II
Las tiendas principiaban a bajar sus persianas de seguridad hasta media altura, para avisar a los compradores más despistados que la hora de cierre se acercaba. Era Nochebuena y había que estar pronto en casa para dar intensidad a una noche tan entrañable y destacada. El niño con la esperanza ya perdida se acercó de nuevo al escaparate, y ya casi a media luz, observó cómo del brillo de los ojos de osito de peluche nacía una lágrima, una lágrima de verdad.
- Por favor, señor me regala usted ese osito –gritó sofocado-.
- Abandona inmediatamente la tienda, vamos a cerrar y además das muy mala imagen. Marcha o de lo contrario te sacaré yo mismo.
- Perdón señor –murmuró el pobre niño entre el llanto más amargo e impotente que jamás se haya producido-.
El instinto de supervivencia es muy atrevido, pero hay que reconocer que preservar la dignidad y la integridad de una persona pobre es una empresa casi irrealizable. Una frustración detrás de otra, miles de batallas que le estaban arrasando literalmente su corazón, muchas vendas para tapar las cicatrices invisibles de la miseria, toda una cátedra de motivos para ya nunca poder amar a nadie, a pesar de la nobleza los sentimientos.
Todas las tiendas cerraron. La gente aligeraba su paso para ir a postrarse ante Dios en la misa nocturna del Gallo, que era la consecución inmediata de libertad para sus conciencias. Mientras, la señora pobre, se proveía de cena para dos en cuatro contenedores que descansaban en la calle con sus lomos cubiertos por el color plata de la escarcha.
- Ahora ya estamos solos, no me voy a rendir. Hasta que no me hables no me muevo de aquí. Hoy te vi llorar y presiento que fue por mí.
- Eres mi dueño ideal.
- Grita un poco más, te oigo muy mal a través del cristal.
- ¡Que eres mi dueño ideal!
- Eres muy bonito.
- Bonita, soy una osita.
- Entonces yo sólo aspiro a ser tu amigo, tu amante y tu amado, a quererte mucho y a envolverte con mi calor. Lo único que no puedo es abrazarte.
- Yo entretejeré nuestro amor.
- ¿Crees que esta es nuestra noche más feliz?
- Es nuestra feliz vida triste.
Cenaba en silencio junto a su amada madre, con el pensamiento único de conseguir el dinero suficiente para comprar esa linda osita, bombonita de butano rellena del gas letal del amor. Soñaba en la lóbrega tibieza de los cartones, construía en la debilidad de su delirio la crónica negra de su crónica soledad. En el mismo punto y en la misma escena creada por su hijo, irrumpe la madre batallando contra su impotencia por no poder comprar a osita de peluche. Y así toda una cena de Nochebuena, una cena de hiel y amargura en la que se tragaba frustración y se manifestaban arcadas de insuficiencia, de privación, de penuria.
- Mamá ya tengo a alguien que quiere compartir la vida conmigo.
- ¿Si, mi vida? Cuéntale eso a mamá.
- La osita de peluche del escaparate.
- ¿Osita?
- Si, es una osita. La osita más linda jamás creada.
Y abrazada con amor a su hijo, brindaban con las burbujas del dolor que salían de las bodegas de sus ojos. Lágrimas que coincidían en velocidad, en tiempo y en intensidad y también en la cantidad de amor que las empujaban. Así quedaron profundamente dormidos hasta que al día siguiente un probo policía les conminaba a abandonar el lugar.
El niño se colocó de nuevo frente al escaparate y en silencio miraba a osita de peluche, pero ahora ya no le hablaba para no romper su secreto. No importaba, porque se amaban igual en silencio, en la distancia, aunque él ya tenía unas ganas incontenibles de que osita de peluche lo abrazara, le transmitiera todo su amor a través del tacto, le prestara sus brazos para abrazar él también. Obnubilado por sus sueños, un látigo cruel ciño todo su cuerpo cuando escuchó a sus espaldas aquellas palabras.
- Mira abuelito, ese es el oso que yo quiero para el perrito.
- Desde luego hija te enamoras de unas bobadas.
- Venga, cómpramelo.
- Vale, vale, vamos.
- ¡¡¡No puede ser!!! ¡¡¡Ella es mía!!!
- ¿Qué? Pero, ¿qué demonios...? Jajajaja. Vamos holgazán marcha donde mi nieta ni tan siquiera te vea.
- ¡Qué asco, abuelo!
- Ya hija, no te preocupes. Vamos, que te compro el dicho osucho ese.
Osita de peluche conoció la oscuridad del interior de una bolsa negra y desde ese momento la tónica de su vida fue la melancolía. El abuelo, feliz por haber satisfecho un capricho insignificante de su amada nieta y, esta última, ilusionada con presentar a su perrito el oso que le acababa de adquirir como compañero.
El manco apagó su mirada, su cara de aflicción censuraba todo amago de sonrisa y la nueva batalla perdida había sido quizá la más cruenta que jamás se hubiera librado. Cuatro metros escasos a su derecha su madre lloraba infecunda una congoja que ya nunca podría suplir con nada ni con nadie. Era el huracán del vacío de osita de peluche, era su compañía ausente que carbonizaba aún más el futuro. La osita que había sido llevada al reino de un inocente perro, cuando ella tenía como preferencia absoluta vivir compartiendo en el mismísimo infierno, amar en la transparencia de la indigencia, besar en la suciedad de un rostro humano y sensible, nadar en los lagos con las aguas más fecales de la sociedad... pero nadar, al fin y al cabo, FELIZ.
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