Aún recuerdo cuando me decías “te quiero”. Lo hacías con palabras acunadas, movidas horizontalmente por todas las fibras de amor de tu cuerpo. Eran tan sinceras, tan sentidas y también tan necesitadas, que posaban en mi interior como un flash de luz intensa, viva.
Me prestabas tu olor que era la antesala divina de tu delicioso sabor, opíparo manjar que yo alojaba en el cielo… en el cielo de mi boca.
Una mirada, un beso tuyo, la disposición exacta de tu cuerpo en el espacio. Tu belleza empezaba por tus gestos, automatismos involuntarios que me volvían loco de atar.
La alegría de tu presencia, un abrazo esperado, algunos besos blancos, dulces, y otros que yo te devolvía pero ya quemados por el fuego del amor.
Por entonces, mis sentimientos eran alados, volaban libres y muchas veces daban paseos alocados. En uno de esos paseos se posaron en tu encanto hechicero, y ya nunca volvieron a volar por otros aires. Del mismo modo que la corriente del río va tallando a su antojo las piedras y las rocas, tu existencia lo fue haciendo con mi corazón empedrado. Empecé a vivir fuera de mí, porque me estaba instalando completamente en ti. Todo se desvanecía a mi alrededor excepto tú, que era lo único que veía… o que quería ver, no lo sé. Sacaste lo mejor de mí, precisamente te lo llevaste tú; por eso hoy estoy vacío, completamente vacío.
Di un paso más y, además de quedarme vacío, seguí tan empeñado en amarte que también quedé anulado, disuelto en ti, evaporado en tu imagen sagrada. Y en ese último intento por demostrar hasta dónde se puede amar, fue cuando tú decidiste romperlo todo en mil pedazos, pulverizar todo el edificio construido, demoler cualquier lazo que te uniera a mí.
Aún hoy, tu ausencia es dolorosísima, sigues viviendo en cada uno de los detalles de mi vida. Todos los días te veo suspendida en el aire de mi imaginación, todas las horas te vivo encarnada en tu singular aroma, todos los minutos martillean tus palabras mi cabeza y todos los segundos esa sonrisa tuya preciosa sigue iluminando la tiniebla de mi soledad.
No iré borrando mi dolor, porque no quiero. Seguiré viviendo siempre para ti, porque estés donde estés siempre te amaré.
4 comentarios:
Me gusta el título que le has puesto a esta entrada..Ruptura.
En el diccionario queda definido como 'Separar con más o menos violencia las partes de un todo, deshaciendo su unión'..
Sin embargo, aunque roto, el amor no desaparece y así lo aclaras al final del texto.
Me chifla coincidir con tus pensamientos. Gracias por expresarlos y compartirlos. Y perdona si alguna vez, sin querer, hacemos plagio de ellos...
Inevitablemente me tuve que agarrar aquel Vestido de Rosas que siempre fue capaz de arrancarte Una Sonrisa, te acuerdas? Lo llevaba cuando fuimos a Vencecia...Cuando me lo quitabas siempre acababamos entrando en una auténtica Gruta de Deseo y rompiendo aquellas Bragas de Portugal que compramos juntos, siempre tuvimos claro cual era el Valor de las Bragas en ese momento. Recuerdo la habitación del Hotel, había dos cuadros dispares, no tenían nada en común, uno representaba una Spanish Estampa, mientras que el otro destilaba arte, me recordaba a las obras de María Jesús Manzanares...
Ya han pasado muchos años, de vez en cuando me sumerjo en la Catedral del Tiempo, pero ya es Demasiado Tarde. Ahora te imagino Paseando Pausadamente por el Cuerpo de otra Mujer, visitando desconocidos pueblos y disfrutando de momentos de paz en los Bancos de las Iglesias.
Ya no hay vuelta atrás, ya Todo se Acabó, ahora si, podemos hablar de la definitiva Ruptura
Hasta esta palabra tan dura haces bonita en tus pensamientos.
Uno no rompe con lo que quiere sino con lo que puede o le dejan su mente y su corazón.
A lo largo de la vida rompemos con muchas cosas: unas porque nos hacían sufrir y otras porque a pesar de hacernos felices decidimos dejarlas atrás.
El amor no desaparece, no se puede romper con él, siempre en esas rupturas existen uniones.
Hay rupturas imposibles. Esta parece una de ellas.
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