martes, 23 de marzo de 2010

LA GRUTA DEL DESEO II

El hombre misterioso, entre humano y divino, se había quedado prendado irremediablemente de la joven muchacha. No paraba de recordar su rostro ni las lágrimas que brotaron de sus ojos, lágrimas con idéntica configuración que muchas de las perlas que buscaba. Un rostro ingrávido y enigmático, acompañado de un cuerpo sensual envuelto en un vestido de seda.

Esta chica le había transmitido tantas y tantas sensaciones, le evocó tantos estados de ánimo diferentes en tan poco tiempo, que sólo esperaba el momento de volver a encontrarla. Durante mucho tiempo había estado tan inmerso en su tarea de salvar estrellas de mar, que se había olvidado del verbo amar. La existencia de esta chica logró despertar sus instintos más dormidos y consiguió resquebrajarlo por dentro.

Sin poder sacarse de la cabeza a la chiquilla, aunque a veces lo intentaba, él siguió con sus quehaceres diarios: observar, salvar, descansar, meditar, regresar… El recuerdo de la muchacha evocaba su ser más inocente y puro, su ternura más profunda… en su interior se formaba un tornado de sentimientos que giraban sobre sí mismos y rebotaban en todo su cuerpo.
Como cada día, hacía su largo recorrido de playa y terminaba en la gruta, donde se acercaba con la ilusión de encontrar a la joven de nuevo. Pero dicha recompensa no se producía, el ansiado reencuentro nunca ocurría.

El tiempo pasaba inexorable y sus fuerzas y su esperanza de encontrarla ya pendían de un fino hilo a punto de romperse. Abatido, desgastado, exhausto por la aflicción de no verla, se prometió a sí mismo que si aquella misma tarde no la encontraba, no volvería jamás a la gruta.

Tras salvar unas cuantas de estrellas de mar llegó de nuevo a la entrada de la caverna encantada. Cuando descendía, con una tristeza infinita colgada de sus hombros, se produjo el milagro más grande el mundo. Allí estaba ella con un vestido blanco ceñido a su hermosa figura, de seda inmaculada, con cabellos largos y salvajes y con una sonrisa que iluminaba toda la cueva. Ya no lloraba, ni temblaba, ni huía. Estaba más segura que nunca. Tomó las manos del hombre y lo miró fijamente a los ojos y dibujando una sonrisa medida en sus labios le dijo:

- No he regresado a esta gruta hasta hoy, porque necesitaba ordenarme por dentro. Ya lo hice. Jamás volveré a robar a las ostras su gran tesoro, que un día creí mío.
- Lo sé. – Dijo él emocionado.

Ella tocó su cara y lo miró de frente para decirle:

- He estado vagando toda mi vida en busca de un tesoro que cuanto más grande era, más vacía me sentía. Estaba equivocada, tal vez perdida o erróneamente aconsejada por un mal sueño. Hoy, frente a mí, tengo el verdadero tesoro, el que quiero y el que me llena de verdad.

Él se deshacía con cada una de sus palabras, con su imagen tan cerquita. No sabía si era sueño o realidad. Y contestó:

- No estabas equivocada. Si tú no hubieses venido a esta gruta a buscar perlas nunca nos hubiéramos conocido. Y yo soy el ser más feliz de la tierra con sólo mirarte.

La joven salió de la gruta con una bolsita de tela que había cogido del suelo, en la que portaba todas las hermosas perlas que había ido juntando a lo largo del tiempo. Cuando estaba a punto de lanzarlas al mar, él la detuvo y le dijo:

- Por favor, no lo hagas. No tires las perlas. Cada una de estas perlas forma parte de tu vida, es una parte de ti misma que no debes ni olvidar ni destruir. Las perlas nos juntaron y yo, ahora, quiero ensartar una a una y hacerte un collar maravilloso que será nuestro talismán y nos mantendrá juntos para toda la vida.

Ella asintió y le dejó hacer. Cuando terminó rodeó su esbelto cuello de preciosas perlas y se juraron amor eterno.

El atardecer caía sobre el acantilado y volvieron a la gruta. Allí, se fundieron en un largo abrazo, sus cuerpos mostraban un irrefrenable deseo, querían sentirse, devorarse, fundirse… Y así lo hicieron. Se entregaron a una pasión que rozaba la locura, como nunca antes lo habían hecho.
Se convirtieron en dos almas inseparables y ya nunca dejaron de desarrollar la misma labor.

