitiva, pido con derecho a que tengamos plenamente presente que en todos los seres humanos coexisten por doble las virtudes y las vilezas: todos somos buenos y malos, honestos y deshonestos, roñosos y generosos, pesimistas y optimistas,…

Desde luego que si en aquel momento hubiera resucitado Buñuel y hubiera presenciado la imagen del hombre y la moto, perfectamente podría haber pensado que a raíz de su muerte el mundo habría quedado congelado.

Y, dicho sea de paso, su visión cósmica se hubiera abierto exponencialmente.

jueves, 20 de junio de 2013

MADRID FASHION I

Cuentan que la casa de Chipiona de la difunta cantante Rocío Jurado, a la sazón “la máh grande”, está dotada de un hermoso patio de tradición andaluza: fresco y floreado. Hasta ahí todo pudiera parecer idílico, incluso envidiable.

Sin embargo, el también desaparecido literato y columnista, el egregio y prócer Paco Umbral, dejó escrito en algún periódico español de tirada nacional que en el reseñado patio chipionero, el entonces marido de la Jurado, el famoso y también yacente ex boxeador Pedro Carrasco, tenía allí un juego de lavatorio de aquellos de jofaina y palangana de porcelana que iban colocados en una estructura de hierro. Y yo me lo creo.

Bien, pues llegados a este punto y a pesar de estar mediatizados por el chivatazo de Umbral, podríamos seguir pensando bien de Rocío y Pedro atribuyéndoles un gusto castizo por lo típico, puro y genuino de nuestro pasado, como si dijéramos que los dos eran unos enamorados del sabor de lo antiguo. No en vano, atendiendo al hecho y a la época en que se circunscribe, podríamos hasta calificar a la folclórica y al púgil como unos vanguardistas, unos verdaderos avanzados en la cosa de la decoración y el arte del adorno. Y para apuntalar esta afirmación, no tenemos más que asomarnos a uno de estos omnipresentes   hipermercados chinos, y comprobaremos de inmediato que este ajuar es de los más adquiridos por las familias españolas actualmente (en Plasencia, Juanito el Chino, lo tiene como un producto estrella, líder de ventas).

Seamos claros: ¡¡Manda cojones!!

Haciendo un importante ejercicio de memoria, creo recordar la parte que me interesa para esta entrada de blog de la columna periodística de Umbral. Y transcribo literalmente las palabras del autor: “... Y era allí, en aquel patio, donde Pedro Carrasco se lavaba las manos y los sobacos todas las mañanas en una palangana... ¡¡Cuánta España profunda, Dios mío!!...”. Además yo me identifico mucho, porque soy de Nuñomoral y tengo en mi pasado esa vivencia. Es más, recuerdo que las gentes de mi pueblo denominaban ese tipo de aseo como “lavarsi lo gordu”.

En una vieja entrada de mi blog, publicada en abril de 2010 y titulada “Spanish Estampa”, yo ya apunté que los españoles tenemos una autoimagen excesivamente elevada, que en muchos casos no se corresponde con la realidad. Es más, pienso sinceramente que han evolucionado más las cosas que las personas en España.  De la maleta de madera atada con una cuerda de los años 60 a la actual y ultramoderna maleta Samsonite del siglo XXI, realmente hay un abismo, una diferencia significativa en cuanto a diseño y operatividad. Sin embargo, no ocurre lo mismo con un analógico labriego de Nuñomoral de los años 60 y yo mismo como ciudadano de la era tecnológica del mismo lugar, si acaso la boina. Nuestro pensamiento terminal de filosofía de vida es idéntico, aunque ligeramente puedan variar algunas formas de llevar a cabo el logro de nuestras metas. Sé perfectamente que esto tendría más debate y millones de matices, pero ahora no toca abordar en profundidad el tema, además no olvidemos que hablo de autopercepciones y no de realidades.

Cualquier persona que lea esta entrada, a estas alturas de la misma, pensará con toda razón: “¿dónde querrá ir a parar?”. Pues precisamente ahí, a lo que verdaderamente capta la retina del ser humano, que es justo todo aquello que a cada uno le sale de los cojones. Y como cualquier consideración relativa al ser humano está en oposición al mundo externo, pues yo voy a tratar a través de una anécdota que me ocurrió en Madrid que bajemos un poco los humos, que no nos creamos tan megamodernos ni tan avanzados, tan sabios, tan cosmopolitas y tan europeos.

En la puerta del Leroy Merlín de un parque comercial de Madrid (capital de España), muy animado, casi eufórico, un hombre de mi misma edad le estaba contando a otro hombre de nuestra misma edad (año parriba, año pabajo) que había estado días atrás en un puticlub y que se había follado a una puta búlgara.

-    ¡Sólo que me ve entrar ya va a buscarme, macho! Yo creo  que está enamorada de mí, de verdad. Se llama Mariana y es muy simpática. Probé con ella porque había estado antes con dos y no tuve buena experiencia. A una le olía el aliento y la otra no besaba. En fin, que no, que a mí me gusta que sean más enrollás, tío. Ahora mismo es que es verdad, si no te besan parece que es menos real eso, ¿sabes?

Su antagonista le contestó un ya casi inaudible.

