Después de dos largos días probando todo tipo de remedios artesanos para intentar desalojar la gota de agua: caídas verticales laterales en la cama, tragos reiterados de saliva, bostezos abriendo la boca hasta el infinito e inclinaciones violentas hacia el lado de mi oído obstruido, con el consiguiente resentimiento de mi espinazo; incluso una mañana, en el instituto donde trabajo, en mi despacho, a puerta cerrada, me cogieron dos compañeros en brazos, subidos ellos a una silla, y me dieron la vuelta de campana, zarandeándome al unísono mientras asían fuertemente mis piernas, a la altura de los tobillos. ¡Fijaos qué espectáculo si en ese momento entra algún alumno! Bien, pues como decía, después de dos días de una lucha improductiva en los términos descritos contra la gota de agua, con la debilidad propia del enfermo, descolgué el teléfono y pedí cita para que me viera mi médico de cabecera.
Me personé en la consulta veinte minutos antes de mi hora asignada, es decir, a las once menos cuarto de la mañana, pero ese día el retraso era excesivo. Cuando estaba revisando la lista de pacientes, antes de que me diera tiempo a preguntar por dónde iba la vez, una voz golpeó en mi espalda:
- ¿A qué hora tiene usted? – Inquirió una señora de unos cincuenta años con un aspecto impecable.
- ¿Eh? Ah, a las once y cinco. –Contesté girándome hacia ella.
- ¡¡Buffff, todavía va por las diez menos diez!! – Exclamó la misma señora.
- Paciencia, muchas gracias. – Dije sosegado.
Es curioso comprobar cómo en una casa de salud o dispensario se reúnen la enfermedad y su remedio, la mala suerte y su antídoto, pensé mientras sacaba un libro de mi bolso.
Tomé asiento y desde mi atalaya eché un vistazo general a la sala, a los pacientes y a los acompañantes. La fauna era de los más variada, diversa y variopinta, hallándose en dicha sala un gitano y una gitana, matrimonio, con una edad que rondaría los cincuenta y cinco años. Había un chico joven, también gitano, pero que no guardaba relación alguna con el matrimonio mencionado. Se encontraba allí una señora con la pierna derecha vendada, según testimonio propio debido a una “quemaura del demoniu”, acompañada por su marido. Esperaba ensimismado con su móvil un hombre de unos cincuenta y dos años muy risueño, excesivamente risueño, diría más bien. Y por último, nos acompañaba una señora muy guapa que andaría por la cincuentena y una anciana bastante decaída cuyo gesto facial denotaba una gran debilidad.
Si en la mayoría de las salas de espera los silencios y las miradas pueden resultar incómodos o embarazosos, allí, doy fe, lo que realmente resultaba un calvario era la algarabía de voces y risas confusas y anárquicas que emitían los presentes. Sinceramente, el ambiente, por momentos, rozó el carácter de verbenero.
Empiezo por el gitano joven y así nos lo quitamos de en medio, al fin y al cabo era un aburrido y no dio juego alguno. Era un chico que sólo buscaba que lo escucharan, abrió todas las puertas de las consultas llevándose la correspondiente reprimenda en cada una. Al final se sitió ridículo y se marchó sin ser atendido por ningún médico. Francamente, no sé a qué coños fue esa mañana allí.
La señora que sufría la quemadura en la pierna asentía continuamente y yo pienso que, por momentos, se le olvidaba dónde estaba y qué pintaba allí. Le dolía más la quemadura a su marido que a ella, a juzgar por las caras de dolor que ponía él cuando la veía mover la pierna. Esta señora era la típica que le pone la ropa del día a su marido encima de la cama para que él se vista. Tenía una expresión realmente dulce y era condescendiente con todos.
La anciana no participaba en ninguna conversación y, aunque suene áspero decirlo, su mirada mostraba cómo su vida se iba apagando suspiro a suspiro. La pobre mujer estaba de vuelta de todo, tal vez por eso quería emprender otro viaje... el viaje definitivo.
Y aunque la verdad duela, todo hay que decirlo, las personas descritas hasta el momento las he incluido en esta entrada de mi blog porque todo el mundo necesitamos nuestro minuto de gloria, de lo contrario jamás las hubiera mencionado.
Para no extender más esta entrada, dejo para una tercera parte los personajes que quedan que son, a su vez, los que más me sorprendieron y los que me empujaron a escribir estos capítulos.
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