Qué hermoso era aquello de salvar estrellas de mar devolviéndolas al agua, devolviéndolas a la VIDA…

viernes, 19 de marzo de 2010

LA GRUTA DEL DESEO I

Como cada atardecer, una chica joven y guapa bajaba hasta las profundidades de una gruta misteriosa, situada en una escarpa casi vertical de enorme longitud, junto a una playa inmensa y solitaria. Buscaba ostras, para arrancar de sus entrañas esas brillantes y preciosas perlas de concreción nacarada y de color blanco agrisadas.

Día tras día su tesoro iba aumentando de manera considerable y ella estaba tan orgullosa… “Seré la mujer más hermosa y rica del lugar…”, pensaba.

Una noche, mientras dormía, un hada que carecía de bondad se le apareció en sueños para decirle que tenía que buscar muchas perlas, cuantas más mejor, le decía mientras apuntalaba sus palabras con gestos seguros y firmes… “así conseguirás ser eternamente bella, rica, sabia y feliz…”, le dijo dándole la espalda entre risas mientras marchaba. Y le reveló una nueva gruta donde había muchas ostras con las mejores y más regulares perlas, pero le advirtió que debía guardar el secreto…

Cuando se decidió a descender a la nueva caverna, se levantó al amanecer para que nadie la siguiera. Apenas había bajado unos tramos, se encontró con un hombre y el pánico se adueñó de ella. Lo único que pudo escapar de su boca fue un grito que chocó violentamente contra las rocas y provocó un eco sobrecogedor.

- ¡Tranquila, no te haré ningún daño! – Exclamó él.
- Me has asustado. – Musitó ella con voz débil y trémula.

El hombre circunspecto pensó que cómo era posible que hubiera llegado alguien hasta su gruta secreta, si ese lugar era desconocido para todos los mortales.

Y ella, con lágrimas en sus ojos, le exclamó:

- ¡Me has descubierto! Y ahora no podré seguir buscando perlas y mi tesoro no aumentará.

- ¿Eres buscadora de perlas?
- Sí, ¿y tú?
- Yo soy devolvedor de vidas.

La chica, al mismo tiempo que hablaba, le temblaba todo su cuerpo como una fina hoja expuesta al viento.

El devolvedor de vidas tranquilizó a la chica diciéndole que él no quería impedir que buscara sus tesoros, aunque fuera en su secreta estancia subterránea.

- Yo no te he visto coger perlas, todo lo has dicho tú. Yo llegué hasta este lugar sin querer, vengo del otro lado de la playa. La recorro a diario buscando estrellas de mar. Cuando las veo varadas en la arena porque bajó la marea, las devuelvo al mar y así impido que se sequen y mueran. Las devuelvo a la vida. Un día me despisté un poco y llegué hasta este lugar, sentí gran curiosidad y me asomé a mirar cómo era por dentro. Desde entonces lo hice lugar de meditaciones, hogar no habitado, matriz de tierra guardadora de tesoros como los que tú buscas. Y también como los que yo busco… y tal vez hoy encuentro.

La muchacha, con alguna lágrima bajando el tobogán de sus mejillas, dijo:

- ¡Qué hermoso es lo que haces! ¡Devolver vida! Y yo preocupada por la estupidez de agrandar mi tesoro, arrebatándole a las ostras lo más profundo de su ser.

La joven mujer sintió que lo que hacía no estaba bien y huyó apresuradamente sintiendo una mezcla de pesadumbre y vergüenza. El hombre salió tras ella, pero cuando llegó a la puerta de la gruta, la chica había desaparecido sin dejar ni rastro.

domingo, 14 de marzo de 2010

VENECIA

Surcábamos las calles de Venecia en una góndola negra y ligera. Nos mirábamos enamorados y entrelazábamos nuestras manos para transmitirnos cuánto nos queríamos. Mientras tú observabas con detalle los alrededores del paseo, yo pensaba en cuando el yo y el tú se hicieron NOSOTROS.

Yo, que bogo y barnizo nuestro cobertizo. Tú, que decoras las galerías de mi corazón y con tu mirada me tocas el alma.

Gobernaba con destreza el gondolero su bote.

Cualquier calle de Venecia podría ser el curso de nuestra vida. Momentos confusos y oscuros atraviesan nuestro devenir. O situaciones de mucho contenido, de enorme profundidad en poco espacio ocupan nuestro tránsito. Ya te digo, cualquier calle de Venecia contiene muchas vidas… o nuestra vida.

Venecia es para reflexionar, no para venir a brotar. Puede que sí, pero desde que hemos llegado aquí me has hecho inmortal más de mil veces. No, he congelado momentos puntuales, que no es lo mismo. Bueno, para ti la perra gorda.