- Luego algunas son unas espabilás, tienen operadas las tetas y no te dejan ni, ni, ni, ni… ni ¡qué sé yo! Ni chupá, ni estrujárselas, ni .

Su compañero siguió dándole oídos pero con menos entusiasmo del que esperaba el exaltado narrador.

En este punto de la escucha de esta sustanciosa conversación me hallaba cuando de repente, en algún punto no localizado, se inició un ruido idéntico al que podría hacer una máquina radial amoladora. Un estruendo de intensidad media parecido al que hacen las lavadoras cuando están centrifugando la ropa.

miércoles, 5 de junio de 2013

¿DÓNDE COLOCO TU AUSENCIA?

Apenas un puñado de hojas secas envueltas en lodo, tiradas en la acequia que conduce las aguas llovedizas de las tormentas de mis recuerdos grises, oscuros.

Residuo de tu último otoño, resultado directo de la descomposición de tu vida, de la destrucción de tu naturaleza.

Me recuerda tu último suspiro.

Hoy camino por los bordes de la acequia buscando pensamientos que te regresen a mí, pero desde ese día también sé que mi memoria ha quedado tan destrozada como una ciudad en ruinas: llena de historias, pero inservible. Tal vez me aferro a una esperanza matada por la metralla de la distancia, por el regreso imposible, por una presencia no tangible que calienta demasiado a mi corazón…


Y me cito a mí mismo a un duelo a vida con tu ausencia, estéril combate de un enamorado desarmado por la fortaleza de tu muerte. Y me abrazo a la almohada en las noches interminables de insomnio, humedeciéndola con las lágrimas destructoras del recuerdo de tu leve y silenciosa risa... de aquella sonrisa pálida que anunciaba tu adiós.

Las tropas de la angustia bombardean mi existencia con sueños infieles, con cruzadas interminables de imágenes de tu cara asomando entre las flores. Tu rostro bordado por ramos y ramos de flores azules, de hojas ásperas y tallo con espinas, para no dejarte escurrir al más allá. Flores resplandecientes, de centro blanco y amarillo gafe, de sensaciones negativas, de convulsión perceptiva. 
 
Es la última imagen física que tengo de ti, esa cara nívea, hermosa y densa como una luna llena sobre cielo limpio, rodeada de azules poéticos, penacho de pétalos irisados de múltiples azules, la planta del Nomeolvides, de base ancha y de punta estrecha, justamente como el dolor que siento desde que te fuiste. 

 
Cara preciosa que ya no me mira, que un día yo besé, que nunca olvidaré; cara de luz única, solar, pentagrama sobre el que escribo la música más bella, la canción de los recuerdos, la composición del amor eterno, la melodía de un te quiero infinito, la nana de todo cuanto te amé...

Vacío estepario, inacabable, que rompe mi existencia y abre mi cuerpo, extensores imaginarios que me despellejan y consiguen separar mi cuerpo de mi alma. Mi interior siente un percutor constante de punta fina, que me llena de punzadas de ansiedad que no me dejan vivir. No hay nada que sacie mi profunda necesidad de tenerte, tal vez sólo mi propia desaparición, pero, ¿quién mantiene tu legado aquí? Es mi única razón para mantenerme en pie, para seguir caminando, para hacerme el vivo, para activar una sorisa exterior de lágrima interior.

El intransigente influjo solar, las señales del círculo del Sol; el radical frío del invierno, su seriedad, su sonrisa ausente; el balanceo de la primavera, los campos de flores variadas corridas por el aire; y la gravedad del otoño, su desquite de adornos que él considera superfluos, la desoladora imagen de rama denuda, seca... Estaciones que anuncian nuevas diferentes, todas ellas me sitúan en contextos distintos junto a ti: cuando conocí el sabor favorito de tus helados en verano, cuando descubrí los matices de tu pelo en invierno, cuando el otoño me mostró los tonos diamante de tu piel y cuando la primavera vino a chivar a mi corazón que tú serías la flor inmarcesible que adornaría mi vida para siempre. 
 
Y pienso en las canciones que te emocionaban, las mismas que hoy no puedo escuchar, aquellas que siempre tarareabas mientras paseábamos tomados de la mano. Y el dolor se hace tan grande que casi puedo palparlo con las manos, pero ello no me autoriza a pedir el milagro de tu vuelta. Con la lágrima no me vale, quiero algo más. Tal vez morir e ir a reunirme contigo, volver a escuchar el timbre cálido de tu voz, a sentir el roce delicado de tus labios, a recibir tu mirada de grado máximo... 

 
Aunque la desgracia no admite formas de acción razonables, desde la pureza del sentimiento y bajo los dictados de un corazón herido, debo supeditar mi pensamiento perturbado a la razón y la lógica de la realidad.

Acongojado, invadido por la pena, casi muerto de aflicción, continuaré con aquello que los dos nos empeñamos en construir. Jamás podré recomponer mi equilibrio, nunca llegaré ya a reconstruirme, pero merecerá la pena vivir sustentado por una huella que nada ni nadie podrá borrar jamás.

Pondré interés en mí, me cuidaré mucho, porque no dejaré que mueras en el único lugar que aún quedas viva: en mi interior.

Te estrecho mis manos, te mando un beso... espérame paciente hasta que volvamos a compartir lecho en nuestro común sueño eterno.