lunes, 15 de octubre de 2012

CAMINOS INESCRUTABLES II

El día de autos, llegué con mi vehículo a las inmediaciones del bazar de Juanito el chino y busqué aparcamiento a una distancia prudencial del mismo, no fuera a resultar aquello una inauguración multitudinaria. Desconocía el grado de solidaridad y respuesta de la población china con su paisano (si Juanito era chino, claro) ante este tipo de eventos. Y presentía yo que Juanito era un chino con mucha entidad, tanto para los chinos como para los españoles de Plasencia y alrededores.




Como era un poco pronto, permanecí en el interior de mi coche para tener una visión discreta pero privilegiada de cómo y en qué medida acudía la gente al importante suceso que Juanito el chino brindaba a la ciudadanía placentina y su comarca.

Comenzaron a llegar personas que se fueron colocando en torno a la entrada principal del bazar de Juanito, aunque de procedencia diversa, eran principalmente de nacionalidad china. Y algunos curiosos que pasaban por allí o estaban por la zona, llamados por la sospecha de que hubiera algún ofertón de Padre y Señor mío en el almacén, también acudieron al lugar.

Decidí situarme justo frente a la entrada principal del bazar, no quería perder prenda de lo que allí ocurriera.

Al poco rato, sentí unos toquecitos suaves pero duros en mi hombro:

  • Chacho, ¿qué se cuece aquí? ¿Quién viene? - me preguntó un operario de la construcción que trabajaba cerca del lugar y le picó la curiosidad al ver al grupo de gente cercando el bazar de Juanito el chino.
  • No viene nadie, es que Juanito el chino inaugura su tienda – contesté barriéndolo con la mirada.

Era un hombre rechoncho, ataviado con un mono verde y tenía pintas de cemento pegado desde la punta del pie hasta el cogote. El pelo lo tenía petrificado, con una raya a un lado que daba la impresión que estaba hecha con un cincel. Y las botas tenían la punta levantada y, en la derecha, tenía un agujero en la zona del dedo meñique que este se había encargado de hacer pujando desde dentro. Asomaba una protuberancia tapada por un calcetín de hilo azul oscuro también al borde ya del agujero. Habría que ver ese dedo meñique cómo era.

Protocolariamente, nadie sabía nada del acto. Todos los allí presentes iríamos descubriendo el programa de la inauguración de modo vivencial, a saco y sin pomada.

De repente un murmullo corrió como la pólvora entre los presentes y la gente nos empezamos a acomodar en nuestros espacios. Todo estaba listo para que la puerta principal se abriera y Juanito el chino saliera a realizar el acto preciso de inauguración de su bazar.

Los escaparates estaban cubiertos por manteles de papel blanco pegados con celofán, con lo cual por ahí no podíamos ver nada. Devorados por la curiosidad estirábamos el cuello para intentar ver quién estaba tras los cristales de la puerta principal, pero al estar las luces interiores apagadas dificultaba la visión desde el exterior. Momentos después se podían vislumbrar varias siluetas humanas de espaldas y próximas a la -para ellos- salida del almacén.

De repente, las puertas se corrieron mecánicamente y salieron cuatro personas. Dos chicos y dos chicas, jóvenes. Eran los empleados del bazar de Juanito el chino. Y se colocaron de manera mixta (chico – chica) en columna de a dos y a modo de centinelas a cada lado flanqueando la entrada principal, mirándonos de frente en silencio a todos los asistentes.

Y las puertas volvieron a cerrarse a sus espaldas.

Se produjo un silencio sepulcral y, acto seguido, un galimatías de convesaciones cruzadas entre los asistentes. Dentro del desorden verbal, pude llegar a escuchar que una chica era china y la otra española; y de los chicos, que uno era chino y el otro magrebí. Y efectivamente, mirándolos un instante, se podía estar de acuerdo con esas inferencias. La verdad es que Juanito el chino debía de ser un hombre sorprendente, con un olfato muy agudo para los negocios y las finanzas, porque fijaos qué plantilla laboral se había buscado: multirracial, integrada e integradora, multicultural e intercontinental. Pienso yo que esto dotaría al bazar de una proyección que iría bastante más allá de los límites de la Alta Extremadura.

Deduje que Juanito el chino estaba hecho todo un pillín, porque logró que nuestra curiosidad aumentara hasta límites atlánticos. El personaje manejaba con maestría el hecho de crear misterio y tardar en resolverlo, algo que hace que los seres humanos lleguen a concomerse rozando incluso la ansiedad.

Ahora ya sí, al fin había llegado el momento de poner rostro a Juanito el chino. Todo estaba ya preparado y las puertas a punto de abrirse de nuevo... Y esta vez prometía ser la buena, la definitiva…

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