La experiencia de Venecia ha hecho que me sienta completamente habitado por ti, invadido en todos mis espacios por tu sonrisa, tu bondad, por tu capacidad de amar. Estoy lleno, colmado de tu maravillosa existencia. Tampoco quiero rebosar, para que no se pierda nada tuyo, nada de tu esencia, para que no te caigas de mí… para sostenerme yo. Eres mi andamio en el vacío de los silencios, en el inmenso hueco de la incertidumbre.

Claro, si ya lo veo yo. Tu ánimo es como el agua de Venecia. Y tu alma también. Eres como una esmeralda y estás acristalada, estás hecha de remiendos y de muchos caprichos de diferentes personas. Pero tú, en conjunto, no existes. Eres muchas partes. Partes todas ellas muy rígidas. ¿Dónde te llevo yo para que alguien te moldee?

En la última pregunta está la clave. El amor no consiste en moldear a alguien, sino en amar las coincidencias y en enamorarse de las diferencias.

¿Para qué coños habré venido yo a Venecia ahora? Si lo único que deseo es verte a ti!!!

miércoles, 10 de marzo de 2010

LA SONRISA

Quiero compartir con todos y todas una alegato sobre la sonrisa que me regaló mi amiga y compañera de trabajo Ana. Es cortita y preciosa. El autor no lo conozco, pero esto debe de extenderse y servirnos para aumentar nuestra competencia personal.

LA SONRISA
Una sonrisa no cuesta nada
y significa mucho.
Enriquece a los que la reciben
sin empobrecer a los que la dan.
Sólo dura un instante,
pero su recuerdo es eterno.
Y nadie es tan rico como para vivir sin ella,
ni tan pobre como para no poder regalarla.
La sonrisa crea un clima amable, hogareño,
es el signo sensible de la amistad.
Una sonrisa relaja al que está nervioso
y da coraje al que está descorazonado.
¡¡SONRÍE!!

domingo, 7 de marzo de 2010

ME AGARRÉ A TU VESTIDO DE ROSAS

Te acercaste a ella para tocarla, creo que querías saber de qué material estaba hecha. Llegaste sola, llena de vida y con algún presentimiento. Junto a la estatua te escuché murmurar unas palabras en castellano. Fue entonces mi momento.

- Está inspirada en el personaje central de un cuento de hadas, precisamente se llama “La Sirenita”. Y la historia es de Andersen.

Me miraste e hiciste un amago de sonrisa. Tal vez pensabas que era el tonto del lugar, algún simpático buscamonedas o quizás el bufón del perímetro turístico de aquel lugar.

- Y tú, según veo, también. – Continué.
- ¿Qué? – Preguntaste de buena gana.
- ¿Eh? Nada, nada… Que tú también eres un personaje de otro cuento de hadas.

El parque que teníamos a nuestras espaldas nos esperaba impaciente, se engalanaba y abría sus senderos para que nuestro caminar dejara de ser paralelo más pronto que tarde. Nuestros pasos entretejían nuestros sentimientos y creaban una maraña que, tal vez más tarde, terminara en un precioso abrazo. Un abrazo con adornos, con rosas rojas, con hilos de colores y con algún bordado que quedaría visible en la superficie de nuestros corazones.

Nos contamos mucho acerca de nosotros. Se nos echó la noche encima sin previo aviso. La noche es así, llega sin avisar. Sólo piensa en ella. Pensamos en marcharnos a nuestros respectivos hoteles, que estaban muy próximos entre sí. Te invité a cenar.

Radiante como una novia llegaste con un vestido blanco de rosas rojas, querías ir a juego con un abrazo que tenía enormes posibilidades que se produjera. Durante la cena, en lugar de los alimentos, nos degustamos nosotros mismos. Tú a mí y yo a ti. Deliciosa mujer visitando Copenhague, pensé.

Me empezaste a gustar a rabiar, me volvía loco tu carita guapa, reflejo de luna llena; tu frente lineal, tapiz de imágenes preciosas; tu pelo, sereno y cansado de poblar; tus ojos, Estrella de Venus expectante; tus labios, dibujados y tímidos; tus orejas, geométricas y receptivas; tu cuello, vereda llana de perfumes letales de amor.

Al final de la noche, que ya conté antes que había llegado sin avisar, pero que, sin embargo, se estaba yendo con avisos manifiestos, paseamos agarrados de la mano. Te acaricié levemente tu mejilla derecha. Me miraste de frente e hiciste un amago de beso. Respondí a la señal y, en sentido inverso, hice lo mismo que tú, pero sin amago. El caso es que el beso nunca llegó, se perdió por el camino… o lo escondiste tú, no lo sé.

Aún hoy, algunos años después, sigo esperando ese beso que se disipó en tan corta distancia. Y también sigo descubriendo que el ingrediente principal del amor es y seguirá siendo la ausencia.