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Hola,
¿hay alguien? – grité desde la puerta mientras la tocaba y activaba el timbre.
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¿Quién
erih? – preguntó sorprendida la dueña de la casa.
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Soy
yo Luciana, Tivi – aclaré.
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¡Anda,
veráh tú quién eh! –exclamó con sincera y alegre sorpresa. ¿Y qué te trai por
aquí, hiju? ¿Queríah algu? – interrogó con curiosidad.
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No,
nada más que saludar y darte mi pésame por la muerte de tu marido (por
supuesto, le dije el nombre) – le contesté con sincero pesar. No te pregunto
cómo estás –continué-, porque sé que estás mal y muy apenada, porque después de
lo ocurrido es difícil estar de otra manera.
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Pueh
sí, hiju, eh una pena muy grandi. Me ha dejau muy sola – dijo con la mirada
perdida.
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Te
ha dejado con su recuerdo, que no es poco. Y con un montón de huellas de su
inolvidable paso por aquí: una vida compartida, hijos/as y nietos/as, que es el
más fiel testimonio de su existencia y de vuestro amor. Todo eso debes guardarlo tú, así lo mantendrás junto a ti para siempre – le aseguré mirándola
a sus ojos negros, profundos y verticales, como el abismo que sentía con su
recuerdo.
Lloró y guardó
silencio durante un buen momento. Yo respeté su llanto y su silencio
manteniéndome callado y buscando un contacto físico puntual o cuando menos
medido: un abrazo, tomarle las manos, una mirada, etc.
Y cuando correspondió
le hice una transacción cambiante para evadir el momento y resolver la
situación creada.
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¿A
que te ha gustado mi visita? ¿Te has alegrado de verme aquí? – le dije con voz
enérgica tomándole las manos y apretando de forma moderada, para transmitirle
oxígeno, incluso cierta vitalidad.
-
¡¡
Pueh claru que sí, hiju, muchu!! – respondió con un tono de veraz
agradecimiento.
-
Bueno,
pues vuelvo a casa, me esperan para comer. Te muestro mi confianza en tu
fortaleza, con eso me basta para saber que irás saliendo de tu tristeza sin
perder jamás el recuerdo – finalicé mientras le volví a dar dos besos.
-
Muchah
graciah, hiju -concluyó con una tímida sonrisa.
Decía
Benedetti que la muerte es la cumbre de la sencillez.
Y es
verdad, ya que la vida, en abundantes ocasiones, la convertimos en la cima de
la estupidez y la soberbia. Y bajo las premisas y los dictados de estas
procelosas aguas, la navegamos.
Evidentemente,
este es uno de los motivos esenciales de nuestros vacíos existenciales:
situamos lo importante en el reino maldito de lo banal, de lo insustancial; y
nos pasamos la vida buscando lo fundamental en recónditos lugares en donde no
está.
Esto
trae como consecuencias básicas, primero, que muchas olas de esas aguas de la
vida nos suban con fuerza al limbo, y segundo, que en otras olas, quedemos bajo
la longitud de su onda y nos ahoguen al disolverse sobre sí.
Y esa es principalmente hoy la vida, paraos a
pensar un momento y lo comprobaréis.
Tras
unos cuantos de años sin hacerlo, este verano lo he pasado en mi pueblo, en
Nuñomoral. Y durante las mañanas del mes de agosto, tras una serie de
reflexiones personales, decidí subir a mi moto y viajar por las distintas
alquerías que componen el Ayuntamiento de Nuñomoral y realizar algunas visitas.
Para no
tener que impostar casualidades inexistentes, antes de nada, pensaba a la
persona o familia concreta que iba a ir a visitar, por lo que mi acción se
realizaba de manera directa y expresa. Y aproveché para dar algunos pésames y
para visitar algunos enfermos, personas que, en ambos casos y respectivamente,
conocí vivas y sanas.
Comprobé,
en el caso de las familias que habían perdido a algún ser querido, que el
denominador común que desgarra en la muerte es el vacío y el recuerdo. Lo más duro
en sí, para la mayoría, no era la ausencia de esa persona ya allí, a su lado.
Es decir, lo verdaderamente doloroso no era la desaparición de su marido,
mujer, padre, madre, hijo, hija… como ser independiente, sino el vacío que
quedaba en su propio entorno, en su vida. Alguna vez lo he escrito ya en mi
blog: ante una muerte no lloramos por lo que se va, sino por lo que nos queda.
Y esto es una forma un tanto egoísta de situar el afecto y enfocar el dolor,
que además hace que el sufrimiento sea más intenso y más prolongado en el
tiempo.
Como sé
fehacientemente que este blog es leído por mucha gente de mi zona, para huir de
cualquier atisbo de sensacionalismo o morbo y preservar la intimidad y el
anonimato de los implicados, he tomado la precaución de que todos los nombres
que aparecen, aunque representen el hecho real, sean ficticios.
Por
razones estrictamente personales, tengo un aprecio enorme a la inmensa mayoría
de gentes de todo el municipio de Nuñomoral, incluso en muchos casos puedo
afirmar que siento un afecto especial por mis paisanos, sobre todo por las
personas mayores. Genéricamente, aunque con diferentes matices dependiendo de
las personas, en los términos que cuento en la conversación que abre esta
entrada de blog mantuve las conversaciones cuando se trataba de gentes que
estaban pasando un duelo por la desaparición de algún ser querido.
Y de la
desolación y el dolor que proyectaban los ojos de estas personas, nacen las
reflexiones que acabo de contar acerca de los tipos de vida actuales y del
intemporal dolor de la muerte.
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