El hombre misterioso, entre humano y divino, se había quedado prendado irremediablemente de la joven muchacha. No paraba de recordar su rostro ni las lágrimas que brotaron de sus ojos, lágrimas con idéntica configuración que muchas de las perlas que buscaba. Un rostro ingrávido y enigmático, acompañado de un cuerpo sensual envuelto en un vestido de seda.
Esta chica le había transmitido tantas y tantas sensaciones, le evocó tantos estados de ánimo diferentes en tan poco tiempo, que sólo esperaba el momento de volver a encontrarla. Durante mucho tiempo había estado tan inmerso en su tarea de salvar estrellas de mar, que se había olvidado del verbo amar. La existencia de esta chica logró despertar sus instintos más dormidos y consiguió resquebrajarlo por dentro.
Sin poder sacarse de la cabeza a la chiquilla, aunque a veces lo intentaba, él siguió con sus quehaceres diarios: observar, salvar, descansar, meditar, regresar… El recuerdo de la muchacha evocaba su ser más inocente y puro, su ternura más profunda… en su interior se formaba un tornado de sentimientos que giraban sobre sí mismos y rebotaban en todo su cuerpo.
Como cada día, hacía su largo recorrido de playa y terminaba en la gruta, donde se acercaba con la ilusión de encontrar a la joven de nuevo. Pero dicha recompensa no se producía, el ansiado reencuentro nunca ocurría.
El tiempo pasaba inexorable y sus fuerzas y su esperanza de encontrarla ya pendían de un fino hilo a punto de romperse. Abatido, desgastado, exhausto por la aflicción de no verla, se prometió a sí mismo que si aquella misma tarde no la encontraba, no volvería jamás a la gruta.
Tras salvar unas cuantas de estrellas de mar llegó de nuevo a la entrada de la caverna encantada. Cuando descendía, con una tristeza infinita colgada de sus hombros, se produjo el milagro más grande el mundo. Allí estaba ella con un vestido blanco ceñido a su hermosa figura, de seda inmaculada, con cabellos largos y salvajes y con una sonrisa que iluminaba toda la cueva. Ya no lloraba, ni temblaba, ni huía. Estaba más segura que nunca. Tomó las manos del hombre y lo miró fijamente a los ojos y dibujando una sonrisa medida en sus labios le dijo:
- No he regresado a esta gruta hasta hoy, porque necesitaba ordenarme por dentro. Ya lo hice. Jamás volveré a robar a las ostras su gran tesoro, que un día creí mío.
- Lo sé. – Dijo él emocionado.
Ella tocó su cara y lo miró de frente para decirle:
- He estado vagando toda mi vida en busca de un tesoro que cuanto más grande era, más vacía me sentía. Estaba equivocada, tal vez perdida o erróneamente aconsejada por un mal sueño. Hoy, frente a mí, tengo el verdadero tesoro, el que quiero y el que me llena de verdad.
Él se deshacía con cada una de sus palabras, con su imagen tan cerquita. No sabía si era sueño o realidad. Y contestó:
- No estabas equivocada. Si tú no hubieses venido a esta gruta a buscar perlas nunca nos hubiéramos conocido. Y yo soy el ser más feliz de la tierra con sólo mirarte.
La joven salió de la gruta con una bolsita de tela que había cogido del suelo, en la que portaba todas las hermosas perlas que había ido juntando a lo largo del tiempo. Cuando estaba a punto de lanzarlas al mar, él la detuvo y le dijo:
- Por favor, no lo hagas. No tires las perlas. Cada una de estas perlas forma parte de tu vida, es una parte de ti misma que no debes ni olvidar ni destruir. Las perlas nos juntaron y yo, ahora, quiero ensartar una a una y hacerte un collar maravilloso que será nuestro talismán y nos mantendrá juntos para toda la vida.
Ella asintió y le dejó hacer. Cuando terminó rodeó su esbelto cuello de preciosas perlas y se juraron amor eterno.
El atardecer caía sobre el acantilado y volvieron a la gruta. Allí, se fundieron en un largo abrazo, sus cuerpos mostraban un irrefrenable deseo, querían sentirse, devorarse, fundirse… Y así lo hicieron. Se entregaron a una pasión que rozaba la locura, como nunca antes lo habían hecho.
Se convirtieron en dos almas inseparables y ya nunca dejaron de desarrollar la misma labor.
Qué hermoso era aquello de salvar estrellas de mar devolviéndolas al agua, devolviéndolas a la VIDA…