El
día de autos, llegué con mi vehículo a las inmediaciones del bazar
de Juanito el chino y busqué aparcamiento a una distancia prudencial
del mismo, no fuera a resultar aquello una inauguración
multitudinaria. Desconocía el grado de solidaridad y respuesta de la
población china con su paisano (si Juanito era chino, claro) ante
este tipo de eventos. Y presentía yo que Juanito era un chino con
mucha entidad, tanto para los chinos como para los españoles de
Plasencia y alrededores.
Como
era un poco pronto, permanecí en el interior de mi coche para tener
una visión discreta pero privilegiada de cómo y en qué medida
acudía la gente al importante suceso que Juanito el chino brindaba a
la ciudadanía placentina y su comarca.
Comenzaron
a llegar personas que se fueron colocando en torno a la entrada principal
del bazar de Juanito, aunque de procedencia diversa, eran
principalmente de nacionalidad china. Y algunos curiosos que pasaban
por allí o estaban por la zona, llamados por la sospecha de que
hubiera algún ofertón de Padre y Señor mío en el almacén,
también acudieron al lugar.
Decidí
situarme justo frente a la entrada principal del bazar, no quería
perder prenda de lo que allí ocurriera.
Al
poco rato, sentí unos toquecitos suaves pero duros en mi hombro:
- Chacho, ¿qué se cuece aquí? ¿Quién viene? - me preguntó un operario de la construcción que trabajaba cerca del lugar y le picó la curiosidad al ver al grupo de gente cercando el bazar de Juanito el chino.
- No viene nadie, es que Juanito el chino inaugura su tienda – contesté barriéndolo con la mirada.
Era
un hombre rechoncho, ataviado con un mono verde y tenía pintas de
cemento pegado desde la punta del pie hasta el cogote. El pelo lo
tenía petrificado, con una raya a un lado que daba la impresión que
estaba hecha con un cincel. Y las botas tenían la punta levantada y,
en la derecha, tenía un agujero en la zona del dedo meñique que
este se había encargado de hacer pujando desde dentro. Asomaba una
protuberancia tapada por un calcetín de hilo azul oscuro también al
borde ya del agujero. Habría que ver ese dedo meñique cómo era.
Protocolariamente,
nadie sabía nada del acto. Todos los allí presentes iríamos
descubriendo el programa de la inauguración de modo vivencial, a
saco y sin pomada.
De
repente un murmullo corrió como la pólvora entre los presentes y la
gente nos empezamos a acomodar en nuestros espacios. Todo estaba
listo para que la puerta principal se abriera y Juanito el chino
saliera a realizar el acto preciso de inauguración de su bazar.
Los
escaparates estaban cubiertos por manteles de papel blanco pegados
con celofán, con lo cual por ahí no podíamos ver nada. Devorados
por la curiosidad estirábamos el cuello para intentar ver quién
estaba tras los cristales de la puerta principal, pero al estar las
luces interiores apagadas dificultaba la visión desde el exterior.
Momentos después se podían vislumbrar varias siluetas humanas de
espaldas y próximas a la -para ellos- salida del almacén.
De
repente, las puertas se corrieron mecánicamente y salieron cuatro
personas. Dos chicos y dos chicas, jóvenes. Eran los empleados del
bazar de Juanito el chino. Y se colocaron de manera mixta (chico –
chica) en columna de a dos y a modo de centinelas a cada lado
flanqueando la entrada principal, mirándonos de frente en silencio a
todos los asistentes.
Y
las puertas volvieron a cerrarse a sus espaldas.
Se
produjo un silencio sepulcral y, acto seguido, un galimatías de
convesaciones cruzadas entre los asistentes. Dentro del desorden
verbal, pude llegar a escuchar que una chica era china y la otra
española; y de los chicos, que uno era chino y el otro magrebí. Y
efectivamente, mirándolos un instante, se podía estar de acuerdo
con esas inferencias. La verdad es que Juanito el chino debía de ser
un hombre sorprendente, con un olfato muy agudo para los negocios y
las finanzas, porque fijaos qué plantilla laboral se había buscado:
multirracial, integrada e integradora, multicultural e
intercontinental. Pienso yo que esto dotaría al bazar de una
proyección que iría bastante más allá de los límites de la Alta
Extremadura.
Deduje
que Juanito el chino estaba hecho todo un pillín, porque logró que
nuestra curiosidad aumentara hasta límites atlánticos. El personaje
manejaba con maestría el hecho de crear misterio y tardar en
resolverlo, algo que hace que los seres humanos lleguen a concomerse
rozando incluso la ansiedad.
Ahora
ya sí, al fin había llegado el momento de poner rostro a Juanito el
chino. Todo estaba ya preparado y las puertas a punto de abrirse de
nuevo... Y esta vez prometía ser la buena, la definitiva…
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